Acabo de releer uno de los últimos capítulos de "Pájaro a Pájaro", el libro sobre escritura de Anne Lamott. Se titula "Escribir es un regalo".
Siguen quedando cosas que decir para pintar retratos de gente a la que hemos querido - dice Anne -, para tratar de expresar aquellos momentos que nos parecen tan inexpresablemente hermosos, aquellos que nos cambian y nos hacen más profundos.
Después sigue hablando de cómo escribió dos de sus libros para su padres y su mejor amiga, que murieron de cáncer.
¿Te lo puedes imaginar? Escribí para una audiencia de dos a quienes quería y respetaba, que me querían y me respetaban. Así que escribí para ellos con todo el cuidado y el cariño que pude, que es, claro está, como me gustaría escribir siempre.
Ayer pasé parte del día mandando mails a la gente que ha hecho de mi 2012 algo especial. Entre ellos estaba Joaco, el asturiano extremadamente avionil que me robó un poco el corazón este verano. Le mandé un mensaje bonito, pero contenido. Puedo ser mucho más cursi que eso. Le dije que me gusta lo mucho que ama su trabajo y cómo les enseña a correr a los chicos de los pueblos. Le agradecí el termo de café que me preparó el primer día y el viaje a la manifa de Oviedo escuchando Mr. Brightside.
Me contestó anoche con su entusiasmo proverbial. "Qué pasada - decía -. Nunca me habían escrito algo así. Emocionásteme y tou".
Me gustó y, al mismo tiempo, me dio como ternurilla. Pensé que todo el mundo se merece escritos entusiastas. Hay algo afortunado en ser capaz (más o menos) de ponerle palabras a las cosas. Ayer tomaba chocolate caliente con José Luis en el Woodstock, frente a la playa de la Victoria, y hablábamos de escribir. "Cuando estoy contigo siento cosas - decía él - y después voy a tu blog, las leo y es como si me diera cuenta de que eso es lo que habría querido decir. Que ahí están esos sentimientos".
Al leer el mail de Joaco también pienso que no sé si es un propósito o una vocación, pero está bien poder ser el nunca de alguien. El "nunca me habían escrito algo así", o "nunca había conocido a nadie como tú", o "nunca nadie me había hecho un regalo tan bonito". Es complicado, porque no hay nada nuevo bajo el sol, pero está bien cuando sucede. Es un buen objetivo por el que esforzarse.
También me ha contestado Pablo, el chaval con el que trepé en Oviedo y que era un encanto. Se muda con su mujer a Boulder, Colorado, y se ofrece como contacto de escalada. Yo he mirado mi nómina, lo que me queda de aguinaldo después de volverme loca en las tiendas online de montaña y la página de viajar.com, y como la cosa me medio cuadre, igual me voy a los EEUU en mayo. Ir a EEUU es un sueño supergigante que tengo desde hace tiempo. Hasta me he comprado esta tarde la guía de los parques naturales del Oeste en el Corte Inglés, como quien planta semillitas a escondidas a ver lo que sale.
En momentos como éste me siento como la protagonista de un relato de Robert Fulghum, el de "Todo lo que necesito saber lo aprendí en el parvulario". Habla de una chica que se pasó horas llorando en un aeropuerto porque había perdido su billete de avión, hasta que descubría que estaba sentada sobre él. Pienso en los días en que creo que la vida me supera o me siento sola, y luego descubro que llevo todo el rato sentada encima de mi billete. Hay tanta gente en este planeta, tanta, que si uno lo piensa bien, sentirse solo es imposible.
Escribidle mañana algo bonito a alguien que haya hecho de vuestro año un año mejor. Regalad palabras amables. Quizá recibáis una respuesta que os sorprenda. Las palabras son buenos regalos: le gustan a todo el mundo, no hay que acertar con la talla y son gratis. Que, tal y como está la cosa, no es moco de pavo.
domingo, 30 de diciembre de 2012
De mi abuela a la Keyes, y viceversa
Hace un par de días, mientras estaba en Málaga, mi madre me dio un cuaderno de recetas que había pertenecido a mi abuela paterna. Lo encontró ordenando la casa después del incendio y quería que se lo llevara a mí tía la de Madrid. El cuaderno empieza en 1949, y parece ser que mi abuela empezó a escribirlo poco antes de casarse. Esas recetas eran su dote: lo que iba a aportarle al hombre al que amaba, su capacidad de cuidarle en la alegría y en las penas hasta que la muerte los separó.
Abro el cuaderno por la primera página. "Libro de recetas de cocina y repostería", se titula. "Este cuaderno pertenece a Marina Rodríguez Jiménez", añade después con su bonita caligrafía inglesa. Las recetas están numeradas hasta la última, la 83: lentejas guisadas. La leo con atención. Es una hermosa receta detallada. La cocina cariñosa se contiene en los detalles, y las lentejas de mi abuela los tienen a montones. "Limpiar las lentejas con cuidado, porque siempre traen chinos y trocitos de tierra", "remojar las lentejas y apartar las que suban a la superficie", "batir las patatas cocidas y añadirlas al caldo".
Un rato después, cuando salgo a la calle para ir al supermercado, voy pensando en el nombre de mi abuela muerta escrito en la primera página del cuaderno. Los nombres de los muertos significan tan poco. De repente se convierten en el traje vacío de alguien que se ha marchado. Al final nos morimos, pienso frente al sol insultante de la calle Real. Qué absurdo es todo. Qué absurdo querer vivir bien, tener penas de amor y preocuparse de cómo hacer unas buenas lentejas. Frente a mí, la gente pasea contenta en esta mañana de sábado; los altavoces atruenan con villancicos y las mesas de las terrazas están llenas.
Entro en la librería de la calle Rosario. Después del aguinaldo estoy súbitamente bien de dinero, así que me estoy autorregalando cosas. Ayer encargué un buen chaquetón de plumas y unos pies de gato buenísimos que van a escalar mejor que yo. Hoy me he dado el gusto y me he comprado el libro de repostería de Marian Keyes. Porque sí. Porque me encanta Marian Keyes, me encantan los dulces y quiero aprender a hacer galletas en forma de zapato. El libro es fabulosamente rosa, con unas fotos espléndidas y la autora en la portada, con un delantal y su carita mofletuda de irlandesa sanota, rellenando cupcakes con una manga pastelera.
Aún no he mirado bien el libro, porque le pedí a la dependienta que me lo envolviera para disimular el oprobio y ahora me da pena abrirlo. Sí sé que MK habla de la depresión que le entró hace tres años y de cómo hornear repostería le está ayudando a salir de ella. Hay algo tan cariñoso en cocinar para otros. Miro el cuadernito de mi abuela al lado del mamotreto hortera de la Keyes. Mi abuela murió de cáncer cuando yo tenía un año. Me pregunto si en 1949 se pudo imaginar que su nieta, la que lleva su nombre, andaría comprándose vergonzosas obras anglosajonas para aprender a hacer tarta de queso invertida, y si se reconocería en este linaje de cocineras anónimas.
Y pienso que sí, que se reconocería. Porque mi abuela y yo sabemos y queremos cuidar.
Ahora sólo espero que 2013 sea un año lleno de gente para la que poder cocinar tartas y (si por fin aprendo) los famosos cupcakes de los que todo el mundo habla.
viernes, 28 de diciembre de 2012
Balance del año, 1: meme.
Empezamos el balance del año, que promete ser más largo que una boda gitana. Igual que la navidad en general me aberra, cambiar de año me parece un rito interesante, porque como contadora de historias y recreadora infinita de momentos, me gustan las pajas mentales sobre lo que se fue y lo que está por venir.
Este meme lo rellené el año pasado y creo que lo voy a convertir en tradición. Es una buena manera de valorar lo pasado y planear el futuro. Quien no quiera memes, que se espere a mañana, que prometo escribir algo más elaborado y en modo historia. Quien tenga ganas de leer un montón de anotaciones personales y poco esforzadas, junto con miles de enlaces a post antiguos y otra información bizarra, que siga bajo su propia responsabilidad.
Este meme lo rellené el año pasado y creo que lo voy a convertir en tradición. Es una buena manera de valorar lo pasado y planear el futuro. Quien no quiera memes, que se espere a mañana, que prometo escribir algo más elaborado y en modo historia. Quien tenga ganas de leer un montón de anotaciones personales y poco esforzadas, junto con miles de enlaces a post antiguos y otra información bizarra, que siga bajo su propia responsabilidad.
Café
- No quiero que me dé el sol - te explico, cambiándome de silla, mientras me miras guiñando los ojos por la luz -. Estoy tomándome otra vez el Roacután.
- Pero ¿por qué? Si tienes la carita muy bien.
- La cara no está mal, pero mira el cuello - y levanto la barbilla con cara de resignación.
- Ya... me he dado cuenta de que esa zona la tienes regular - extiendes la mano y me pasas los dedos por la piel hinchada. Después me rodeas la cara con las palmas y sonríes -. A veces me acuerdo de cuando te ponías la mascarilla aquella para el acné y sólo se te veían los ojitos. Parecías un mapache. Estabas preciosa.
- Estaba preciosa precisamente porque sólo se me veían los ojitos.
- Da igual. Era un momento bonito, era nuestro momento de irnos a dormir, y a mí me gustaba.
Te miro, sonrío y te doy un abrazo.
- ¿Sabes? - me dices, con la voz medio enterrada en mi abrigo -. Echo de menos querer a alguien como te quise a ti.
No importa en absoluto que me digas esto, ni tampoco que yo te conteste que a mí también me pasa. Da igual, no duele y no cambia nada. Hace sol, es un día precioso y a mí me hace bien verte; me hace bien que te saltes las partes dolidas y feas de mí y llegues directamente a lo bonito.
Echarte de menos es uno de mis mejores defectos.
martes, 25 de diciembre de 2012
El Mal Pascual
Estoy sentada en un bar del Miramar tomándome un gintonic frente a mi padre. La conversación gira en torno a lo mal que va todo y a cómo el SAS, ese imperio romano en decadencia, se viene abajo lentamente con la colaboración y desidia de todos sus trabajadores. Mi padre es médico y no tengo claro que sepa hablar un lenguaje distinto al de la queja.
Yo me siento muy, muy deprimida.
Ayer por la tarde me vine con el coche. Después de años preparando ilusionadísima la cena de Nochebuena, he evolucionado al modo "me presento a última hora con todo por delante" sin demasiado esfuerzo. Me desperté en San Fernando con un sol resplandeciente. Los niños jugaban en manga corta en la plaza del Ayuntamiento y por las ventanas de los soportales salían villancicos rocieros. Todo era tan luminoso y tan andaluz que parecía que iban a multarte si te ponías triste.
Por la autopista de Jerez- Los Barrios se veía la Sierra de los Alcornocales y un cielo azul y enorme enmarcándolo todo. Yo conducía, cantaba con el Spotify y pensaba que amo profundamente esta provincia: desde la primera roca de Grazalema hasta la última playa de Bolonia. Amo el Cádiz Profundo, la Viña antidepresiva, los sectores de escalada, la arena donde me tuesto al sol durante el verano y a los pacientes de la sierra que acuden al psicólogo sólo cuando el chamán les falla. A lo mejor en realidad lo que quiero decir es que amo mucho mi vida y a mi gente, y que eso es muy bonito.
Venir a Málaga es tener que esforzarme todo el rato por recordar que me he ido, que he salido de aquí y he cambiado. El resto de la gente cambia tan poco. Mi familia cambia tan poco. "Estoy apático", me dice mi padre frente a su cuarta cerveza. Normal, pienso yo. Normal. Si es que tu vida ahora mismo no tiene mucho aliciente, ni tú te has esforzado mucho en construírtelo y yo, a estas alturas, no tengo ni puta idea de cómo ayudarte.
Nochebuena. El mismo guión año tras año tras año. Al menos parece que ahora nos vamos simplificando: cada vez preparamos menos comida y despachamos antes todo el asunto de Papá Noel. Con un poco de suerte, pasará el tiempo suficiente entre mi prima pequeña y el primer bisnieto como para poder dedicar unas cuantas nochebuenas a beber gintonics sin tener que fingir que viene por ahí un gordo yanki de rojo montado en un trineo. Entretanto, todo permanece. Llegan mis tíos, suben el cristal de la mesa del salón a la cama de matrimonio. Se hacen comentarios sobre cómo podríamos comer menos, y acabamos igualmente comiendo muchísimo. Se cantan los mismos villancicos y las mismas canciones, porque ni mi hermano ni yo ampliamos el repertorio de un año para otro. Entretanto, unos nos hacemos mayores y otros envejecen. A mi abuela, por otra parte, le sienta bien la senilidad: la desinhibe de una forma amable. Ayer incluso dio palmas en su silla mientras yo tocaba la guitarra, resplandeciendo sobre su fular rosa chicle con la mirada un poco desviada.
