massobreloslunes: 12/28/11

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Balance del año, I: 12 momentos


(AVISO: Post Muy Largo... id al baño, haceros un café, cambiad de blog... whatever)

Enero

Estoy haciendo tiempo en la estación de tren de Cádiz hasta que salga el tren en dirección a Madrid, donde voy a pasar el fin de semana con mi familia. Hace escasamente media hora me ha llamado Arantxa. Que queremos compartir esto contigo, Marina, me dice. Que estamos la PK, Elsa y yo, y que Elsa dice que tiene un retraso y que ella normalmente es súper puntual. Está preñada, seguro, salto enseguida, no sé por qué, pero lo intuyo. Hablo con Elsa, le pregunto si nota "cosas especiales" en la tripa y cuándo coño se piensa hacer el predictor. Cuando venga Andrés, me explica, así que me quedo con la intriga, agarrada con desesperación a la barra del autobús de línea. Ahora estoy aquí sentada, hace un día de Enero helado y luminoso y el sol entra por los grandes ventanales de la estación. Así que miro al frente, al mundo soleado y brillante que me muestran las ventanas, y pienso: está embarazada. Mi amiga Elsa está embarazada. Viene un bebé al mundo y es de Elsa.


Febrero

Son las nueve de la mañana de un miércoles. Acabo de terminar de desayunar en el bar que hay frente al centro de salud mental y me he venido al despacho a corregir test y pasar historias al ordenador. Entonces entra el MIR de psiquiatría. ¡Hola, MIR!, le digo, contenta. ¡Hola, PIR! contesta él. Así nos llamamos el uno al otro, MIR y PIR, como dos personajes de dibujitos animados. Entre él y yo se ha cimentado una de esas amistades poco estridentes pero sólidas, y en estos días de invierno, cuando empiezo las mañanas deseando que alguien le prenda fuego al centro para no tener que ir, el MIR es la isla de contacto humano que impide que me muera de pena.

Me gusta cuando estamos como hoy, él frente a mí contándome algún caso o hablándome del máster de psicopatología que ha empezado; yo corrigiendo tests a infravelocidad, peleándome con el sistema informático del SAS y criticando a mi jefe. Detrás de nuestra puerta cerrada está el mundo feo y adulto en el que no tenemos más remedio que integrarnos, pero aquí dentro somos él y yo: algo no sé si mejor, pero sí más joven y más ilusionado, y eso me alivia.


Marzo

Es lunes de carnaval, y me levanto tarde aunque ayer no salí. La PK está durmiendo en el sofá de mi salón; ella sí salió anoche, así que no cuento con que emerja de entre las sábanas hasta dentro de un par de horas. Me pongo a hacer café en mi cocina armario y, sorprendentemente, la PK se despierta con el ruido y empieza a contarme la de ayer: una historia chunga con un chaval al que conoció hace unos años, de estas que es bonita pero no tiene futuro.

Y mientras yo doy vueltas por la casa, preparo café y recojo un poco el salón, ella sigue relatando lo que pasó ayer con los ojos tristes y manchados de rímel, y a ratos dice "me duele el corazón", y sé que lo dice de verdad. Le pongo café, la abrazo, no sé muy bien qué puedo hacer para animarla... y ella sigue repitiendo que le duele el corazón, sentada en la cama como Frida Kalho y sin entender por qué las cosas del querer casi nunca son justas.


Abril

Voy en tren a Sevilla para servir en un curso de Vipassana. No quiero ir, no quiero, no quiero, y todo lo que pienso es que ahora mismo podría darme la vuelta, coger otro tren para Cádiz y llamar a J. Porque apenas hace un par de semanas que estuvimos juntos en Granada y lo pasamos muy bien, tuvimos un sexo fabuloso, y si me bajo del tren y le llamo seguro que le apetece venirse unos días. Y a mí me apetece él en mi piso: verle amanecer en mi cama maravillosa, en mi cuarto azul, ducharme con él en el espacio reducido de mi mampara, desayunar cereales con café mientras entra la luz blanca de Cádiz por el balcón. Quiero pasear con él por la calle y tomar café en la croisantería francesa que hay junto al mercado, quiero ver cómo se entusiasma como un niño con los vendedores de erizos y las olas largas de la playa de Santa María.

Pero me he comprometido a servir, me he comprometido a meditar y debo ir. Así que sigo adelante mientras el tren traquetea, con las manos agarradas a los brazos del sillón, alejándome de Cádiz tanto como sin saberlo me estoy alejando de J.


