Está siendo un puente muy, muy extraño. Se me olvida que el puente de diciembre siempre me perturba porque está muy cerca de la navidad, y la navidad me perturba hasta límites insospechados. Es la época del año que más emocionalmente tarada me hace sentir, con diferencia.
Estoy sentada en el sofá de la casa de mi abuela, mientras mi perro apoya la cabeza en el sofá y hace unos gruñiditos guturales con una pelota de tenis en la boca. Si pretende que se la tire, va listo, porque yo ni saco al perro, ni alimento al perro, ni juego con el perro, que no es mi perro. Llamadme insensible. El caso es que ayer llegué de El Chorro un poquito mejor que muerta, que empiezo a sospechar que no tengo edad para tanto ejercicio físico combinado con dormir en el suelo de una tienda de campaña, y hoy he conseguido medio recuperarme, combinando cafés, siestas y analgésicos, y sobre todo escribir. Porque si hay algo que me incomoda de estar fuera de casa es no poder sentarme a solas frente al ordenador para escribir un rato.
La escritura moldea mi percepción de la vida de una forma curiosa. Me ayuda a ordenar lo que vivo, y, sobre todo, me da el sentido de mí misma como persona que escribe y que así consigue alzar la voz. De verdad, de verdad que no termino de entender cómo lo hacéis el resto. Por eso estos días campestres andaba sintiéndome un poco rara, como perdida, y me preguntaba por qué si todo iba bien: escalar, estar con los amigos, ir y venir y disfrutar del sol increíble de Málaga en diciembre. Y creo que es por dos cosas: la primera, porque yo me siento más sola si estoy rodeada de gente. Empiezo a percibir con claridad la barrera que nos separa a los humanos por el simple hecho de ser eso, humanos, y me entra la angustia tremenda de no importarle a nadie y me saturo y no puedo respirar. Además, si no escribo me pierdo. Si no tengo mis ratitos de sentarme a solas a anotar la vida, es como si se me escurriera entre las manos en un todo difuso de experiencias y sensaciones que se me mezclan y me aturden.
Ahora estoy así, aturdida, sin saber muy bien cómo voy a atravesar estas semanas que le quedan al año. Llega la navidad, ya lo he dicho, y de verdad que me aberra. Su obligatoriedad, lo mucho que brillan la carencia y la tristeza cuando uno las tiene en medio de esa supuesta felicidad obligatoria. Los días cortos, las noches largas, el frío húmedo de costa que no se quita por muchas mantas que uno se eche encima por las noches. Acordarme de otras navidades más o menos afortunadas, de J. y yo comiendo caramelos de chocolate rellenos de toffee mientras buscábamos regalos en el Hipercor. Pensar por enésima vez un regalo absurdo para mi padre, recibir por enésima vez un "cómpratelo tú, que yo te lo pago luego" de su parte. Quedar con mi padre y su mujer, la persona más malvada de mi vida real. Las cenas, las comidas, el décimo de lotería, más cenas, más comidas, mantecados, la sensación angustiosa de que tu cuerpo es un blandiblú.
Ya llegará el momento de hacer balance de este 2011 que se acaba. Digamos que hay muchas cosas que pensé que cambiarían y no han cambiado, como el Acné del Averno o mi soltería sentimental. Hay otras que pensé que no cambiarían y han cambiado, como mi estatus social gaditano, empezar a escalar, escribir todos los días o tener sexo con alguien que no fuera J. El tema es que recuerdo que como deseo pedí "alguien a quien querer y cuidar", y bueno, ese alguien no ha aparecido, aunque siempre se puede querer y cuidar a los que tenemos cerca, y eso intento. El otro día soñé que me cogía de la mano con un chico desconocido: no había sexo ni amor ni casi palabras en ese sueño; solo estábamos sentados juntos, había más gente alrededor y todo lo que recuerdo es cogerle de la mano y apretársela, como diciendo "estoy aquí y tú también, estamos juntos y eso es lo que importa". Y esta noche he soñado que se acababa el mundo porque todo se inundaba, y yo caminaba sola por el resquicio de tierra que quedaba junto al agua, con una mochila grande de acampada y una navaja en la mano. No tenía miedo, sólo sabía que tenía que salir adelante y que nadie iba a ayudarme a hacerlo.
Así que tal día como hoy, sobrellevando como puedo estos sentimientos de soledad que me acompañan últimamente, corrijo: quiero a alguien a quien querer y cuidar Y que me quiera y me cuide. A alguien que me coja de la manita en las horrorosas reuniones sociales navideñas y me diga "estoy aquí y después vamos a casa, no pasa nada, no te preocupes". A alguien que me quiera y me vea, que piense en qué necesito y me lo regale envuelto en papel de colores. Lo peor de este asunto es que ahora mismo como que he perdido la esperanza en ese sentido: me parece ciencia ficción que alguien me quiera, y eso es terrible. Sé que MQEN tiene razón: que no hay que pensar ni esperar ni darle vueltas, porque al final las cosas simplemente suceden, y uno tiene que centrarse en ser el tipo de persona que quiere ser. Pero el hecho de no tener esperanza me parece más triste todavía que no tener pareja.
A veces, cuando me pongo metafísica y me harto de la paleodieta, me pregunto si el Acné del Averno no será más que un reflejo de ese convencimiento íntimo de que no le puedo gustar a nadie siendo como soy. Estos días en el campo tenía la cara fatal, pero fatal fatal mortal de necesidad, de no encender la luz del baño del camping para no verme en el espejo, y había momentos en que no podía dejar de pensar "¿cómo te va a querer alguien con estas pintas?" lo cual es muy, muy triste y muy, muy doloroso, sentirte así de invalidada por algo sobre lo que no tienes control.
En fin, yo qué sé, me estoy deprimiendo. No sé muy bien qué quería escribir hoy, y de hecho ésta es como la cuarta versión del post que tengo. Sé que mi ciclotimia me devolverá a la alegría en unos cuantos días, pero odio esta época del año y esta oscuridad prematura, y al final esa tristeza también se acaba filtrando en lo que escribo. Le quedan veintidós días al año. Veintidós días en los que estoy dispuesta a sorprenderme. Después ponemos de nuevo una marca aleatoria en el continuo del tiempo y empezamos a contar: otro capítulo, otra aventura, otra ilusión. Yo ahora me agarro al teclado del portátil e intento resistir los embates del tiempo y este ligero mareo que me aprieta las sienes con un dolor intermitente. Y a lo mejor de esto va la vida: este capear el temporal como buenamente se puede, este intentar respirar cada vez que sacas la cabeza del agua, este confiar contra todo pronóstico, contra toda lógica humana; este seguir esperando las cosas buenas con una fe que a veces raya la estupidez.