Los jueves siempre quiero escribir mejor que nunca, y a lo mejor es por eso que llevo media hora parada delante del ordenador sin decidirme por nada. Los minutos gotean en el reloj de la pantalla y me dicen que es el tiempo que le estoy quitando al sueño. Debería dormir más. Intento escribir sobre varios temas y veo que voy con prisas y sin ganas. Pienso que a lo mejor hoy la honestidad es no escribir nada, y luego me digo lo que le dije al Kpot hace un par de semanas: si todos los días que creo que no tengo nada que decir no escribiera, no escribiría nunca.
Hoy, por cierto, el Kpot y yo hablamos durante la cena de qué haríamos si nos quedara poco tiempo de vida. Yo le digo que escribiría mucho, seguro. Que me abriría un blog sobre mi propia muerte, algo como memuero.blogspot.com, y que seguro que sería un éxito, porque la gente es muy morbosa. Él piensa que no. Cree que si me quedara poco tiempo por delante, no escribiría; que me dedicaría a hacer cosas. Yo le aseguro que sí, porque para mí escribir es hacer o, por lo menos, asentar lo hecho y darle un sentido. Y porque me encantaría tener un blog que fuera realmente un éxito, y estoy segura de que mi blog moribundo o moriblog lo sería.
Es como una condena, le digo mientras cierro el portátil y me lo coloco bajo el brazo para subir a mi cuarto. Sobre todo cuando atraviesas periodos como éste, así un poco estériles o quiza sólo distraídos o hartos de mi propia voz. No sé qué me pasa últimamente. A lo mejor debería plantearme otro reto, tipo el Michelian Challenge, no sé. Necesito algo que me sacuda.
Los jueves siempre quiero escribir mejor que nunca porque luego me voy el viernes y el sábado y me sabe mal dejar esto aquí solito con un post de mierda. Quiero escribir mejor que nunca porque, aunque penséis que no, yo os tengo presentes. Sé que estáis al otro lado, y os imagino, y de verdad que quiero que esto os haga pasar un buen rato. Es curiosa la conexión entre el autor y el público. Hoy una paciente se ha encerrado en una de las salas de la comunidad a escuchar música. Pensábamos que estaba bailando, pero al abrir para buscar sillas la hemos visto sentada frente al radiocasette mientras sonaba Amaia Montero. La canción era romántica y cursilona, y la paciente estaba muy seria, con la cabeza apoyada en las manos. No he pensado nada concreto; simplemente me ha llegado la intuición del desfase tremendo entre Amaia, tan mona, tan rubia, con su voz tan esplendorosa, y nuestra paciente feúcha y solitaria sentada en una comunidad terapéutica de salud mental. Creo que en su mirada fija hacia los altavoces estaba la conciencia de ese abismo.
Así que bueno, éste es mi esfuerzo de jueves. Mañana por la tarde cargo la Dobloneta y me marcho a la playa y a la roca, no necesariamente por ese orden. Voy a intentar de corazón rellenarme de algo la mente y el cuerpo y contar algo interesante el domingo por la noche. Los domingos también me esfuerzo para compensar las ausencias. Hasta entonces, sed felices. El lunes pasado estuve en el Café con Libros, en Málaga, y había una exposición de este chico. En una de las viñetas se veía a un grupo de gente preocupada y triste detrás de un muro gris. En lo alto del muro, un monigote rubio miraba al sol y al prado que se veían al otro lado y sonreía. Yo me siento así ahora, le dije a Elsa: en la parte bonita de la vida. El muñequito sabía trepar lo suficiente como para intentar ver qué había encima del muro, y resultó que era hermoso. Esos son mis deseos para vosotros hoy: que este viernes en particular y en esta vida en general seáis capaces de subir lo suficiente como para ver la belleza al otro lado.
Besitos y buenas noches.