Mayo

Es la noche de mi cumpleaños, y Luna y yo hemos ido a cenar sushi en un restaurante cerca del Paseo del Prado. Llevo cinco días en Madrid con ella: cinco días preciosos que hemos pasado básicamente hablando y mirando zapatos. Ayer por la noche Fede Comín me dedicó un disco, y hoy me he comprado una moleskine en una preciosa tienda de libros y café que se llama "La Buena Vida".

Charlamos, aunque más bien podría decir que charlo yo, porque esta noche, no sé por qué, estoy como un poco triste. El sushi de anguila está riquísimo, y Luna me mira desde el otro lado de la mesa con el pintalabios color coral brillándole en medio de la piel blanca y perfecta. Luna escucha muy bien mientras le hablo de mi familia, de los tíos y del acné del Averno. Me siento dolorida y vulnerable, y un par de veces se me saltan las lágrimas mientras hablo, pero al mismo tiempo sé que esto es bueno. Porque aunque haya cosas que duelan, hoy cumplo veintiséis años y todo está más o menos bien.


Junio

Estoy sentada en la plaza mayor de Grazalema con Juanma, un chico al que conocí hace apenas tres horas. Tomamos café mientras esperamos a que llegue el profesor que nos dará el curso de escalada, un tal Jose Capote. Juanma y yo hemos venido charlando alegremente desde Cádiz; es un poco intenso y nada guapo, pero no parece mala gente.

Entonces aparecen un hombre y una mujer al otro lado de la plaza y enseguida sabemos que son ellos, porque tienen toda la pinta de ser escaladores. Ella está increíblemente fibrosa y tiene los dedos anchos y aplastados; él sonríe a menudo con unos ojos verdes preciosos y se le marcan los hombros por debajo de la camiseta. Se piden otro par de cafés y empiezan a explicarnos cosas sobre el curso: que si el material, que si los nudos, que si las caídas. Ella nos dice que hay un grupo de gente en Cádiz que está empezando a escalar, que después del curso a ver si nos damos los teléfonos por si nos apetece ir con ellos. Pero no sé, yo lo veo lejano y difícil, porque aunque siempre he querido escalar, nunca he pensado que pudiera hacerlo. Seguro que esto es una cosa de dos días. Seguro que me gusta, pero no tengo claro que vaya a seguir con ello.


Julio

Estoy aparcando la moto en la playa de Cortadura cuando me suena el teléfono. Yo sé perfectamente quién es, pero cuando veo el número largo en la pantalla no me queda más remedio que contestar "¿sí?", y entonces escucho una voz dulce y alegre que me dice "qué pasa, vergonzosa". Me aturrullo un poco mientras sujeto el teléfono con una mano y con la otra agarro la bolsa de playa y la silla caletera. Qué acento más gracioso tienes, me dice él, no me lo imaginaba leyéndote. Pues anda que tú, con todas esas eses, contesto yo.

Hablamos dos horas seguidas, parando cinco minutos para que yo me dé un baño. Luego a él se le acaba la batería, pero me vuelve a llamar por la noche, después del roco, y yo no puedo creerme que exista alguien así, con esa mezcla inquietante de sinceridad y dulzura. Cuando colgamos no puedo dormir, así que me paso lo que me parecen horas tumbada bocarriba en la cama, sin taparme porque hace demasiado calor, con los ojos muy muy abiertos y la preocupante intuición de que esto es algo gordo.


Agosto

Voy en el asiento del copiloto de una Transporter, en una carretera del norte, camino a León. Él conduce a mi lado y habla de los campos de trigo en primavera, que son como un mar verde que se agita con el viento. La única época del año en que me gusta Valladolid, dice. Huele muchísimo a una colonia cara, y aunque en otras circunstancias me parecería excesivo, ahora mismo no me importa. Porque a él le hacen juego los ojos verdes con la camiseta y puedo ver la curva de su nariz y debajo su sonrisa, y sé que el olor de esa colonia será para siempre el olor de él, de este momento en que sólo puedo pensar en que vaya pedazo de maromo que me voy a calzar en las próximas horas. Y ahora mismo, aunque aún no haya pasado nada, todo es perfecto, porque aún somos él y yo, aún somos las voces ingenuas al otro lado del teléfono y, por otra parte, estamos aquí, y apenas nos separa un metro de espacio real. Y yo sé que nunca nada será mejor que este momento, esta certeza y esta anticipación porque, como decía nosequién, lo mejor de ir de putas es subir la escalera, y a partir de ahí todo va a peor.


