Por ejemplo: Celtas Cortos, el grupo de música. Ayer estuve viendo unos vídeos en los que tocan con la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Son una gozada, aunque solo sea para ver lo bien que se lo pasa la ¿violista? que está justo detrás del cantante.
¿Por qué pegaron los Celtas el pelotazo?
Primero, tenían un sonido único. No sé mencionar a otro grupo español que se les parezca; por otra parte, eso tampoco quiere decir nada, porque tengo más o menos la misma cultura musical que mi hija de dos años. Pero desde mi ignorancia los veo frescos, con buenos arreglos, ritmos pegadizos y una energía contagiosa.
Luego estaba la voz de Cifu, su cantante. No es una voz bonita, no es agradable, no es la voz del que deja boquiabiertos al jurado de America's Got Talent... pero chorrea personalidad por los cuatro costados. Lo oyes cantar y sabes que es él aunque, como yo, no fueras especialmente fan de los Celtas.
Tenemos la imagen del grupo: la calvicie (o afeitado, llámalo como quieras) de Cifu es otro ingrediente que no podemos pasar por alto. Ya no solo identificas fácilmente al grupo por su sonido: visualmente, también los distingues al momento entre veinte grupos como ellos.
Y, por último, las letras: por una parte, la revolución fácil y palatable de canciones como Tranquilo majete o Haz turismo, que te permitían, como adolescente de los noventa sin Twitter, sentir que protestabas y que estabas políticamente implicado. Por otra, la angustia romántico-existencial de La senda del tiempo o Lluvia en soledad, que condensaban en un par de frases lo que es ser joven, estar enamorado y sentir que te arrancan las tripas y el mundo se te derrumba porque la chica que te gusta no te hace caso.
La más genial de sus canciones es, claro está, Veinte de abril. Sobre esa canción se podrían escribir tres o cuatro libros de marketing. Primero, por el nombre, que hace que todos los años, cada veinte de abril, te acuerdes de la canción. Todos los puñeteros años, cada vez que escribías la fecha en la hoja del instituto, luego de la universidad, luego del trabajo, luego de un informe del curro. Lees veinte de abril y empiezas a tararear. Con ese título, tienes una campaña de publicidad anual gratuita garantizada.
Pero es que además, Veinte de abril contaba una historia que hemos vivido todos; y que, si no hemos vivido porque somos demasiado jóvenes, podemos anticipar que viviremos en algún momento. Es jodidamente brillante. Puro subtexto. Se lo dices todo sin decirle nada. Tú qué tal, chata, ¿todo bien? Por aquí bien también. Hala, nos vemos. Y tú ves que tiene el corazón roto, y que nunca se le va a arreglar.
Yo no tengo claro si la destinataria de la carta era una ex novia; en mi cabeza, es la amiga con la que nunca llegó a pasar nada. Él era el pardillo de la guitarra, el torturado friki con granos que tocaba canciones oscuras mientras la guapa se enrollaba con el guapo entre unos arbustos, y nunca reunió el valor para decirle nada hasta ahora, el veinte de abril del noventa que, por lo que sea, se ha acordado de ella y de unos tiempos que nunca volverán a ser iguales.
Y como todos tenemos esas nostalgias, y si no las tenemos nos las imaginamos, todos conectamos con esa canción. Para colmo, cada año, cuando la recuerdas, echas la cuenta: veinte de abril del noventa. Han pasado (X) años desde que salió. Madre del amor hermoso. Y la nostalgia se aviva y se recrudece y te retuerce las entrañas, y te vas a Youtube, y te ves un vídeo de un directo y lloras por tu juventud que no volverá.
Así, desde la distancia, lo inimaginable es que los Celtas no la petaran. Lo tenían todo. Aun así, me pregunto, como siempre que pienso sobre un gran éxito, cuan cerca estuvieron de que nada de eso sucediera nunca. De que alguien dijera que lo de meter violín y flauta en las canciones era demasiado raro, que ponerle la fecha a la canción no vendería, que con Haz turismo se iba a ofender alguien. Que el Cifu se tenía que hacer un transplante de pelo y, ya puestos, mejor que cante otro con mejor voz. Que mejor la maqueta no la mandamos, qué tontería, vamos a sacarnos una oposición.
(Acabo de leer que, de hecho, Cifuentes llegó a sacarse una oposición)
Y ahora no sé si publicar este post o dejarlo para el veinte de abril del año que viene.