Cuando era pequeña me quemé la yema de un dedo con una cerilla. Lo hice porque quería saber qué se sentía al tocar el fuego. Todavía recuerdo la ampolla que se formó y cómo se metía la arena debajo de la piel muerta cuando empezó a cicatrizar. A veces lo pienso y me sorprende ser capaz de identificar el momento en que descubrí algo tan básico como que el fuego quemaba.
Hoy, con veintiséis años, cuando pensaba que me quedaban pocos instantes de esa simplicidad mágica, he sido capaz de ver el momento justo en que surgía el amor.Cómo en mi corazón, en un lugar donde antes no había nada, ahora hay una llamita potente de un cariño intenso y nuevo que no va a hacer más que crecer.
Hoy he conocido a Tahira.
Enhorabuena, Els. Y gracias.
miércoles, 31 de agosto de 2011
jueves, 25 de agosto de 2011
El viaje interior y el viaje exterior
Escribir sobre viajar me resulta complicado. Creo que es porque pienso que a los lectores no les va a interesar, ya que cuando la gente me cuenta sus viajes a mí sólo me interesa moderadamente. Eso me lo dijo una vez mi amigo A., el que no me habla, que tenía entre sus virtufectos (palabra que acabo de inventarme y que quiere decir que algo es a la vez una virtud y un defecto) que era muy sincero. Me dijo: "Enséñame las fotos de tu viaje si quieres, pero en realidad las fotos de otra gente me interesan poco". Dejando de lado su crudeza, no le falta razón.
Yo no soy una gran viajera. No sé si es porque no me interesa mucho o porque no he viajado lo suficiente como para que me pique el gusanillo. Decir que viajar no te interesa mucho es como decir que no te gustan los perros: un tabú en nuestra sociedad. Ojo, que no es que no me guste viajar; me gusta un montón. Simplemente, no lo priorizo. En los últimos años he dedicado gran parte de mi tiempo libre y mi dinero disponible a meditar. Mi amiga Elsa dice que a lo mejor ya hemos ocupado muchas vidas pasadas en tener experiencias emocionantes e irnos de fiesta, y que en ésta toca el viaje interior. No tengo ni idea. A mí me ha cuadrado así y ya está.
El tema del viaje interior versus el viaje exterior para mí ha estado claro por lo siguiente: yo no era feliz. Cuando uno no es feliz no importa lo mucho que huya: su infelicidad le perseguirá como su sombra. Creo que ya os he hablado alguna vez de mi gran enemiga existencial la angustia. Estar angustiado es horroroso. Cuando leí "Espartaco", en la parte final, cuando los crucifican a todos en la Via Apia, el autor habla de que hay quien se daba golpes en la cabeza contra el madero para morirse antes. Así me siento yo con la angustia. Quiero golpearme la cabeza contra la pared para que desaparezca. Ahora me pasa menos, pero antes de empezar a meditar tenía épocas en las que me pasaba así semanas. Semanas ininterrumpidas de querer golpearte contra un muro. Imaginadlo.
Cuando tenía veintidós años me di cuenta de que mi vida era estupenda: tenía un bonito piso en el Realejo, un novio moderadamente guay, una carrera que me encantaba, amigos, aficiones, una ciudad soñada y una familia disfuncional a nivel estándar que me quería bastante. Y aun así estaba angustiada. Ahí fue cuando decidí que me iba a meditar y mi vida cambió para siempre. Ahora considero que tuve un montón de suerte. Si mi novio hubiera sido un capullo o mi carrera una mierda, habría pensado que bastaba con cambiar eso para ser feliz. O que necesitaba irme a otro país o a otra ciudad. En lugar de eso, empecé a meditar. Goenka, el industrial birmano que organizó los cursos a los que yo voy, dice algo así en la introducción de un libro sobre Vipassana: "Cuando descubrí la meditación, fue como si toda mi vida hubiera vagado por calles oscuras y de repente alguien hubiera encendido la luz".
Confesión: llevo sin meditar un montón de tiempo. No sé exactamente por qué. MQEN dice que con esto de la meditación dar un paso hacia atrás es dar veinte. Es muy, muy fácil dejarse ir, sobre todo si uno se encuentra moderadamente bien. Mi madre dice que para meditar hay que encontrarse un poquito mal: si te encuentras bien, no meditas porque piensas que no te hace falta, y si te encuentras mal no puedes meditar porque estás muy desequilibrado. Yo ya he dicho que creo que últimamente estoy un poco desequilibrada, pero al menos es un desequilibrio en plan inocuo y guay. También creo que no voy a hacer nada de lo que no esté muy convencida. Meditar es duro de narices. Si no estás convencido se convierte en una tortura. Aun así, yo sé que volveré a meditar. Está ahí. También sé que todo el esfuerzo que he hecho hasta ahora ha dado frutos, aunque tenga que cuidarlos para que no se pochen.
¿A qué venía esto? Creo que al tema del viaje interior y el viaje exterior. De un tiempo a esta parte sí me apetece más viajar por fuera. Creo que estoy más preparada. Cuando uno viaja es fácil ponerse en modo aferrar. Aferrar experiencias, sensaciones, momentos. Estar todo el día con la cámara de fotos en la mano, querer probar todos los platos típicos aunque revientes, machacarse los pies en los museos, arrasar con la tienda de recuerdos. Ahora viajo distinto. Es una buena manera de experimentar la impermanencia, de fluir de una forma diferente. Saber que el sitio en el que estás y las personas a las que conoces se irán relativamente pronto. Encontrar un equilibrio entre aprovechar el tiempo y no asfixiarlo tanto entre los dedos como para que se te muera.
Últimamente también me da vueltas la idea de hacer un Gran Viaje cuando termine el PIR. Claro, que también me molaría hacer un Gran Viaje Interior e irme a vivir a un centro de meditación unos meses. Y también querría escribir una novela. Supongo que ahí está mi tema. La mayoría de la gente elegiría el Gran Viaje Normal. Entre irse tres meses a recorrer Sudamérica e irse tres meses a poner el culo en un cojín, o quedarse un año tecleando en silencio frente a un portátil, estoy convencida de que la mayoría elegiría Sudamérica. A mí el cojín y el portátil me parecen viajes igual de alucinantes. No sé.
Lo que sí sé es que para mí estar bien por dentro es condición indispensable para estar bien por fuera. Cuando tienes paz, la tienes en cualquier sitio, y entonces no es que los viajes molen: es que todo se convierte en un viaje. Y esa es la forma que a mí me gusta de vivir mi vida.
martes, 23 de agosto de 2011
El Mal Vacacional
Mis grandes defectos están todos relacionados con lo mismo. Soy despistada, desordenada y estoy empanada en general. Lo compenso con dos grandes virtudes: la primera es que soy bastante tolerante con los defectos ajenos. No me enfado porque se olviden de mi cumpleaños ni porque la gente llegue tarde cuando queda conmigo. Los ordenados-puntuales-centrados suelen ser bastante tiquismiquis con los demás, rollo "si yo puedo hacerlo, ¿por qué tú no?". Supongo que es como me pasa a mí con la gente torpe. Mi otra gran virtud es que soy una máquina de generar soluciones alternativas (o, como dice mi amigo José Luis, de "arreglarlo"). No me haría falta esa virtud si de entrada hiciera las cosas bien, pero es lo que hay.
Así que cuando ayer, en mi casa de Cádiz, con los sudores chorreándome por mis rubios cabellos, ocho kilos de equipaje absurdo sobre mi modesta espalda y la hora de salida del tren pegada al culo, descubrí que había perdido la tarjeta de embarque de mi vuelo desde Sevilla, no me inmuté.
Tranquilidad en las masas, Marina, me dije. Tienes tres horas entre el tren y el vuelo. Buscas un ciber en Sevilla, imprimes otra vez la tarjeta de embarque y andando. Ahora sal de casa, monguer, que vas a perder el tren después de haberte levantado con cuatro horas de antelación.
Llegué a Sevilla toda zen a pesar de los treinta y muchos grados de calor que asolaban la ciudad. Mi plan era sencillo. Uno: mear (la filtración renal ultrarrápida es otro de mis defectos). Dos: sacar dinero, porque iba sin un duro. Tres: encontrar el ciber. Cuatro: comprar chocolate. Cinco: ir al aeropuerto y vagar por el Duty Free probando colonias caras de las que luego aberrar en silencio.
Ingenua de mí, lectores. Noticias frescas: es más fácil encontrar hielo en el desierto, al Dr. Livngstone o al monstruo del Lago Ness que un ciber en Sevilla, cerca de la estación de trenes y abierto al mediodía. Para colmo, mi tarjeta del banco se había desmagnetizado OTRA VEZ, sospechosamente desde que me compré mi cartera nueva, que aun así me niego a cambiar porque es superbonita.
No pasa nada, me dije. Me envío dinero a mí misma por Hal Cash, que no será la primera vez dado que mi cartera/bolso/Satán se empeñan en desmagnetizarme las tarjetas. Ahora imaginad la estampa: yo, Sevilla, Agosto, mochila. Caminando por las calles sin un céntimo para comprarme ni una cocacola. Luchando contra el servicio de reconocimiento de voz automatizado de mi banco, que se empeñaba en no oírme, no entenderme o colgarme mientras yo gritaba desquiciada: "Quiero que me pasen con un gestor, con un gestor, ¡¡¡con un gestoooor!!".
Conseguí enviarme dinero a mí misma. Encontré un ciber y estaba cerrado. Entré en una tienda de informática por afinidad temática y me encontré al señor más parecido al protagonista de Clerks que he visto en mi vida. Pero en gordo. Y en harto de la vida.
- ¿Sabe dónde hay un ciber?
- Ahí, a la vuelta de la esquina. Lo que no sé es si está abierto.
- No, ya lo he mirado yo y está cerrado. ¿Aquí tienen Internet?
- ¡No! (definición de milisegundo: tiempo que transcurrió entre la palabra "Internet" y la negativa de Gordoclerks).
- Es que necesito imprimir un billete, tengo que irme ya al aeropuerto y estoy a punto de llorar, Gordoclerks, si insistes suficiente quizá te enseñe una teta.
A partir de ahí el corazón de Gordoclerks se ablandó, lo que no mejoró en nada la situación porque 1) para ser informático era la persona más inútil que he visto con Internet y 2) Ryanair, la Compañía del Mal, no me dejaba reimprimir el billete. Total, que me tuve que ir para el aeropuerto descompuesta, sin novio y con cinco kilos menos de peso que me había dejado en forma de sudor chorreante por las calles de Sevilla.
Llegué al aeropuerto pensando con lógica: a ver, yo ya he facturado online. No me pueden cobrar por imprimir. Ya he facturado. El tema es facturar, no imprimir. NO PUEDEN COBRARME POR IMPRIMIR. Me repetía esas frases como un mantra, pero en lo más profundo de mi corazón sabía que no iba a ser tan fácil. Efectivamente, me cobraron por imprimirme la tarjeta de embarque.
