massobreloslunes: 01/02/13

miércoles, 2 de enero de 2013

Los libros que no te vas a leer nunca

Mi definición de mi estado económico ideal es: "te puedes comprar libros sin mirar el precio". Un par de veces al año, normalmente coincidiendo con las pagas extra o con el aguinaldo, llego a ese estado económico y hago pedidos enfermizos a Agapea. Ahora estamos en esa época, así que esta tarde he sorteado el atasco de gente-absurda-que-se-cree-que-comprar-en-rebajas-es-ahorrar-cuando-ahorrar-es-no-comprar-y-punto, y me he incrustado en el Bahía Sur a recoger unos libros.

Había cola en la tienda y todo el mundo andaba envolviendo para regalo. Espero que los libros no se conviertan en uno de esos objetos que sólo se adquieren para regalar, como las velas aromáticas o los pijamas. Yo echaba un ojo a la sección de libros infantiles, un poco cabreada por el cartel de "No tocar". Vale que los cuentos de ahora son obras de arte. El otro día, de hecho, me quedé fascinada por Ondina, de Benjamin Lacombe. Pero de ahí a que no los puedas tocar para mirarlos, hay un paso.

 Lacombe de mi vida: amo los lagrimales de tus personajes

El otro día, en Málaga, hablaba con mi padre del libro electrónico. Le hice un resumen de sus ventajas, que para mi padre son omitibles porque él no lee inglés, ni viaja, ni lee artículos científicos, ni novelas de Marian Keyes. Además, el factor pijama, es decir: poder comprar libros en pijama desde tu casa, para mi padre es un contra más que un pro. A mí me gusta ir a la librería, Marina, me explica. Voy allí, echo el rato, miro todos los libros que hay a mi alrededor. Me gusta que estén allí. Incluso los que no voy a leer nunca.

Esta tarde estoy de pie frente al mostrador cuando veo expuestos en la estantería superior dos libros, uno al lado del otro. El primero es el de las cartas de Benedicto XVI y el escándalo de la Iglesia Católica. Como si hicieran falta escándalos para desacreditar a la Iglesia, ese desafío colectivo a la lógica más evidente. Al lado hay un libro escrito por el propio Papa sobre la infancia de Jesús. Enseguida me pregunto de qué irá. ¿De dónde ha sacado la información? ¿Ha descubierto otro evangelio? ¿Se la ha inventado? Se supone que la infancia de Jesús es misteriosa; nace en el pesebre, se pierde en el templo y poco más. Me pregunto si el Papa Mazinger se habrá currado esa parte de la historia para dar un poco de coherencia argumental al hilo, porque pasar de los turrones buenrrollistas al asunto gore de la cruz es un poco brusco.

Entonces siento un tonto entusiasmo por el libro del Papa. No porque me importe un carajo la infancia de Jesús (aunque tengo curiosidad. ¿Cuál fue su primera palabra? ¿Mamá? ¿Jehová? ¿Andaba sobre la bañera? ¿Y la preadolescencia? ¿Soltaba gallos Jesucristo? ¿Le enseñó a afeitarse San José o le dijo, despechado, que se lo pidiera a su padre verdadero "ya que es tan poderoso"?). Lo que me parece guapo es que el Papa se haya sentado a escribir todo un libro sobre eso y que a la gente le importe y se lo vaya a comprar. No creo que lea nunca el libro del Papa, pero está bien saber que sus ideas, buenas o malas, científicas o imaginarias, reposan ahí entre dos cubiertas de papel, para quien quiera enterarse. El mundo lleno de libros como cerebros empaquetados.

Os dejo y me voy a empezar mi primer cerebro empaquetado de 2012: Qué es el qué, de Dave Eggers, una de las trece recomendaciones de "El guardián entre el centeno", puro talento bloguero recién descubierto. Sed felices. Leed mucho.

Año nuevo


A veces pienso que en fin de año se sale a muerte sólo para que el día uno se queden las calles vacías, y que con ese decorado de persianas bajadas y carreteras desiertas podamos creernos que empezamos una etapa verdaderamente limpia, verdaderamente nueva.

Desde que decidí que me voy a Colorado en mayo (más detalles próximamente), mi mente está en modo sacar dinero de debajo de las piedras, así que ayer no se me ocurrió otra cosa que apuntarme a la guardia de hoy. El festivo lo pagan doble y no tenía ningún problema en no ir de fiesta el 31. Así que esta mañana salí de casa a las nueve y media con la mochila, el portátil y la nariz enterrada debajo de la bufanda. Me crucé con un grupo de adolescentes borrachos de camino a la furgo. Me dolía un poco la cabeza del cava de ayer, pero estaba contenta: empezar el año madrugando me da buen rollo.

De camino al hospital iba escuchando Vetusta Morla en la furgo: Año Nuevo. Yo es que la música la contextualizo. No había visto nunca tan vacías las carreteras de la Bahía, y el cielo sobre las marismas estaba a medias azul y a medias de un gris algodonoso y empapado. Dentro de una semana ya no estaré aquí, y mientras canturreaba Vetusta y frotaba los dedos en mi ambientador de azahar y naranja pensaba que es como si me hubieran dejado a solas con Cádiz para despedirme.

La guardia transcurre tranquila. Razonablemente tranquila en escala Salud Mental, quiero decir: hemos tenido nuestros intentos de suicidio y nuestras cuatro cosas. Pero estoy con Pilar, mi psiquiatra favorita, y nos reímos de chorradas mientras remojamos en mayonesa la tortilla del comedor para hacerla comestible. "¿Os vais a olvidar de mí cuando esté en Madrid?", le pregunto, haciendo morritos, mientras me termino el arroz con leche. "Qué va, mujer. Nos vas a dar envidia".

A mí ocho meses se me hacen largos, eternos, mientras pienso en todas las cosas que van a pasar aquí sin que yo no esté. No creo que vaya a cambiar nada fundamental. El menú de los sábados en el hospital seguirá siendo chuletas con fideuá. En el roco se seguirá entrenando con Fuel Fandango o con el ska horrible del Mallorquín. Llegarán los carnavales y pasarán; llegará la semana santa y pasará; llegará la primavera y la gente empezará a conquistar las playas a golpe de silla caletera, y después el verano con su mezcla entre invasión y éxodo. Y a todo esto yo fuera, sin poder asistir un año más a todos esos pequeños grandes eventos desde mi primera fila de gaditana conversa.

Un año más. Un año menos que dolerse de esta herida y de esta luz, dice Vetusta, y eso pienso mientras conduzco. Esta herida y esta luz. Así me siento esta mañana del 1 de enero de 2013, en mi vigésimo octavo año de viaje sobre este bonito planeta. Con una herida cada vez más honda y, al mismo tiempo, una luz cada vez más intensa.

Iba a escribir la versión de este año de los doce momentos, pero ayer se me echó el tiempo encima y hoy ya como que no pega. Algo dentro de mí se rebela. A lo mejor es una tontería, como dice Centinel, celebrar algo tan irremediable como que el planeta dé otra vuelta alrededor del sol. Pero, sea como sea, una parte de mí ha pasado página y no quiere mirar atrás. Está ocupada explorando las carreteras vacías y limpias del año nuevo. Y, sobre todo, está demasiado entusiasmada ante el futuro como para andar dando vueltas a lo que no va a regresar nunca.