Nada más lejos de la realidad (me encanta esa expresión).
¿Qué estoy haciendo con mi vida?
1. Trabajar. Penosamente. Quiero terminar el PIR. Me quedan seis meses. Cada uno de estos días de trabajo se desliza despacio, como una gota al final de una estalactita. Necesito terminar el PIR, lo digo en serio y, mientras eso llega, me agobio por tener que dedicarle mis mejores horas al SAS. Estoy hasta el potorro de ser residente, y me da igual quién lea esto. Jefes, tutores y compañeros: estoy. hasta. el. potorro.
Esa situación laboral me tiene la energía por los suelos. Llego a casa a las tres y pico con ganas de dormir la siesta y morirme, por ese orden. Yo sé que esto es muy de buscar excusas, pero creo de corazón que la cosa escritora va a mejorar cuando pueda sacudirme de encima las manos pegajosas de la sanidad pública.
2. Morir de amor. Lo que nadie te dice cuando encuentras al amor de tu vida es la de tiempo que requiere. De repente es como descubrir una afición nueva. O una religión. Desde que estoy con Pablo, soy una conversa: me he convertido al Pablismo. Y claro, el Pablismo tiene sus rituales, como los veinte minutos de acurrucamiento matutino pre-laboral, las pausas para abrazos en cualquier actividad compartida, las excursiones al Royalty para tomar tarta de limón y (oh, sí, wait for it) el SEXO.
Por no hablar de la escalada a dos. Pero de eso trataremos en el siguiente punto.
De momento, vamos a dejarlo en que amar requiere tiempo y un preocupante y profundo cambio de estado mental. Nunca me había sentido tan unida a alguien como a este chico. Es muy raro. No se trata sólo de sentir cosas y hacer cosas; como ya he explicado en algún otro post, siento que se ha ampliado mi conciencia. Que yo sigo pensando lo mismo, pero que esos pensamientos resuenan en Pablo, y que de alguna manera también pienso sus cosas. Es raro. Entra en la cama a las cinco de la mañana, después de haber estado trabajando toda la noche, y sus pies están helados, como imagino que estarán los pies de los cadáveres. Yo se los caliento con los míos mientras le susurro "muahaha, ¡¡siente lo que es ser mujer!!", y sé que estaba tan concentrado frente al ordenador que se le ha olvidado que tenía frío, y que puedo imaginar perfectamente que le pase algo así.
Quiero mucho a este chico, lo digo en serio.
Pero, volviendo al tema, que se me olvida, el amor me ocupa tiempo. Porque, además, yo soy una novia entregada. Soy una novia ardiente como una Juana de Arco del amor. Tonterías, las justas.
3. Escalar, entrenar, etc. Cuidado con lo que deseas. Es decir: si deseas un novio que ame enfermizamente la escalada, cuidado, porque podrías acabar con un novio que ame enfermizamente la escalada. Y si quieres a alguien con quien entrenar y trepar, cuidado, porque podrías terminar compartiendo entrenamientos inhumanos de cuatro horas con un argentino chiflado que, cuando estás hasta el mismo e intentas estirar en el suelo, te pregunta, como quien no quiere la cosa, si has hecho suspensiones en los romos y lo bien que te vendrían unos abdominales antes de acabar.
Mirad qué bien que nos lo pasamos.
El problema es que la escalada es una amante mucho más exigente que Pablo.
Escalar es genial, pero pulveriza una proporción de tiempo y energía enorme. Que no me importaba cuando no tenía que hacer un hueco en mi agenda con el rótulo "besos", pero ahora se suma a todo lo demás.
4. Poco más. En serio. Es que no sé dónde se van mis días. Me acuesto hecha polvo y sin haber parado un momento, ni a tirarme en el sofá a ver Grey, ni a leer. Nada. Alguien se está fumando mi tiempo, y lo digo en serio.
Y os dejo, porque como parte integral de mi enésimo intento por volver a mi camino, ahora estoy levantándome con las gallinas y escribiendo antes de irme al trabajo. Y, como sospechaba, no hay nada bueno en eso, porque justo ahora, que estoy aquí más a gusto que un arbusto, tengo que levantar mi culo en pijama de la silla e irme al hospital a escuchar una charla de tres horas sobre la entrevista estructural de Otto Kernberg.
Matadme.