Voy a callarme aquí lo que pienso de Ryanair porque en el mismo momento en que dejaba mis cuarenta y tres euros en el mostrador de sus oficinas del Mal decidí que no iban a amargarme las vacaciones con su inmoral política recaudadora. Con mi tarjeta de embarque en la mano me fui al Duty Free, me eché colonia cara y me compré una tableta de chocolate con naranja que me costó un riñón. Claro, que al menos ellos me dieron chocolate a cambio, no como Ryanair, que me cobró por NADA.
Aquí termina la parte de maltrato institucional consustancial a viajar con Ryanair y comienza la parte de "hoy Dios me odia y yo no sé qué le he hecho".
Con mi tableta de chocolate en una mano y un libro de Steinbeck en la otra, me puse en la cola para embarcar en el avión. Era la típica cola tan larga que te preguntas si todos vais a caber dentro o si a los que se pasen con las dimensiones del equipaje los meterán en la bodega después de hacerles pagar un suplemento.
En esto que se me acerca una señora Gallega, Gorda y vestida de Rosa; en adelante, GGR. Conste que ninguno de los tres adjetivos tiene intención de discriminar, sino sólo de dibujaros su estampa de forma más acertada. Esta señora iba acompañada de una Gallega Vieja vestida de Negro, también conocida como GVN o como su Madre. Yo ya las había visto en la cola de facturación y también habían tenido que pagar por imprimir el billete. Eran de estas personas un poco llamativas que sabes que serán problemáticas y que además sabes que te perseguirán todo el viaje. Es un consuelo para mí saber que este tipo de personas, a pesar de lo que puedan decir los prejuicios populares, no siempre son andaluzas.
Total, que se me coloca detrás GGR y empieza a interrogarme.
- ¿Ésta es la cola para Santiago?
- Sí.
- ¿Seguro? Es muy larga.
- Sí, seguro... yo pensaba lo mismo que usted, me he acercado al principio y pone "Santiago" (yo soy amable hasta la muerte, excepto con el servicio de reconocimiento de voz de ING direct).
- No, no, si te creo. Anda, mamá, siéntate ahí mientras avanza la cola - le dijo a la GVN en gallego.
Yo me enfrasqué en la lectura de "Viajes con Charley", que por cierto es un libro que mola mil, y en el comer chocolate indiscriminadamente mientras la señora murmuraba contra Ryanair.
Entonces me dijo:
- Perdona, ¿me puedes mover la maleta mientras voy al baño?
- Claro, sin problema - soy superamable, en serio, tengo un problema con eso.
GGR se mete en el baño, la cola empieza a avanzar y en esto que su madre se me coloca al lado y empieza a observarme con mirada aviesa. Yo caminaba, arrastraba la maleta y la señora anciana se movía detrás de mí y me miraabaaa largamente sin decir nada. Pensé "ya está, me han colocado una maleta-bomba, voy a ser una mártir de la Yihad gallega y esta señora está aquí para asegurarse de que todo va como es debido, porque total, a su edad no tiene mucho que perder".
GGR salió del baño y me aclaró que su madre pensaba que yo le estaba robando la maleta. Sí señora, le estaba robando la maleta despacito para que nadie se enterara y en dirección al avión que también usted va a coger, y de paso me va a detener mirándome de forma insistente hasta que embarquemos. Me encogí de hombros, le di la maleta a GGR y seguí a lo mío.
GGR y GVN se quedaron atrapadas en la puerta de embarque por el tamaño de sus maletas (no me sorprendió) y yo, después de tener que meter todas mis pertenencias en un solo bulto, medir y pesar dicho bulto varias veces, tocarme la nariz con la punta del dedo, enseñar la tarjeta de embarque más cara de la historia y declamar en gallego que adoro a Ryanair y a la madre que le parió, conseguí embarcar. Viva y bravo. Me siento junto al pasillo, coloco mi único bulto de menos de diez kilos de peso a mis pies porque obviamente ya no queda hueco en los portaequipajes y saco mi moleskine para manejar el estrés a base de escribir.
Pues a que no sabéis quién se me sienta al lado, pasillo de por medio. Por supuesto: GGR. Y ¿quién se sienta delante, separada por unos cuantos pasajeros inocentes? Su Madre. Mirándome aviesamente. Pensé en cambiarle el asiento a su madre para que estuvieran juntas, pero estaba tan agotada que me daba perezón, y ahí Dios me castigó por tener el corazón duro cual director de compañía aérea low cost.
El avión empezó a moverse por la pista durante un montón de rato. Siempre que hace eso me imagino que viajamos por tierra sin despegar nunca y me hace mucha gracia la estampa del avión rodando por las carreteras españolas lleno de turistas pobretones y apretados. Al final despegamos, y en esto que GGR saca un enorme abanico verde que contrasta con su enorme camiseta rosa, echa la cabeza hacia atrás y empieza a abanicarse ostensiblemente y a sudar como un pollo. Si algo sé yo como psicóloga del SAS es de señoras con sobrepeso que sudan y se abanican. Ansiosa en crisis de ansiedad fulminante. Pero como estoy de vacaciones, resistí la tentación de gritar "¡¡tranquilos, soy psicóloga!!" y ponerme a darle instrucciones de relajación y me dediqué a mi moleskine.
Y en esto que, sin previo aviso, GGR empieza a vomitar. Mucho. En el pasillo. Preocupantemente cerca de mi único bulto de menos de diez kilos de pso. Ahí tuve que hacer malabarismos éticos para aparentar preocupación y al mismo tiempo apartar mi mochila del camino de la mujer potadora. Cuando terminó y yo ya pensaba que Dios había terminado de reírse de mí, le ofrecí una toallita y agua (amabilidad patológica). Entonces se me cayó la botella de agua y rodó por la pota de GGR (¡¡verídico!!) hasta dos o tres filas de asientos más atrás. Un señor agarró la botella por el tapón y me la devolvió, mientras medio pasaje me miraba con expectación. Yo, muy digna, sequé la botella con una toallita, la coloqué en el suelo y le di una patada secreta.
En esto que se acercan los tripulantes de la compañía del Averno a intentar arreglar aquello con toallas de papel y bolsas de basura.
- ¿Está usted bien? - le preguntó una azafata a GGR.
- Ay, señorita, verá, es que a mí los aviones me dan mucha ansiedad... y además, no me he podido sentar al lado de mi madre... y ¡he tenido que pagar cuarenta euros por la tarjeta de embarque! ¡Y por el exceso de equipaje!
Ahí ya no pude más. Empecé a reírme por lo bajo mientras escribía en mi moleskine y el señor de al lado me miraba como si estuviera loca. Todo el día se agolpó en mi mente (el calor, Gordoclerks, los low cost del Averno, la anciana del Hezbolá gallego y, sobre todo, la indisposición causada por el abuso de poder de Ryanair) y pensé que joder, que la vida es muy, muy graciosa y que a pesar de los cuarenta euros me lo estaba pasando bastante bien.
Un atracón de chocolate con naranja, ocho páginas de moleskine y veinticinco anuncios de Ryanair después llegué a Santiago. Todo era verde, morriñoso y gallego. Crislaquviveensantiago me esperaba en la puerta de embarque como en las pelis. Me encanta que me reciban en las puertas de embarque (no, IA, no es una indirecta) y me recuerda a Love Actually. Me despedí mentalmente de GGR y de GVN.
Seguía misteriosamente contenta. Estaba de vacaciones y me esperaban cuatro días en Santiago y tres días por ahí de furgoneteo escalador. El chocolate con naranja valía lo que costaba. Pero, a pesar de mi optimismo natural, mi amabilidad patológica y mi desapego al dinero, podéis tener muy pero que muy clara una cosa:
La vuelta a Cádiz la hago en autobús.
¡Vacaciones!
Queridos todos:
En primer lugar, muchas gracias por vuestra paciente escucha discursil y por vuestros acertados comentarios. Estoy terminando de pulir el asunto y creo que al final quedará bien. Sobre todo porque en realidad son mi familia, me quieren y estarán bien predispuestos.
Estoy en Santiago de Compostela con Crislaqueviveensantiago. Todo es supergenial y supergallego, incluido el tiempo: me siento como si me hubieran teletransportado al otoño. ¡Hoy he dormido con edredón! Después de la última levantera gaditana amenazando con volverme loca, ha sido fabuloso.
Tengo pendiente contaros cositas, como la especie de gymkana física y emocional a la que me sometieron ayer los de Ryanair, pero estoy aquí de invitada y me parece de mala educación. Así que no sé cuándo podré volver a actualizar. Que conste que no es que no quiera, ¿eh? Yo no necesito vacaciones de mi blog. Lo de darse vacaciones de blog es como darse un descanso de la pareja: si necesitas descansar, será que no te mola tanto, creo yo. Aunque son mis ideas nazis y a lo mejor no todo el mundo las comparte.
Después de esta dosis matutina de incoherencia, voy a vestirme y a prepararme para turistear Santiago física y gastronómicamente. Prometo que si en algún momento de estos días veo un ciber, o si percibo en el ambiente que puedo ponerme a escribir sin que Cris y su chorbo piensen que soy una autista rara, lo haré. Hasta entonces, os quiero tela y os extraño más.
Pasadlo bien :D
domingo, 21 de agosto de 2011
37'5. Otra versión
Vale, seguramente éste sea el discurso definitivo, porque me gusta bastante y no tengo mucho más tiempo. Casi lloro leyéndolo, no os digo más. La boda va a ser un festival de la lágrima, que mi primo es un tierno.
Espero que os guste y no doy más la brasa con el tema. Ahí va.
37. Mi primer podcast, Chispas
Bueno, peña, pues aquí seguimos con el texto del amor de los cojones el regalo inspirador y cariñoso para el bodorrio de mi primo. Me gustaría tener vuestra opinión, a ser posible pronto porque lo tengo que enviar mañana como muy tarde. Yo sé que me ha pillado el toro, lo sé, pero lo sabía hace exactamente un año cuando me lo propusieron y ya es demasiado tarde para arrepentimientos.
Para que os motivéis a tope (tú también, Anónimo76) y para recrear al máximo el efecto lectura en boda, he decidido lanzarme al mundo podcast y ofreceros en primicia primiciosa una grabación de mi voz.
Aviso: mi voz es fea. J. decía que la primera vez que me oyó por teléfono pensó que parecía una camionera. Pues él tampoco es que fuera Constantino Romero, tócate los pies. Pero bueno, lo importante, insisto, es el efecto lectura en boda.
Este primer intento es una especie de cuento sobre el amor que me he inventado yo basándome en el capítulo de un libro que leí ayer en la librería, justo antes de que mi primo me llamara. Bucay, no es tan difícil. El cuento es cortito, así que seguramente añada más cosas. Seguiré un poco con las pajas mentales sobre el amor, después hablaré de que mi primo es genial, luego declamaré que creo en el amor mientras rasgo mis vestiduras azul petróleo... un completo, vamos.
