Hoy Alana se ha puesto a bailar.
Estamos escuchando música en el portátil porque a Pablo se le ha antojado oír una canción que estaba cantando en la ducha, y de repente, al oír los golpes de batería de la canción que empieza, Alana, de pie con las manos apoyadas en la cama, empieza a bailar como bailan los bebés: moviendo el culo arriba y abajo sin separar los pies del suelo, mirándome encantada con una gran sonrisa, como quien sabe que has pillado el chiste que te acaba de contar.
Sonríe y baila, y yo llamo a Pablo, que está terminando de vestirse en el baño. Él la ve y se va a por su teléfono. Alana para de bailar porque la canción se ha puesto lenta, así que buscamos otra más animada: Matador, de Los Fabulosos Cadillac.
Allá va de nuevo: mueve su cuerpecillo de once meses, se ríe, le fallan las piernas y se cae al suelo. Se vuelve a levantar, apoya los brazos y mueve el culo otra vez. A mí me inunda una emoción absurda. Está bailando.
Cuando vas a tener un bebé nadie te advierte de que tu hijo se va a pasar muchos meses pareciéndose a un brócoli. Tú lees estudios que dicen que los recién nacidos ya reconocen patrones, distinguen tu voz, tienen emociones y otro montón de habilidades cuasi-adultas, pero en el exterior tienes a un ser sin masa muscular que te mira con los ojos desenfocados.
Así que el proceso de un bebé que crece es el de ir haciéndose menos brócoli y más persona, y yo me emociono a cada paso porque me siento más cerca de que Alana y yo por fin nos entendamos.
La gente habla del instinto maternal, de que intuyes lo que le pasa a tu bebé y te vinculas a él con una corriente hormonal e inexplicable. Yo a Alana la he visto siempre un poco extraterrestre. Es una caja opaca de relaciones causa-efecto que nosotros tratamos de descifrar.
«Parece que tiene sueño». «Igual son gases». «Yo creo que le están saliendo los dientes».
Pero más que nada estás adivinando, y cada vez que se acaba el día y ella está dormida en su cama, todavía viva y entera y creciendo, yo suspiro con alivio y pienso que no ha estado mal, pero que sin duda no ha sido óptimo.
Así que a medida que pasan los meses y ella empieza a reírse conmigo, a echarme los brazos, a mirar hacia donde señalo, yo lo que pienso es que cada vez nos vamos pareciendo más. No en nuestra personalidad, sino en nuestra cualidad humana.
Y hoy se ha puesto a bailar.
A partir de hoy, ya podemos bailar juntas.
sábado, 14 de septiembre de 2019
lunes, 2 de septiembre de 2019
Septiembre
Y el fresco por las mañanas. Y taparse otra vez por las noches. Y buscarse entre las sábanas en vez de apartarse porque el calor de un abrazo ya es excesivo. Y poder vestir a Alana con algo en vez de tenerla siempre en pañal y sudando como un pollo a la hora de la siesta. Y la noche llega antes. Y la mañana después. Y a mí me ayuda porque demasiada luz me satura el cerebro. Y el olor a proyectos que se parece al del café aunque yo ya no tome. Y volver al gimnasio y a reírme de Muslitos, el tipo que siempre lleva los muslos al aire aunque no los tenga particularmente sexys. Y a las clases de piano en la casa cutre y desaliñada de mi profesor. Y a la de música de bebés para Alana. Y usar de nuevo el Bullet Journal, que lo tengo abandonado. Y los boniatos a la vuelta de la esquina. Y el Pumpkin Spice Latte, que Dios lo bendiga.
Me encanta septiembre. Feliz septiembre.
Me encanta septiembre. Feliz septiembre.
jueves, 29 de agosto de 2019
La cuarta idea
Me he terminado de leer un libro que no me ha gustado demasiado: La desaparición de Annie Thorne. El final decepciona aunque la trama enganche.
Además, no me gustan los libros en los que el protagonista ya sabe lo que pasó, pero se lo calla. ¿Por qué lo hace? ¿Por qué no lo cuenta y punto? Bueno, claro, porque es el protagonista de una novela y tienen que darte ganas de leer más. Me parece falso.
