massobreloslunes: 06/15/11

miércoles, 15 de junio de 2011

Contemplaciones -- TMC4


Hoy estaba yo en la estación de autobuses, haciendo cola para comprar el billete e irme mañana a Málaga, cuando unos metros por delante de mí he visto a un monje. Un monje monje, con su hábito, su capucha y hasta su tonsura. Estaba de espaldas y pedía un billete para no sé dónde, porque no alcanzaba a oír su voz.

Eso tendría que ser yo, he pensado. Monja. Católica, budista, tanto me da; apartarme del mundanal ruido. Acababa de llegar corriendo desde el centro de salud mental, después de pasar la tarde puteada a partes iguales por mis pacientes y mi jefe, y se me iba a salir el corazón por la boca.

He valorado en un microsegundo mis preocupaciones actuales y las que tendría siendo monja. Acné del Averno, jefe que me putea y pacientes que se empeñan en contarme problemas versus crisis de fe y apego a los placeres sensoriales. Me he imaginado en mi convento, de la capilla al huerto y del huerto a la cocina, lo mismo cultivando tomates que haciendo mazapanes caseros y yemas de Santa Teresa. Metiendo el dedazo en la masa cuando no mirara la superiora. Engordando sin pudor, con mis colegas las novicias africanas y sudamericanas y haciéndome la dueña del cotarro cuando se fueran muriendo todas las monjas viejas. Ni tan mal.

Entonces he girado la cabeza y he visto a un chico de unos veintitantos inclinado sobre su maleta. Por encima del pantalón asomaba la parte baja de una espalda estrecha, lisa y morena. Me he quedado absorta en esa curva de piel vertiginosa: alguien debería inventar una palabra nueva para definir ese medio palmo de huesos, músculos y carne. De repente mis neuronas estaban reproduciendo la sensación de hundir los dedos en los dos hoyuelos que le intuía sobre la base del culo y acariciar después la parte de espina dorsal que se le notaba bajo la piel.

Todo ha sido tan rápido: la evocación de la vida contemplativa y, de repente, el descenso a los abismos del deseo. He comprado mi billete con resignación, casi escuchando la voz de MQEN en mi oído: "Te gustan demasiado los chulazos morenos, Peq". Luego podría decir que me he quedado observando con envidia al monje, que se alejaba despacio en dirección a un destino desconocido y tranquilo. Pero en realidad estaba demasiado ocupada mirando al moreno, que seguía rebuscando nosequé en su maleta, y rezando silenciosa y sacrílegamente para que no lo encontrara nunca.