Espero que funcione el enlace, que me ha costado la misma puñeterísima vida descubrir cómo grabar, exportar, alojar y publicar el podcast de las narices. Voy a abrir hasta una etiqueta nueva por si me mola esto del podcasteo los días que no tenga ganas de escribir (a quién quiero engañar, si siempre tengo ganas de escribir).
Ahí va:
sábado, 20 de agosto de 2011
36. El amor en los tiempos del levante
Llevo un día rarísimo. Desde ayer hace un levante del Averno asqueroso que me ha dejado toda la noche sin dormir, tirada en el sofá y encendiendo el aire acondicionado a intervalos de media hora. Esta mañana he ido a mirar más vestidos para el bodorrio, con un resultado que podríamos calificar suavemente de escasito. Al final me he metido en la librería y me he sentado en una esquinita a ojear novedades caras. Estaba enfadada con la existencia, no sé si por la falta de sueño o por el levante molesto.
Entonces ha sonado el teléfono. Era mi primo Sergio, que está en Málaga unos días para las vacaciones y quería saber si nos veríamos. Le he dicho que no, que me quedo en Cádiz hasta el lunes, que viajaré a Santiago a ver a una amiga y a su Corte Inglés con ventanas, pero que en cualquier caso nos vemos prontito en el bodorrio. Me ha contestado que guay, y que a ver si le envío el texto a nosequé amigo que va a hacer un cuaderno conmemorativo con todo lo que se lea en la ceremonia.
- ¿Lo tienes ya listo?
- Mshssí, algo tengo ya medio preparado - lo que, traducido al castellano, quiere decir: he pensado vagamente sobre el tema y lo he comentado en mi blog, pero sigo sin tener ni puta idea de qué decir.
- Pues envíalo ya, anda, que tiene que estar diecisiete días antes.
¿Diecisiete? What the fuck! Si la boda es el diez eso quiere decir básicamente que tenía que estar para antesdeayer, como quien dice
Pero hablar con mi primo me pone de buen humor, y al fin y al cabo está nublado con un calor del copón y un levante de 34 km/h que hace que donde mejor se esté hoy en Cádiz sea en casa de uno con el aire puesto. Así que me he ido a casa, sin vestido pero toda llena de buenas intenciones. Me he hecho una jarra de limonada con hierbabuena y un tazón de helado de chocolate hecho en casa con receta inventada y me he puesto a escribir.
Ciclo de la escritura frustrante: escribo diez minutos, doy vueltas por mi casa hablando sola, escucho Vetusta Morla en bucle. Me grabo en el ordenador leyendo un texto antiguo para ver cómo suena mi voz y calibrar si haré el ridículo en la ceremonia con mi acento andaluz. Escribo veinte minutos. Pienso que todo es una basura, lo borro, saco el helado de chocolate homemade del congelador y le doy un pegue. Me pregunto por qué no sabe como el de las heladerías, obviando el hecho de que me he inventado la receta y me he dedicado a mezclar derivados de la leche con un montón de cacao puro y un chorro de sacarina líquida (antes muerta que tomar azúcar). Saco la guitarra y toco Vetusta Morla en bucle. Abro el blog y me pongo a contaros mis penas.
¿Qué escribiría yo sobre el amor? Yo creo en el amor a tope. En el amor y en el matrimonio, tócate los pies, que estaría guay decir que soy una jipy que piensa que no existe el amor para toda la vida y que, como decía Woody Allen en Manhattan, somos como las palomas y estamos destinados a ir cambiando de pareja every now and then. Que los bodorrios son un paripé y un invento absurdo del Corte Inglés para sacarnos dinero a todos y plegarnos a las convenciones establecidas.
Bueno, pues no. A mí me gustan los bodorrios. Me parece muy admirable que alguien sea capaz de afrontar ese compromiso. Joder, ojalá a mí me pase. Ojalá alguien confíe tanto en mí y piense que soy tan guay que me va a aguantar para siempre, aunque me vaya haciendo progresivamente más gruñona y maniática, aunque engorde y se blanquee mi maravilloso pelazo rubio. Ya os dije que yo creo en un amor inocuo, incondicional y para siempre, y que alguien tenga los huevos de unirse a otro para poner en práctica ese difícil ejercicio del corazón me parece como para hacerle la ola.
Qué queréis que os diga. Yo creo que el amor es la respuesta. El fin último de todo. Y, de hecho, cuando uno es capaz de mirar así la vida, se vuelve mucho más fácil y enriquecedora. Se empieza a pensar en los demás en vez de pasarse todo el día manoseándose metafóricamente el ombligo y todo cobra más sentido.
El amor es el sentido de mi trabajo. Hace unos meses tuve un paciente un tanto personaje que me decía que "el aerobic era su gran pasión". Se trataba de un tío grande como un camión, con una melena rubia y rizada hasta los hombros y un poco de cara de empanamiento. Me lo imaginaba haciendo aerobic con una cintita en la cabeza y tenía que hacer grandes esfuerzos para no desconojarme en su cara. Le di el alta cuando me fui del equipo y llevo unos cuantos días seguidos encontrándomelo a la salida de la piscina municipal, porque va a correr por ahí. Pues ayer lo vi en la clase de aerobic, supermotivado, siguiendo la música perfectamente y con cara de felicidad jadeante. Y sentí amor, verídico, amor por mi paciente y porque estuviera lo suficientemente bien como para estar haciendo lo que le gusta.
El amor me ha salvado esta mañana, cuando estaba hasta el culo de levantes, de vestidos azul petróleo y de las luces indignas de los probadores. Me ha llamado mi primo y me he alegrado tanto de oír su voz que he recordado que lo del vestido es secundario, que lo que importa es ir a su boda y compartir su felicidad unas horas, hacerle la ola por tener los huevos de casarse y, de paso, escribir algo precioso precioso que no olvide nunca.
El amor le da sentido a escribir y hasta a meditar. A escribir porque al final la escritura acaba siendo un regalo, para mi primo este caso, pero también para Elsa, para MQEN, para IA y en general para todos vosotros, que estáis disfrutando de esto. A meditar porque uno no medita sólo para sí mismo, sino para los demás: para ser capaz de distribuir su alegría y de querer mejor.
Tengo mucho que decir del amor, y casi todo son ideas cursis y estúpidas que me hacen quedar como una naive medio colocada. A pesar de ser atea, me repito la última parte de la "Oración simple", de San Francisco, que siempre me ha gustado. "Señor, haz que yo no busque tanto ser consolado, sino consolar. Ser comprendido, sino comprender. Ser amado, sino amar." Hazme fuerte y generosa. Hazme inocua y unidireccional. Y, por lo que más quieras, dame inspiración para escribir el texto. Y búscame un vestido bonito, que voy a tener que ir en vaqueros.
viernes, 19 de agosto de 2011
35. Vestidos del Averno, toma 1
Bueno, pues después de ver el exitazo de mi post de ayer, voy a escribir sobre lo del vestido, a ver si os mola más. Quiero que sepáis que cada vez que un post se queda sin comentarios, Dios mata a un gatito y yo me voy a la cama llorando. Dicho esto, ahí voy con el tema del vestido.
Es por todos sabido que yo a la boda de mi primo quiero ir estupenda. Porque es mi primo, porque lo idolatro y porque a pesar del Acné del Averno últimamente estoy alcanzando cotas de atractivo nunca vistas en mi persona. En primer lugar, ¡¡estoy morena!! Un moreno verídico, del que te ve la gente y te dice "qué morena estás". Si estoy o no invirtiendo en un futuro melanoma, pues no lo sé, pero yo me veo guapísima. Además, ya os he contado que me estoy poniendo fuerte como los limones, así que ahora me quedo en los probadores mirándome de arriba abajo y preguntándome si eso que veo bajo mi ombligo son mis abdominales. A lo mejor para los demás estoy normalita, pero yo qué sé, yo me veo guapa y eso es lo que importa.
Ahora bien: entre la estupendez bodil y yo se alza una barrera del tamaño de los Urales, a saber: el absurdo concepto de moda de los diseñadores del planeta. Yo no lo entiendo, de verdad. De moda no sé un carajo, pero sé lo que favorece a las mujeres en general y lo que no. Creo que podría diseñar vestidos razonablemente bonitos sin quebrarme mucho. A lo mejor no serían rompedores y tocados por el genio de los grandes, pero favorecerían a las mujeres aunque no tuvieran el cuerpo de Gisèle Bundchen (un poner).
Así que ayer iba yo por el Corte Inglés aberrando de los diseñadores y de la madre que les parió. ¿Por qué, por qué ese empeño en fabricar, producir y distribuir ropa fea? La ropa fea me pone triste. Iba entrando por la puerta del CI de Cádiz que, por cierto, es el primer CI con ventanas que he visto en mi vida y me requetechifla, y rezando silenciosamente una oración: Señor, que encuentre un vestido bonito y no muy caro. Que me luzcan las piernas y el escote. Que tenga un poco de vuelo, así rollo princesita. Y preferentemente rosa.
Primera parada: las marcas baratuzas del Corte Inglés: Fórmula Joven y compañía. Antes de empezar, debo decir que a mí el CI me mola. Creo que el mundo se divide entre personas a las que les mola el CI y personas a las que les aberra. Yo no sé si es porque mi madre me ha llevado allí de siempre y lo tengo condicionado a bonitos recuerdos, o porque es amplio y no suele estar muy lleno, o porque todos esos objetos ahí expuestos me tranquilizan de una forma extraña, pero me gusta el CI. Yo sé que no encaja con mi imagen de chica espiritualgafapastaaventurera, pero es lo que hay.
Como os decía, entro a la sección baratuza. Y he ahí que ya empiezo a aberrar de entrada, encontrándome con varios conceptos de la moda que ni me gustan, ni favorecen, ni deberían existir en esta dimensión. A saber:
1) Los vestidos asimétricos. A ver, diseñadores: la simetría es belleza. Lo decían los griegos. ¿Por qué asimétrico? ¿Por qué un solo tirante? Lo asimétrico no queda bien. En un cuerpazo escultural puedes decir: qué chulo el vestido. Pero es mentira. Lo chulo es el cuerpazo y sería más chulo con un vestido simétrico.
2) El azul petróleo. Ese color que se inventó para deprimir a las masas. Crear vestidos del color de un mono de trabajo: nunca lo entenderé. Es triste, no favorece a las rubias, no favorece a las morenas y sin embargo, vuelve sistemáticamente cada X temporadas. Quizá sea un mecanismo oculto de control político. Aquí los paranoides antisistema tienen mucho que decir.