La cosa es que además del final deficiente, La desaparición de Annie Thorne tiene un problema: la autora nunca llega a la cuarta idea.
Por ejemplo, dice: «el hospital olía a desinfectante, café y sudor» (no es un ejemplo textual porque estoy acopladísima en el sofá y no tengo ganas de levantarme a buscar el Kindle). Si te preguntan «¿a qué huele un hospital?», esas son las tres primeras ideas que se te vienen a la cabeza. Las sueltas, pasas a lo siguiente y ya está: ahí tienes un tópico.
Lo dice Robert McKee en Story:
More often than not, inspiration is the first idea picked of the top of your head, and sitting on the top of your head is every film you’ve ever seen, every novel you’ve ever reed, offering clichés to pluck.
Si quieres ser buen escritor, sugiere McKee, haz una lista. Piensa en diez o doce escenas. Después selecciona.
Es una buena forma de escribir mejor. Haz listas y no te quedes en la tercera idea. Empieza, como mínimo, por la cuarta.
El hospital olía a desinfectante, café, sudor, a sopa, a los champús afrutados que llevan las residentes jóvenes, a la tela limpia de las sábanas, a lágrimas, a las patatas fritas con sabor a cebolla que eran lo último que quedaba en la máquina y que todo el mundo masticaba a mi alrededor.
El parque estaba abarrotado de niños, madres, jubilados sin nada que hacer, palomas que mendigaban las migas de los sandwiches, niñeras aburridas que les hacían ojitos a los padres divorciados.
Recordé nuestra adolescencia llena de acné, canciones melosas, donuts de chocolate, excursiones a una tienda de brujería cercana al Corte Inglés donde comprábamos material para hechizos caseros, fortuna mentolados, cartas larguísimas que escribíamos en clase y nos intercambiábamos en los recreos, unos cócteles azules dulzones que hacíamos mezclando champán y Blue Tropic.
Lo interesante siempre llega después de la cuarta idea.
Además, no me gustan los libros en los que el protagonista ya sabe lo que pasó, pero se lo calla. ¿Por qué lo hace? ¿Por qué no lo cuenta y punto? Bueno, claro, porque es el protagonista de una novela y tienen que darte ganas de leer más. Me parece falso.
La cosa es que además del final deficiente, La desaparición de Annie Thorne tiene un problema: la autora nunca llega a la cuarta idea.
Por ejemplo, dice: «el hospital olía a desinfectante, café y sudor» (no es un ejemplo textual porque estoy acopladísima en el sofá y no tengo ganas de levantarme a buscar el Kindle). Si te preguntan «¿a qué huele un hospital?», esas son las tres primeras ideas que se te vienen a la cabeza. Las sueltas, pasas a lo siguiente y ya está: ahí tienes un tópico.
Lo dice Robert McKee en Story:
More often than not, inspiration is the first idea picked of the top of your head, and sitting on the top of your head is every film you’ve ever seen, every novel you’ve ever reed, offering clichés to pluck.
Si quieres ser buen escritor, sugiere McKee, haz una lista. Piensa en diez o doce escenas. Después selecciona.
Es una buena forma de escribir mejor. Haz listas y no te quedes en la tercera idea. Empieza, como mínimo, por la cuarta.
El hospital olía a desinfectante, café, sudor, a sopa, a los champús afrutados que llevan las residentes jóvenes, a la tela limpia de las sábanas, a lágrimas, a las patatas fritas con sabor a cebolla que eran lo último que quedaba en la máquina y que todo el mundo masticaba a mi alrededor.
El parque estaba abarrotado de niños, madres, jubilados sin nada que hacer, palomas que mendigaban las migas de los sandwiches, niñeras aburridas que les hacían ojitos a los padres divorciados.
Recordé nuestra adolescencia llena de acné, canciones melosas, donuts de chocolate, excursiones a una tienda de brujería cercana al Corte Inglés donde comprábamos material para hechizos caseros, fortuna mentolados, cartas larguísimas que escribíamos en clase y nos intercambiábamos en los recreos, unos cócteles azules dulzones que hacíamos mezclando champán y Blue Tropic.
