No tengo tiempo: de los veintemil trabajos que tengo que entregar en estas dos semanas, he hecho aproximadamente cuatro (lo que hace que me quede un total de diecinuevemil novecientos noventa y seis). No he empezado a estudiar, y desde mi estantería me miran de reojo inmensas montañas de apuntes que no he tocado aún. Se me acumulan las tareas de alumnos
No tengo dinero: aún no me han pagado la MALDITAMALDITA beca (¿y por qué cojones pagan en febrero? ¿Se supone que hasta entonces podemos vivir del aire?), he perdido 100 euros por ahí, se me ha ido un poco la mano con los regalos de navidad y los SUCIOS HIJOS DE PERRA de la administración de la facultad quieren cobrarme una asignatura de la que me quité. La insana costumbre de robarme a mí misma ha agotado mi cuenta de ahorro, y ayer me llamaron para decir que debo la última cuota de mi querido portátil. Por supuesto, el
No tengo suerte: se nos ha roto la lavadora (así que ahora, en lugar de encontrar tiempo para ponerla, debo encontrarlo para a)Ir a casa del Adri a hacer la colada o b)Lavar las bragas a mano y procurar no acercarme mucho a los demás seres humanos hasta que la arreglen. Se ha roto la barra de mi armario y la montaña de ropa amontonada en el fondo es un poco más grande de lo normal. El abrigo que me mangaron llevaba en el bolsillo el mp3 de Adri, y cuando el martes saqué un rato libre para ir a pagar la matrícula me enteré de que me había equivocado de plazo y tenía que ir a secretaría (otra vez) a pedir que me reimprimieran el justificante de pago (otra vez). Y en danza del vientre, que debería ser mi desconexión y mi descanso, estoy hasta los cojones de bailar con el puto velo.
Tengo ingentes cantidades de estrés emocional, intelectual y vital.
Pero, queridos, todo eso da igual, porque ahora mi vida tiene un sentido.
Gracias.