3) Los lazos y los moñoños. Ese momento de tu existencia en el que ves un vestido estupendo, de un color que favorece y con una forma que podría quedarte bien aunque no seas una top model, y a alguna mente iluminada se le ha ocurrido colocarle un lazo o moñoño en algún lugar bien visible. Para darle el toque. Para hacerlo original. A ver, diseñador de Satán misógino de los cojones, que yo no quiero ser original, que yo quiero estar guapa y sexy, y es muy complicado ser sexy con un moñoño en la pechera.
4) El palabra de honor. De nuevo tenemos un concepto sólo apto para mujeres esculturales y con todo en su sitio. ¿Qué nos pasa a las mujeres normales, es más, incluso a las mujeres fuertes como limones? El palabra de honor es un desafío a la gravedad: tiene que sostenerse sin esos inventos bonitos, favorecedores y bellos en su útil simpleza que son los tirantes. ¿Cómo se sostiene? Pues por presión. Entonces hace su aparición el concepto que me aberra de los PH, a saber: la molla sobaquera. Ese pliegue de piel entre tu sobaco y el vestido que te hace parecer una morsa pellejosa y que aniquila tu capacidad de lujurizar.
Todos estos conceptos, todos, estaban presentes en la sección de marcas baratuzas del CI. Me probé varios vestidos con PH porque no eran azul petróleo, pero me repelió la molla sobaquera y me dediqué a sacar bíceps frente al espejo en ropa interior. Algo es algo.
Después caminé lenta pero inexorablemente hacia la zona cara. La zona "de firmas". El tema de las firmas es curioso. Tú ves una marca que no habías escuchado en tu vida. Agarras una etiqueta, miras los precios y dices "joder, pues debe de ser buena", y entonces ya miras la marca desconocida con respeto renovado. Si queréis triunfar en el mundo de la moda, poned la ropa muy cara desde el principio y punto.
Mi intención en ese momento era ver si por casualidades del universo había algo muy rebajado, mono, sexy, rosa y etc que pudiera llevarme sin arruinarme. Pero me conozco y soy de las que cuando va de rebajas se le antoja la ropa de la nueva colección. Es que no me jodas. Entras en una tienda de rebajas, que parece que ha pasado una manda de elefantes locos por allí, y ves muy colocadita en una esquina de la tienda la ropa de nueva colección. Brilla con un aura prohibida. Parece mucho más bonita y favorecedora que los trapajos de tallas extremas que quedan después de que los elefantes haya arrasado con toda la ropa mona de talla 38.
Total, que me voy por las ramas. Empiezo a dar vueltas por la sección cara con expresión de "aunque vaya en chanclas, podría ser como Julia Roberts en Pretty Woman". No hombre, puta no; podrida de pasta por cuestiones de la vida y dispuesta a gastármela en un vestidazo. Así que al loro, dependientas presumidas.
Llego a una marca de cuyo nombre no puedo acordarme (no sirvo para el fashionismo) pero que me sulibeya enseguida. Vestidos bonitos, con buenos cortes y pinta de sentar bien. Ojeo las etiquetas. Joder, 150 euros pone la primera que miro. Entonces reparo en que no son euros, ¡son libras! Antes de que me dé tiempo a mirar la equivalencia comienzo a darme autoinstrucciones: vaale, Marina, quiero que te quedes tranquiliiiita y dirijas suavemente tus pasos hacia la zona barata de los moñoños. Aléjate de aquí, ¡Aléjate!
Entonces lo vi. El Vestido. De tirantes, una tela rollo sedosa-vaporosa, por las rodillas, ajustado a la cintura, con un bonito escote... ¡y rosa! Mis autoinstrucciones seguían: Vaamos, Mariiina, aléjate, ¡no te veo alejarte! Pero el vestido me llamaba. Me llamaabaa. Así que me dije "me lo voy a probar, si total, aunque no me lo lleve, por lo menos me doy el gusto de mirarme al espejo con algo que no me haga molla sobaquera". Leí la etiqueta con miedo y respeto. Ciento ochenta euros. Al loro. Entonces experimenté una disociación. Mi mente decía "suelta el vestido, suéltalo, suéltalo, no te vas a comprar un vestido de ciento ochenta euros, te pongas como te pongas, que tienes que comer y pagar la luz y echarle gasolina a la moto". Mi cuerpo, entre tanto, estaba mirando las tallas como un chalado.
Total, que me lo probé. Estaba preciosa de la muerte. Resaltaba mi dorado gaditano y mis piernas no muy largas pero formaditas. Princeseé frente al espejo mientras la Dependienta Presumida (DP) me gritaba al otro lado de la puerta si necesitaba más tallas, con voz de "si manipulas la etiqueta para llevarte el vestido llamaré a seguridad". Hice cálculos. Me pregunté si podría sobrevivir un mes a base de arroz. Me propuse ir en bici a todas partes y ganarle la guerra a la dependencia del petróleo. Al final me quité el vestido con lágrimas en los ojos y se lo di a la DP, que me miraba con expresión de compasión por mi pobreza.
Aquí termina el relato de mi primer intento de comprar el vestido del bodorrio (en adelante, VB), que se saldó como sigue: Marina, cero; diseñadores de Satán+limitaciones económicas, uno.
Seguiremos informando.
jueves, 18 de agosto de 2011
34. El miedo
Ayer estuve escalando. Sí, otra vez. Sí, soy un coñazo. No os preocupéis, que en breve (quizá hoy mismo) voy a abrir un blog sólo de escalada donde hablaré de escalada hasta que reviente sin temor a aburrir a mis lectores.
La cosa es que ya expliqué el tema de ir de primero e ir al torro. Alex, que sabe mucho de la escalada y de la vida, me dijo que intentara ir de primera todo lo que pudiera. La explicación es que cuando vas de primera cuentas con un factor que es mucho más poderoso que el tamaño de los agarres o la dificultad de la vía, a saber: el miedo. Es muy curioso cómo cambia el cuerpo a medida que te alejas de la última chapa y empiezas a contar con el factor caída. Estoy segura de que es más fácil escalar con pesas en las piernas que con miedo. Y al final está ahí y te tienes que relacionar con él, integrarlo y superarlo.
Yo siempre he sido miedica. Desde pequeña. Cuando iba a los campamentos de los scout era la típica que se tapaba los oídos cuando se contaban historias por la noche. Ahora creo que mi problema era que tenía demasiada imaginación. Los demás niños estaban muertos por dentro y claro, les daba igual lo que les contaran, porque se metían en el saco y se quedaban en modo encefalograma plano; yo, sin embargo, de un par de frases me sacaba una historia truculenta y vívida que no me dejaba dormir. Al final me inmunicé sola contra las historias de miedo leyendo cuentos de terror hasta que perdían el sentido. Así era yo de pequeña: recia.
El miedo vital es otro rollo. Es la emoción que subyace a todas las demás emociones negativas. Tenemos celos porque nos da miedo perder a alguien. Somos infieles porque nos da miedo quedarnos con la persona errónea. Nos ponemos a la defensiva por temor a que nos hagan daño o nos alejamos por miedo a sentir. Y lo paradójico y absolutamente estúpido de todo esto es que al final el miedo se basa en una sensación de seguridad que es falsa. Noticias frescas: nada es seguro. El mundo podría reventar mañana mismo. Planeamos nuestros movimientos basándonos en cálculos de probabilidades que pueden ser muy cercanos a la realidad, pero que no dejan de ser eso: cálculos. Aproximaciones. Ideas.
Por eso, cuando me entra el pánico me digo que al final sólo se puede surfear en el filo de la ola que es este preciso momento. Y cada vez tengo menos miedo, o mejor dicho, cada vez intento decidir menos basándome en el miedo. Creo que son las peores decisiones que pueden tomarse. Son decisiones que van con el no delante. Propósitos de cadáver, como los llamaba un libro sobre Terapia de Aceptación y Compromiso, porque no hay nadie más tranquilo y seguro que un muerto.
Si escalas, o si vives, tira y tira y tira para adelante, joder, que si te caes te caíste y si te matas te mataste. La muerte está presente ahí, todo el rato. Hoy iba con la moto tranquilamente, adelantando a un autobús parado en un semáforo, y resulta que dos tíos estaban cruzando delante del autobús, justo por mitad del paseo. Si hubieran cruzado una milésima de segundo más tarde, yo habría dado un volantazo/manillarazo y me habría ido a tomar viento al carril contrario. Y no es malo: es real. Puede pasar cualquier día, pasará algún día y debemos estar preparados. Mientras tanto, ¿a qué hay que tenerle miedo? Todo son sensaciones y sentir no va a matarte.
Y ya paro, que me estoy poniendo como superdramática. Que hoy dudaba entre escribir sobre el miedo o sobre la búsqueda infructuosa de un vestido para el bodorrio de mi primo y me estoy arrepintiendo de no haberme puesto a hablar de lo mucho que me aberra el raso azul petróleo.
33. Coincidencia
Estaban haciendo la compra en el Mercadona. Por el amor de Dios, qué nerviosa la ponía él en el supermercado. Iba de un lado a otro sin rumbo fijo, agarrando los productos de los estantes a medida que se acordaba. Ella insistía en recorrer todos los pasillos desde el principio, incluso el de comida para los animales que no tenían. Al final acababan haciendo las dos rutas: él llamaba a la primera "la de aproximación", y a ella le sacaba de quicio.
A veces, mientras compraban, se dividían por unos minutos y ella se acercaba a por compresas, por ejemplo, o él se daba una vuelta por la sección de vinos. Después se reencontraban dando vueltas entre las estanterías, y ella pensaba en lo extraño que era que de toda esa gente sólo le interesara él. Había algo consolador y desesperado en su figura acercándose a ella y en cómo sus ojos le miraban bajo el pelo. Le tendía las manos, a veces sosteniendo en ellas el vino o la mayonesa para someterlos a su veredicto, y ella lo aprobaba o le echaba la bronca por elegir siempre lo más barato y cutre, pero siempre estrechaba la mano libre y empezaba a andar con él en la misma dirección.
Llegaron a la caja registradora, mientras ella daba vueltas en la cabeza a la lista que nunca recordaban llevar y pensaba, como siempre, que si hicieran desde el principio un recorrido sistemático no se les olvidaría nada. Observó a las personas que les rodeaban. No sabía si sería el efecto de las luces halógenas, pero todos eran muy feos. Podía ver las arrugas, las manchas, los granos. La carne que sobraba sobre los músculos flácidos. El vello en el entrecejo y encima del labio superior.
Colocaron la compra en la cinta, pagaron, la guardaron en bolsas y salieron a la calle. Caminaron en silencio hacia el coche, él con las bolsas de más peso, ella con las más ligeras en una mano y el papel higiénico en la otra. Se pararon en el semáforo, dejaron las bolsas en el suelo y entonces él la miró y le dijo:
- Qué fea es la gente, ¿verdad?
Ella sonrió, conmovida por la coincidencia de esa momentánea percepción de lo feo. Pensó que quizá ése era el papel que él jugaba en su vida. Eres lo bonito. Eres la isla de belleza en la que puedo fijar mi vista mientras lo demás se desmorona.