Lo interesante siempre llega después de la cuarta idea.
martes, 27 de agosto de 2019
Mi niña y la lluvia
Hoy Alana y yo hemos ido a hacer la compra. Al volver a casa nos ha pillado un chaparrón terrible y hemos tenido que refugiarnos en una cafetería. Ya era casi la hora de darle de cenar y acostarla, así que me preocupaba que se pusiera nerviosa. Sin embargo, estaba tranquila y entretenida entre mis brazos, alternando entre chuperretear un trozo de cartón y comerse una galleta de chocolate.
Creo que estaba tranquila por la lluvia. Se la quedaba mirando muy atenta y a ratos giraba la cabeza y me sonreía con la boca llena de galleta. A Alana no le gusta estar en brazos; siempre quiere escaparse y salir a explorar el mundo. Hoy no parecía importarle. Estaba ahí quieta sobre mí, absorbiendo el chaparrón con sus ojazos azules, tocándome con sus manitas regordetas para asegurarse de que no me había ido.
Después, cuando ha escampado un poco, hemos subido a casa por el camino que atraviesa el bosque. El agua de lluvia serpenteaba entre las piedras. «Mira, bebé —le he dicho—, esas son las piscinas donde se bañan los duendes», e inmediatamente me ha dado vergüenza contarle algo tan cutre porque ni siquiera sé de qué tamaño es un duende. Alana sacudía el manojo de llaves que yo le había dado para que se entretuviera. A ella no le importa que no sepa demasiado del tallaje fantástico.
A ella no le importan mis inexactitudes y mis errores. Imagino que de eso va crecer: lo que dicen tus padres te va importando cada vez más, hasta que, como te descuides, te pueden sacar de quicio con dos palabras. Lo pienso mucho eso cuando miro a mi hija. Veo esta etapa como un precioso y breve oasis de amor filial y me pregunto si me aguantará cuando tenga mi edad.
De momento, caminamos por el bosque. Comemos galletas. Se deja mecer por la noche antes de que la meta en la cuna mientras le canto una nana de los Beatles. Aguanta mis chaparrones de besos aunque se revuelva entre mis brazos pidiendo que la deje en el suelo.
De momento, mi niña y yo miramos juntas la lluvia.
Creo que estaba tranquila por la lluvia. Se la quedaba mirando muy atenta y a ratos giraba la cabeza y me sonreía con la boca llena de galleta. A Alana no le gusta estar en brazos; siempre quiere escaparse y salir a explorar el mundo. Hoy no parecía importarle. Estaba ahí quieta sobre mí, absorbiendo el chaparrón con sus ojazos azules, tocándome con sus manitas regordetas para asegurarse de que no me había ido.
Después, cuando ha escampado un poco, hemos subido a casa por el camino que atraviesa el bosque. El agua de lluvia serpenteaba entre las piedras. «Mira, bebé —le he dicho—, esas son las piscinas donde se bañan los duendes», e inmediatamente me ha dado vergüenza contarle algo tan cutre porque ni siquiera sé de qué tamaño es un duende. Alana sacudía el manojo de llaves que yo le había dado para que se entretuviera. A ella no le importa que no sepa demasiado del tallaje fantástico.
A ella no le importan mis inexactitudes y mis errores. Imagino que de eso va crecer: lo que dicen tus padres te va importando cada vez más, hasta que, como te descuides, te pueden sacar de quicio con dos palabras. Lo pienso mucho eso cuando miro a mi hija. Veo esta etapa como un precioso y breve oasis de amor filial y me pregunto si me aguantará cuando tenga mi edad.
De momento, caminamos por el bosque. Comemos galletas. Se deja mecer por la noche antes de que la meta en la cuna mientras le canto una nana de los Beatles. Aguanta mis chaparrones de besos aunque se revuelva entre mis brazos pidiendo que la deje en el suelo.
De momento, mi niña y yo miramos juntas la lluvia.
domingo, 25 de agosto de 2019
Finding a friend for the end of the world
Ayer me fui a la cama preguntándome por qué me había pasando una hora escribiendo sobre la vida actual de gente que en realidad solo me importa a mí. Mientras me tumbaba al lado de un Pablo casi inconsciente, se me ocurrió: la entrada de ayer iba sobre relaciones. Escribí porque necesito saber qué le ha pasado a mi vida social estos últimos años.
