lunes, 19 de mayo de 2008
Nunca podré ser la musa de un escritor
Recuerdos
Cuando él la dejó, ella se dio cuenta muy pronto de que, puesto que había pasado los dos últimos años a su lado, casi todo lo que había hecho, leído, oído y casi pensado durante ese tiempo le recordaba a él. El dolor era tan grande y tan parecido a una aguja traspasándole en pecho que decidió buscar una solución. Con la ayuda del Photoshop, el procesador de textos y su imaginación, inventó todo un pasado alternativo que no tenía nada que ver con él. Detalló mes a mes los viajes que había hecho sin él, las personas a las que había conocido, los tíos a los que se había follado (todos guapos, todos interesantes, todos locos por ella). Escribió que la primera vez que escuchó la canción que solían bailar abrazados estaba en un bar del centro, tonteando con un divertido actor de teatro. Escribió que era aquel gallego tan tímido que nunca bebía café quien le había hablado por primera vez de Houellebecq y de Stefan Zweig. A partir de su ingeniosa maniobra, paseaba por la calle enlazando silenciosamente los estímulos externos con sus falsos recuerdos, sustituyendo la aguja afilada por una agradable descarga de nostalgia. Consiguió ser razonablemente feliz durante bastante tiempo.