- Es curioso - dijo -, porque mientras pagábamos he pensado exactamente lo mismo.
Le observó sonreír despacio bajo las pestañas espesas y le tocó suavemente la nariz con la mano. Y no le pudo dar un beso porque no le dio tiempo: el semáforo se había puesto en verde para los peatones, hacía calor bajo el sol y los dos tenían ganas de llegar al coche.
A veces, mientras compraban, se dividían por unos minutos y ella se acercaba a por compresas, por ejemplo, o él se daba una vuelta por la sección de vinos. Después se reencontraban dando vueltas entre las estanterías, y ella pensaba en lo extraño que era que de toda esa gente sólo le interesara él. Había algo consolador y desesperado en su figura acercándose a ella y en cómo sus ojos le miraban bajo el pelo. Le tendía las manos, a veces sosteniendo en ellas el vino o la mayonesa para someterlos a su veredicto, y ella lo aprobaba o le echaba la bronca por elegir siempre lo más barato y cutre, pero siempre estrechaba la mano libre y empezaba a andar con él en la misma dirección.
Llegaron a la caja registradora, mientras ella daba vueltas en la cabeza a la lista que nunca recordaban llevar y pensaba, como siempre, que si hicieran desde el principio un recorrido sistemático no se les olvidaría nada. Observó a las personas que les rodeaban. No sabía si sería el efecto de las luces halógenas, pero todos eran muy feos. Podía ver las arrugas, las manchas, los granos. La carne que sobraba sobre los músculos flácidos. El vello en el entrecejo y encima del labio superior.
Colocaron la compra en la cinta, pagaron, la guardaron en bolsas y salieron a la calle. Caminaron en silencio hacia el coche, él con las bolsas de más peso, ella con las más ligeras en una mano y el papel higiénico en la otra. Se pararon en el semáforo, dejaron las bolsas en el suelo y entonces él la miró y le dijo:
- Qué fea es la gente, ¿verdad?
Ella sonrió, conmovida por la coincidencia de esa momentánea percepción de lo feo. Pensó que quizá ése era el papel que él jugaba en su vida. Eres lo bonito. Eres la isla de belleza en la que puedo fijar mi vista mientras lo demás se desmorona.
- Es curioso - dijo -, porque mientras pagábamos he pensado exactamente lo mismo.
Le observó sonreír despacio bajo las pestañas espesas y le tocó suavemente la nariz con la mano. Y no le pudo dar un beso porque no le dio tiempo: el semáforo se había puesto en verde para los peatones, hacía calor bajo el sol y los dos tenían ganas de llegar al coche.
miércoles, 17 de agosto de 2011
32. Cuerpo
Lo del cuerpo es un rollo raro. Tener un cuerpo y que sea nuestro vehículo desde que nacemos hasta que nos morimos. Ser hombre, mujer, blanco, negro, alto, bajito y serlo para siempre.
A mí no me disgusta mi cuerpo. Sobre todo desde que estoy fuerte como un limón y tal, que me siento como si lo tuviera todo más en su sitio. Si me preguntaran qué cambiaría, supongo que al final lo dejaría como está (excepto en la piel de princesa: pediría una piel de princesa sin pensármelo dos veces). Pero sí que hay rasgos físicos que me llaman la atención y que me gustaría probar, aunque sólo fuera por un rato.
Por ejemplo: ser alta. Siempre me acuerdo de una chavala a la que conocí en Barcelona que era muy pequeñita, más que yo, y que siempre decía "Si jo fós alta... quantes coses faria...". No os equivoquéis: ser bajita está guay. Es cómodo para casi todo, excepto para colocar objetos en estantes altos. Pero cabes mejor en todas partes, te acurrucas en cualquier rinconcillo, te valen los tíos de cualquier tamaño y si estás desproporcionada no se nota tanto. Pero teniendo en cuenta que mi ego es del tamaño de Manhattan, creo que necesitaría unos centímetros más para proyectar la imagen de pedazo de tía segura de mí misma que anida en mi interior.
También querría ser flaca. Flaca de ésas que se atiborran a comer y siguen flacas porque es su complexión, o que sencillamente no aman la comida como yo la amo. Yo no soy flaca ni gorda: soy normal. Pero sé que hay una gorda dentro de mí que lucha por salir, y la tengo que mantener a raya a base de ensaladas y yogures vitalínea. Me gustaría poder comer desaforadamente y seguir divina. Aunque a lo mejor eso no es un rasgo físico, sino metabólico; quién sabe.
Otra cosa que me haría un montón de ilusión es tener la piel morena. Ir a la playa dos días y ponerme negraca. O, por lo menos, no repeler el sol en lugar de absorberlo, como me pasa ahora. Me gustan las pieles morenas. Me parecen sanas, bonitas y que quedan bien con todos los colores. Lo que pasa, por otra parte, es que me encanta ser rubia y estoy superapegada a mi color de pelo, y los dos rasgos mezclados quedarían un poco en un plan Leticia Sabater del que paso.
Por último, me gustaría probar durante unos días a ser perturbadoramente guapa. De esas tías que te caen mal en cuanto las conoces porque piensas: qué asquerosa, qué guapa es. De las que no tienen amigas porque siempre se llevan a los tíos y las demás se sienten un callo malayo a su lado. De las que reciben mensajes en plan "no sabes quién soy, pero te vi el otro día en la fiesta de Pepito y me encantaría conocerte". Pero sólo querría ser perturbadoramente guapa un tiempecito, en plan ver lo que se siente al causar ese efecto en la gente. Tiene que ser agotador y malísimo para el karma. Debes de sentirte en la obligación de demostrar vete a saber qué por ser tan guapa. Yo prefiero ser agradable a la vista y que después se me aprecie por mi interior.
Vaya post raro que me ha quedado. Estoy que me caigo de sueño. En realidad sé que ya había escrito hoy, pero es que me estoy volviendo una yonqui de sentarme aquí al final del día y soltar estupideces.
Hale, a dormir, que estar de vacaciones también cansa.
A mí no me disgusta mi cuerpo. Sobre todo desde que estoy fuerte como un limón y tal, que me siento como si lo tuviera todo más en su sitio. Si me preguntaran qué cambiaría, supongo que al final lo dejaría como está (excepto en la piel de princesa: pediría una piel de princesa sin pensármelo dos veces). Pero sí que hay rasgos físicos que me llaman la atención y que me gustaría probar, aunque sólo fuera por un rato.
Por ejemplo: ser alta. Siempre me acuerdo de una chavala a la que conocí en Barcelona que era muy pequeñita, más que yo, y que siempre decía "Si jo fós alta... quantes coses faria...". No os equivoquéis: ser bajita está guay. Es cómodo para casi todo, excepto para colocar objetos en estantes altos. Pero cabes mejor en todas partes, te acurrucas en cualquier rinconcillo, te valen los tíos de cualquier tamaño y si estás desproporcionada no se nota tanto. Pero teniendo en cuenta que mi ego es del tamaño de Manhattan, creo que necesitaría unos centímetros más para proyectar la imagen de pedazo de tía segura de mí misma que anida en mi interior.
También querría ser flaca. Flaca de ésas que se atiborran a comer y siguen flacas porque es su complexión, o que sencillamente no aman la comida como yo la amo. Yo no soy flaca ni gorda: soy normal. Pero sé que hay una gorda dentro de mí que lucha por salir, y la tengo que mantener a raya a base de ensaladas y yogures vitalínea. Me gustaría poder comer desaforadamente y seguir divina. Aunque a lo mejor eso no es un rasgo físico, sino metabólico; quién sabe.
Otra cosa que me haría un montón de ilusión es tener la piel morena. Ir a la playa dos días y ponerme negraca. O, por lo menos, no repeler el sol en lugar de absorberlo, como me pasa ahora. Me gustan las pieles morenas. Me parecen sanas, bonitas y que quedan bien con todos los colores. Lo que pasa, por otra parte, es que me encanta ser rubia y estoy superapegada a mi color de pelo, y los dos rasgos mezclados quedarían un poco en un plan Leticia Sabater del que paso.
Por último, me gustaría probar durante unos días a ser perturbadoramente guapa. De esas tías que te caen mal en cuanto las conoces porque piensas: qué asquerosa, qué guapa es. De las que no tienen amigas porque siempre se llevan a los tíos y las demás se sienten un callo malayo a su lado. De las que reciben mensajes en plan "no sabes quién soy, pero te vi el otro día en la fiesta de Pepito y me encantaría conocerte". Pero sólo querría ser perturbadoramente guapa un tiempecito, en plan ver lo que se siente al causar ese efecto en la gente. Tiene que ser agotador y malísimo para el karma. Debes de sentirte en la obligación de demostrar vete a saber qué por ser tan guapa. Yo prefiero ser agradable a la vista y que después se me aprecie por mi interior.
Vaya post raro que me ha quedado. Estoy que me caigo de sueño. En realidad sé que ya había escrito hoy, pero es que me estoy volviendo una yonqui de sentarme aquí al final del día y soltar estupideces.
Hale, a dormir, que estar de vacaciones también cansa.
martes, 16 de agosto de 2011
31. Antes
Antes de saber que existías no me preocupaba que te abrieras la cabeza con una tabla de surf.
Me daban igual los minutos que le quedaban a mi tarifa plana.
Antes no pensaba en que me ibas a echar la bronca por escalar y no dejar puesta la primera cinta.
Ni consideraba estar sana como condición para poder verte.
Antes, la verdad, no tenía muy claro dónde estaba tu ciudad ni cómo llegar a ella.
No pensaba en mi vida como algo que contarte ni en mi barrio como algo que enseñarte.
Antes ciertas canciones eran sólo canciones.
No quiero echarte de menos. Echar de menos es restar, y tú no restas. Tú has ido sumando desde que nos conocimos.
Lo importante no es el tiempo que no estoy contigo; es la posibilidad de verte.
No es el momento de colgar, sino el el de coger el teléfono.
No es que no estás, sino que existes.
No es la frustración, es la ilusión.
Y ahora, hazme el puto favor de ponerte bueno. Monguer.
Me daban igual los minutos que le quedaban a mi tarifa plana.
Antes no pensaba en que me ibas a echar la bronca por escalar y no dejar puesta la primera cinta.
Ni consideraba estar sana como condición para poder verte.
Antes, la verdad, no tenía muy claro dónde estaba tu ciudad ni cómo llegar a ella.
No pensaba en mi vida como algo que contarte ni en mi barrio como algo que enseñarte.
Antes ciertas canciones eran sólo canciones.
No quiero echarte de menos. Echar de menos es restar, y tú no restas. Tú has ido sumando desde que nos conocimos.
Lo importante no es el tiempo que no estoy contigo; es la posibilidad de verte.
No es el momento de colgar, sino el el de coger el teléfono.
No es que no estás, sino que existes.
No es la frustración, es la ilusión.
