Nunca tuve muy claro que fuera capaz de terminar la novela. Apuesto a que vosotros tampoco. Apuesto a que pensabais: esta va a ser como los «escritores que no escriben» de la canción de Sabina: que habla y habla de su novela pero nunca sacará nada.
Pues ahí está, la tía. 103578 palabras que han salido de mi absurda cabeza y que están a punto de emprender el viaje hacia vuestros amorosos cerebros.
He pensado en empezar una serie de posts contando cómo ha sido el proceso, por si a alguien le sirven. No van a ser posts de «primero haz A, luego B y luego C», ni pienso investigar, ni voy a poner negritas, ni nada. Van a ser absolutamente desordenados y aleatorios, porque para escribir manuales ordenaditos ya tengo mi otro blog.
Hoy iba a a contar cómo he hecho para pasar de las primeras escenas sueltas e inconexas al manuscrito más o menos coherente que tengo entre manos. «Vista de pájaro del proceso en sí», iba a llamarse el post. Como no recordaba muy bien las primeras versiones, he abierto la carpeta de documentos llamada Mi vida pequeña, que era el primer título que había pensado para la novela, y llevo un rato leyendo.
Es divertido. El otro día hablaba de la fanfiction, y las primeras versiones de la historia se parecen a eso. Hay muchos Joans (¿cuál es el plural de Joan?) y muchas Mayas; de hecho, Maya se llama de mil maneras al principio. Hay una Elsa, una Eva y una Emma. También hay un Joan llamado Ángel y otro llamado Bruno. En algunas escenas Joan es médico y Maya profesora; en otras, Joan trabaja en una tienda de móviles y Maya vive en una furgoneta. Irene, la ex de Joan, se llamaba Elena en el primer borrador. A veces es comadrona y a veces cirujana.
Y es curioso, porque ahora me parece que Joan y Maya no pueden ser distintos a como son en la novela terminada. No pueden tener otros pasados ni otros proyectos: los universos alternativos que creé al principio me parecen falsos. Me pregunto si me he quedado con la mejor versión de la historia y me respondo que, de alguna forma metafísica, la que existe es la única versión posible.
Las primeras escenas que escribí son escalofriantemente similares a mi vida. Dan un poco de vergüencita ajena, de hecho. Porque la novela actual, a la que vamos a empezar a llamar EADEPC (El Arte De Encontrarse Por Casualidad), tiene elementos de mí y de mis historias, pero ha crecido hasta existir por derecho propio, y no únicamente como una forma de exorcizar mis traumas.
Quizá el camino de mi primera novela no tiene tanto que ver con el número de borradores que he escrito y los betalectores que he utilizado, sino en cómo he conseguido metabolizar lo que pasó y sacarlo de mí. Y es bonito eso. Es una hermosa manera de sanar una herida.
Estoy fuckin' orgullosa de mi novela. En las últimas semanas, me la he releído entera cuatro veces buscando erratas para la última corrección ortotipográfica. Y aunque me sé las frases de memoria y estoy un poco hasta el potorro de Maya y de Joan a estas alturas, no me puedo creer que haya logrado escribir una historia que me suene tan verdadera.
Es raro, lo digo por experiencia, sentirse plenamente orgulloso de algo que uno ha creado, tener la certeza de que has hecho absolutamente todo lo que podías para crear algo hermoso. Porque en general vivo con la impresión de estar poniendo en lo que hago la mitad del esfuerzo del que dispongo. Pero con EADEPC no. Ahí he luchado desde las primeras escenas inconexas hasta la última coma de la última corrección.
Y a ver, que no es la novela del año, ni del mes. Que la historia no es nada del otro mundo, porque a mí el Rey del Cosmos tampoco me dio tanta imaginación, y que aún hay diálogos que me suenan un poco raros pero que no quiero tocar para no liarla. Pero os juro de verdad de la buena que es lo mejor que he sabido hacer en este punto de mi vida: que, como dice Franzen, es la mejor novela que podía escribir en su momento, y si escribo algo mejor más adelante, será porque he cambiado lo suficiente como para ser capaz.
Es una novela artesana. Tiene kilos de cariño. Y pensaba que en este punto de la vida sentiría cierto reparo, porque me acuerdo de aquella persona que me comentó en un post algo así como «¿y si con lo estupenda que te pones hablando de escritura, después resulta que tu novela no es buena?». Pensaba que me daría miedo la gente como esa, que se apresura a juzgar las creaciones de otros porque consuela un poco saber que los demás tampoco son perfectos.
Pero hoy, concretamente, tengo una tremenda y gozosa sensación de QUE OS DEN A TODOS. Porque yo sé lo que me he dejado por el camino escribiendo esto. Sé las paletadas de energía, y de amor, y de cuidado por los detalles que tiene EADEPC. Como me dijo Anxo hace mucho tiempo sobre la terapia: cuando no eres todo lo bueno que te gustaría, lo único que te queda es matarte a trabajar; y cuando lo has logrado, cuando te has matado a trabajar por algo, y te has pasado horas encerrada, y has reescrito y vuelto a reescribir, y has acribillado a tus betalectores con preguntas, y te has peleado a muerte con tu correctora porque osó cambiarte las comas de sitio... entonces a los haters no les queda mucho espacio, porque tú estás a tope, porque te has asalvajado en el proceso y solo puedes gritar con el pelo ardiendo y sabor a sangre en la boca y repetir: QUE OS DEN. He escrito un libro.
Por último, quiero dejar aquí un apunte friki. Cuando empecé a escribir la novela, Joan no era triatleta. Lo del triatlón ni se me había pasado por la cabeza. Las primeras escenas están escritas en febrero de 2012, y hasta noviembre de 2013 no se me ocurrió poner al pobre Joan a preparar un Ironman.
Pues la primera escena que escribí era el supuesto final de Mi Vida Pequeña, y se contaba a través de un post de Maya, que en aquel momento no se llamaba Maya, sino Elsa. Y al final del post hay varios comentarios de lectores ficticios. Y ¿sabéis cómo se llama el último comentarista?
Ironman.
En serio.
Esto de la ficción es un trabajo muy misterioso.
Y me voy a dormir, que mañana me voy a Madrid al máster y necesito mis neuronas en plena forma.