Yo me esfuerzo, insisto, en recordar que puedo ser otra cosa. Quiero a mi familia. Les quiero un montón. Pero si no me olvido en la medida de lo posible de todo esto, no podré construir algo nuevo. Si no creo firmemente que puedo llevar mi vida de un modo distinto, acabaré otra vez aquí y todo esto no habrá servido para nada. No sé si me explico.
Por la noche me acurruco en mi cama de noventa con la bolsa caliente de cereales a los pies. Se me ocurrió el año pasado, y este año también me pasa: me imagino que el MD (Maromo Definitivo) viene conmigo a la cena, y que se queda a dormir aquí porque no es de Málaga. "Lo he pasado muy bien", me dice. Y yo "qué va, si esto es lo peor". "Que no, en serio, que tu familia es muy maja, que tus tíos son geniales". Yo froto mis pies fríos contra los suyos y le confieso que antes de conocerle, ésta era mi imagen de felicidad navideña. "¿Una cena familiar?". "No - le explico yo -, este momento. Estar aquí contigo, ahora, en una cama incomodísima que nos han preparado para la ocasión, quizá un poco borrachos y hartos de aguantar gritos de niños y conversaciones de adultos. Pero contentos porque todo nos la pela, porque estamos tú y yo y vamos a hacer las cosas mejor, incluso aunque no lo consigamos."
Odio TANTO la navidad, queridos lectores.
Tenedlas felices, de todas maneras.
Abracitos fuertes.
Yo me siento muy, muy deprimida.
Ayer por la tarde me vine con el coche. Después de años preparando ilusionadísima la cena de Nochebuena, he evolucionado al modo "me presento a última hora con todo por delante" sin demasiado esfuerzo. Me desperté en San Fernando con un sol resplandeciente. Los niños jugaban en manga corta en la plaza del Ayuntamiento y por las ventanas de los soportales salían villancicos rocieros. Todo era tan luminoso y tan andaluz que parecía que iban a multarte si te ponías triste.
Por la autopista de Jerez- Los Barrios se veía la Sierra de los Alcornocales y un cielo azul y enorme enmarcándolo todo. Yo conducía, cantaba con el Spotify y pensaba que amo profundamente esta provincia: desde la primera roca de Grazalema hasta la última playa de Bolonia. Amo el Cádiz Profundo, la Viña antidepresiva, los sectores de escalada, la arena donde me tuesto al sol durante el verano y a los pacientes de la sierra que acuden al psicólogo sólo cuando el chamán les falla. A lo mejor en realidad lo que quiero decir es que amo mucho mi vida y a mi gente, y que eso es muy bonito.
Venir a Málaga es tener que esforzarme todo el rato por recordar que me he ido, que he salido de aquí y he cambiado. El resto de la gente cambia tan poco. Mi familia cambia tan poco. "Estoy apático", me dice mi padre frente a su cuarta cerveza. Normal, pienso yo. Normal. Si es que tu vida ahora mismo no tiene mucho aliciente, ni tú te has esforzado mucho en construírtelo y yo, a estas alturas, no tengo ni puta idea de cómo ayudarte.
Nochebuena. El mismo guión año tras año tras año. Al menos parece que ahora nos vamos simplificando: cada vez preparamos menos comida y despachamos antes todo el asunto de Papá Noel. Con un poco de suerte, pasará el tiempo suficiente entre mi prima pequeña y el primer bisnieto como para poder dedicar unas cuantas nochebuenas a beber gintonics sin tener que fingir que viene por ahí un gordo yanki de rojo montado en un trineo. Entretanto, todo permanece. Llegan mis tíos, suben el cristal de la mesa del salón a la cama de matrimonio. Se hacen comentarios sobre cómo podríamos comer menos, y acabamos igualmente comiendo muchísimo. Se cantan los mismos villancicos y las mismas canciones, porque ni mi hermano ni yo ampliamos el repertorio de un año para otro. Entretanto, unos nos hacemos mayores y otros envejecen. A mi abuela, por otra parte, le sienta bien la senilidad: la desinhibe de una forma amable. Ayer incluso dio palmas en su silla mientras yo tocaba la guitarra, resplandeciendo sobre su fular rosa chicle con la mirada un poco desviada.
Yo me esfuerzo, insisto, en recordar que puedo ser otra cosa. Quiero a mi familia. Les quiero un montón. Pero si no me olvido en la medida de lo posible de todo esto, no podré construir algo nuevo. Si no creo firmemente que puedo llevar mi vida de un modo distinto, acabaré otra vez aquí y todo esto no habrá servido para nada. No sé si me explico.
Por la noche me acurruco en mi cama de noventa con la bolsa caliente de cereales a los pies. Se me ocurrió el año pasado, y este año también me pasa: me imagino que el MD (Maromo Definitivo) viene conmigo a la cena, y que se queda a dormir aquí porque no es de Málaga. "Lo he pasado muy bien", me dice. Y yo "qué va, si esto es lo peor". "Que no, en serio, que tu familia es muy maja, que tus tíos son geniales". Yo froto mis pies fríos contra los suyos y le confieso que antes de conocerle, ésta era mi imagen de felicidad navideña. "¿Una cena familiar?". "No - le explico yo -, este momento. Estar aquí contigo, ahora, en una cama incomodísima que nos han preparado para la ocasión, quizá un poco borrachos y hartos de aguantar gritos de niños y conversaciones de adultos. Pero contentos porque todo nos la pela, porque estamos tú y yo y vamos a hacer las cosas mejor, incluso aunque no lo consigamos."
Odio TANTO la navidad, queridos lectores.
Tenedlas felices, de todas maneras.
Abracitos fuertes.
sábado, 22 de diciembre de 2012
Mi Kindle y yo
Ya que, como os conté, Ángel se dedica entre otras cosas a escribir sobre lectores de ebooks, hoy voy a hablaros de mi vida con el Kindle. Anticipo que en ocasiones voy a usar la palabra Kindle porque es más operativa que "libro electrónico" y porque es la marca del mío y PORQUE QUIERO. Hala.
Yo era reticente al libro electrónico. Imaginad a Matilda (la niña del dibujo en la cabecera del blog) sentada sobre un Kindle. ¿No pierde todo el encanto? Me molaba el papel, olisquear los libros, acariciar sus cubiertas como una desquiciada y acumularlos en la estantería.
No obstante, a mí se me antoja todo; sin ir más lejos, llevo unos días obsesionada con tener un iPad, y me estoy conteniendo solamente porque estoy tan tiesa de dinero que ahora mismo es inviable. La idea Kindle fue penetrando en mi cerebro hasta arraigar, y reflexioné sobre algunas necesidades que pensé que cubriría bien. De esas necesidades os hablaré después, cuando os cuente sus ventajas.
Mi ebook llegó de mano de mi madre después de mi última mudanza, este verano. Me dijo que estaba harta de acarrear libros y que iba a invertir en un Kindle para mí por la salud de su espalda. Me decidí por el Touch porque la relación calidad-precio me parecía muy buena y porque quería poder subrayar.
Desde entonces, lo mío con él es puro amor. Primero, las desventajas, para no perder la perspectiva. Es menos bonito que un libro y no decora tu estantería. La pantalla refleja la luz ambiental menos que los libros normales. Algunos textos no se convierten bien, no todos los libros están en versión Kindle y los libros comprados los puedes dejar, pero es un sistema un poco extraño que no acabo de entender. Si se te cae al suelo, es más fácil que se dañe que un libro normal.
Ahora vienen las ventajas y utilidades de este aparato del Bien. Si estoy enamorada de algo en esta vida es, por este orden: de Internet, de mi smartphone y de mi Kindle. Ahora que lo pienso, a lo mejor en el futuro en vez de acabar rodeada de gatos acabo rodeada de tecnogadgets.
1. El factor pijama. Domingo por la mañana. Te levantas en tu casa sin nada que leer. Decides buscar algo que te interese, ya sea gratis o pagando. Encuentras lo que quieres. Te lo descargas y puedes empezar a leerlo en medio minuto. Flipa. Es verdad que ir a la librería es genial, y que me gusta pasear por las estanterías acariciando lomitos de libros, pero poder comprar o descargar un libro en pijama, desde tu sofá y de forma inmediata tiene todo el encanto del mundo.
2. Los libros en inglés. Si, como yo, eres una paleofriki anglófila, te encontrarás con que muchos libros que te interesan todavía no están disponibles en español. El proceso pijama es idéntico con un libro en inglés. Nada de esperas, ni de pagar el transporte, ni de pasarte media tarde haciendo cola en correos porque cuando vinieron a entregar el libro a tu casa tú no estabas. De los USA a mi bicho en cero coma. Además, lleva un diccionario de inglés incluido y puedes buscar las palabras sobre la marcha.
3. Los artículos científicos. A ver, seamos sinceros. Yo me leo tres artículos científicos al año, y porque me obligan. Pero cuando los leo, puedo hacerlo en el Kindle, que es mucho más cómodo que una pantalla y no gasta papel. ¡Viva y bravo!
4. Subrayar. Un buen fetichista literario tiene reglas de subrayado. Sólo subrayas ensayos, sólo si son tuyos, sólo con lápiz y muyyyy flojito, porque te gusta pensar que si en un futuro te vuelves muy loco podrías borrarlo todo para volver a dejarlo impoluto. El sistema de subrayado del Kindle Touch es bastante bueno, y después puedes navegar por las partes que has destacado cien por cien libre de culpa.
5. Las notas. Puedes agregar notas a los subrayados o traducciones de palabras para repasar inglés. En realidad, esto lo pongo por poner, porque lo uso poco. El infierno debe de ser un lugar donde tienes que escribir en una pantalla táctil de tinta electrónica toda la eternidad.
6. Lees más: el intervalo entre libro y libro no existe. Puedes terminar uno y empezar otro enseguida. Si no te gusta uno, lo dejas y cambias, y no tienes que andar buscando otro que te guste en la librería o la biblioteca. Además, puedes sacarlo en situaciones donde un libro normal sería más incómodo, como la cola del bus.
7. Los viajes. Se acabó temer al exceso de equipaje por el tamaño de los libros. Se acabó tener que elegir entre libros y bragas. Con tu ebook al fin del mundo.
8. Comer leyendo. Para personas solitarias y destinadas a la cría indiscriminada de felinos o tablets como yo, comer leyendo es una buena opción. El libro electrónico no sólo lleva mejor las salpicaduras de comida (es bastante robusto), sino que pasar las páginas es mucho más cómodo y sólo necesitas una mano para sujetarlo.
9. Revisar textos propios. Como no me gusta leer en el ordenador, a veces me descargo mis textos al Kindle para leerlos de una forma distinta, casi como no fueran míos. Me imagino que soy una escritora de éxito y que me he comprado el libro en Amazon. Luego me río como una loca y acaricio a mimóvil gato novio imaginario (¡mierda, no sé que poner!).
10. Ahorro. Fijaos que lo he puesto casi en último lugar porque yo compro muchos libros electrónicos. Me gusta que el formato esté bien y no haya erratas, y creo en pagar a la gente por su trabajo y apoyar a los escritores. Aun así, algo descargo gratis, y claro que ahorras. Pero incluso sin pirateo, como los libros están más baratos que la edición de papel, gastas menos y lees más.
11. Oportunidad para nuevos escritores. En un mundo pre-Kindle, yo acabaría suicidándome después de mandar mis textos a todas las editoriales y que me rechazaran. En un mundo post-Kindle, puedo autoeditarme con coste cero. ¿No es genial?
12. Esconder el oprobio. Estanterías llenas de libros de Marian Keyes y Lisa Jewel quedan mal, pero mi Kindle puede estar abarrotado sin que nadie se entere. Cada vez me da menos vergüenza reconocer que la Keyes y la Jewel me parecen las putas amas, pero no quiero correr el riesgo de que un maromo intelectual megainteresante me juzgue por mi estantería y huya de mí al ver en lugar destacado "Vince & Joy y las trampas del destino".
13. Fomentar el gafapastismo. Yo voy a la librería y me resisto a gastarme dinero en "En busca del tiempo perdido". Soy así de chunga. Me dejo llevar por los cantos de sirena de Anagrama y compro literatura contemporánea. En el Kindle puedo bajar clásicos con pinta de aburridos por si algún día hay una explosión nuclear y sólo quedamos yo, el Kindle y un enchufe funcionante.
Y con trece puntos acabamos, que no se ha terminado el mundo y podemos permitirnos tentar al destino. Mi conclusión: una grandísima inversión que no va a sustituir del todo al libro en papel (¡nunca!) pero que complementa y mejora mi vida literaria.
Hale, a disfrutar del finde y a enviar amor hacia mi guardia de mañana.
Yo era reticente al libro electrónico. Imaginad a Matilda (la niña del dibujo en la cabecera del blog) sentada sobre un Kindle. ¿No pierde todo el encanto? Me molaba el papel, olisquear los libros, acariciar sus cubiertas como una desquiciada y acumularlos en la estantería.
