massobreloslunes: noviembre 2008

viernes, 28 de noviembre de 2008

El Contrapost (II): las sensaciones

Ahora vamos con otro concepto interesante: la evitación de las sensaciones negativas y la búsqueda de las sensaciones positivas. Esta dinámica, que puede parecer muy lógica y muy normal en el contexto cultural en el que nos movemos, es la causante de gran parte de nuestros males y nuestras patologías.

Creencias del mundo que nos rodea:

- Podemos elegir, comprar y comer la comida que nos gusta.
- Podemos elegir, comprar y utilizar la ropa que nos gusta.
- Podemos elegir y disponer de los pensamientos que nos gustan.
- Podemos elegir y experimentar las sensaciones que nos gustan.

La primera y la segunda afirmación son ciertas en su mayor parte, al menos para las personas con un poder adquisitivo medio (otra cosa es la satisfacción duradera que nos vaya a proporcionar esa comida o esa ropa, que al fin y al cabo vuelven a ser sensaciones agradables y efímeras. Pero no es ésa la cuestión).

La tercera y la cuarta, sin embargo, son parcialmente falsas. Podemos tener y experimentar tanto pensamientos como sensaciones agradables. Sin embargo, a menudo vamos a experimentar pensamientos y sensaciones que no son nada agradables. A menudo vamos a desear pensamientos y sensaciones agradables y no vamos a ser capaces de generarlos. De los pensamientos ya hablamos (más o menos) en el post anterior. Centrémonos ahora en las sensaciones (entre otras cosas, porque al fin y al cabo un pensamiento es agradable cuando nos proporciona sensaciones agradables).

Es decir, que actualmente creemos que si tenemos un trabajo gratificante, comemos sano, practicamos técnicas de relajación, viajamos a lugares hermosos, cuidamos nuestras relaciones, pensamos en positivo y dormimos bien, sólo experimentaremos sensaciones placenteras desde que nos levantemos hasta que nos acostemos. Este enfoque, además de irreal, es muy dañino. Convierte nuestra vida en una búsqueda de sensaciones agradables y una evitación de sensaciones desagradables que nos vuelve egoístas e impulsivos.

Pensadlo. Beber, fumar, drogarse y todas las adicciones: evitar sensaciones desagradables, conseguir sensaciones agradables. Enamorarse: conseguir sensaciones agradables. Los partidos de fútbol, los debates de televisión, las teleseries: conseguir sensaciones agradables. Los antidepresivos, los masajes, las técnicas de relajación, la terapia: evitar sensaciones desagradables y conseguir sensaciones agradables.

El gran problema es que hemos llegado a un punto en el que sólo "lo hago si me hace sentir bien". El coste de negarse a sentir el dolor puede ser enorme. Desde no ser capaces de emprender un proyecto importante para nuestro futuro porque va a requerirnos mucho esfuerzo, hasta evitar temas de conversación importantes porque nos hacen sentir violentos o nerviosos, o abandonar a nuestra pareja porque "ya no es como al principio". Aquí no pretendo reinstaurar una moral del sacrificio o de la resignación. Está bien querer sentirse bien. Es querer evitar el malestar a toda costa lo que acaba convirtiéndose en patológico. No sólo porque nos encierra en nosotros mismos y nos hace incapaces de hacer nada por los demás, sino porque nos llena de miedo hacia sentir y pensar "incorrectamente", estar enfermos o ser infelices.

Por cierto, hace un tiempo mi amigo Jose Luis me dijo que el peor insulto que podían lanzarle era "infeliz". En aquel momento, estuve bastante de acuerdo. Durante casi toda mi vida he pensado que ser feliz, entendido como sentirse bien la mayor parte del tiempo, no sólo era deseable, sino casi un imperativo moral para nosotros, los opulentos y afortunados habitantes del primer mundo. Ahora creo que la capacidad de aceptar el sufrimiento es mucho más importante que el bienestar. Paradójicamente, el empeño por estar bien y a gusto todo el rato nos vuelve egoístas. Es difícil mirar alrededor y ayudar a los demás si no se está dispuesto a tolerar cierta incomodidad.

