Mi gata, la dulce dulce Clementina, ha estado un rato haciéndome compañía detrás del portátil.
Así.
Desde que la gatusa vive en Málaga, su constitución ha pasado de graciosamente regordeta a preocupantemente obesa, gracias a la costumbre de mi madre de darle jamón york a demanda, de la que os hablaré otro día. Nuestro otro gato, Bandido, estaba ayudando a la Clemen a mantener un peso medio normal a base de bullying, pero desde que le castramos ya no es el mismo.
Después de un rato de paz humano-gatuna, cuando me disponía a empezar un post bucólico sobre lo estupendo que es estar de vacaciones, escribiendo, con el sol entrando por la ventana y la gata ronroneando feliz, la Clemen ha intentado comerse un trozo de algodón y la he regañado levemente. Como es una gata muy digna, se ha levantado, ha salido por la ventana y, después de balancearse un poco al borde del alféizar, se ha tirado en plan "adiós mundo cruel". Que vivamos en un adosado le ha quitado bastante efecto a su gesto, pero tengo que reconocer que el "plof" ha sido preocupante. Espero que se deba sólo al sobrepeso, porque la Clemen tetrapéjica tiene que estar insoportable.
Así que aquí estoy, inmovilizada en mi hogar como una Ana Frank moderna, sin moto por causas ajenas a mi voluntad, con la bicicleta desmontada por mi puñetera culpa y sin ganas de bajar andando desde mi bonito barrio residencial hasta el mundo habitado y no-pijo. Esta Semana Santa no me está gustando nada. Mi Mejor Amigo se ha largado a Chipre (¿vosotros sabéis qué hay de interés en Chipre? Yo tampoco). Mi querido Ex Novio está en el curso de meditación al que fui yo este septiembre, y como no puede llamar por teléfono en el tiempo que esté allí, no paro de mesarme los cabellos y preguntarme si se habrá vuelto loco ya o si, por el contrario, está camino de la iluminación. Ya no tengo Novio y, aunque lo tuviera, se habría largado a Senegal sin mí (cosas buenas de cortar conmigo: puedes irte a África solo y sentirte liberado en vez de culpable). Y yo podría llamar a mis amigas y pasármelo bien si no hubiera entrado ayer en un preocupante periodo de angustia existencial sin causa aparente.
Acaba de llamarme mi padre. Hay que ver este hombre, que basta con que pise yo Málaga para que anule sus compromisos y se desviva por verme. Me propone tomar una cerveza (80% de sus labores como padre; el otro 20% se divide en proporción variable entre llamar por teléfono y pagar la pensión alimenticia. Claro que ya tengo casi 23 añazos, y debería ir asumiendo que mi padre ya no puede hacer mucho más por mí, pero cualquier oportunidad de hacerme la víctima acerca de mi desestructurada familia es buena). Al menos me sacará de la Casa de Atrás y me dará un poco el sol en mi roacutanizado rostro. Y la cerveza no es mal remedio para la angustia (a corto plazo: a largo plazo causa adicción, cirrosis y demencia precoz, e incluso la angustia es mejor que eso).
Los Aliados avanzan por el frente Oeste, querida Kitty, y nosotros esperamos ansiosos la noticia de nuestra liberación. Espero escribirte mañana como la chica libre y divertida que un día fui.
Se despide:
Tu Marina I. Frank.