No obstante, a mí se me antoja todo; sin ir más lejos, llevo unos días obsesionada con tener un iPad, y me estoy conteniendo solamente porque estoy tan tiesa de dinero que ahora mismo es inviable. La idea Kindle fue penetrando en mi cerebro hasta arraigar, y reflexioné sobre algunas necesidades que pensé que cubriría bien. De esas necesidades os hablaré después, cuando os cuente sus ventajas.
Mi ebook llegó de mano de mi madre después de mi última mudanza, este verano. Me dijo que estaba harta de acarrear libros y que iba a invertir en un Kindle para mí por la salud de su espalda. Me decidí por el Touch porque la relación calidad-precio me parecía muy buena y porque quería poder subrayar.
Desde entonces, lo mío con él es puro amor. Primero, las desventajas, para no perder la perspectiva. Es menos bonito que un libro y no decora tu estantería. La pantalla refleja la luz ambiental menos que los libros normales. Algunos textos no se convierten bien, no todos los libros están en versión Kindle y los libros comprados los puedes dejar, pero es un sistema un poco extraño que no acabo de entender. Si se te cae al suelo, es más fácil que se dañe que un libro normal.
Ahora vienen las ventajas y utilidades de este aparato del Bien. Si estoy enamorada de algo en esta vida es, por este orden: de Internet, de mi smartphone y de mi Kindle. Ahora que lo pienso, a lo mejor en el futuro en vez de acabar rodeada de gatos acabo rodeada de tecnogadgets.
1. El factor pijama. Domingo por la mañana. Te levantas en tu casa sin nada que leer. Decides buscar algo que te interese, ya sea gratis o pagando. Encuentras lo que quieres. Te lo descargas y puedes empezar a leerlo en medio minuto. Flipa. Es verdad que ir a la librería es genial, y que me gusta pasear por las estanterías acariciando lomitos de libros, pero poder comprar o descargar un libro en pijama, desde tu sofá y de forma inmediata tiene todo el encanto del mundo.
2. Los libros en inglés. Si, como yo, eres una paleofriki anglófila, te encontrarás con que muchos libros que te interesan todavía no están disponibles en español. El proceso pijama es idéntico con un libro en inglés. Nada de esperas, ni de pagar el transporte, ni de pasarte media tarde haciendo cola en correos porque cuando vinieron a entregar el libro a tu casa tú no estabas. De los USA a mi bicho en cero coma. Además, lleva un diccionario de inglés incluido y puedes buscar las palabras sobre la marcha.
3. Los artículos científicos. A ver, seamos sinceros. Yo me leo tres artículos científicos al año, y porque me obligan. Pero cuando los leo, puedo hacerlo en el Kindle, que es mucho más cómodo que una pantalla y no gasta papel. ¡Viva y bravo!
4. Subrayar. Un buen fetichista literario tiene reglas de subrayado. Sólo subrayas ensayos, sólo si son tuyos, sólo con lápiz y muyyyy flojito, porque te gusta pensar que si en un futuro te vuelves muy loco podrías borrarlo todo para volver a dejarlo impoluto. El sistema de subrayado del Kindle Touch es bastante bueno, y después puedes navegar por las partes que has destacado cien por cien libre de culpa.
5. Las notas. Puedes agregar notas a los subrayados o traducciones de palabras para repasar inglés. En realidad, esto lo pongo por poner, porque lo uso poco. El infierno debe de ser un lugar donde tienes que escribir en una pantalla táctil de tinta electrónica toda la eternidad.
6. Lees más: el intervalo entre libro y libro no existe. Puedes terminar uno y empezar otro enseguida. Si no te gusta uno, lo dejas y cambias, y no tienes que andar buscando otro que te guste en la librería o la biblioteca. Además, puedes sacarlo en situaciones donde un libro normal sería más incómodo, como la cola del bus.
7. Los viajes. Se acabó temer al exceso de equipaje por el tamaño de los libros. Se acabó tener que elegir entre libros y bragas. Con tu ebook al fin del mundo.
8. Comer leyendo. Para personas solitarias y destinadas a la cría indiscriminada de felinos o tablets como yo, comer leyendo es una buena opción. El libro electrónico no sólo lleva mejor las salpicaduras de comida (es bastante robusto), sino que pasar las páginas es mucho más cómodo y sólo necesitas una mano para sujetarlo.
9. Revisar textos propios. Como no me gusta leer en el ordenador, a veces me descargo mis textos al Kindle para leerlos de una forma distinta, casi como no fueran míos. Me imagino que soy una escritora de éxito y que me he comprado el libro en Amazon. Luego me río como una loca y acaricio a mi
10. Ahorro. Fijaos que lo he puesto casi en último lugar porque yo compro muchos libros electrónicos. Me gusta que el formato esté bien y no haya erratas, y creo en pagar a la gente por su trabajo y apoyar a los escritores. Aun así, algo descargo gratis, y claro que ahorras. Pero incluso sin pirateo, como los libros están más baratos que la edición de papel, gastas menos y lees más.
11. Oportunidad para nuevos escritores. En un mundo pre-Kindle, yo acabaría suicidándome después de mandar mis textos a todas las editoriales y que me rechazaran. En un mundo post-Kindle, puedo autoeditarme con coste cero. ¿No es genial?
12. Esconder el oprobio. Estanterías llenas de libros de Marian Keyes y Lisa Jewel quedan mal, pero mi Kindle puede estar abarrotado sin que nadie se entere. Cada vez me da menos vergüenza reconocer que la Keyes y la Jewel me parecen las putas amas, pero no quiero correr el riesgo de que un maromo intelectual megainteresante me juzgue por mi estantería y huya de mí al ver en lugar destacado "Vince & Joy y las trampas del destino".
13. Fomentar el gafapastismo. Yo voy a la librería y me resisto a gastarme dinero en "En busca del tiempo perdido". Soy así de chunga. Me dejo llevar por los cantos de sirena de Anagrama y compro literatura contemporánea. En el Kindle puedo bajar clásicos con pinta de aburridos por si algún día hay una explosión nuclear y sólo quedamos yo, el Kindle y un enchufe funcionante.
Y con trece puntos acabamos, que no se ha terminado el mundo y podemos permitirnos tentar al destino. Mi conclusión: una grandísima inversión que no va a sustituir del todo al libro en papel (¡nunca!) pero que complementa y mejora mi vida literaria.
Hale, a disfrutar del finde y a enviar amor hacia mi guardia de mañana.
viernes, 21 de diciembre de 2012
Resumen del I MGE
El making off de este post. La bata es antierótica, lo sé, pero muy calentita.
Hoy no estoy para muchas alharacas literarias. El I Micromeeting Gaditano de Emprendedores está siendo agotador. He aquí una lista de las actividades a las que Ángel y yo nos hemos dedicado en estos días:
- Ruta turístico-sentimental por Cádiz y San Fernando, del tipo de "aquí vengo yo a tomar colacao", "este es el puesto donde compro flores cuando me pongo triste" o "esta era la tienda del señor muy amable que cerró la semana pasada".
- Degustación gastronómica variada, con especial hincapié en platos típicos de la zona, como la "carne meshá" del Manteca, el atún encebollado, las papas con chocos y el chino de emergencia. Reconozco que el chino quizá no era exactamente gaditano, pero nos ha sentado muy bien.
- Demostración empírica de la benevolencia del clima gaditano, tomando cervezas al sol y paseando sin chaqueta por la Calle Real.
- Examen teórico-práctico de gaditanismo, aprobado mediante contestación de preguntas capciosas (Pregunta: "¿Cómo se llama la parte de Cádiz que queda dentro de Puertatierra?" Respuesta: "Cádiz, Cádiz"), ejecución libre de canciones callejeras y exhibición de simpatía desmedida con dependientes y vecinos.
- Clase individual presencial de coaching literario, con lectura y corrección de textos.
- Iniciación al diseño web y explicación exhaustiva de la diferencia entre un plug-in y un widget. Un desastre, porque Ángel intenta explicármelo con palabras técnicas y yo lo traduzco a metáforas (si la web es una casa, los widget son los muebles y el plug-in la señora que te los limpia, ¿no?).
- Sesión de escalada en la nueva sede de los rupícolas, a la que se han unido dos patos huelguistas y que ha culminado con mucho dolor de antebrazos y una ingesta programada de cerveza fresquita.
Frase de un pato: "Marina, yo no sabía que debajo de esa bata blanca con megáfono se escondía Silvester Stallone".
Venía aquí muy contenta porque, una vez más, me doy cuenta de que si yo tengo una tribu más allá de mis amigos, la roquipandi, los patos o quien sea, esa tribu sois vosotros, mis lectores, y que nos podemos entender tan bien como para que uno se plante aquí sin conocernos apenas y echemos unos días tan estupendos como estos. Muchas gracias, Ángel, por ser tan amor como sólo un lector sabe serlo, por tu utilidad sin ambages y por tu entusiasmo.
Para terminar, os adjunto las dos propuestas de logo para Psicosupervivencia que me ha mandado el tipo de los cinco dólares. Creo que voy a usar la imagen de arriba con el formato de abajo (junto al texto y con esa fuente). ¿Qué os parece?
Y ahora a dormir, que nos lo hemos ganado.
PD: Este es el Making Off de massobreloslunes
miércoles, 19 de diciembre de 2012
Actualizando, que es gerundio
Esta mañana me he ido a la secretaría de docencia de mi hospital y he anunciado que o me solucionaban lo de las rotaciones, o me iba a Sevilla a liarla. Después les he dicho: "que sepáis que la que se pasó toda la semana gritando con el megáfono era yo, así que si digo que voy a liarla, la lío". Verídico. Dos horas después, me habían mandado la autorización por fax desde Sevilla. ¿Tenía que ser así o les he intimidado con mi fama revolucionaria?. Ahora me siento tan culpable de haberles gritado a las administrativas que les he comprado una bolsa de caramelos para pedirles disculpas. Pero son sin azúcar, y me preocupa que piensen que les estoy llamando gordas y se ofendan.
Moraleja 1: es difícil ser bueno.
Moraleja 2: me voy a Madrid. Dado mi actual talante revolucionario, me preocupa que con la que está cayendo allí se me vaya la pinza y termine en el calabozo.
También tengo ya mis recetas de Roacután, que ahora se llama Mayesta pero que promete ser igual de agresivamente efectivo. Viva y bravo dos.
Por otra parte, Ángel (mi lector de Seattle, que ya no está en Seattle) y yo nos encontramos celebrando el primer Micromeeting Gaditano de Emprendedores (MGE). A diferencia de otros emprendedores mentalmente pajilleros que sólo asisten a cursos teóricos sin hacer nunca nada, el MGE consta de un pequeño porcentaje de teoría y un alto volumen de práctica, así quehe puesto a Ángel a currar como un esclavo en mi página mientras le sobornaba con ricas ensaladas de mango y promesas de llevarle a escalar hemos pasado la tarde trabajando en el nuevo diseño de Psicosupervivencia. El plan es reabrir la página en reyes con la seriedad y consistencia que el tema se merece. Hoy le he encargado el logo a un tipo que te los hace por cinco dólares y estoy muy entusiasmada.
Ahora Ángel está tecleando una review para su página de ebooks mientras yo escribo esto. Cuando estaba redactando en inglés el brief de mi logo para el notas de los cinco dólares, había un par de palabras que no tenía claras y se las he preguntado. Y mola, porque también podría haberlas mirado en wordreference, pero está bien tener a alguien cerca que te pueda echar una mano. Hoy me siento contenta porque Ángel, como la gran mayoría de los lectores del blog con los que he contactado, es amor y me está ayudando mucho, y porque nada de eso sería posible sin que existiera este rinconcito.
Así que en agradecimiento a massobreloslunes y al tremendo y positivo impacto que ha tenido en mi vida, le he comprado también su dominio y en breve nos vamos a trasladar a massobreloslunes.com ¡¡Viva y bravo!!
Hoy ha sido un día feliz.
Besos y mil gracias a todos por los comentarios de apoyo del post anterior. ¡La etiqueta Madrid estará pronto on fire!
Moraleja 1: es difícil ser bueno.
Moraleja 2: me voy a Madrid. Dado mi actual talante revolucionario, me preocupa que con la que está cayendo allí se me vaya la pinza y termine en el calabozo.
También tengo ya mis recetas de Roacután, que ahora se llama Mayesta pero que promete ser igual de agresivamente efectivo. Viva y bravo dos.
