massobreloslunes: 03/01/12

jueves, 1 de marzo de 2012

Dormir y despertar

Que le estoy haciendo un montón de publicidad a Albert Espinosa. Pero bueno, él lo vale: ya os he dicho que el libro no es gran cosa, ni siquiera en su género, pero en un par de momentos hace que se te dé la vuelta el cerebro, y esa sola experiencia ya merece la pena.

El caso es que dice que los amarillos te ven dormir y despertar, y que todo el mundo que te quiere de verdad debería verte despertar al menos una vez. Porque despertar es como volver a nacer. Pasar de las tinieblas del inconsciente a la dura realidad de la mañana.

Se puede saber mucho de una persona por cómo se despierta. Yo me despierto al cien por cien. Quiero decir, que suena el despertador, abro los ojos muy rápido y mi mi cerebro va exactamente al mismo ritmo que por ejemplo ahora. No me quedo boqueando como los peces y luchando contra las sábanas. Nunca vuelvo a dormirme, nunca atraso la alarma: digo en voz alta "buenos días, mundo" y me levanto de la cama. No quiero decir que siempre me despierte de buen humor. Mis primeras palabras un día de la semana pasada fueron algo como "me voy a cagar en Dios con el puto frío". Sí, sí, en Cádiz no hace frío: pues os reto a pasar el invierno en un piso sin calefacción donde todo está practicamente mojado de puro húmedo.

Despertares.

Despertar con mis amigas en los campamentos de los scouts. En un iglú de cuatro podíamos dormir siete niños: seis apiñados como espárragos en una latita y uno a los pies. El que se colocaba a los pies era o el paria social, o el más generoso, o el más pequeño o la más dura (la PK). Nos despertaba el silbato de campamento, y las primeras conversaciones siempre giraban en torno a lo que había pasado durante la noche. Yo me había levantado tres veces a mear. La PK se había deslizado hasta tener su cabeza en mi estómago. Caro daba patadas o Metemary hablaba en sueños.  Empezábamos el día riéndonos de lo que habíamos vivido juntas de noche. A lo mejor mis amigas y yo nos queremos tanto por la cantidad de sueños que hemos compartido.

Despertar con MQEN. Dormía boca abajo, tieso como un palo, con los pies asomando por el colchón porque era muy largo. Yo me despierto a cien, ¿no? Pues MQEN se despierta a cinco. Yo le daba miles de besitos y él giraba la cabeza hacia el otro lado para no verme. Al final me levantaba desesperada y me iba a la cocina a preparar el desayuno y a quitarle las pasas al muesli, resignada a que MQEN alcanzara un punto normal de activación fisiológica más o menos a las dos de la tarde.

Despertar con J. J. se despierta a ciento cincuenta. Escuchaba mis párpados al abrirse, lo juro por Dios. Nunca, nunca, jamás he estado yo despierta mirándole dormir. Siempre se despertaba antes que yo o a la vez, y empezaba a charlar y reírse como un maníaco mientras insistía en lo guapísima que estoy por las mañanas "con los ojos hinchaditos". Se despertaba, se vestía, bajaba a por pan, hacía zumo con el exprimidor manual porque le parecía "más auténtico". Era como levantarse junto a una locomotora.

Despertar con Mariana, mi compañera de habitación de Barcelona. Yo me desvelaba exactamente veinte minutos antes de que sonara el despertador para ir al baño, y ella protestaba porque le fastidiaba el final del sueño. Pero después subíamos la persiana y se escuchaba de lejos el tráfico matutino en la enorme autovía que cruzaba el valle, y veíamos asomarse el sol por detrás del campo. Desayunábamos juntas: yo cocía una avena asquerosa porque ya estaba empezando con la ortorexia; ella mezclaba dos mueslis porque le gustaban los dos juntos y se lo echaba al café. El desayuno de los adultos, lo llamaba.

Despertar con el MIR de la siesta o de la noche de guardia. El MIR también se levanta de buen humor, porque el MIR es amor en estado puro. Le escucho atrasar la alarma de la siesta porque no ha podido dormirse, o dar vueltas por la mañana inquieto después de una noche de sueño amenazado por el busca. Me deja pasar al baño primero y se ríe porque sabe que sin lentillas no veo un carajal. Las guardias compartidas tienen cierto ambiente curioso de campamento adulto.

Despertar con la gatusa cuando aún estaba conmigo...


Jo. Era joven y guapa.


Despertar con mis amigas, pero esta vez más adultas, de resaca, compartiendo colchones tirados en el suelo. Escuchar decir a la PK: "Pues a lo mejor no era tan buena idea echarle tequila al mojito", intentar convencer a Arantxa para que vaya a por churros. Estirar las mañanas perezosas riéndonos en horizontal, que como todo el mundo sabe es el momento en que la risa suena mejor y es más fácil compartirla.

Despertar con Irene en su furgo mientras los perros nos caminan por encima y se escucha al Kpot fuera diciendo que a ver si vamos ya a desayunar, que se aburre. Despertar con el Kpot en su furgo y empezar a decir chorradas a primera hora porque él, en un ejercicio solidario de TMS*, también se levanta al cien por cien. Despertar en una tienda helada de frío junto a Ara, que me echa una jarapa por lo alto y se solidariza cuando me quejo de la mierda de saco que me ha dejado el Shindo.

Despertar junto a Marco, el italiano, que dormía con profundidad de cadáver, y sentirme tan ajena y absurda en la esquina de su cama de noventa que no podía respirar. "La tua casa è troppo grande, ma il tuo letto è troppo piccolo", le diría yo luego, complacida de una manera extraña por el simbolismo del asunto. Despertar junto a IA en su furgo, acariciarle la piel lisa y morena casi con miedo y susurrar "te voy a dejar romo, como a un agarre que se usa muchas veces".

"Sentir la pérdida (el sueño) y el despertar (el renacer)", dice Albert. Entrando y saliendo de nuestros mundos paralelos. Cuántos despertares, cuántas mañanas nuevas junto a gente distinta. Ahora me voy a la cama para levantarme mañana conmigo misma. Y la verdad es que a veces pienso que echo mucho más de menos despertar con alguien que dormir acompañada.

*TMS: Telepatía de las mentes sucias. Más sobre el concepto aquí.