massobreloslunes: 03/27/07

martes, 27 de marzo de 2007

Amigos invisibles o la imprevista soledad infantil

Este post se lo dedico a mi colega el Adri, que me lee en silencio, como las hemorroides. Porque él es mi amigo visible y porque le hace mucha ilusión salir en este blog tan chungo

Hay muchas formas de dividir a la gente: hombres y mujeres, niños y adultos, negros, blancos y chinos. Hay otras categorías más peculiares: la gente a la que le gustan los hoteles y a la que no (esta división es de Rosa Montero), los que quieren ver los trailers de las películas y los que no (esta es mía). Hoy se me ocurre una nueva división: los que tuvieron amigos invisibles en su infancia y los que no. Juzgad vosotros cuál de los dos bandos os inspira más simpatía; personalmente, no creo que tuviera mucho trato con quien no haya sido capaz de crear, por lo menos, un par de absurdos colegas intangibles para acompañarle en sus travesuras.
Yo sí que tuve, y no uno ni dos, sino varios. Uno de los que más me duró fue Shanshai, un pájaro verde y naranja que volaba conmigo y se posaba en mi hombro cuando yo le llamaba. Le recuerdo planeando sobre el campo de deporte en las clases de educación física, mientras yo envidiaba su libertad y trataba sin éxito de colar el balón en la canasta.
También tuve un dinosaurio pequeñito, herencia de “Santi y Nona”, unos libros de cuentos infantiles que había en la biblioteca del colegio. Del dinosaurio recreé incluso su nacimiento: le vi salir del huevo en el centro justo del patio de recreo, mirándome sonriente desde la cáscara partida en dos.
Sin embargo, el despiste no es bueno para los amigos invisibles. Era mi mente la que los mantenía vivos; sólo estaban allí en la medida en que yo les miraba. Si, como ocurría a menudo, me distraía pensando en las clases o en los deberes, mi pájaro y mi dinosaurio desaparecían, y se mosqueaban muchísimo cuando volvía a acordarme de ellos. Al final concluí que, para ser invisibles y modelados a mi imagen y semejanza, eran bastante trabajosos, así que lo dejé estar.
Y aunque ahora debería, en pro de mi dignidad, acabar este post y meterme en la cama, tengo que confesar algo. Tuve otro amigo invisible a una edad bastante avanzada (no pienso revelar cuál). Me lo imaginaba como un chico de esos de los catálogos del corte inglés, rubio y limpio, guapo y cálido al mismo tiempo. Él estaba enamorado de mí, pero enamorado como un hermano o como alguien que sólo quiere protegerte a toda costa. Se enfadaba un poco si me iba con otros o si le olvidaba un tiempo, pero en seguida volvía a ser alegre y dicharachero y a hacer burlas detrás de los profesores durante las clases. Se metía mucho conmigo, no os creáis, pero no había malicia en sus palabras; su amor era tan incondicional que ni mis torpezas de niñata podían menguarlo. Una de las escenas que más me gustaba imaginarme era la de él sentado en el borde de mi cama, acariciándome la cabeza mientras me dormía.
¿Qué queréis? Cada uno se cura la soledad como buenamente puede, y mi manera era ésa. No recuerdo cuándo le dije adiós; supongo que se desvaneció sin protestar, sabiendo que había cumplido su función, y se fue con alguna otra adolescente solitaria, a decirle constantemente lo fantástica que era y a velar junto a su cama hasta que se quedara dormida.