Por otra parte, Ángel (mi lector de Seattle, que ya no está en Seattle) y yo nos encontramos celebrando el primer Micromeeting Gaditano de Emprendedores (MGE). A diferencia de otros emprendedores mentalmente pajilleros que sólo asisten a cursos teóricos sin hacer nunca nada, el MGE consta de un pequeño porcentaje de teoría y un alto volumen de práctica, así que
Ahora Ángel está tecleando una review para su página de ebooks mientras yo escribo esto. Cuando estaba redactando en inglés el brief de mi logo para el notas de los cinco dólares, había un par de palabras que no tenía claras y se las he preguntado. Y mola, porque también podría haberlas mirado en wordreference, pero está bien tener a alguien cerca que te pueda echar una mano. Hoy me siento contenta porque Ángel, como la gran mayoría de los lectores del blog con los que he contactado, es amor y me está ayudando mucho, y porque nada de eso sería posible sin que existiera este rinconcito.
Así que en agradecimiento a massobreloslunes y al tremendo y positivo impacto que ha tenido en mi vida, le he comprado también su dominio y en breve nos vamos a trasladar a massobreloslunes.com ¡¡Viva y bravo!!
Hoy ha sido un día feliz.
Besos y mil gracias a todos por los comentarios de apoyo del post anterior. ¡La etiqueta Madrid estará pronto on fire!
lunes, 17 de diciembre de 2012
El anti-Almendro
Estoy triste. Resulta que me han dejado sin vacaciones de navidad. Como la huelga sigue convocada, la gerencia ha suspendido los permisos de los residentes y nos tenemos que quedar todos aquí, a no ser que decidamos no cobrar esos días. El resultado será como el anuncio del Almendro, pero al revés (se queedaaaa... en Cádiz se queeeeda.... por Navidad).
Hoy me siento pobre. Siento que no tengo suficiente dinero ni suficiente tiempo. Se me pasan los días y no doy abasto para hacer todo lo que quiero. Se me mezclan las tareas en la cabeza y me siento perdida. Lo peor del asunto es que no sé si me van a atrasar la rotación de Madrid por estar en huelga, es decir: que a lo mejor no puedo irme en enero, como tenía planeado. Eso me perturba. No puedo hacer planes y no quiero perder tiempo de mi rotación. Esto me parece una coacción miserable y me da mucha rabia.
Mi trabajo me encanta, pero desde que empecé la huelga me estoy sintiendo institucionalmente mal. No sé si me explico. El ambiente laboral no es bueno. Todo el mundo está quemado y acaban tirando la toalla antes de empezar, y quienes más lo sufren los pacientes. Los residentes somos el último mono. Me siento ignorada en los diferentes dispositivos, y es raro: tengo libertad para hacer lo que quiera, pero no deja de ser una libertad parcial. Sigo estando obligada a cumplir con horarios, reuniones y formalismos. Sigo construyendo a medias proyectos que se van a quedar en nada cuando me vaya.
En fin. Hoy estoy un poco así. Es lo que toca. Mezclar la Navidad del Mal con la penuria económica y el esclavismo laboral no es nada bueno. Espero que se me pase en unos días y pueda volver a llenar este blog con mi optimismo proverbial.
Al menos, voy camino de la perfección cutánea.
Os quiero y os mando besitos.
viernes, 14 de diciembre de 2012
Roacután strikes again
Ayer por la noche, justo antes de meterme en la cama y después de darle muchas vueltas, tomé una decisión. La decisión la habían dictado dos grandes quistes dolorosos en la base de mi cuello. Lo de tener Acné del Averno en la cara lo voy asumiendo, pero el cuello lo llevo peor. No sé por qué. Supongo que porque hasta este último brote, el cuello nunca había sido un problema. Lo tenía bonito: blanco, delgado y con mi estupendo cerebro sostenido encima. Ayer me palpaba la piel dolorida y pensé que se acabó. Que no puedo más. Así que la decisión se llama que esta niña de aquí se roacutanizará otra vez a partir del miércoles que viene. Viva y bravo.
El Roacután, para quien no lo sepa, es el nombre comercial del medicamento más poderoso que existe contra el Acné del Averno. Es un medicamento que ya he tomado varias veces, así que sé lo que va a pasar. En tres meses tendré la piel normal. En seis, pareceré una princesa. Después aguantaré un periodo variable más o menos bien y después estaré otra vez como al principio. Por el camino quizá me salgan eczemas, se me secarán los labios y me dolerán las articulaciones; todo para tener, como mucho, un año de paz.
Pero será Un Año de Paz y, francamente, necesito un respiro. Necesito ese año para poder pensar en otra cosa. Ya lo dije hace unos días: yo lo tengo todo menos alguien que se ocupe de hacerme favores. Y no está mal, porque yo me puedo ocupar bastante bien de mí. De forma precaria a veces, lo admito: cada vez pongo programas más cortos en la lavadora, y desde que el Zulo Autolimpiable se limpia solo, ni recuerdo la forma que tenía el estropajo del baño. Pero sé cuidarme. Aun así, a veces necesito de verdad que alguien se haga cargo y me diga: tú a lo tuyo, pequeña, que de esto me ocupo yo.
El Roacután va a hacer eso por mi cara durante un tiempo, y yo se lo agradezco.
Estoy luchando mucho en esto, y vosotros lo sabéis, pero he llegado a un punto muerto. Necesito sentirme normal un tiempecito, unos meses. No tener que hacer el esfuerzo de aceptar, o ignorar, o llámalo X, el extraño fenómeno que ataca mi cara, ni pensar posibles causas, ni cambiar de dieta cada mes. Es muy doloroso, es muy cansado y me merezco un respiro. Después veré cuál será la siguiente fase del plan. Quizá reúna valor para experimentar otra vez con la comida. Quizá me resigne a tomar anticonceptivos toda la vida; si, total, no creo que engañe a nadie para que se reproduzca conmigo. Mientras tanto, quiero pasarme un añito con mi cara como aliada en vez de como enemiga.
Estoy mucho más aliviada que avergonzada por esta decisión, de verdad. Estoy francamente contenta. Lo mío es un caso verdadero de antianorexia, porque yo me siento guapa por dentro, y cuando la piel se me rebela, me entran ganas de arrancármela con las uñas. Así que voy a dejar que alguien se encargue de que la piel de fuera enseñe la belleza que yo siento por dentro. Voy a disfrutar del proceso. Después ya se verá.
PD: Abro de nuevo los comentarios y retorno a mi política de contestarlos todos. Disculpad que me haya dejado ir un poco esta última semana.
El Roacután, para quien no lo sepa, es el nombre comercial del medicamento más poderoso que existe contra el Acné del Averno. Es un medicamento que ya he tomado varias veces, así que sé lo que va a pasar. En tres meses tendré la piel normal. En seis, pareceré una princesa. Después aguantaré un periodo variable más o menos bien y después estaré otra vez como al principio. Por el camino quizá me salgan eczemas, se me secarán los labios y me dolerán las articulaciones; todo para tener, como mucho, un año de paz.
Pero será Un Año de Paz y, francamente, necesito un respiro. Necesito ese año para poder pensar en otra cosa. Ya lo dije hace unos días: yo lo tengo todo menos alguien que se ocupe de hacerme favores. Y no está mal, porque yo me puedo ocupar bastante bien de mí. De forma precaria a veces, lo admito: cada vez pongo programas más cortos en la lavadora, y desde que el Zulo Autolimpiable se limpia solo, ni recuerdo la forma que tenía el estropajo del baño. Pero sé cuidarme. Aun así, a veces necesito de verdad que alguien se haga cargo y me diga: tú a lo tuyo, pequeña, que de esto me ocupo yo.
El Roacután va a hacer eso por mi cara durante un tiempo, y yo se lo agradezco.
Estoy luchando mucho en esto, y vosotros lo sabéis, pero he llegado a un punto muerto. Necesito sentirme normal un tiempecito, unos meses. No tener que hacer el esfuerzo de aceptar, o ignorar, o llámalo X, el extraño fenómeno que ataca mi cara, ni pensar posibles causas, ni cambiar de dieta cada mes. Es muy doloroso, es muy cansado y me merezco un respiro. Después veré cuál será la siguiente fase del plan. Quizá reúna valor para experimentar otra vez con la comida. Quizá me resigne a tomar anticonceptivos toda la vida; si, total, no creo que engañe a nadie para que se reproduzca conmigo. Mientras tanto, quiero pasarme un añito con mi cara como aliada en vez de como enemiga.
Estoy mucho más aliviada que avergonzada por esta decisión, de verdad. Estoy francamente contenta. Lo mío es un caso verdadero de antianorexia, porque yo me siento guapa por dentro, y cuando la piel se me rebela, me entran ganas de arrancármela con las uñas. Así que voy a dejar que alguien se encargue de que la piel de fuera enseñe la belleza que yo siento por dentro. Voy a disfrutar del proceso. Después ya se verá.
PD: Abro de nuevo los comentarios y retorno a mi política de contestarlos todos. Disculpad que me haya dejado ir un poco esta última semana.
No dormir
Ya hace tiempo que no me gusta dormir, en el sentido de que me parece una pérdida de tiempo. Dormimos, entre otras cosas, para darnos un respiro de realidad. Porque demasiada vida sobre nuestros hombros puede resultar agotadora. Hoy me gustaría poder recargar energía en un rato y seguir aquí. Hoy querría escribir insomne toda la noche. Quizá debería hacerlo. Quizá la misma energía que puede mantenerme despierta para estar de fiesta podría aguantarme también hoy, y entonces me quedaría aquí tecleando hasta que amaneciera el día detrás de la ventana. Escribiría sobre mi primer beso. El primer beso verdadero; nada de aquellos contactos seguros y torpes jugando a la botella y a las tres monedas. El beso que nos dimos al final de la ruta del Cares el chico al que conocí en un campamento con catorce años y yo. Nos sentamos en el lecho de un arroyo, él me pasó el brazo por los hombros y nos besamos como dos trenes que se chocan. ¿Quién te enseñó a besar?, dijo él luego; no sé si lo pensaba de verdad o si era peloteo. Una vez alguien me dijo que todo el mundo piensa que besa bien. Pues claro. Yo beso bien. Me gustan los besos decididos y sin babas. No me gustan los besos breves ni los labios blandos. Me gustan el mordisqueo y los agarres de pelo. No me gustan los dientes que chocan. Me gustan las lenguas por el borde de los labios y los ojos abiertos.
Querría escribir sobre muchas cosas hoy. Sobre mente y ficción, sobre las personas, sobre el señor de mi barrio que tenía una tiendecita pequeña y que la cerró hace unos días porque ya no vendía. Ni siquiera sabía su nombre, pero me saludaba con mucha alegría cada vez que pasaba por su puerta, como si de verdad se sintiera feliz de verme. Siento mucho que haya tenido que cerrar su tienda; por él y por mí, que me voy a perder sus sonrisas resplandecientes cuando volvía a casa cargada con la mochila de escalar. Querría escribir sobre ti, por qué no. Sobre todos tus detalles y todo lo que te hace persona. O quizá querría escribirte sobre todo lo que me gusta a mí y me hace persona. A veces pienso en ti y tengo que decir tu nombre con los labios porque no me cabes entero dentro del pecho. Sé que ni siquiera escribirte me salvaría.
Ahora podría escribir cualquier cosa, hacer cualquier cosa. Cualquier cosa menos dormir; todo menos perderle al día seis o siete horas valiosas entregada a los caprichos de mi subconsciente, que se empeña en soñar con el pasado, con gente que no existe o que no me quiere, y que me recuerda que olvidar no es nada sencillo. Cualquier cosa menos eso.
Pero no me queda más remedio, así que duermo. Cierro el portátil, cierro los ojos y duermo. Recordando que mejor no ponerme dramática, porque las cosas están bastante bien como son. Recordando, eso siempre, que lo mejor de no poder escribir más es querer hacerlo.
Querría escribir sobre muchas cosas hoy. Sobre mente y ficción, sobre las personas, sobre el señor de mi barrio que tenía una tiendecita pequeña y que la cerró hace unos días porque ya no vendía. Ni siquiera sabía su nombre, pero me saludaba con mucha alegría cada vez que pasaba por su puerta, como si de verdad se sintiera feliz de verme. Siento mucho que haya tenido que cerrar su tienda; por él y por mí, que me voy a perder sus sonrisas resplandecientes cuando volvía a casa cargada con la mochila de escalar. Querría escribir sobre ti, por qué no. Sobre todos tus detalles y todo lo que te hace persona. O quizá querría escribirte sobre todo lo que me gusta a mí y me hace persona. A veces pienso en ti y tengo que decir tu nombre con los labios porque no me cabes entero dentro del pecho. Sé que ni siquiera escribirte me salvaría.
Ahora podría escribir cualquier cosa, hacer cualquier cosa. Cualquier cosa menos dormir; todo menos perderle al día seis o siete horas valiosas entregada a los caprichos de mi subconsciente, que se empeña en soñar con el pasado, con gente que no existe o que no me quiere, y que me recuerda que olvidar no es nada sencillo. Cualquier cosa menos eso.