Igual por eso he entrado en esta nueva etapa Emo: porque hace mucho que no conecto con nadie como lo hacía antes.
He estado hablando de eso con Pablo durante la cena. Él dice que la culpa es de Facebook: que la gente cree que ya tiene lleno el cupo de la amistad y por eso no se esfuerza. Yo no sé de quién es la culpa. Quizá de la madurez, de que tengamos pareja e hijos, del trabajo. Lo que sé es que echo de menos tener un amigo como quien se enamora un poco.
¿Cómo haces un amigo especial cuando tienes una hija de diez meses, un negocio propio y tendencia a aislarte? ¿Dónde se encuentra a un amigo para el fin del mundo?
Porque es el fin del mundo. No importa si nos morimos de apocalipsis todos a la vez o nos marchamos en momentos distintos, como colegas que se bajan cada uno en una parada del metro. Tarde o temprano, esto se acaba. Y Facebook no es suficiente.
Yo creo que veo a la gente, o al menos les veía. Tengo un blog entero que lo atestigua. Sin embargo, ya hace tiempo que no siento que nadie me vea. Solo Pablo, y él es estupendo, pero no puede serlo todo.
No sé qué me reserva la vida en los próximos años, espero que décadas. A veces pienso que lo que antes me hacía un montón de ilusión (publicar una novela, por ejemplo) me va a dejar fría cuando suceda, y es lo que me tiene en general un poco triste. Así que espero que la vida me tenga guardados amigos. Es lo único que apostaría a que no va a decepcionarme.
sábado, 24 de agosto de 2019
¿Qué fue de...?
Esta entrada la escribo por si aparece por aquí alguien que leía el blog en sus tiempos antiguos. Te la puedes imaginar como la parte final de una película basada en hechos reales, donde te cuentan qué ha pasado con sus personajes principales.
(Si acabas de llegar, puede ser una forma interesante de bucear por los archivos)
En realidad, este es un ejercicio de arquitectura sentimental y lo hago más por mí misma que por nadie, pero bueno. Igual a alguien le interesa.
J., mi amor trágico, tuvo una hija y vive en Alemania. Nos llevamos muy bien. Estas navidades estuve con él, su mujer y su hija, presentándoles a la mía. No se parece demasiado a esta fantasía, pero creo que es mejor.
MQUEN (Mi Querido Ex Novio) se ha casado este agosto. Nos llevamos aún mejor que con J. Les mando a él y a su mujer fotos de Alana, mi hija, por whatsapp (sí, tengo a la mujer de mi ex en whatsapp. Es que es súper maja). Cuando coincidimos en la misma ciudad, Pablo y yo quedamos con ellospara tomar algo porque nos queremos mucho todos unos a otros.
Reconozco que lo mío con los ex novios es raro.
IA (Interlocutor Adorable), el chico al que conocí en los comentarios del blog y con el que tuve un romance tórrido y breve en 2011, resultó ser un capullo. Como siempre veo lo mejor en la gente, tuve que escribir una novela entera sobre el tema para enterarme de que todo lo bueno me lo había inventado yo.
DDM (Dolor De Mirar) resultó ser otro capullo. Un capullo mentiroso y engreído. Pero guapo a reventar. Tiene un hijo-barrita-a con la griega famosa, creo.
Mi amigo A. el que ya no me habla ha vuelto a hablarme. No somos mejores amigos del alma, pero charlamos de vez en cuando, quedamos cuando coincidimos y nos tenemos cariño.
A mi amiga Mariana pensé que no iba a volver a verla nunca. Luego se apuntó a uno de mis cursos online y retomamos la amistad. Pasé unos días con ella en Ciudad Real, nos hemos visto en Granada, nos quedamos embarazadas casi a la vez y me ha invitado a su boda este septiembre. A veces la vida te da sorpresas bonitas.
El Kpot resultó estar muy, muy loco. Tuvimos una bronca terrible después de irnos a vivir juntos y me amenazó con cosas feas. Acabé bloqueándole en WhatsApp porque trató de reconciliarse años después y yo no tenía ningún interés en reconciliarme con alguien tan psicópata.