Y ahora, hazme el puto favor de ponerte bueno. Monguer.
lunes, 15 de agosto de 2011
30. Joan y las noches de verano
Fotito de este finde en las escasas horas del día en que no hacía calor. ¡Mirad, tengo bíceps!
Ahora estoy sentada en mi salón, con la ventana abierta y el aire acondicionado puesto, en un derroche de frescor veraniego que puedo justificar porque llevo tres días siendo natural y dejándome la vida en
Estar aquí en pijama, con la ventana abierta, el ordenador encendido y los ojos como platos me recuerda al verano de los dieciséis años, cuando me había hecho colega de la gente del club de montaña del colegio porque uno de ellos me molaba y me ignoraba. Curioso cómo se repiten los patrones; al año siguiente me hice amiga de otra gente totalmente distinta porque MQEN me molaba y me ignoraba. Menos mal que al final conquisté su corazón y mi amistad de conveniencia no fue del todo inútil.
Como decía, cuando tenía dieciséis años quedaba con la gente del club en el paseo marítimo de Pedregalejo. No sé si alguien de ese grupo me leerá todavía, porque últimamente me sale peña antigua por todas partes, pero si estáis ahí disculpad lo que voy a decir: vuestro plan era aburrido a morir. Nos limitábamos a sentarnos en el poyo del paseo marítimo y a charlar de chorradas. Además, el chaval que me gustaba era muy guapo, muy lindo y tenía una tripa perfecta, pero su conversación estaba al nivel de la de una ameba. Lo que yo hacía aquel verano era pasar unas horas muriéndome del aburrimiento en aquel paseo marítimo, hacerle ojitos a Guapo Simple (en adelante, GS) y largarme a casa cuando la cosa empezaba a decaer.
Cuando llegaba a casa mi madre y mi hermano solían estar dormidos o ausentes. Entonces encendía mi enorme ordenador de mesa y me quedaba en pantalones de pijama y sujetador. Por aquella época conseguí la enorme proeza de acumular unos tres sujetadores de mi mini talla y me encantaba ponérmelos y sentirme adulta. Abría las dos ventanas de mi cuarto, enchufaba el antimosquitos y me dedicaba a escribir y a hablar por el messenger con Joan, un chico catalán al que había conocido después de colgar un poema en un foro (ya apuntaba maneras, yo).
Joan era muy majo. Tampoco es que le diera el coco para mucho muchísimo, pero era un chico dulce y como superexótico, ¡¡catalán!! Yo me lo imaginaba guapérrimo. En aquella época no existía el Facebook, recordemos, y tampoco había dos cámaras digitales por habitante, así que Joan y yo no habíamos visto fotos el uno del otro. Él se describía como delgado, moreno, pelo rapado y ojos verdes y claro, en mi mente se dibujaba un cañón monumental (imagino que parecido al que se proyectaría en la suya cuando yo le dijera que era delgada, rubia, ojos castaños y pequeña-pero-proporcionada... cuando en realidad yo con dieciséis años era un callo pero total, admitámoslo).
En resumen, que Joan y yo hablábamos un montón de rato por el messenger todas las noches. Él tenía la letra roja y cometía muchas faltas de ortografía porque decía que el castellano se le daba mal. Con él aprendí mi primera frase en catalán, chispas, que era "et veig als meus somnis" (te veo en mis sueños). Sí, de ese rollo íbamos Joan y yo. Quién me iba a decir a mí que acabaría viviendo en Barcelona y parlant català com la que mès.
A pesar del planazo vital que me traía yo, a saber: babear por GS, aburrirme, volver a mi casa y dedicarme a escribir y chatear, recuerdo aquel verano como muy agradable. Me lo pasaba muy bien charlando con Joan. Era emocionante. También escribía mucho, y fue entonces cuando empecé mi novela física o química recientemente terminada y a la espera de ser impresa y quemada en un vertedero. A las tres o a las cuatro de la mañana bajaba a la cocina y cogía guarradas de comer, como pavo mojado en salsa de yogur o salchichas crudas con ketchup y mayonesa. Subía y comía con una mano mientras tecleaba con la otra. Me acostaba a las mil, me levantaba a las mil y en fin, veraneaba a lo adolescente furibunda.
Al final quedé con Joan un par de veces en Barcelona: una cuando fui a hacer la matrícula con Elsa y otra cuando ya vivía allí. De la vez con Elsa no recuerdo nada. Creo ese día nos habíamos levantado a las cuatro de la mañana para coger el avión y que luego desayunamos cinco veces, así que entre eso y que me parece que Joan traía marihuana, la amnesia es casi comprensible. Desde aquí proclamo: Els, si tú te acuerdas de cómo era el chaval, por favor, refréscame la memoria. La otra vez fui a su casa y escuchamos música en el ordenador mientras su madre y su abuela veían la tele en el cuarto contiguo. Su madre estaba medio depresiva y su abuela tenía una pinta muy extraña, súper arrugada, vestida de negro y catatónica como el padre de Torrente. De Joan recuerdo dos cosas: una, que era más bien feo, y otra que parecía mucho más interesante por el Messenger que en la realidad. Aun así, le tengo cierto cariñito.
Ahora mi vida ha mejorado, en general, y me lo paso mejor en el mundo 3D. Chateo menos y charlo más. Ah, y me pongo en pijama, que el sujetador a estas alturas me incomoda un poco. Pero diez años después no dejan de tener su gracia las noches de verano, cuando no hay que madrugar y puedes escribir con las ventanas abiertas, comer guarradas a media noche e ir conociendo poco a poco a algún chico guapo de ojos verdes al que encontrarte después en la realidad y en los sueños.
sábado, 13 de agosto de 2011
29. Psicóloga
Hoy me he puesto a pensar en por qué me hice psicóloga. Mi madre dice que para ser feliz tienes que acertar con el trabajo y con la pareja, y aunque creo que es mucho exigirse a uno en cuestión de precisión vital, sí que es verdad que equivocarse en cualquiera de las dos áreas acarrea mucho sufrimiento. A mí me gusta mi curro, así que al menos no vivo en la angustia vital de estar vendiendo mi tiempo al mejor postor sin sacar nada a cambio. Es una suerte muy grande y no está de más recordármelo de vez en cuando para ser capaz de apreciarlo.
Una cosa que me gustaría dejar clara es que no creo que ser psicóloga sea el único trabajo que me puede hacer feliz. El trabajo de mi vida sería ser escritora full time, seguro. Creo que he nacido para eso. Pero por cuestión de prioridades en la vida y por no convertirme en una John Kennedy Toole más rubia y con menos talento, he decidido aplicar eso del primum vivere, deinde scribire, o más bien primum laborare y ganar dinero, que eso ya no sé decirlo en latín.
Pero incluso no siendo escritora ni siendo psicóloga, estoy segura de que hay muchos otros trabajos que me podrían hacer feliz y que podría desempeñar bien. Tiendo a entusiasmarme con las cosas. Casi cualquier profesión que fuera un poco creativa y que me permitiera aplicar la inteligencia podría valerme. A veces me planteo incluso que en algún momento me gustaría intentar algo completamente diferente, como vivir en el campo, trabajar en la naturaleza o ser cirujana menor para pasar los días tocando el cuerpo de la gente.
Aun así, ser psicóloga se parece bastante a mi trabajo ideal. La primera e importante razón es que me permite usar el cerebro. Cada consulta es diferente, y todos los pacientes retan tu capacidad de analizar, sintetizar, abordar, convencer y hasta manipular, en el buen sentido de la palabra. Y si eso me entusiasma ahora, que lo hago de forma intuitiva y sin tener ni puta idea, no quiero imaginarme cuando vaya controlando un poco más el asunto. También es muy creativo, sobre todo si como os he dicho no tienes ni puta idea y lo solventas inventando tareas raras y escenificando tú sola cuentecitos tipo Jorge Bucay.
Pero aunque me mola poner a prueba a mi cerebro, para mí no es la ventaja más importante de mi curro.
¿Queréis saber por qué me decidí al final a hacer psicología? Porque lo estaba pasando tan de puta pena después de haber dejado el periodismo y Barcelona que quería ayudar en lo posible a que otras personas lo pasaran un poco menos mal. Me di cuenta de que lo que más hace sufrir en esta vida es una mente mal entrenada. El infierno es uno mismo. Me atravesó una vocación tremenda por aliviar el sufrimiento ajeno, y es esa vocación extraña e inesperada la que me hace tirar adelante en los días malos.
Cuando uno vincula su felicidad a objetivos o a situaciones termina por sentirse vacío. Se alcanza una meta, luego otra, luego otra y al final uno siempre vuelve a la insatisfacción como motor y a lo bien que iría todo si solo tuviera otro trabajo, encontrara pareja o se le quitara de una puñetera vez el Acné del Averno. Yo intento vincular mi felicidad a valores que pueda poner en práctica todos los días. Creo que estoy aquí para intentar, con mi minúscula voluntad y mi corazón cansado, ser cada día un poco más consciente y un poco más compasiva. Procuro aprender de todo lo que me pasa. Mi trabajo me permite ejercitar esos valores. Y encima me pagan.
Hace algún tiempo leí que en la vida todos tenemos un proyecto exterior y uno interior. El interior es en realidad el más importante, y el exterior es el que lo soporta económicamente, logísticamente o llámalo X. Supongo que en mi caso los dos coinciden, se nutren mutuamente y se hacen más fuertes. No sé si ha sido mi acierto, la suerte o el destino, pero no está de más recordar que es así, porque si no es fácil ver la botella medio vacía y olvidar que, lo mire por donde lo mire, soy una privilegiada.
Y tengo que parar ya con el optimismo asqueroso y la felicidad desbordante, porque me vais a odiar de principio a fin y os vais a ir a leer blogs de penas, que son más entretenidos.
viernes, 12 de agosto de 2011
28'5. Todo llega
A partir de hoy al mediodía...
Aviones
Ciudades
Adorable Interlocutor
Campo
Ilusión
Olas
Sexo
Pero qué mal vivo, joder.
jueves, 11 de agosto de 2011
28. Dos vicios
Mi vida es últimamente tan genial que no tengo grandes problemas. Están el Acné del Averno, el Mal Articular, mi casa quemada y poco más. Sin embargo, si hay dos asuntos que me preocupan verdaderamente y que hacen de mí una persona peor, o al menos no tan sensata y racional a la par que interesante y espontánea.
La primera es el tema del chocolate. IA flipó este finde viéndome consumirlo con urgencia de yonqui. Háztelo mirar, me ha dicho hoy, que vas a heredar la Nestlé. Esta mañana me he comprado dos tabletas, dos, de chocolate ecológico marca Yoguitea, uno con jengibre y limón y el otro con canela y especias. Me han costado casi siete euros en total. ¡Siete euros en chocolate, por el amor de Dios! ¿Qué me pasa?