Pero no me queda más remedio, así que duermo. Cierro el portátil, cierro los ojos y duermo. Recordando que mejor no ponerme dramática, porque las cosas están bastante bien como son. Recordando, eso siempre, que lo mejor de no poder escribir más es querer hacerlo.
martes, 11 de diciembre de 2012
Siete chorradas que todo psicólogo ha tenido que escuchar alguna vez
Aclaraciones previas a este post:
1) Me encanta mi trabajo, es genial y no lo cambiaría por nada del mundo.
2) Cada curro tiene su idiosincrasia, y estoy segura de que todos los gremios están hartos de cosas. Seguro que los fisioterapeutas odian que les pidan masajes o los médicos que les hagan consultas chungas de pasillo.
3) En general, la gente que me rodea respeta y valora mi trabajo.
4) Aunque no fuera así, me la pela porque yo lo respeto y lo valoro, me parece el más flipante del mundo y me acuesto todos los días dando gracias al cielo por haberlo elegido.
Dicho esto, hoy vamos a tener un arrebato sobre las diez chorradas que todo psicólogo ha escuchado alguna vez y lo que pensamos de ellas en realidad.
1. ¡No me psicoanalices!
Vale. Lo pillo. Pillo que para ti todos los psicólogos psicoanalizan. Entiendo que no tienes que saber que el psicoanálisis está más pasado de moda que hacerse la permanente, ni que hay como veinte millones de orientaciones psicoterapéuticas más recientes e interesantes. Aun así, no te estoy psicoanalizando. Te miro y/o te escucho, punto, y muy probablemente mientras lo hago mi cerebro está pensando en dibujitos antiguos de Mickey Mouse, como el de Homer.
2. Yo es que no creo en los psicólogos.
Aquí lo que me pone de mala leche no es el concepto en sí, sino lo mal que se expresa la gente. Puedes decirme que no crees que los psicólogos sean útiles. Puedes decir que no piensas que la mayoría de la gente necesite un psicólogo. Pero no creer en los psicólogos es imposible. Estamos aquí y no necesitamos de tu fe para existir. No somos Papá Noel.
La última respuesta que estoy ensayando cuando me dicen eso es ésta:
3. Yo no soy psicólogo, pero... (seguida por cualquier tipo de afirmación acerca de la vida/ las relaciones/ el comportamiento humano/ etc).
No hace falta que aclares que no eres psicólogo. Da tu opinión y ya. Todos intentamos explicar el comportamiento de los demás y el nuestro, y tu explicación es tan válida como la mía. De nuevo: no voy por ahí juzgando a la gente, ni la psicología me da una visión arácnida perspicaz sobre Absolutamente Todo.
4. Yo soy muy psicólogo/ mis amigos me dicen que soy su psicólogo/ yo tenía que haber sido psicólogo.
No. Lo sentimos, pero no. Dar consejos a tu colega no te convierte en psicólogo. Escuchar a tu hermano y luego decirle "pues yo lo que haría sería tal y cual" no te convierte en psicólogo. Puede que tengas paciencia, puede que sepas escuchar, puede que los demás confíen en ti, pero no tienes ni puñetera idea de lo que se hace en la consulta de un psicólogo. Si todo va bien, me voy a pasar diez años formándome para ser clínica, y lo más seguro es que cuando llegue allí no haya hecho más que empezar. El comportamiento humano es complejísimo. Una intervención psicológica bien hecha es algo muy, muy delicado. Nadie dice "yo soy muy médico". Ser psicólogo no es una característica de personalidad: es una profesión.
5. Oye, tú que eres psicóloga, ¿qué hago con (situación compleja de la vida)?
No tengo ningún problema en escuchar e intentar aconsejar a la gente. Me gusta, de hecho. Lo que pasa es que está comprobado que los consejos gratuitos de un psicólogo conocido se van a la basura la mayor parte de las veces. Es una cuestión de encuadre. Lo mismo que te digo yo te lo dice un terapeuta prestigioso a setenta euros la sesión y te lo crees más; eso es así. La disposición para el cambio no es igual cuando uno va a la consulta de un profesional que cuando el profesional está enfrente tomándose un cafelito. Así que si quieres cuéntame lo que sea, pídeme opinión, pero no me la pidas "como psicóloga", porque es imposible que te la dé. No soy tu psicóloga: soy tu colega o tu amiga.
6. Y tú entonces ¿qué haces con tus pacientes? ¿charlar?
Sí, básicamente hago eso. Charlo. De la vida y tal. De Belén Esteban, Iker Casillas y la última temporada de Amar en Tiempos Revueltos. Yo entiendo que lo mío no sea tan espectacular como, qué te digo yo, intubar a un tío en parada cardiorrespiratoria, pero también es una intervención, y es complicada, y tiene consecuencias. Yo dialogo, converso, utilizo las palabras, pero no charlo.
7. Entonces, la diferencia entre un psicólogo y un psiquiatra ¿cuál es? ¿que tú no puedes medicar?
Sí, bueno. Y la carrera que hemos estudiado y tal. Ya sabes: medicina, psicología... no están exactamente superpuestas.
Mi amiga Luna siempre dice que ella no quiere medicar. Yo tampoco. Creo que no poder medicar es un estímulo para ser más creativo con todas las otras herramientas de las que dispones. Te deja desnudo. No puedes recurrir al socorrido "bueno, pues te voy a poner algo para que duermas mejor".
Que conste que me llevo muy bien con los psiquiatras en general y que los MIRes de Cádiz, en particular, son Puro Amor. Que conste también que una medicación bien puesta puede ayudar mucho, mucho.
Hale, fin de mi volunto. Seguro que me faltan frases, porque hay muchas. Pero en realidad, cuando me dicen alguna de las anteriores no me cabreo. Me encojo de hombros y pienso que está bien así. Que no sepan de psicología. En primer lugar, porque eso quiere decir que nunca han necesitado un psicólogo, y eso es genial. En segundo lugar, porque me mola que no se sepa exactamente lo que hacemos. Que podamos convertirnos, como dice Batalecotal, en la mano en la sombra. Anxo hablaba el otro día de la humildad necesaria en esto. Casi nunca se te atribuyen los cambios; casi siempre hay otra forma más lógica de explicarlo. Pero tú estás ahí y sabes lo que hay. Sabes lo que sabes y lo que curras. Y, sobre todo, sabes que en psicoterapia, como en muchos otros campos del conocimiento, una tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.
1) Me encanta mi trabajo, es genial y no lo cambiaría por nada del mundo.
2) Cada curro tiene su idiosincrasia, y estoy segura de que todos los gremios están hartos de cosas. Seguro que los fisioterapeutas odian que les pidan masajes o los médicos que les hagan consultas chungas de pasillo.
3) En general, la gente que me rodea respeta y valora mi trabajo.
4) Aunque no fuera así, me la pela porque yo lo respeto y lo valoro, me parece el más flipante del mundo y me acuesto todos los días dando gracias al cielo por haberlo elegido.
Dicho esto, hoy vamos a tener un arrebato sobre las diez chorradas que todo psicólogo ha escuchado alguna vez y lo que pensamos de ellas en realidad.
1. ¡No me psicoanalices!
Vale. Lo pillo. Pillo que para ti todos los psicólogos psicoanalizan. Entiendo que no tienes que saber que el psicoanálisis está más pasado de moda que hacerse la permanente, ni que hay como veinte millones de orientaciones psicoterapéuticas más recientes e interesantes. Aun así, no te estoy psicoanalizando. Te miro y/o te escucho, punto, y muy probablemente mientras lo hago mi cerebro está pensando en dibujitos antiguos de Mickey Mouse, como el de Homer.
2. Yo es que no creo en los psicólogos.
Aquí lo que me pone de mala leche no es el concepto en sí, sino lo mal que se expresa la gente. Puedes decirme que no crees que los psicólogos sean útiles. Puedes decir que no piensas que la mayoría de la gente necesite un psicólogo. Pero no creer en los psicólogos es imposible. Estamos aquí y no necesitamos de tu fe para existir. No somos Papá Noel.
La última respuesta que estoy ensayando cuando me dicen eso es ésta:
3. Yo no soy psicólogo, pero... (seguida por cualquier tipo de afirmación acerca de la vida/ las relaciones/ el comportamiento humano/ etc).
No hace falta que aclares que no eres psicólogo. Da tu opinión y ya. Todos intentamos explicar el comportamiento de los demás y el nuestro, y tu explicación es tan válida como la mía. De nuevo: no voy por ahí juzgando a la gente, ni la psicología me da una visión arácnida perspicaz sobre Absolutamente Todo.
4. Yo soy muy psicólogo/ mis amigos me dicen que soy su psicólogo/ yo tenía que haber sido psicólogo.
No. Lo sentimos, pero no. Dar consejos a tu colega no te convierte en psicólogo. Escuchar a tu hermano y luego decirle "pues yo lo que haría sería tal y cual" no te convierte en psicólogo. Puede que tengas paciencia, puede que sepas escuchar, puede que los demás confíen en ti, pero no tienes ni puñetera idea de lo que se hace en la consulta de un psicólogo. Si todo va bien, me voy a pasar diez años formándome para ser clínica, y lo más seguro es que cuando llegue allí no haya hecho más que empezar. El comportamiento humano es complejísimo. Una intervención psicológica bien hecha es algo muy, muy delicado. Nadie dice "yo soy muy médico". Ser psicólogo no es una característica de personalidad: es una profesión.
5. Oye, tú que eres psicóloga, ¿qué hago con (situación compleja de la vida)?
No tengo ningún problema en escuchar e intentar aconsejar a la gente. Me gusta, de hecho. Lo que pasa es que está comprobado que los consejos gratuitos de un psicólogo conocido se van a la basura la mayor parte de las veces. Es una cuestión de encuadre. Lo mismo que te digo yo te lo dice un terapeuta prestigioso a setenta euros la sesión y te lo crees más; eso es así. La disposición para el cambio no es igual cuando uno va a la consulta de un profesional que cuando el profesional está enfrente tomándose un cafelito. Así que si quieres cuéntame lo que sea, pídeme opinión, pero no me la pidas "como psicóloga", porque es imposible que te la dé. No soy tu psicóloga: soy tu colega o tu amiga.
6. Y tú entonces ¿qué haces con tus pacientes? ¿charlar?
Sí, básicamente hago eso. Charlo. De la vida y tal. De Belén Esteban, Iker Casillas y la última temporada de Amar en Tiempos Revueltos. Yo entiendo que lo mío no sea tan espectacular como, qué te digo yo, intubar a un tío en parada cardiorrespiratoria, pero también es una intervención, y es complicada, y tiene consecuencias. Yo dialogo, converso, utilizo las palabras, pero no charlo.
7. Entonces, la diferencia entre un psicólogo y un psiquiatra ¿cuál es? ¿que tú no puedes medicar?
Sí, bueno. Y la carrera que hemos estudiado y tal. Ya sabes: medicina, psicología... no están exactamente superpuestas.
Mi amiga Luna siempre dice que ella no quiere medicar. Yo tampoco. Creo que no poder medicar es un estímulo para ser más creativo con todas las otras herramientas de las que dispones. Te deja desnudo. No puedes recurrir al socorrido "bueno, pues te voy a poner algo para que duermas mejor".
Que conste que me llevo muy bien con los psiquiatras en general y que los MIRes de Cádiz, en particular, son Puro Amor. Que conste también que una medicación bien puesta puede ayudar mucho, mucho.
Hale, fin de mi volunto. Seguro que me faltan frases, porque hay muchas. Pero en realidad, cuando me dicen alguna de las anteriores no me cabreo. Me encojo de hombros y pienso que está bien así. Que no sepan de psicología. En primer lugar, porque eso quiere decir que nunca han necesitado un psicólogo, y eso es genial. En segundo lugar, porque me mola que no se sepa exactamente lo que hacemos. Que podamos convertirnos, como dice Batalecotal, en la mano en la sombra. Anxo hablaba el otro día de la humildad necesaria en esto. Casi nunca se te atribuyen los cambios; casi siempre hay otra forma más lógica de explicarlo. Pero tú estás ahí y sabes lo que hay. Sabes lo que sabes y lo que curras. Y, sobre todo, sabes que en psicoterapia, como en muchos otros campos del conocimiento, una tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.
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lunes, 10 de diciembre de 2012
Magia
Yo le digo a mi paciente que respire. Que visualice su dolor y cree un espacio alrededor. Que deje entrar aire, que imagine una luz azul que llega desde su nariz hacia su estómago y que no es que elimine el dolor, pero sí lo envuelve en algo bonito.
A mi paciente no le sirve un carajo y le duele igual. He de aprender más sobre la hipnosis.