Hoy en día estamos viviendo un impresionante auge de la autoayuda y la búsqueda de la realización personal. Esto debería ser bueno; sin embargo, paradójicamente, la mayoría de las personas que acuden a este tipo de recursos tienen como objetivo básico autoayudarSE y realizarSE. Hay pocos que vayan a relajarse o a meditar porque quieren ser capaces de ayudar a los demás o porque no quieren hacer más daño a su alrededor con su sufrimiento. Es más: curiosamente, ahora están popularizándose mucho las corrientes autoayudísticas del pensamiento positivo y la felicidad programada (tipo "El Secreto" y pelis similares), que básicamente proclaman que si uno piensa con la suficiente energía en aquello que desea, acabará materializándose. Estas ideas tienen el gran atractivo de prometer el paraíso en la tierra, y el gran peligro de terminar ignorando todo lo negativo y doloroso (incluidos mendigos, ancianos e incluso niños llorones) porque perjudica nuestras vibraciones y nos hace atraer acontecimientos "malos".

Por otro lado, gracias a Quiensea, la meditación Vipassana se está extendiendo como la pólvora, y ciertas terapias de tercera generación como la ACT (Acceptance and Commitment Therapy, o Terapia de Aceptación y Compromiso), también están empezando a pegar fuerte. En la Vipassana uno medita por sí mismo y por los demás, siendo consciente de que es "bueno para uno, bueno para todos". La ACT tiene una importante carga de orientación a valores que va más allá del conseguir sentirse bien y pretende acercar al individuo a donde realmente quiere estar, sin rechazar pensamientos o emociones del amplio espectro del sentimiento humano.

Así que estamos en un momento interesante: o hacemos todos caso a los gurús del buen rollito y seguimos mirándonos el ombligo por siempre jamás o meditamos todos y generamos la compasión suficiente como para salvar este mundo dolorido. A ver qué pasa :)

Si os interesa el tema, más información sobre meditación Vipassana aquí y sobre terapia ACT aquí.

lunes, 24 de noviembre de 2008

El contrapost (I)

Todo esto viene a un post que escribió Amanda hace unos días. Amanda es una bloguera que escribe mucho y bastante bien sobre sexo, amor, amistad, infidelidad y lo que le echen. Además, es psicóloga, así que de vez en cuando explica algunos conceptos y teorías de psicología cognitivo-conductual. En el post en cuestión hacía algunas afirmaciones bastante categóricas respecto a las relaciones pensamiento-emoción-conducta que no me convencieron mucho. Intenté rebatirlas en los comentarios, pero tienen limitación de espacio y no sé si se me entendió muy bien. Así que, como lo bueno de los blogs de uno es que puede escribir lo que le plazca, voy a intentar explicar aquí un poquito lo que yo he comprendido hasta ahora de las relaciones pensamiento-emoción conducta.

Esto quiere decir que lo que viene a continuación puede ser un coñazo para algunos. Personalmente, opino que cualquier persona humana debería esforzarse por entender su mente y su comportamiento para intentar ser feliz, en lugar de ir trampeando por la vida y finalmente morir, y por eso considero muy interesante hablar y escribir sobre este tipo de teorías. Pero advierto lo del potencial coñazo por si alguien se raja :)

También tengo que decir que, si bien Amanda afirma que sus escritos están basados en un montón de años de trabajo con pacientes, yo digo que lo que voya escribir está basado en años de trabajo conmigo misma. Ya dijo Buda: no os creáis nada que os digan los demás, por sabios que sean quienes los digan o lógicos que parezcan los razonamientos, o por mucho que se infiera de sus palabras o de sus acciones. Creed sólo lo que experimentéis por vosotros mismos. Así que voy a hablar sobre aquello que conozco, y vosotros (si queréis) podéis reflexionar sobre ello por si os ayuda en algo. Pero no busco convencer a nadie de nada. Intentar convencer a alguien de algo es un gran desperdicio de energía y tiempo.