El tema del chocolate me supera. A veces creo que es malo para el Acné del Averno y me desintoxico durante unas dos semanas. Luego concluyo que el AA es maligno y perdurable, y que ya que parece que me perseguirá toda la vida, prefiero sobrellevarlo comiendo chocolate. Es un sabor que me alucina por lo complejo y perverso que me resulta, y supongo que la prohibición lo hace todavía más deseable. Dicen que es el sustituto del sexo. Ja. A lo sumo, el sexo es el sustituto del chocolate.
El otro problema que tengo son los esmaltes de uñas. Que antes bueno, eran un vicio permisible porque me cundían, pero desde que me di al trepar indiscriminado cada vez lo veo más absurdo. Para empezar, mis manos y antebrazos cada vez se parecen más a los de Angelina Jolie, y no hacen más que salirme venas raras. Y no sé por qué, el hecho de pintarme las uñas como que exacerba el efecto travelo. Aunque no fuera así, escalar te destroza la manicura, no lo vamos a negar, por no hablar de mis pobres pies de princesa, que firman un destino futuro de juanetes y podólogos cada vez que se introducen en los gatos.
Aun así, sigo comprando esmaltes a pares como una capulla. El tema es que hay tantos tonos. Y los matices son tan sutiles. Y me veo convenciéndome de que no puedo vivir sin este esmalte rosa, porque a ver, tengo rosa chicle, rosa fresón y rosa coral, pero justo este rosa un poco violeta y con un toque de purpurina no lo tengo, y total, ¿qué daño le hago al mundo?
Hago esta reflexión porque hoy me he gastado casi veinte euros en esmaltes y chocolate y me siento un poco culpable, lo confieso. Además, me estoy dando cuenta de que esta es la típica entrada en la que los lectores dirán algo como "¿y a mí qué cojones me importa?". Pero yo qué sé, qué queréis que os diga, cada día escribo más tarde y más espesa, mañana cojo las vacaciones y cuando una tiene que inventarse los problemas para rellenar los post es porque su vida, en general, no debe de ir ni tan mal.
miércoles, 10 de agosto de 2011
27. Palabras para Sergio
En un mes se me casa mi primo favorito y me ha pedido que lea algo en su boda. Me lo dijo hace un año y medio y estoy viendo que lo prepararé la última semana. Esta noche he soñado que ya era la boda, que Sergio me preguntaba si lo tenía todo listo y que yo fingía que sí, pero en realidad tenía que irme a un rincón a improvisar algo en un cuaderno chungo. Así que he de ponerme ya al tema. La cosa es que no sé muy bien por dónde empezar; si hablar del amor así en general, si hablar de mi primo en particular o si inventarme alguna historia alegórica y contarla poniendo voz de cuentacuentos. Estoy algo confusa.
Así que hoy voy a hablaros un rato de mi primo, para entrar en calor. Entretanto, acepto sugerencias sobre lecturas en bodas civiles, en las que no tengo mucha experiencia.
Mi primo Sergio vive en Madrid, me saca ocho años y me adora desde que nací, y yo le adoro a él supongo que desde que tengo uso de razón. ¿Por qué? Pues no lo sé, fue una especie de flechazo primil que nos tiene enamorados desde pequeños. Todos los demás primos saben que él me quiere más a mí que a ellos y que yo le quiero más a él que a ellos, y nos da exactamente igual.
La primera anécdota que os contará sobre mí es que cuando era un bebé nos bañamos juntos y me cagué en la bañera. Se la cuenta sistemáticamente a todas sus novias y a todos mis novios, no tengo claro si para avergonzarme o para mostrar lo escatológicamente unidos que estamos. Cuando era pequeña e iba a casa de mi tía siempre dormía con mi primo, sin rollos incestuosos, que conste. Él me contaba cuentos de miedo y fue el primero que insertó en mi cabeza el pánico irracional a que me enterraran viva, describiéndome historias de cadáveres que eran desenterrados años después con la tapa del ataúd llena de arañazos.
Cenábamos en la cocina y jugábamos a que éramos cavernícolas comiendo con las manos y masticando con la boca abierta. Una noche se puso a gritarme que estaba poseído y yo salí corriendo por el pasillo mientras él se descojonaba. Otro día cogió a mi muñeco favorito y se puso a girarle la cabeza como si fuera el muñeco diabólico, y después lo tuve que tirar a la basura porque me daba pesadillas. Me cantaba la canción de Freddy Kruger y se partía mientras yo me tapaba los oídos y gritaba para no escucharle. Aun así, cuando estaba con él nunca tenía miedo.
Fue un niño trasto y un adolescente imposible, pero para mí siempre encontraba tiempo, y recuerdo el olor de los abrazos que me daba con su chaqueta de cuero de rebelde de los noventa. Un día de verano se comió mis chucherías, y me enfadé tanto que a la tarde siguiente me sacó de paseo y me compró un helado de limón y todas las chucherías que quise, y nos fuimos por ahí los dos solos a tomar respectivamente cervezas y cocacolas mientras él se liaba cigarros y yo me sentía super adulta.
Fueron pasando los años, y en lugar de llevarme a comer chuches empezó a llevarme de bares. Recuerdo una vez que vino de visita a Málaga con unos amigos y me sacó a cenar, y después me llevó a casa antes de irse de copas. Cuando le estaba diciendo adiós por la ventana me dijo que era capaz de escalar hasta mi habitación si después yo me iba de fiesta con él. Trepó los dos pisos de mi adosado y acabamos borrachísimos en el Copo, en Torre del Mar, pasando un frío increíble de costa en Febrero y fumándonos un trozo de hachís que yo había sacado de no sé dónde.
Le he visto crecer, enamorarse, desenamorarse, irse de casa, volver a casa. Es muy trabajador, guapo a reventar y no creo que le caiga mal a nadie. Es comercial de productos de limpieza, y se siente orgulloso porque dice que "de otra cosa no sabrá, pero para vender papel del culo es el mejor". Tenemos poco o muy poco en común, objetivamente, porque él no acabó el BUP y yo soy una gafapasta de pacotilla, pero nos da igual, porque podemos hablar de cualquier cosa. Tiene tatuada una pierna hasta el muslo y un brazo hasta el hombro, y siempre dice que cuando me quiera hacer un tatuaje se lo diga, que él me lo regala.
Nos seguimos yendo de fiesta juntos. Es la única persona con la que me lo paso bien todo el rato y a la que no le sé decir que en general no bebo. Acabo tajándome muchísimo y bailamos cualquier cosa, los dos solos, cantando a gritos y pegando saltos mientras todo el bar nos mira. Recuerdo una vez que salimos con una amiga suya que era una petarda. Fingimos que nos íbamos ya para que la chavala se largara, y en cuanto desapareció por la esquina enfilamos sin hablar hasta el bar más cercano y nos pasamos otras tres horas bailando sin parar. Él me enseñó que no hay que mezclar nunca y por él me dio por beber Four Roses con zumo de naranja durante años.
Es divertido, cariñoso y lindo. Me olvido de su cumpleaños sistemáticamente y no se enfada. Me llama cada pocas semanas, normalmente desde el coche, y nunca le entiendo absolutamente nada entre su acento de Madriz y lo mal que se escucha el manos libres, pero entre el gorgoteo de eses y ejques suelo captar que me quiere y me echa de menos. Es alucinantemente generoso y me sigue dando pasta cuando me ve aunque ahora yo trabaje. Nos queremos contra el tiempo y la distancia, de forma incondicional, aunque nos veamos dos veces al año cuando hay suerte.
Y ahora se me casa, y eso me hace feliz porque mi primo Sergio está hecho para el amor. Está hecho para querer porque es detallista y dulce, de los que regala flores, bombones y escapadas románticas a ciudades de interior. Es tierno y pegajoso y tiene a su novia como a una reina. Se compran camisetas a juego, siempre dice cosas bonitas de ella y le acompaña a mirar zapatos sin quejarse. No tiene miedo al compromiso ni al futuro, quiere con ganas y el corazón abierto y va a ser un marido genial y un padre estupendo. Y Esther es fantástica, es lista, guapa y estilosa, independiente y divertida, me trata muy bien (todas las novias de mi primo me han tratado bien, por la cuenta que les trae) y, sobre todo, le quiere muchísimo.
Y poco más puedo decir, salvo que en su boda me lo pienso pasar como los indios, voy a ir guapísima y a llevar unos tacones de infarto, voy a escribir el texto más bonito del mundo y le voy a hacer llorar. Me sentiré feliz de que exista, me sentiré feliz de que le pasen cosas buenas y después comeremos hasta hartarnos, beberemos whisky con naranja y bailaremos como locos hasta caernos muertos.
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martes, 9 de agosto de 2011
26. Pause
Cuando estudiaba la carrera, a finales de curso, siempre había un momento en el que me daba la sensación de que todo se estaba yendo de las manos, y que si las vacaciones no llegaban pronto mi vida se iría definitivamente al traste. Se me desordenaban los apuntes, la casa acumulaba bolas de pelusa cada vez más aterradoras y el flequillo me empezaba a picar sobre los ojos.
Hoy me pregunto dónde coño está el botón de pause de la vida. Mi casa no es que esté desordenada; es que ha entrado en un estado anárquico de amontonamiento de objetos sobre superficies del que ya no sé por dónde empezar a sacarla. En el trabajo no hago nada y aun así me supera. Duermo mal, como peor, paso calor todo el rato y las siestas de verano están empezando a alargarse hasta lo indecente. Y en medio la vida sigue y se empeña en sorprenderme.
No sé si será porque quedan tres días para mis vacaciones, porque hace un levante furioso de estos que te hacen plantearte la emigración o porque llevo media hora delante del ordenador intentando sacar adelante un post que no hable ni de escalar ni de IA, pero en este justo momento siento que algo dentro de mí está diciendo basta. Quiero raparme la cabeza, prenderle fuego a la casa o agarrar un virus que me deje tres días en la cama. No quiero pensar en el acelerado e inevitable transcurrir del tiempo. No quiero sentir, al menos durante un ratito.
Pero como no hace ni una semana que me dejé una pasta en Llongueras, como no me quiero poner mala y como ya he tenido suficientes casas quemadas por este año, supongo que lo más parecido que tengo ahora mismo para darle al pause es irme a dormir. Y eso voy a hacer, lectores, incluso con esta mierda de post, aunque sólo sea para evitar que las lentillas resecas se me claven en la córnea y que este súbito hastío de vivir me empañe la alegría de estar viva.
lunes, 8 de agosto de 2011
25. Tres días en el mundo
Puedo escribir muchas cosas hoy.