Sin embargo, hoy me acuerdo de ella porque me he despertado con un dolor aquí, y no sé por qué. Es hostil, este puto frío húmedo. Me levanto cada día gruñendo después de resistirme media hora a sacar los brazos de debajo de la manta. Mi habitación se queda tan fría que si me dijeran que es el espíritu del anterior inquilino muerto, me lo creería. Hoy a primera hora me sentía gorda. Después he dado una sesión clínica y me han preguntado nosequé chorrada sobre la eficiencia y la eficacia. Después otra paciente me ha mirado fijamente desde su lado de la mesa y me ha dicho "me estás cambiando la vida", y yo casi lloro. Eso es eficacia.
Al mediodía vuelvo a casa con el ánimo por los suelos. Tengo otra sesión el jueves y, poniendo en marcha mis propios consejos sobre la superprocrastinación, he empezado hoy. El tema es "Medicina basada en la evidencia", y tengo que relatar una búsqueda bibliográfica intensiva. Creo que hablar de la reproducción de las babosas sería más interesante. Así que aterrizo en mi casa, me preparo unos huevos revueltos y me siento frente al ordenador. Entonces leo un mail de Ángel, mi pupilo barrita coach, que me recomienda este blog. Y hago clic. Y lo leo, y de repente me vuelve así de repente el amor por la vida, el recuerdo de las cosas buenas y la compasión por el mundo.
Ese tío, el tal Holden Caulfield, me parece un genio blogueramente hablando. Un mojabragas, por supuesto pero, ¿qué bloguero no intenta serlo? Y puestos a mojar bragas, es mejor si uno lo hace con ese estilo y esa capacidad de observación sincera de los detalles. Me parece un genio porque en cinco minutos escasos de lectura de post ha convertido un día de mierda en un día fabuloso. Es frustrante, no creáis: yo aquí escribiendo desde que era chica, literalmente, y aunque estoy más que orgullosa de lo que hago, todavía no he encontrado la forma de tocar todas las teclas tan a la vez y con tanta armonía como ese chico.
Así que ataco mi sesión con energía, y después de un par de horas de trabajo fructífero, cierro el portátil y me voy al roco. Y adivinad el coche de quién veo en la puerta, y adivinad quién es la idiota que se baja de la furgo casi tambaleándose y con el cerebro cortocircuitado. Sí, la misma. La rubia, que se queda mirando al chico en cuestión con sonrisa de descerebrada y después se pone a escalar como si el mundo fuera a acabarse mañana y ser capaz de colgarse de un agarre romo fuera condición necesaria para salir bien parada en el Apocalipsis.
Al menos la cosa mejora, porque en el roco pasa que hay picos de actividad, y lo mismo coincidimos diez jipis que de repente todo el mundo decide que es la hora de irse y nos quedamos tres. Así que cuando me quiero dar cuenta ese maldito engendro de Satán cuyo nombre ni siquiera voy a mencionar se ha largado, y con él casi todos los demás, y estamos Juanjo, el valenciano loco que me tira literalmente de la risa mientras escalo, un chico italiano peinado por su enemigo y yo. La puerta de la nave se ha quedado abierta y entra el fresquito nocturno. Me gusta mucho entrenar con Juanjo. Me río y aprieto: dos en uno. El italiano se va y nos quedamos marcándonos vías y haciendo bloque, y me doy cuenta de que ha dejado de importarme la hora que es, o la sesión clínica, o el engendro de Satán: estoy disfrutando de este momento de una forma total.
Acabamos a las diez y media porque no podemos más. "Maldita navidad", comenta Juanjo al salir, no sé bien a santo de qué. "¿No te gusta?", le pregunto. Los antinavidistas debemos unirnos entre nosotros. "Bueno", me explica, "la odio por odiar algo, pero en realidad me pongo tierno. Está oscuro, los colores son bonitos, hace fresco y veo a mis amigos". Me sonríe debajo de su capucha verde. Le doy un abrazo de despedida, le planto un beso en la mejilla y me voy a mi coche contenta. Mientras conduzco hacia la Isla tratando de distinguir los faros de los coches con mis gafas mal graduadas, pienso que a mi día de hoy he sido capaz de darle espacio, como mi paciente a su dolor de estómago. Sencillamente respiras y dejas que entre la magia, y aparece en forma de agradecimiento, de textos bonitos o de bloques compartidos con un valenciano adorable. Y eso mola muchísimo. La vida mola muchísimo.
No puedo terminar este post absolutamente inconexo sin mencionar a Toni, que también creó magia esta mañana tan gris cuando me regañaba en los comentarios por haberle dejado sin mi dosis de mí. Aquí va el almíbar, Toni. Algún día mis lectores os daréis cuenta de la enorme importancia que tenéis en mis días, modo peloteo off. Porque como dice Murakami en De qué hablo cuando hablo de correr, siento que mi prioridad en la vida no es entablar una relación con una persona específica, sino con un número indeterminado de lectores. Y en eso ando. Y no tendría sentido sin vosotros. Así que aquí sigo, comprometiéndome con esto cada día, intentando llevar cualquier vida siempre y cuando me permita escribir cada vez un poquito mejor.
Y está bien así.
domingo, 9 de diciembre de 2012
Se me ha hecho tarde...
... así que no escribo hoy. Pero si tenéis mono de mi pluma perspicaz y mi verborrea incontenible, podéis leer sobre cómo salir de Autoayudalandia, ese país feliz donde las casas están hechas de libros de Bucay y todo el mundo se saluda con posturas de tai-chi.
Sed felices. Tened un bonito lunes. Para compensar, mi post de mañana va a ser puro peloteo al lector, lo prometo.
Sed felices. Tened un bonito lunes. Para compensar, mi post de mañana va a ser puro peloteo al lector, lo prometo.
sábado, 8 de diciembre de 2012
Resaca
Hoy es uno de esos días en los que querría escribir algo tan íntimo y tan autocompasivo que al terminar pudiera hacerme una pelotita y llorar. Supongo que será porque tengo resaca. La cuestión es que ayer me fui de fiesta con los Patos y bueno, fue divertido. Tenía el guapo subido. Había ido a la peluqueria y la Nazi Flequillil decidió alinearse con los astros para dejarme el pelo muy bien, así que fue una de esas noches en las que te da igual cómo vaya todo lo demás, porque tu pelo está precioso.
Me puse un vestido negro que truequé este verano a alguien de la roquipandi, botas negras, medias negras y veinte kilos de sombra de ojos. Me sentía quinceañera y absurda arreglándome para salir. Estas últimas semanas me he ido de fiesta unas cuantas noches. Es raro, porque nunca he sido fiestera, y desde que escalo y quiero reservar mis fuerzas para la roca, todavía menos. Pero ayer ya había decidido tomarme el finde de descanso y lo único que quería era darle un ostión químico a mi sensato cerebro.
No sé por qué se bebe o por qué no. En mi caso, a veces me canso de llevar esta vida intachable, mezcla entre escritora prolífica, psicóloga encantadora y filántropa decidida. Ayer una paciente me dijo que era su ángel. Me cogió de las manos, me miró con arrobo y dijo que el Señor me había puesto en su camino. Así que gastarme un dineral indecente en gintonics y terminar preguntando a las ocho de la mañana si en la cafetería del hospital tienen churros era un contrapunto necesario. No soy tan buena. De verdad que no lo soy. Tengo un caudal enorme de malos pensamientos. Soy envidiosa y glotona, he vuelto a perder la costumbre de fregar los platos enseguida y la mitad de las veces no estiro cuando escalo. Eludo a pacientes de la interconsulta porque no me caen bien. Deseo en demasiadas ocasiones a los hombres ajenos.
Hay un chico. Un chico muy alto que me recuerda a MQEN en sus inicios y me ignora más o menos de la misma manera. Y es una pena, porque a estas alturas de la vida, aguantar hasta la última copa para compartir un baile con su hermosa nuca sólida no es lo que estamos buscando. Todo va bien menos eso. No lo del alto, ya me entendéis, sino lo de la soledad, y ya sé, LO SÉ, que no tengo que quejarme, y ya sé también que todo llegará, pero es que es MENTIRA y yo estoy empezando a preocuparme por si estoy tarada. Porque ¿mira que si lo estoy? ¿mira que si las celivibraciones son un concepto real? Emito ultrasonidos de antilujuria y a mi alrededor la gente se da cuenta de que no podrían soportarme en privado mucho más de cinco minutos.
Pero todo esto no son más que arrebatos autocompasivos de sábado resacoso, y lo sé. Lo pasé bien anoche con los patos. Fue divertido bailar Gagnam Style y teletransportarme a las siete al piso de nosequién a fumar marihuana. Estuvo bien darme cuenta de que en el momento apropiado podría matar por unos churros. Es simplemente que no es lo que quiero. Así que no creo que lo repita muchas más veces.
Me puse un vestido negro que truequé este verano a alguien de la roquipandi, botas negras, medias negras y veinte kilos de sombra de ojos. Me sentía quinceañera y absurda arreglándome para salir. Estas últimas semanas me he ido de fiesta unas cuantas noches. Es raro, porque nunca he sido fiestera, y desde que escalo y quiero reservar mis fuerzas para la roca, todavía menos. Pero ayer ya había decidido tomarme el finde de descanso y lo único que quería era darle un ostión químico a mi sensato cerebro.
No sé por qué se bebe o por qué no. En mi caso, a veces me canso de llevar esta vida intachable, mezcla entre escritora prolífica, psicóloga encantadora y filántropa decidida. Ayer una paciente me dijo que era su ángel. Me cogió de las manos, me miró con arrobo y dijo que el Señor me había puesto en su camino. Así que gastarme un dineral indecente en gintonics y terminar preguntando a las ocho de la mañana si en la cafetería del hospital tienen churros era un contrapunto necesario. No soy tan buena. De verdad que no lo soy. Tengo un caudal enorme de malos pensamientos. Soy envidiosa y glotona, he vuelto a perder la costumbre de fregar los platos enseguida y la mitad de las veces no estiro cuando escalo. Eludo a pacientes de la interconsulta porque no me caen bien. Deseo en demasiadas ocasiones a los hombres ajenos.
Hay un chico. Un chico muy alto que me recuerda a MQEN en sus inicios y me ignora más o menos de la misma manera. Y es una pena, porque a estas alturas de la vida, aguantar hasta la última copa para compartir un baile con su hermosa nuca sólida no es lo que estamos buscando. Todo va bien menos eso. No lo del alto, ya me entendéis, sino lo de la soledad, y ya sé, LO SÉ, que no tengo que quejarme, y ya sé también que todo llegará, pero es que es MENTIRA y yo estoy empezando a preocuparme por si estoy tarada. Porque ¿mira que si lo estoy? ¿mira que si las celivibraciones son un concepto real? Emito ultrasonidos de antilujuria y a mi alrededor la gente se da cuenta de que no podrían soportarme en privado mucho más de cinco minutos.
Pero todo esto no son más que arrebatos autocompasivos de sábado resacoso, y lo sé. Lo pasé bien anoche con los patos. Fue divertido bailar Gagnam Style y teletransportarme a las siete al piso de nosequién a fumar marihuana. Estuvo bien darme cuenta de que en el momento apropiado podría matar por unos churros. Es simplemente que no es lo que quiero. Así que no creo que lo repita muchas más veces.
miércoles, 5 de diciembre de 2012
Coach literaria
No sé si os conté que me he empleado como coach literaria de Ángel, mi lector de Seattle que ya no está en Seattle. Hemos llegado a un acuerdo business por el cual yo le ayudo a escribir mejor y él me ayuda a organizar mi nueva página web. Hoy hemos tenido nuestra primera reunión de trabajo, Chispas: una intensa conversación por Skype donde hemos acordado los objetivos y plazos de la próxima semana.
Me gusta Ángel. Es disciplinado, entusiasta y curioso. Me pregunta cosas sobre la escritura y las va apuntando sobre la marcha en un archivo de texto. La idea del coaching es constituir una especie de taller literario personalizado, totalmente a su medida. Es complicado, porque hay que afinar mucho más que cuando se dan talleres grupales. Cualquier posible descontento ya no es achacable al ritmo de los demás o a la dinámica del grupo. Si no acierto con los ejercicios y las instrucciones, será culpa mía.
Cuando intento enseñar escritura, me aturrullo. Quiero explicarlo todo a la vez. Me gustaría evitarle al futuro escritor mis veinte años de penuria literaria antes de llegar a este punto de paz relativa con mi vicio. Ángel me pregunta cómo hago para escribir los post. ¿Tengo esquemas previos? ¿Simplemente me siento a ver lo que sale?
Hoy hablaba con Anxo de los rituales y pensaba que quizá debería crear uno para escribir. Hubo una época en que encendía velas y otra en la que me pintaba las uñas, pero en general mi método consiste en sentarme aquí y dejar que mi mente divague un rato. Hay días que tengo muy clara una idea. A veces sé el principio y no el final, o viceversa. Lo importante es arrancar. Después puedo distinguir con facilidad lo aburrido de lo potente, así que recorto sin piedad o directamente lo borro todo y empiezo desde el principio. Casi nunca soy capaz de dejar el día vacío de entradas; suelo obligarme varias veces hasta que saco algo con lo que estoy medio contenta.
