El Escritor miró a los ojos a la Escritora. "Tengo que pedirte algo", le dijo. "Lo que quieras", contestó ella, besándole suavemente los labios. "Te conozco. Sé cómo funciona tu cabeza. Sé que trabajas incansablemente para producir ficción, que escribir es más que tu vida". La Escritora asintió, le acarició la mejilla y le miró a los ojos, interrogante. El Escritor sudaba, parecía nervioso. "No quiero ser tu historia. No quiero ser un personaje. No me conviertas en historia nunca, por favor". Ella le tranquilizó: "Claro que no, mi amor. Tú no eres una historia, eres una persona, eres la persona a la que amo". La Escritora besó el pelo del escritor, sus ojos, su mandíbula. El Escritor acunó a la Escritora en sus brazos, la estrechó contra su pecho, le dio las gracias.
Cuando el Escritor cerró la puerta tras de sí, la Escritora se dirigió a su mesa de trabajo y sacó un taco de hojas del primer cajón. Lenta, deliberadamente, rompió en pedacitos muy pequeños cada una de las páginas de su flamante proyecto de novela.