Puedo ponerme cursi, como dice Sabina, y hablar de tus ojos, que son entre verdes y marrones, que sonríen casi todo el rato y que brillan con cierta luz de forma diabólica. Los ojos que me costaba mirar la primera media hora que pasamos juntos. Los ojos sobre los que colocaba las manos anoche para que no me deslumbraran. Puedo hablar de tus manos diestras ordenando objetos en la furgo, moviéndose con fluidez lenta y preparando el desayuno por la mañana en mitad de un prado desierto y lleno de flores. Puedo escribir sobre escucharte cantar Vetusta Morla en una carretera recta entre campos amarillos y que, de repente, mientras la letra decía "mírame, soy feliz/ tu juego me ha dejado así" tú giraras la cabeza y me miraras, sonriendo con la luz sobre tus ojos terribles, y me estrujaras el corazón como una servilleta vieja.
Puedo ponerme seria y hablar de que en un mundo donde cada vez cuesta más encontrar a personas valientes te he encontrado a ti, que de puro bravo estás medio loco, como yo, y que te has lanzado conmigo a desafiar en sesenta horas a todas las leyes de la lógica. Puedo decirte que el sentimiento más potente que tengo hoy es la admiración por cómo has sabido vivir esto, con la sinceridad y el coraje de un guerrero de la roca. Puedo gritar que estoy orgullosa de la cordada súbita y bien avenida que hemos compuesto este fin de semana.
Puedo ponerme alegre y contarte lo bien que lo he pasado, lo maravillada y agradecida que me siento de que todas las piezas del puzzle hayan encajado en su sitio. Unas con más facilidad que otras, claro está; algunas ha habido que probarlas varias veces y colocarlas despacio entre charlas en voz baja bajo un edredón nórdico. Pero en general diez sobre diez, pequeño, encadene a vista al primer pegue. Qué divertido ha sido escalar contigo a pesar de tu capacidad justita para el refuerzo positivo y a pesar de que me empeñe en utilizar las rodillas en vez de los pies. Cómo me ha gustado cantar Fito a voces y buscar prados para pasar la noche en la curva de las carreteras.
Puedo ponerme entusiasta y declarar, hoy por hoy, que la vida es de los valientes y de los kamikazes, que le siguen pasando cosas buenas a la gente buena y que si vosotros, oh lectores del blog, queréis descubrir de verdad la aventura de la existencia, no os va a quedar más remedio que echarle huevos e ir por el mundo con el corazón abierto y un coraje sin fisuras. Que no existen medias tintas para esto y que no me importa nada lo que pase ahora, porque no me arrepiento ni de un solo movimiento, desde el primer mail hasta el último beso.
Y al final, entre esta montaña rusa de emociones te me quedas tú, estremecido y lejano, brillante y consolador como una estrella. No quiero escribirte para cristalizarte ni quiero exhibirte como si fueras un trofeo. No quiero dramas, ni planes, ni apegos. Quiero regalarte estas palabras. Quiero recordarnos hermosos y alegres, morenos y fuertes como limones. Quiero que seas mi sonrisa en la cara en esta tarde de lunes y ser la sonrisa en tu mañana de martes. Quiero que siga siendo sencillo aunque no sea fácil. Y quiero darte las gracias y un beso de buenos días, y quiero terminar esto, darme una ducha e irme a la cama, porque hoy ha sido un día largo, estoy hecha polvo y hasta un corazón valiente de guerrera necesita a veces un descanso.
viernes, 5 de agosto de 2011
24. Causa mayor
¿Recordáis que dijimos que escribiría todos los días salvo causa mayor?
Bueno, pues hay una causa mayor :)
Así que nos vemos el lunes.
Bueno, pues hay una causa mayor :)
Así que nos vemos el lunes.
jueves, 4 de agosto de 2011
23. Frágil
A veces me pregunto si los conductores de autobús o los pilotos de avión son conscientes de lo que su trabajo significa para las personas. Si saben que transportan ilusiones, encuentros, posibilidades. Si se tomarán cada viaje como un trámite rutinario o mirarán a las caras de los pasajeros, intentando averiguar qué esconde la mirada de cada uno y qué les espera al otro lado del cuentakilómetros.
Pienso en la fragilidad de mi viaje en autobús, en el conductor llevándome a mi destino sin saber el tamaño de la ilusión que transporta. Mi vida y la de todos los que me acompañan dependen de la capacidad de concentración y de la salud de un solo hombre. Si le reventara un aneurisma, si hubiera venido sin dormir, si le diera un infarto... entonces mi vida, mis ilusiones y las de todos los que van conmigo se caerían rodando por la cuneta.
Por eso, cuando llego a mi destino y bajo las escaleras del bus, con mi mochila Quechua a la espalda y las piernas entumecidas después de las cuatro horas de viaje, miro al conductor agradecida. Me alegro de que no se haya dormido ni le haya dado ningún ictus. Me alegro de que la fragilidad de la existencia haya mantenido un poco más su precario equilibrio. Me alegro de haber llegado.
Pienso en la fragilidad de mi viaje en autobús, en el conductor llevándome a mi destino sin saber el tamaño de la ilusión que transporta. Mi vida y la de todos los que me acompañan dependen de la capacidad de concentración y de la salud de un solo hombre. Si le reventara un aneurisma, si hubiera venido sin dormir, si le diera un infarto... entonces mi vida, mis ilusiones y las de todos los que van conmigo se caerían rodando por la cuneta.
Por eso, cuando llego a mi destino y bajo las escaleras del bus, con mi mochila Quechua a la espalda y las piernas entumecidas después de las cuatro horas de viaje, miro al conductor agradecida. Me alegro de que no se haya dormido ni le haya dado ningún ictus. Me alegro de que la fragilidad de la existencia haya mantenido un poco más su precario equilibrio. Me alegro de haber llegado.
22. Equipaje
Un pantalón largo, por si paso frío por la noche.
Dos pantalones piratas para escalar.
Camisetas de tirantes para cuando pique el sol.
Una sudadera por si refresca.
El polar, si me cabe. Si no, me dejas el tuyo.
La bolsa de aseo con lo básico. Tú tienes gel ecológico que se puede usar en el campo.
Un bikini para las pozas.
Unas chanclas, porque ocupan poco y nunca sobran.
Los zapatos de trekking, o como se diga, para plantar bien los pies en el suelo cuando te asegure.
Algún CD que poner en la furgo.
El arnés y los gatos, por supuesto. La bolsa de magnesio me la prestas tú.
Y ganas.
Muchas ganas.
martes, 2 de agosto de 2011
21. El mal capilar, 2'75: quien no se arriesga, no gana.
En efecto, lectores: hoy me he mirado al espejo del ascensor y me he dado cuenta de que Bajo Ningún Concepto puedo seguir caminando por este lugar al que llamamos mundo con estos pelos. Así que mañana voy a jugar a la ruleta rusa capilar y encaminaré mis pasos hacia Llongueras, donde me esperan la Nazi Flequillil y sus compañeras para hacer de mi cabeza un lugar mejor (esperemos).
Ahora bien: tengo novedades. El domingo estaba comentando con una amiga el tema de la infravelocidad a la que me crece el pelo; a veces, de hecho, creo que cada cierto tiempo se reintroduce en las raíces un par de milímetros. En éstas que se nos acerca una chica y nos dice:
- Perdonad, pero no he podido evitar oíros. Para eso os recomiendo el champú para caballos del Decathlon. Te crece el pelo súper rápido y muy fuerte. Se lo echó una amiga mía para la boda y no veas qué melenaza le salió.
Mi amiga y yo nos miramos. ¿Champú para caballos? La reacción fue inmediata.
- Qué guapo, ¡champú para caballos!
- ¡Tenemos que probarlo ya!
- ¡Excursión al Decathlon MAÑANA!
Partamos del hecho de que con el Decathlon pasa como con el Mercadona: te crees que sus productos son buenos sólo por ser de allí. Uno mira, por ejemplo, las sombrillas del Decathlon, que son así rollo deportivo y aerodinámico, y piensa: la hostia, eso sí que es una sombrilla. Eso me lo puedo yo a llevar a Cortadura un día de levante sin correr el riesgo de asesinar a los demás bañistas en un golpe de viento. Pero luego piensas: en realidad, ¿qué ciencia tiene una sombrilla? ¿Realmente han inventado algún tipo de maravilloso mecanismo que haga que sean muchísimo mejores que las del chino?
Así que si te dicen que te eches champú para caballos, pues igual te lo piensas. Pero si el champú para caballos lo venden en el Decathlon... ¡ajajá! Ahí puede haber algo grande.
Además de lo anterior, tengo cierta tendencia a almacenar productos de baño e higiene personal que creo que necesito urgentemente y que después se quedan meses en los cajones de mi mini aseo, para terminar muriendo en crisis de limpieza en las que decido que quiero simplificar mi vida y subsistir sin exfoliante. Aunque suelen ser productos baratitos, últimamente intento pensármelo mejor. Si descontamos, claro está, la mascarilla de miel y karité que me acabo de comprar sólo porque huele alucinantemente a miel y quiero a tope llevar eso en mi pelo.
Total, que champú para caballos. Tengo un grave dilema al respecto. El dilema grave lo sostienen la Marina Lógica y Lista y la Marina Monguer, y se desarrolla como sigue:
- Marina Lógica y Lista: A ver, alma de cántaro, ¿por qué le iban a poner al champú para caballos algo que no le pongan al champú para humanos? Si hubieran encontrado algún componente mágico, ¿no lo emplearían antes para las personas, que en general tienen mayor poder adquisitivo que los caballos?
- Marina Monguer: Ya, pero ¿y si no es así? ¿Y si el champú para caballos contiene concentrados hiperpoderosos de sustancias consideradas peligrosas para el género humano, y sólo las mujeres arriesgadas que se atreven a probarlo pueden beneficiarse de ello?
- Marina Lógica y Lista: ¿Y de verdad piensas que algo que te echas en el pelo puede modificar la velocidad a la que te crece? ¿No se habrían hecho de oro las farmacéuticas si funcionara?
- Marina Monguer: ¡Quiero probarlo! ¡No es tan caro! ¡Y huele a frutas del bosque!
Total, que ahí están las dos, poniéndose mutuamente tibias.
Mañana va a ser un día clave para mi pelo, lectores. Voy a ir a la pelu y seguramente al Decathlon, a mirar un par de cosas y a merodear en torno al champú para caballos, debatiéndome sobre si comprarlo o no. Se admite porra. Yo opino que me lo llevo.
Deseadme suerte. O se me pone un melenón como el de Sara Carbonero, o se me cae el cuero cabelludo a tiras. Lo cual, dicho sea de paso, puede que no me importe tanto si la Nazi Flequillil vuelve a hacer de las suyas.
Os mantendré informados.
lunes, 1 de agosto de 2011
20. Poemas para Tahira, I
Para mi sobrina favorita.
niña de lluvia,
creciendo en tu casita
de piel y pluma.
Te esperamos con cuentos,
besos y ganas.
Tan pequeña y tan dulce,
tan desarmada.
No te entristezcas nunca,
niña preciosa;
tienes entre tus manos
todas las cosas.
Enséñanos a amarte,
Tahira bonita.
Recuérdanos el mundo,
vuélvete vida.
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