Anxo, mi muy querido supervisor y amigo de Cádiz, sigue en Cádiz. A veces le mando libros por su cumpleaños. Este es el último que le envié.
El MIR sigue siendo amor, pero el whatsapp se le da fatal. Tiene dos hijos. Le echo mucho de menos.
Mi amiga Elsa tiene otro hijo. Vamos a matar el planeta entre todos.
La PK vive en China. #Truestory.
Y Pablo... ahí está. Roncando en el piso de arriba mientras nuestra hija duerme en la otra habitación.
No me ha ido mal.
(Si acabas de llegar, puede ser una forma interesante de bucear por los archivos)
En realidad, este es un ejercicio de arquitectura sentimental y lo hago más por mí misma que por nadie, pero bueno. Igual a alguien le interesa.
J., mi amor trágico, tuvo una hija y vive en Alemania. Nos llevamos muy bien. Estas navidades estuve con él, su mujer y su hija, presentándoles a la mía. No se parece demasiado a esta fantasía, pero creo que es mejor.
MQUEN (Mi Querido Ex Novio) se ha casado este agosto. Nos llevamos aún mejor que con J. Les mando a él y a su mujer fotos de Alana, mi hija, por whatsapp (sí, tengo a la mujer de mi ex en whatsapp. Es que es súper maja). Cuando coincidimos en la misma ciudad, Pablo y yo quedamos con ellospara tomar algo porque nos queremos mucho todos unos a otros.
Reconozco que lo mío con los ex novios es raro.
IA (Interlocutor Adorable), el chico al que conocí en los comentarios del blog y con el que tuve un romance tórrido y breve en 2011, resultó ser un capullo. Como siempre veo lo mejor en la gente, tuve que escribir una novela entera sobre el tema para enterarme de que todo lo bueno me lo había inventado yo.
DDM (Dolor De Mirar) resultó ser otro capullo. Un capullo mentiroso y engreído. Pero guapo a reventar. Tiene un hijo-barrita-a con la griega famosa, creo.
Mi amigo A. el que ya no me habla ha vuelto a hablarme. No somos mejores amigos del alma, pero charlamos de vez en cuando, quedamos cuando coincidimos y nos tenemos cariño.
A mi amiga Mariana pensé que no iba a volver a verla nunca. Luego se apuntó a uno de mis cursos online y retomamos la amistad. Pasé unos días con ella en Ciudad Real, nos hemos visto en Granada, nos quedamos embarazadas casi a la vez y me ha invitado a su boda este septiembre. A veces la vida te da sorpresas bonitas.
El Kpot resultó estar muy, muy loco. Tuvimos una bronca terrible después de irnos a vivir juntos y me amenazó con cosas feas. Acabé bloqueándole en WhatsApp porque trató de reconciliarse años después y yo no tenía ningún interés en reconciliarme con alguien tan psicópata.
Anxo, mi muy querido supervisor y amigo de Cádiz, sigue en Cádiz. A veces le mando libros por su cumpleaños. Este es el último que le envié.
El MIR sigue siendo amor, pero el whatsapp se le da fatal. Tiene dos hijos. Le echo mucho de menos.
Mi amiga Elsa tiene otro hijo. Vamos a matar el planeta entre todos.
La PK vive en China. #Truestory.
Y Pablo... ahí está. Roncando en el piso de arriba mientras nuestra hija duerme en la otra habitación.
No me ha ido mal.
viernes, 23 de agosto de 2019
MIs sueños tienen trama, pero es muy mala
Últimamente sueño tramas de películas. En lugar de que me ocurran cosas, veo pelis y novelas en mi mente con argumentos y giros inesperados.
Tiene que ver con que llevo todo el verano leyendo sobre storytelling y creación de trama. He leído Writing for Emotional Impact, de Karl Iglesias, y ahora estoy con Story, del legendario profesor de guión de Hollywood Robert McKee. Los guionistas saben más que nadie de contar historias porque, como dice McKee en su libro, en una pantalla no te puedes esconder. No puedes disfrazar con metáforas y frases rimbombantes una mala estructura
El problema es que mientras sueño, mis pelis mentales me parecen muy interesantes y grandes ideas para novelas, y luego me despierto y son chorradas.