Resumo el post de Amanda: dice ella que los actos son consecuencia directa de los pensamientos. Que un pensamiento genera una emoción y la emoción genera una conducta. Que, por tanto, cambiando el pensamiento y aprendiendo a pensar correctamente, podemos cambiar la emoción que generamos y llevar a cabo la conducta correcta en cada acción.

Pensar que los pensamientos conducen a la acción, y que debemos centrarnos en cambiar los pensamientos, es tan absurdo como angustiarnos en el cine porque estamos viendo una película de terror y empeñarnos en cambiar la cinta por una comedia para sentirnos bien. Para empezar, cambiar la cinta es complicado; para continuar, ni siquiera es seguro que la comedia vaya a hacernos sentir bien. Por último, incluso suponiendo que pudiéramos lograr cambiar la cinta y sentirnos bien con ella, ¿no sería mucho más lógico darse cuenta de que no estamos dentro de la pantalla, sino sentados cómodamente en nuestras butacas?

El símil no es del todo exacto. La película que se proyecta en nuestra mente trata sobre nosotros y está extraordinariamente bien filmada. Pero no deja de ser una película. Si examinamos detenidamente nuestros pensamientos, nos daremos cuenta de que son, en su mayoría, proyecciones distorsionadas y repetitivas de nuestro pasado y nuestro futuro. En este sentido, los psicólogos cognitivos tienen razón: pensamos mal. Lo que no me convence es su propuesta. Si cambiamos esa película mental por proyecciones positivas y alegres sobre nuestro pasado y nuestro futuro, no dejan de ser películas. ¿Y quién quiere vivir la vida tamizada por la pantalla de cine de su mente?

Ejemplo ilustrativo: una persona está tomándose el café. Mientras lo hace, piensa en la importante reunión que tiene programada para esa tarde. Empiezan a asaltarle un montón de ideas negativas: "no voy a hacerlo bien, no la llevo bien preparada, voy a hacer el ridículo, me temblará la voz..." La solución más lógica y comunmente aceptada es esforzarse por pensar en positivo: "me va a salir bien, domino el tema, podré exponer mis ideas con seguridad, voy a hacerlo lo mejor posible".

El problema es que tanto en el primer caso (pensamientos chungos) como en el segundo (pensamientos positivos y adaptativos), la persona se olvida de disfrutar del café. De olfatear el aroma a tostadas que llega desde la barra. De sonreír mirando al niño de la mesa de enfrente. De observar a las personas que caminan al otro lado de la ventana.

Y, en última instancia, los pensamientos conducen a la acción sólo porque nosotros nos hemos convencido de que es así. Existe una especie de consenso general sobre que tenemos que pensar en positivo para hacer las cosas bien, mantener una alta autoestima para conseguir nuestros objetivos, anticipar resultados favorables para lograr las cosas. Así que invertimos un esfuerzo muy valioso en cambiar nuestros pensamientos sin darnos cuenta de que podemos realizar una acción sin que ésta se vea determinada por ellos.

Por ejemplo: yo llevo todas las mañanas de mi vida pensando "no quiero madrugar", y madrugo. Es cierto que, en esos casos, suele haber una verbalización interna que nos dice "bueno, pero tienes que madrugar, porque es importante que vayas a clase, que estudies una carrera, etc etc". Pero esa verbalización no tiene conexión directa con las acciones, no se materializa instantáneamente en una conducta consecuente. De hecho, a menudo fantaseamos con acciones que no llevamos a cabo, o nos proponemos firmemente hacer algo y terminamos por dejarlo.

Es cierto que los pensamientos negativos pueden afectar el desempeño en algunas tareas. Por ejemplo: un estudiante que no hace más que pensar que no se sabe un tema puede desencadenar una serie de reacciones fisiológicas que le impidan concentrarse y hacer bien el examen. Pero es sólo porque nosotros les damos ese poder. Esto puede resultar un poco complicado de entender, pero digamos que es como si estuviéramos en una habitación y hubiera una persona gritándonos órdenes en una esquina. Que las cumplamos o no depende de que creamos o no que tengamos que cumplirlas, del poder que asignemos a esa persona. Hacemos lo que nos dice nuestro jefe, pero ignoramos a un borracho de la calle. De la misma forma, se puede llegar a un punto en el que miremos a la vocecita de la mente con compasión y nos riamos de sus estupideces.

