massobreloslunes: 01/30/12

lunes, 30 de enero de 2012

La luz y el túnel

Tengo la cara bien nivel mirarme al espejo así, por gusto, y no para examinar preocupada el avance del Acné del Averno en mi rostro inocente. Puedo decir sin temor a equivocarme que estoy mejor que en el último año y medio, y que además sigo mejorando. Hu ha. No tenía claro hasta qué punto era bueno compartirlo aquí, porque cada vez que digo que voy mejorando me ataca un Brote Infernal. Pero después de que hoy un chaval me dijera en el hospital que soy "un bombón" y de pasarme la tarde mirándome encantada de la vida en los espejos del Mercadona bajo la luz infernal de los fluorescentes, he pensado: qué coño.

ESTOY GUAPÍSIMA. Verídico.

¿Qué he hecho para llegar hasta aquí? Pues bueno, llevo una dieta ridículamente restrictiva la mayoría del tiempo. He cambiado de jabón y de crema. Tomo montones de Omega 3 hipercaro, junto con otros suplementos que voy alternando en función de mis ganas y mi dinero. No tengo claro qué está funcionando de todo esto; quizá es todo junto, o quizá, como dice mi madre, ya tocaba.

Hace unos días, dando vueltas por la librería, vi un libro de Buckowski y me acerqué mucho a la foto de la contraportada para distinguir las cicatrices de su acné en las mejillas. Ya hace mucho que leí "La senda del perdedor", pero el relato del acné del protagonista todavía me persigue. Explica cómo estuvo un tiempo sometiéndose a unos tratamientos muy dolorosos donde una chica le extraía la pus de los granos con una aguja. Después le empapaba la cara de desinfectante y se la vendaba, y a él le encantaba ir por la calle con su cara vendada, sintiéndose protegido y misterioso mientras clavaba miradas lascivas en los ojos de las chicas con las que se cruzaba.

Años después me vi tumbada en una camilla una vez a la semana mientras una esteticién me hacía unas limpiezas faciales muy, muy agresivas. Recuerdo el local, que estaba en una rotonda perdida del Zaidín, y cómo la tipa me daba un masaje relajante antes de empezar mientras sonaba música clásica. La música continuaba toda la sesión, y al final yo parecía la protagonista traumatizada de La muerte y la Doncella. Dolía mucho, física y mentalmente, sobre todo porque no servía para nada. Mi piel en aquella época era indescriptible. Indisimulable. Me rascaba la cara y caía una lluvia de piel muerta sobre mi jersey y, por debajo de mi cara despellejada y reseca, el acné se reproducía cada vez más violento. Los que no habéis pasado por esto igual no lo entendéis del todo, pero hay momentos en que es como tener un puto alien poseyéndote.

Ahora siento que me han devuelto mi cara. Aún me queda para estar del todo bien, pero ya he llegado a un nivel aceptable. Puedo maquillarme. Puedo rascarme. No me pica y no me duele. No me tengo que subir de espaldas al ascensor para no mirarme en el espejo. No evito la peluquería ni los probadores. Miro a las caras de la gente con cierto orgullo difuso. Cualquier día empezaré a sentirme hasta sexy. La cara es mucho más que lo que tenemos encima de los hombros: es nuestra identidad, nuestra forma de comunicarnos con el mundo. Y, como leí una vez que había dicho la francesa aquella a la que le transplantaron la cara, sin cara no hay futuro posible.

Escribo esta entrada para actualizar el estado de mi AA y porque me pone contenta. También porque no sé muy bien qué es lo que está funcionando, pero sé que lo que la solución, en realidad, está en el proceso. Dicen que cuando el alumno está preparado, aparece el maestro; de la misma forma, creo que cuando el paciente está preparado, aparece la cura. Es una mezcla entre testarudez y sensibilidad, entre sentirse agotado y mantener la esperanza. Yo estoy muy, muy lista para curarme.

El sábado por la noche pasé un buen rato hablando con mi madre del estigma del trastorno mental. Al final me acordé de algo que Prado, la psicóloga de drogas con la que roté, le dijo un día a un alcohólico en rehabilitación: cada uno tiene sus limitaciones. Lo que equivale a decir que cada uno tiene su cruz. Yo no sé cuáles son vuestras batallas, pero estoy segura de que las tenéis.

Si al final resulta que sigo por buen camino y me curo de esta Enfermedad del Mal, será lo más meritorio que he hecho en mi vida sin ninguna duda. Que yo sé que no es un cáncer, ni soy como el tetrapéjico ese que consiguió volver a andar con el único poder de su fuerza de voluntad. Pero para mí es muy importante todo el recorrido: haber sido capaz de sobreponerme al dolor y luchar. Cuando después de sufrir las limpiezas aquellas durante meses y de dejarme un dineral indecente terminé peor que nunca y tomándome otra vez el Roacután, sentía que no había esperanza. Cuando, meses después de terminar la última tanda de Roacután, me di cuenta de que estaba volviendo a empeorar y me puse a llorar delante del espejo del baño, otra vez volví a creerme que no tenía arreglo. De la consulta de último dermatólogo también salí llorando, cuando me dijo algo como "a ti con esto todavía te queda". Y ahora aquí estoy. Guapísima, insisto, y mejorando. Con arreglo. Con esperanza.

Así que bueno, ya está, eso era lo que quería contaros hoy. Que más allá de la dieta concreta o el suplemento concreto que puede ayudar en la batalla de cada uno, lo importante es estar ahí. Las batallas se ganan en las trincheras. No os deis por vencidos en la vuestra. Merece la pena.

Termino con una fotito de mí misma que incluye la preciosa coronilla rubia de mi preciosa sobrina Tahira.