Por ejemplo: hace un par de días soñé con un libro llamado Las once vidas de Jessica Brody. El libro de mi sueño iba de Jessica Brody, que tiene la oportunidad de vivir el mismo año de su vida de once formas distintas.
Ahora me parece una idea absurda. Sería muy difícil montar algo así y que mantuviera una mínima tensión narrativa. Si 1, 2, 3, 4, de Paul Auster, ya es un tostón.
Lo más curioso del asunto es que Jessica Brody existe. Es la autora de Save the Cat! Writes a Novel, otro de los libros sobre creación de trama que he leído este verano. Y obviamente el nombre estaba en mi subconsciente, pero hasta que no lo he buscado en Google hace tres minutos, no he recordado que se llamaba así.
La conclusión de este post es que los sueños son algo raro y mágico. Hace un par de semanas vino a verme a Italia Joseph, un amigo de Arizona al que conocí en Oregón en 2017. Mientras paseábamos por un hayedo que hay a media hora de aquí, me contó que el año pasado estuvo en un retiro para tener sueños lúcidos. Que al final del retiro les dijeron que hay una droga, la galantamina, que consigue básicamente los mismos efectos que el complicado ritual de meditaciones y ejercicios que habían estado siguiendo esa semana.
Le pregunté a Joseph qué le interesa de los sueños.
—Son parte de mí —me dijo—, parte de mi experiencia humana.
Estoy atascada y no sé cómo seguir este post. No sé a dónde me lleva la tangente de Joseph. Creo que se relaciona con lo que escribí hace unos días sobre querer ser más persona. Igual mis sueños tienen la respuesta. Igual tengo que empezar a prestar atención a más partes de mi experiencia como humana. Para eso estoy volviendo a escribir aquí.
Termino pidiendo perdón por los post horrorosos que estoy escribiendo y que probablemente escribiré durante un tiempo. He perdido práctica y me pongo demasiado tarde cada noche. Paciencia.
La muerte empieza a los treinta
Pablo y yo estamos cenando en una pequeña trattoria de Valsecca, un pueblecito en el Valle D'Imagna, cerca de donde estamos pasando las vacaciones. Pablo ha llegado hoy de pasar unos días viajando y escalando en la furgo y está muy guapo, con la barba crecida y la cara morena.
—¿Nos has echado de menos? —le pregunto yo, refiriéndome a mí y a Alana. Quiero que me diga que sí, que estar sin nosotras es extraño como no tener pies.
—Sí, y me da un poco de pena —contesta—. Porque cuando estoy con vosotras, echo de menos la naturaleza y la vida de furgo, pero cuando estoy allí, os echo de menos a vosotras. Es como si no fuera a estar completo nunca.
Me recordó a lo que pensé cuando cumplí treinta y andaba debatiéndome en las procelosas aguas de la decisión de si tener o no hijos. En algún momento, pensé: «ya nunca voy a ser feliz. Si tengo hijos, voy a echar de menos no tenerlos; si no los tengo, voy a preguntarme cómo sería no haberlo hecho».
Tengo la impresión de que a partir de cierta edad, uno ya no es por completo feliz nunca. Son demasiadas las sombras de todo lo que podría haber sido. Demasiados los caminos que vamos rechazando, las versiones de nosotros mismos que se van quedando atrás.
A veces pienso que feliz-feliz, solo se puede ser en la veintena. No porque tu vida sea mejor ahí que en ninguna otra etapa de tu vida, que no lo es, sino porque solo en la veintena todas las posibilidades parecen abiertas, nada se ha quedado todavía atrás y el fantasma de tu propia mortalidad aún te queda muy lejos.
Echo eso de menos de tener veintipocos. Eso y enamorarme.
Y soy consciente de que podría elaborar mucho más sobre esto, pero tengo un montón de sueño.
miércoles, 21 de agosto de 2019
So Where Was I?
Mi persona favorita de Internet es Penelope Trunk. Mi segunda persona favorita de Internet es Isra Bravo.
Es mi favorito porque llevo casi una hora leyendo sus entradas de blog, que son también los mails que manda a su lista y que, por lo general, resultan bizarros o desconcertantes, pero que casi siempre son divertidos, macarras y un poco tiernos.