Por supuesto que la mente es útil, y que el pensamiento también lo es. Pero cambia tan rápido y es tan difícil de controlar que no merece la pena concentrarse en que todo lo que salga por nuestra cabecita sea lógico, correcto y positivo. Es sencillamente agotador (además de muy difícil).

De momento, lo voy a dejar aquí; si os apetece, o me apetece a mí, o en los comentarios surge alguna idea interesante, continuaré ampliando el tema en posts sucesivos.

martes, 18 de noviembre de 2008

Sobre cómo se pone el sol en el Sacromonte

El miércoles pasado fui de visita a la Abadía del Sacromonte, un edificio del siglo XVII que alberga misteriosas historias de reliquias, falsificaciones y fe. No me voy a parar ahora a contar todo lo que pasó allí en su época, así que visitad esta página si queréis entrar en detalle. Lo que quiero contar es que cuando salíamos de allí, el sol se ocultaba por la Vega, en el hueco que queda entre en Albayzín y las colinas de la Alhambra. Todos nos acercamos el extremo del patio para ver el cielo y la bola redonda del sol entre las nubes, y cuál no sería mi sorpresa al ver que lo primero que hacían mis compañeros de visita era sacar las cámaras digitales y ponerse a disparar como locos.

A ver, personitas. Que no es que esté mal dispararle a la puesta de sol en lugar de sentarse a contemplarla a lo hippy. Bueno, bien bien no está, porque en lugar de admirarla en toda su grandeza, uno acaba concentrándose en encontrar el tiempo de exposición y el contraste perfecto para capturar unos colores lo más parecidos posible a la realidad. Al final nunca lo son, y uno termina por comparar la imagen en la pantalla con el cielo espléndido que tiene delante, y en lugar de agradecer el show gratuito del universo se queja por la resolución de la cámara. Pero ésa no es la cuestión.

Sacarle fotos al cielo sería razonable si al llegar a casa, descargar el contenido de la tarjeta de la cámara y sentarse frente al portátil, uno experimentara las mismas sensaciones que cuando está viendo el atardecer verdadero. Pero luego nunca es igual, por bonita que sea la foto. Lo que tienen de especial las puestas de sol es esa cualidad mágica de que algo increíblemente hermoso está ocurriendo junto al aburrimiento urbano de cada día. Es tan bonito, y es gratis, y es incomprensible y enorme, y cambia a cada instante hasta que se va. Las puestas de sol nos sacan del aturdimiento cotidiano; estamos inmersos en el trabajo, o en caminar por la calle hacia una tienda, o en rumiar nuestras preocupaciones, y de repente nos damos cuenta de que algo ha empezado sin avisarnos y es mucho más grande que cualquier importante asunto en el que podamos pensar. Ese cambio de escala provoca una especie de ruptura mental, un vacío, un satori breve pero intenso que nos tiene un tiempo variable contemplando el cielo sin pensar en nada más. Eso no tiene nada que ver con mirar la imagen en la pantalla, porque para ver imágenes bonitas en el ordenador basta con buscarlas en google. Y todos estaréis de acuerdo en que no es lo mismo.

La mañana siguiente de mi noche de amor con el italiano (suspiro, suspiro), estábamos los dos junto a playa, mirando el mar recién amanecido. A través del agua transparente de la orilla podían verse los guijarros de colores. "Mira esas piedras", me dijo Marco. "Ahora tienen unos colores preciosos: verde, azul, rosa... Bueno, pues cuando te las llevas a casa se vuelven grises. No sé por qué". "Es que a lo mejor no hay que llevarse las piedras a casa", contesté, y luego creo que le hablé de la floración de no se qué cerezo sagrado en Japón, en la que no se permite hacer fotos. Claro, que antes de volver a Málaga le saqué a él varias y, en efecto, no es lo mismo en absoluto.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Las grandes cuestiones de la vida: El amor (continuación)

A veces no se trata del amor. A veces el amor está, porque amar a alguien, como creo que ya he dicho alguna vez, debería ser un camino de una sola dirección, no interruptor que se enciende y se apaga. Uno empieza a amar y a partir de ahí el indicador sólo debería aumentar, porque al fin y al cabo a medida que pasa el tiempo se conoce más a la persona, y el conocimiento íntimo de alguien, el contacto con sus fuerzas y sus debilidades y su luz y su oscuridad, no podría hacer otra cosa que ayudarnos a profundizar en lo que sentimos por esa persona.