Imagino que no hay atajos en esto de escribir, aunque espero que Ángel empiece a sentirse cómodo antes de que pasen veinte años. Ayer le comentaba al Señor M. que no menosprecie la capacidad de un blog para cambiarnos la vida. Creo que persistir en algo puede tener resultados sorprendentes. El compromiso, por sí solo, es capaz de transformarnos.
Estoy cansada. Eso también me gustaría decírselo a Ángel. Estar cansado tampoco tiene tanto que ver con poder o no escribir, igual que estar triste o angustiado. Lo importante es seguir: atravesar todo eso y llegar al otro lado, a un lugar sin tiempo y sin espacio donde uno simplemente escribe lo que la mente le dice.
Ojalá pueda ayudarte, Ángel. Ojalá que llegues a disfrutar de escribir tanto como lo hago yo. Voy a intentar de verdad hilar fino y a pensar en la forma de que esto llegue a buen puerto. Pero tú no te preocupes por nada. Tú escribe.
Me gusta Ángel. Es disciplinado, entusiasta y curioso. Me pregunta cosas sobre la escritura y las va apuntando sobre la marcha en un archivo de texto. La idea del coaching es constituir una especie de taller literario personalizado, totalmente a su medida. Es complicado, porque hay que afinar mucho más que cuando se dan talleres grupales. Cualquier posible descontento ya no es achacable al ritmo de los demás o a la dinámica del grupo. Si no acierto con los ejercicios y las instrucciones, será culpa mía.
Cuando intento enseñar escritura, me aturrullo. Quiero explicarlo todo a la vez. Me gustaría evitarle al futuro escritor mis veinte años de penuria literaria antes de llegar a este punto de paz relativa con mi vicio. Ángel me pregunta cómo hago para escribir los post. ¿Tengo esquemas previos? ¿Simplemente me siento a ver lo que sale?
Hoy hablaba con Anxo de los rituales y pensaba que quizá debería crear uno para escribir. Hubo una época en que encendía velas y otra en la que me pintaba las uñas, pero en general mi método consiste en sentarme aquí y dejar que mi mente divague un rato. Hay días que tengo muy clara una idea. A veces sé el principio y no el final, o viceversa. Lo importante es arrancar. Después puedo distinguir con facilidad lo aburrido de lo potente, así que recorto sin piedad o directamente lo borro todo y empiezo desde el principio. Casi nunca soy capaz de dejar el día vacío de entradas; suelo obligarme varias veces hasta que saco algo con lo que estoy medio contenta.
Imagino que no hay atajos en esto de escribir, aunque espero que Ángel empiece a sentirse cómodo antes de que pasen veinte años. Ayer le comentaba al Señor M. que no menosprecie la capacidad de un blog para cambiarnos la vida. Creo que persistir en algo puede tener resultados sorprendentes. El compromiso, por sí solo, es capaz de transformarnos.
Estoy cansada. Eso también me gustaría decírselo a Ángel. Estar cansado tampoco tiene tanto que ver con poder o no escribir, igual que estar triste o angustiado. Lo importante es seguir: atravesar todo eso y llegar al otro lado, a un lugar sin tiempo y sin espacio donde uno simplemente escribe lo que la mente le dice.
Ojalá pueda ayudarte, Ángel. Ojalá que llegues a disfrutar de escribir tanto como lo hago yo. Voy a intentar de verdad hilar fino y a pensar en la forma de que esto llegue a buen puerto. Pero tú no te preocupes por nada. Tú escribe.
martes, 4 de diciembre de 2012
Diez cosas que he aprendido de la #huelgaEIR
Hoy al mediodía hemos suspendido la huelga para negociar. Yo me incorporé el lunes, porque dado el bajito seguimiento de mi hospital, hacíamos menos daño a la administración que a nosotros mismos. Andábamos reorganizándonos como patos luchadores y planeando calendarios eróticos sólo con las batas cuando se ha anunciado que las hostilidades se suspendían momentáneamene para negociar.
He estado catorce días en huelga. Si me lo dicen hace un mes, no me lo creo. Ni idea de cuánto dinero he perdido, pero calculo que el equivalente a un MacBook Air o a diez pares de pies de gato La Sportiva. Aun así, estoy contenta porque, como ya os dije, no podía no luchar. Y porque de la huelga también se aprende, como de todo. No sé si conseguiremos nuestras reivindicaciones, pero en el camino recorrido he aprendido algunas cosas. Estas son las diez más importantes.
1. Si te pones a luchar, lucha a lo grande. Que te concentres una vez a la semana cinco minutos vestido de negro y hagas luto por la administración pública o por la extinción del petirrojo macho, a los de arriba se la pela. Los adjuntos nos dicen que hemos hecho una huelga muy loca, pero a mí me parece bien así. Si quieres que te escuchen, paraliza hospitales, boicotea congresos, grítale a la consejera de Sanidad y crea un grupo de Facebook con trece mil jipis compartiendo ideas y locuras. Así, sí.
2. Cada uno lucha como es. En estos catorce días he visto surgir personalidades que desconocía. Gente a la que parece que se la suda todo y que después lucha con energía inhumana. Gente que sube mucho y se quema rápido. Yo lucho como soy: conciliadora, irregular, creativa, bastante loca. Estoy contenta de cómo he luchado, incluso aunque las primeras frases de mi jefe al reincorporarme al curro hayan sido: "Marina, ¡¡eres famosa!! ¡¡Te he visto en Youtube!!".
3. Lo colectivo es fundamental. Yo soy individualista como un lobo estepario y, aun así, tengo que reconocer que sin los demás no somos nada. Un residente solo es mierda pura. Cuatro mil residentes cabreados son una fuerza brutal. Además, la cooperación siempre es la mejor opción, aunque temamos cooperar en ausencia del otro. Si algo va a sacarnos de la crisis será reconocer al que tenemos al lado y trabajar juntos.
4. El humor te salva. Si algo ha evitado que me suicide en estos catorce días ha sido descojonarme viendo los vídeos motivacionales de 300, enviar fotos en pleno chute de colacao o reírme de la muñeca hinchable de las manifas a la que hemos bautizado como Chusi, en honor a nuestra consejera. Reírse es el bien. Reíros siempre.
5. Hay gente muy cabrona y muy insolidaria y, además, mi compasión está poco desarrollada. Si me hubieran dicho hace un mes que pensaría cosas como "Quiero Matar Esquiroles Ahora", me habría reído. Pero sienta muy, muy mal pasar dos semanas desgañitándote en la puerta de un hospital y mirar luego las caras resabiadas de los que piensan en serio que no hacer huelga merece respeto. Pues mira: no. Te respetaré cuando consigamos algo y tú renuncies a ello porque no te lo has ganado. Hasta entonces, mi respeto queda en suspenso.
6. También hay gente muy linda y buena, y esos son los imprescindibles. Los Patos (residentes resistentes de Cádiz) quizá no sean excepcionales siempre, pero han demostrado que pueden serlo mucho cuando se lo proponen. Bravo por ellos.
7. Tengo una capacidad muy loca para el liderazgo y no me lo estoy inventando. Los Patos me llaman Mamá Pata. Verídico.
8. Las palabras tienen un poder brutal. Esto ya lo sabía, pero me ha asombrado darme cuenta de cómo algo dicho o escrito de la forma adecuada puede cambiar la mentalidad de un grupo entero.
9. Hay futuro para el mundo. En serio. La gente tiene energía y ganas de cambiar las cosas; sólo hay que saber darle una dirección adecuada.
10. Quiero currar para mí. Así nunca más tendré que hacer huelga.
Buenas noches pequeños, y deseadnos suerte en las negociaciones ;)
He estado catorce días en huelga. Si me lo dicen hace un mes, no me lo creo. Ni idea de cuánto dinero he perdido, pero calculo que el equivalente a un MacBook Air o a diez pares de pies de gato La Sportiva. Aun así, estoy contenta porque, como ya os dije, no podía no luchar. Y porque de la huelga también se aprende, como de todo. No sé si conseguiremos nuestras reivindicaciones, pero en el camino recorrido he aprendido algunas cosas. Estas son las diez más importantes.
1. Si te pones a luchar, lucha a lo grande. Que te concentres una vez a la semana cinco minutos vestido de negro y hagas luto por la administración pública o por la extinción del petirrojo macho, a los de arriba se la pela. Los adjuntos nos dicen que hemos hecho una huelga muy loca, pero a mí me parece bien así. Si quieres que te escuchen, paraliza hospitales, boicotea congresos, grítale a la consejera de Sanidad y crea un grupo de Facebook con trece mil jipis compartiendo ideas y locuras. Así, sí.
2. Cada uno lucha como es. En estos catorce días he visto surgir personalidades que desconocía. Gente a la que parece que se la suda todo y que después lucha con energía inhumana. Gente que sube mucho y se quema rápido. Yo lucho como soy: conciliadora, irregular, creativa, bastante loca. Estoy contenta de cómo he luchado, incluso aunque las primeras frases de mi jefe al reincorporarme al curro hayan sido: "Marina, ¡¡eres famosa!! ¡¡Te he visto en Youtube!!".
3. Lo colectivo es fundamental. Yo soy individualista como un lobo estepario y, aun así, tengo que reconocer que sin los demás no somos nada. Un residente solo es mierda pura. Cuatro mil residentes cabreados son una fuerza brutal. Además, la cooperación siempre es la mejor opción, aunque temamos cooperar en ausencia del otro. Si algo va a sacarnos de la crisis será reconocer al que tenemos al lado y trabajar juntos.
4. El humor te salva. Si algo ha evitado que me suicide en estos catorce días ha sido descojonarme viendo los vídeos motivacionales de 300, enviar fotos en pleno chute de colacao o reírme de la muñeca hinchable de las manifas a la que hemos bautizado como Chusi, en honor a nuestra consejera. Reírse es el bien. Reíros siempre.
5. Hay gente muy cabrona y muy insolidaria y, además, mi compasión está poco desarrollada. Si me hubieran dicho hace un mes que pensaría cosas como "Quiero Matar Esquiroles Ahora", me habría reído. Pero sienta muy, muy mal pasar dos semanas desgañitándote en la puerta de un hospital y mirar luego las caras resabiadas de los que piensan en serio que no hacer huelga merece respeto. Pues mira: no. Te respetaré cuando consigamos algo y tú renuncies a ello porque no te lo has ganado. Hasta entonces, mi respeto queda en suspenso.
6. También hay gente muy linda y buena, y esos son los imprescindibles. Los Patos (residentes resistentes de Cádiz) quizá no sean excepcionales siempre, pero han demostrado que pueden serlo mucho cuando se lo proponen. Bravo por ellos.
7. Tengo una capacidad muy loca para el liderazgo y no me lo estoy inventando. Los Patos me llaman Mamá Pata. Verídico.
8. Las palabras tienen un poder brutal. Esto ya lo sabía, pero me ha asombrado darme cuenta de cómo algo dicho o escrito de la forma adecuada puede cambiar la mentalidad de un grupo entero.
9. Hay futuro para el mundo. En serio. La gente tiene energía y ganas de cambiar las cosas; sólo hay que saber darle una dirección adecuada.
10. Quiero currar para mí. Así nunca más tendré que hacer huelga.
Buenas noches pequeños, y deseadnos suerte en las negociaciones ;)
lunes, 3 de diciembre de 2012
Favores
He aquí mi verdad de hoy.
Mi verdad de hoy es que, en general, me encanta vivir sola, y que no tengo problemas con eso. Desde que empecé a seguir las reglas de vida de la nueva Marina y no fuerzo las cosas, ni lo intento con hombres de mi pasado a excepción de J. (que es en sí mismo una categoría aparte) ni mezclo a los hombres con el alcohol, ni utilizo el sexo como una forma de medir mi valía personal, estoy la mar de tranquilita. Amo en silencio o admiro de lejos. Primum non nocere.
Pero hay tardes como la de hoy. Tardes que son buenas, porque en ellas me dedico a escribir, a trabajar, a elucubrar planes para la huelga con mi entregado grupo de Patos. Si hasta he descubierto cómo funciona la calefacción y no me congelo en la humedad cruel de San Fernando. Termino y me echo un rato en el sofá, aunque sean las tantas, porque estos derroches de energía me van a dejar seca. Después bajo a la calle a hacer mandaos: saco dinero, rescato mis llaves de la recepción del hotel donde las dejó la última couchsurfer y entro en correos para recoger un paquete.
En correos hay una cola enorme, y yo reflexiono sobre el intermedio artificial y curioso que crean las colas en nuestra vida. De repente no tienes más remedio que pararte. Trasteo en mi teléfono, pero la media hora que paso sentada escuchando cómo anuncian los turnos desde la ventanilla pertenece a otra dimensión.