Isra debe de tener mi edad, más o menos, y cuenta cosas de mi generación que me hacen reír y recordar con nostalgia otras épocas en las que la vida me gustaba más. Últimamente la vida no me trata mal, pero ya casi nada me encanta. Ya no logro encontrar en mí las reservas de pasión infinitas que alimentaban antes este blog.
Últimamente, de hecho, estoy sumida en una espiral de nihilismo. Algo así como que todo me la suda y al final todos vamos a morir, así que para qué esforzarse. No es exactamente tristeza, ni depresión. Es más bien como estar ya de vuelta de todo. A veces vivir más o menos bien me parece un esfuerzo inmenso. A veces me gustaría morirme mientras me duermo y terminar de una vez con todo esto.
Vale, lo admito, suena medio depresivo. Pero no es en plan triste-querer-acabar-con-el-sufrimiento. Es más bien en plan pereza-querer-acabar-con-los-detalles-molestos. Porque ya lo he contado alguna vez aquí: que mi amiga Pilar decía que la vida está llena de detalles molestos y es verdad.
Está mi hija, claro. Pero el preoblema es que es tan difícil escribir sobre Alana sin que suene a cliché como lo es vivir la maternidad como si fuera algo único y apasionado y especial, en vez de algo que le sucede a la mayoría de la gente. No sé si me explico.
A ver:
Cuando yo tenía dieciocho, veintidós años, incluso veinticinco y veintiséis, y escribía aquí como si el mundo fuera a acabarse al día siguiente sobre la existencia, el amor, mis paseos por la Caleta en Cádiz, mis noches de pasión en el Micra rojo de mi ex y, en fin, La Vida, con mayúsculas, yo tenía la sensación de que lo que me pasaba era especial. No especial de interesante y digno de ser visto en el show de Truman, pero sí lo bastante mío como para sentirme una persona en tres dimensiones.
Ahora, con la maternidad, y quizá también con todo lo que ha pasado desde entonces, con Internet, y las redes sociales, y la cacofonía de voces, y esta sensación de que ya todo ha sido dicho y visto y hackeado, no me siento persona. Siento que estoy andando por un camino pisado por otro montón de gente y que lo que siento por Alana no es ni más ni menos que lo que se supone que tiene que sentir una madre.
Es probable que el problema sea que no escribo y por eso estoy hoy aquí. Creo que escribir otra vez en este blog, o en otro similar, mejoraría mi vida un 2000%. Creo que quizá podría aprender a sentir algo de pasión por mi día a día otra vez. Lo que pasa es que no sé si voy a ser capaz. Es así de triste. Soy capaz de un montón de cosas (¡ayer hice tres dominadas yo sola! No seguidas. Separadas entre sí por varios minutos. Pero ¡eh! Yo sola. Hacer una dominada estricta siendo mujer te coloca del tirón en el percentil noventa y nueve de fuerza) y no soy capaz de hacer esto, que es lo más importante.
Me gusta Isra, entonces, porque es una persona en tres dimensiones. Es real y auténtico, y estas dos palabras, real y auténtico, también se han convertido en algo muy gastado y que quiere decir que en tu página de "acerca de" cuentas un par de defectillos tuyos (¡soy demasiado perfeccionista! ¡Antes era como tú, pero luego cambié, y si yo puedo, tú también!). Pero Isra es real-real, como un buen personaje de novela, lo que entiendo que es en sí una paradoja.
Voy a intentar escribir aquí. Por mí y por mi hija. Por acordarme de ella y de nosotras durante estos meses y años. Alana ya tiene diez meses, ¿lo podéis creer? Lo escribo y me entran ganas de llorar. Está empezando a caminar apoyándose en el sofá. Va de un lado a otro persiguiendo cosas que le llaman la atención. Sonríe todo el rato. Tiene una carita muy graciosa y yo la veo guapa pero podría entenderlo si alguien me dice que es normal; lo que sí afirmaría sin temor a equivocarme es que sus ojos azules son como mi fuerza en dominadas: percentil noventa y nueve de belleza.
Lo voy a intentar, de verdad.
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