Septiembre

La novia va a hacer su entrada, por favor, pónganse todos en pie, dice la jueza que está oficiando la ceremonia. A mí me sudan las manos sobre el papel del discurso que leeré en un rato, y tengo la terrible intuición de que me voy a dejar un tobillo con estos tacones. Sergio está de pie al principio del pasillo y mira a lo lejos. Entonces aparece Esther, que va preciosa con un vestido tipo griego y los rizos negros cayéndole por espalda, y suena una música italiana que no conocía. Meravigliosa creatura, dice la letra, meravigliosa paura. Maravilloso miedo, y eso es un poco lo que parece que tienen ellos. Y cuando por fin se ven se sonríen, se reconocen, casi avergonzados en medio de todo este tinglado, pero contentos. Cómplices. Y pienso en la suerte que tienen y en si yo alguna vez compartiré con alguien ese tipo de mirada, esa expectación, ese miedo maravilloso.


Octubre

Me estás mirando, llevas mirándome toda la noche, con esa mezcla cruel entre interés y pasotismo y, joder, es que estás muy guapo con tu sudadera naranja y la camiseta negra que te has puesto debajo. Te pareces un poco a Eminem, así tan rubio, con el pelo rapado y la capucha por encima, pero no te preocupes, que Eminem tiene su punto. Hemos oído a Vetusta, yo he cantado y bailado y me he emocionado muy muy mucho. A ti te ha gustado más el DJ de después, que no te conocía yo esa afición por la música electrónica, y ahora los dos vamos un poco borrachos y un poco puestos y hemos salido a fumarnos un cigarro. Y me estás mirando con las pupilas dilatadas, me estás mirando y yo te estoy mirando a ti, y algo intuirás cuando te levantas y dices "no puedo, no puedo, de verdad que no puedo", pero luego no sé cómo tenemos las bocas pegadas y uf, cómo hueles y qué suave tienes la espalda, pero no puede ser, no puede ser y me alejas con las manos extendidas mientras yo te miro, te miro como se mira lo que ya no se va a tener nunca.


Noviembre

Tienes que escribir un post que se llame reaching the top, me dice Kpot mientras caminamos en dirección a la vía que está probando. Claro, porque no todo va a ser darle cuatro pegues a la vía y caerse en la reunión, ¿no? A veces se llega. A veces se llega, y en ese momento no me doy cuenta del poder metafórico de las palabras que utilizo, porque estoy muy contenta de haber conseguido por fin encadenar "No es broma, es Kanfor", 6a+. Ese momento en que el encadene es posible, y entonces de repente te da miedo. Estás ahí arriba, has hecho el último tramo super despacio para no caerte por apresurarte, como la vez anterior. Y sabes que te quedan diez segundos, lo suficiente para agarrarte del canto con la derecha, coger la cuerda de tu cintura con la izquierda, deslizarla entre los dedos y chapar la reunión. Pesan todos los metros de cuerda que llevas debajo, te da miedo que no te queden fuerzas ni para abrir el mosquetón con los dedos, pero tienes que intentarlo, lo intentas y lo consigues, y conseguirlo te parece casi más irreal que caerte. Y para cuando escuchas los gritos de tus amigos y el Kpot te baja a toda velocidad para abrazarte, apenas te ha dado tiempo a asimilar que has llegado, que you have reached the top.


Diciembre

Hoy no te trabajado. Ha sido el primer día de mis vacaciones de navidad y me he levantado tardísimo, para variar, porque llevaba una época que parecía una de esas viejas que despega los ojos a las ocho y ya no puede volver a quedarse dormida. Pero hoy no sé si será porque me ha bajado la regla y me encontraba un poco débil, que hasta las doce he estado metida en la cama, eludiendo la realidad bajo mi nórdico. Después he paseado hasta el hospital para entregar el impreso de las vacaciones, vestida con los pantalones anchos que uso para escalar, una camiseta, un polar rojo, gafas de sol y el brillo de labios de Chanel que me han regalado por navidad. Me sentía guapa y pelirroja bajo el sol brillante del mediodía. Porque vaya sol más brutal, vaya diciembre piadoso que nos está regalando Cádiz. Caminaba por el paseo y a mis pies veía a gente jugando a la pelota, haciendo el pino, corriendo descalza sobre la arena: todo tan idílico y precioso que no te lo podías creer.

Luego, a la vuelta, he parado en la heladería. ¿Tienes alguno sin azúcar? Fresa y nata, ése de ahí. Pues dame de turrón, que fresa y nata no me apetece y, además, estamos en navidad. El heladero se ha encogido de hombros, rollo a mí qué me cuentas, y yo he caminado hacia la orilla sujetando la tarrina con mis dedos de uñas rojas. Me he sentado frente al mar y me he comido mi helado despacito, saboreando el frío en el paladar mientras me daba el sol en la nuca descubierta. Podía oír las olas, y todo estaba tan vacío y expectante como sólo pueden estarlo los días de finales de diciembre. Y he sido feliz, de verdad. Por un momento perfecto y total, he sido feliz.