Cuando salgo a la calle son casi las nueve y yo he olvidado comprar líquido de lentillas. Se me ha acabado hoy, y si no lo repongo no podré quitármelas y tendré que meterlas en suero, con el consiguiente riesgo de quedarme cegata cuando me las ponga mañana. Reflexiono. La óptica ya ha cerrado. Yo querría irme a mi casa calentita a tomar colacao, pero la única solución que me queda es acercarme al Mercadona y comprar el líquido de lentillas allí. De paso, pienso, podría reponer los productos frescos de la nevera y el papel higiénico.
Y mientras camino hacia el Mercadona, con mi chubasquero verde marca Quechua, moqueando detrás de mi bufanda y tratando de ignorar el frío, pienso que yo no quiero nadie que me diga que soy genial, que duerma conmigo por la noche o asegure mi noción de ser sexualmente atractiva quitándome la ropa cada cierto tiempo. Yo quiero alguien que me haga favores. Alguien a quien poder pedirle que se acerque a por mi líquido de lentillas porque yo llevo todo el día haciendo cosas, tengo frío y estoy hasta los huevos. Eso pienso mientras camino hacia el Mercadona.
Pero bueno. Voy, hago la compra, miro mis productos extendidos en la cinta transportadora gritándole al mundo que soy una cuasitreintañera soltera y sana. Mis cuatro Vitalínea de limón, mi bolsita de rúcula, mi bote de cacao puro en polvo. Me dan ganas de pasarme suavemente la mano por la coronilla: qué lástima. Nadie me va a hacer favores. Lleva siendo así un largo tiempo. Y por una mezcla de dificultades de mercado, mal karma y limitado atractivo físico, la cosa no tiene pinta de cambiar a corto plazo.
(Pero no me compadezcáis, ¿eh? Que hoy precisamente he pensado que mi vida hasta hoy está bastante aprovechada y si me muriera mañana no me arrepentiria de nada)
(Espero no morirme mañana, porque si no este post va a quedar bastante siniestro)
Mi verdad de hoy es que, en general, me encanta vivir sola, y que no tengo problemas con eso. Desde que empecé a seguir las reglas de vida de la nueva Marina y no fuerzo las cosas, ni lo intento con hombres de mi pasado a excepción de J. (que es en sí mismo una categoría aparte) ni mezclo a los hombres con el alcohol, ni utilizo el sexo como una forma de medir mi valía personal, estoy la mar de tranquilita. Amo en silencio o admiro de lejos. Primum non nocere.
Pero hay tardes como la de hoy. Tardes que son buenas, porque en ellas me dedico a escribir, a trabajar, a elucubrar planes para la huelga con mi entregado grupo de Patos. Si hasta he descubierto cómo funciona la calefacción y no me congelo en la humedad cruel de San Fernando. Termino y me echo un rato en el sofá, aunque sean las tantas, porque estos derroches de energía me van a dejar seca. Después bajo a la calle a hacer mandaos: saco dinero, rescato mis llaves de la recepción del hotel donde las dejó la última couchsurfer y entro en correos para recoger un paquete.
En correos hay una cola enorme, y yo reflexiono sobre el intermedio artificial y curioso que crean las colas en nuestra vida. De repente no tienes más remedio que pararte. Trasteo en mi teléfono, pero la media hora que paso sentada escuchando cómo anuncian los turnos desde la ventanilla pertenece a otra dimensión.
Cuando salgo a la calle son casi las nueve y yo he olvidado comprar líquido de lentillas. Se me ha acabado hoy, y si no lo repongo no podré quitármelas y tendré que meterlas en suero, con el consiguiente riesgo de quedarme cegata cuando me las ponga mañana. Reflexiono. La óptica ya ha cerrado. Yo querría irme a mi casa calentita a tomar colacao, pero la única solución que me queda es acercarme al Mercadona y comprar el líquido de lentillas allí. De paso, pienso, podría reponer los productos frescos de la nevera y el papel higiénico.
Y mientras camino hacia el Mercadona, con mi chubasquero verde marca Quechua, moqueando detrás de mi bufanda y tratando de ignorar el frío, pienso que yo no quiero nadie que me diga que soy genial, que duerma conmigo por la noche o asegure mi noción de ser sexualmente atractiva quitándome la ropa cada cierto tiempo. Yo quiero alguien que me haga favores. Alguien a quien poder pedirle que se acerque a por mi líquido de lentillas porque yo llevo todo el día haciendo cosas, tengo frío y estoy hasta los huevos. Eso pienso mientras camino hacia el Mercadona.
Pero bueno. Voy, hago la compra, miro mis productos extendidos en la cinta transportadora gritándole al mundo que soy una cuasitreintañera soltera y sana. Mis cuatro Vitalínea de limón, mi bolsita de rúcula, mi bote de cacao puro en polvo. Me dan ganas de pasarme suavemente la mano por la coronilla: qué lástima. Nadie me va a hacer favores. Lleva siendo así un largo tiempo. Y por una mezcla de dificultades de mercado, mal karma y limitado atractivo físico, la cosa no tiene pinta de cambiar a corto plazo.
(Pero no me compadezcáis, ¿eh? Que hoy precisamente he pensado que mi vida hasta hoy está bastante aprovechada y si me muriera mañana no me arrepentiria de nada)
(Espero no morirme mañana, porque si no este post va a quedar bastante siniestro)
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Amor y sucedáneos,
Bendita Rutina,
Otro lunes
domingo, 2 de diciembre de 2012
Una declaración de amor como otra cualquiera
Porque yo te quiero, le dice ella, de verdad que te quiero. ¿Y sabes por qué lo sé?
Él se encoge de hombros
No tengo ni idea, dice.
Te quiero porque me alegro de verdad de no estar contigo. De que esto sea imposible. Me alegro de no plantearme siquiera la idea de que tú también puedas quererme.
Él se rasca la cabeza, sin entender.
¿Por qué te alegras?
Pues muy fácil, contesta ella.
Porque si alguna vez estuviéramos juntos, si alguna vez pudiera estar contigo, tendría que vivir a diario con la certeza de que un día uno de los dos tendrá que morirse.
Y no creo que pudiera soportarlo.
Él se encoge de hombros
No tengo ni idea, dice.
Te quiero porque me alegro de verdad de no estar contigo. De que esto sea imposible. Me alegro de no plantearme siquiera la idea de que tú también puedas quererme.
Él se rasca la cabeza, sin entender.
¿Por qué te alegras?
Pues muy fácil, contesta ella.
Porque si alguna vez estuviéramos juntos, si alguna vez pudiera estar contigo, tendría que vivir a diario con la certeza de que un día uno de los dos tendrá que morirse.
Y no creo que pudiera soportarlo.
Madrid, subir de grado y las nostalgias futuras
Queridos:
Dentro de un mes y cinco días estaré viviendo en Madrid. La idea me aberra y me atrae a partes iguales. Me gustaría poder hacer las dos cosas a la vez: permanecer en mi Cádiz, con mi gente, mis marismas, mi roco y mis cuatro cosas, y a la vez conocer Madrid, más gente, más rocos, más cosas. Barajo la posibilidad de volverme en mayo, después de la primera rotación, porque la primavera gaditana es excesivamente hermosa. Vaya ánimos llevo, por otra parte, si lo primero en lo que estoy pensando antes de irme es en volver antes de tiempo.
Cuando le digo a mi madre lo bien que estoy en Cádiz, ella insiste en que en Granada también estaba bien, y en que yo estoy bien en todos lados. Creo que es una forma sutil de pedirme por favor que no me vaya a quedar aquí para siempre. Pero qué va: Granada estaba bien porque me gustaba y porque lo pasé muy bien cuando vivía allí, pero hoy por hoy Cádiz es mi hogar. Quiero decir, que yo vivo aquí. No es que mi gente de aquí sea mejor que cualquier otra gente a la que haya querido a lo largo de mi vida. Es que son mi gente de ahora. Los compis del curro, mi admirado R mayor, el MIR, las recientes adquisiciones huelguísticas que ahora se conocen con el nombre de los Patos. La Roquipandi, mi psiquiatra Pilar, mi querido Anxo. Mis pacientitos.
Todo eso sumado a lo mucho que me gustan mi vida, mi piso, mi furgo y mi Isla, a la ilusión absurda con que me levanto cada mañana sin contar estos últimos catorce días de infierno huelguístico. Sumado a mis proyectos presentes y futuros, al roco por las tardes, la bici por las marismas, los miércoles en Vejer, mis obesos de endocrino, los paseos por la playa y la búsqueda no culminada del desayuno callejero definitivo.
Aun así, me voy a Madrid. Porque hay que seguir ensanchándose. Pero no puedo evitar pensar que soy idiota si cada vez que me siento feliz y segura en una situación de mi vida me apaño para cambiarla.
Hoy he encadenado mi tercer 6b (el grado más difícil en escalada que he hecho hasta ahora, pero que no deja de ser bastante asequible, que conste). Venía pensando en que creo que subir de grado es un cambio de mentalidad. Cuando empiezas a escalar no quieres más que agarres buenos. Quieres meter la mano hasta el fondo en el canto que te da seguridad y apoyar los pies en una repisa. Creo que yo seguiré subiendo de grado si acepto que para ello tendré que escalar apoyándome en mierda pura, confiar en que las regletas les servirán a mis dedos y en que los pies de gato se apoyarán en muescas minúsculas.
Como siempre, me empeño en seguir aplicando a la vida las lecciones de la escalada. Escalar no es más que renunciar una y otra vez a la seguridad de quedarse quieto. Alcanzas cierto confort, tu cuerpo grita desesperadamente por permanecer ahí, y tu mente tiene que obligarle a moverse. Ahora quiero vivir más grado. Y creo que sólo lo lograré si supero el miedo y aprendo de una vez que hacerse fuerte consiste en necesitar cada vez menos apoyo para seguir subiendo.
Dentro de un mes y cinco días estaré viviendo en Madrid. La idea me aberra y me atrae a partes iguales. Me gustaría poder hacer las dos cosas a la vez: permanecer en mi Cádiz, con mi gente, mis marismas, mi roco y mis cuatro cosas, y a la vez conocer Madrid, más gente, más rocos, más cosas. Barajo la posibilidad de volverme en mayo, después de la primera rotación, porque la primavera gaditana es excesivamente hermosa. Vaya ánimos llevo, por otra parte, si lo primero en lo que estoy pensando antes de irme es en volver antes de tiempo.
Cuando le digo a mi madre lo bien que estoy en Cádiz, ella insiste en que en Granada también estaba bien, y en que yo estoy bien en todos lados. Creo que es una forma sutil de pedirme por favor que no me vaya a quedar aquí para siempre. Pero qué va: Granada estaba bien porque me gustaba y porque lo pasé muy bien cuando vivía allí, pero hoy por hoy Cádiz es mi hogar. Quiero decir, que yo vivo aquí. No es que mi gente de aquí sea mejor que cualquier otra gente a la que haya querido a lo largo de mi vida. Es que son mi gente de ahora. Los compis del curro, mi admirado R mayor, el MIR, las recientes adquisiciones huelguísticas que ahora se conocen con el nombre de los Patos. La Roquipandi, mi psiquiatra Pilar, mi querido Anxo. Mis pacientitos.
Todo eso sumado a lo mucho que me gustan mi vida, mi piso, mi furgo y mi Isla, a la ilusión absurda con que me levanto cada mañana sin contar estos últimos catorce días de infierno huelguístico. Sumado a mis proyectos presentes y futuros, al roco por las tardes, la bici por las marismas, los miércoles en Vejer, mis obesos de endocrino, los paseos por la playa y la búsqueda no culminada del desayuno callejero definitivo.
Aun así, me voy a Madrid. Porque hay que seguir ensanchándose. Pero no puedo evitar pensar que soy idiota si cada vez que me siento feliz y segura en una situación de mi vida me apaño para cambiarla.
Hoy he encadenado mi tercer 6b (el grado más difícil en escalada que he hecho hasta ahora, pero que no deja de ser bastante asequible, que conste). Venía pensando en que creo que subir de grado es un cambio de mentalidad. Cuando empiezas a escalar no quieres más que agarres buenos. Quieres meter la mano hasta el fondo en el canto que te da seguridad y apoyar los pies en una repisa. Creo que yo seguiré subiendo de grado si acepto que para ello tendré que escalar apoyándome en mierda pura, confiar en que las regletas les servirán a mis dedos y en que los pies de gato se apoyarán en muescas minúsculas.
Como siempre, me empeño en seguir aplicando a la vida las lecciones de la escalada. Escalar no es más que renunciar una y otra vez a la seguridad de quedarse quieto. Alcanzas cierto confort, tu cuerpo grita desesperadamente por permanecer ahí, y tu mente tiene que obligarle a moverse. Ahora quiero vivir más grado. Y creo que sólo lo lograré si supero el miedo y aprendo de una vez que hacerse fuerte consiste en necesitar cada vez menos apoyo para seguir subiendo.
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