A veces no se trata del amor, sino de estar en pareja, y no es lo mismo.

Porque en ocasiones se ama, y se ama mucho y, sin embargo, estar en pareja no es una buena idea. A una pareja se le exigen requisitos, y muchos, mientras que para amar a alguien hay que aceptarle tal y como es. El amor es incondicional, pero la pareja no puede serlo, porque es más que un estado de ánimo: es una sociedad emocional y espiritual, un equipo de dos que sirve para hacerse un poco más fuerte en el combate extraño de la vida.

Así que para mí no sirve "nos queremos y ya está". Yo pido "nos queremos, nos entendemos, nos apoyamos y vamos por el mismo camino hacia los mismos objetivos". Como mínimo.

En este post hablaba de que la cuestión al elegir pareja es que, a medida que aumenta el nivel de exigencia, disminuye la posibilidad de encontrar a alguien que lo alcance. Yo he tomado una decisión. Lo quiero todo. Después de darle vueltas a todo este tema de las relaciones, la pareja, el amor y blablabla, he decidido no perder la esperanza. No plantarme con un premio mediano, como en los concursos de televisión; esperar al premio grande o quedarme sin nada. Existen los grandes amores, y yo estoy dispuesta a acabar sola si no encuentro el mío. Y ojo, que grande no es perfecto. Grande es grande.

Poco a poco se va perfilando frente a mí el recorrido que quiero que siga mi vida, y la persona que quiera hacerlo conmigo tiene que verlo con la misma claridad que yo. Porque si no acabará preguntándome a dónde narices vamos y sentándose a comer su bocadillo a un lado de la cuneta.

martes, 11 de noviembre de 2008

Not pleased to be a woman

Estoy en esos días del mes en los que no me siento ni un poco feliz de ser mujer. Me encuentro tan mal que no me apetece ni comer, y eso, creedme, es sentirse muy mal en la escala Marina de estados de ánimo. Ayer, de hecho, le di la paliza a la pobre PK (que, por cierto, ahora es mi compañera de piso, creo que no lo habí dicho) con una parrafada sobre lo inútil, caro y trabajoso que me parece que exista toda esta variedad de alimentos y una tenga que comprarlos, cocinarlos y comérselos para acabar, ejem, expulsándolos y volviendo a empezar el proceso desde el principio.

Es que tengo que ir al Mercadona y no me apetece.

Llegué incluso a proponer algún tipo de alimento único (el Supertrigo) que no hubiera que cocinar y que tuviera todos los nutrientes necesarios. La PK dice que eso sería un rollo, pero es porque está muy apegada a su paladar (opino).

Estoy atravesando una etapa rara. Es como si estuviera desfasado lo que estoy haciendo y lo que me gustaría hacer. Para empezar, no quiero, NO QUIERO estudiar, ir a clase o cualquier cosa que tenga que ver con la facultad. Creo que gracias a la maldita-maldita beca y al crédito europeo de los huevos, he desarrollado un condicionamiento aversivo intenso hacia el edificio gris y verde de Psicología. Es llegar allí, ver a todos esos alumnos vagando de un aula a otra y a todos esos profesores maquinando malvados métodos de evaluación, y se me revuelven las tripas.

(No voy a seguir hablando de esto, que me estoy poniendo de mala leche, y una no lleva una hora meditando para eso).

No sé qué más contaros. Pensaba que tenía muchas más cosas que decir, pero realmente tampoco es tan interesante odiar el mundo por culpa de la regla.

¡Supertrigo ya!

PD: Perdón por escribir tan poquito. Creo que no tener ganas de blog forma parte de mi etapa rara.