massobreloslunes: 08/30/12

jueves, 30 de agosto de 2012

SSHP 8: Asturies, qué guapina que yes (o algo así dice por aquí la gente)


 Estoy en el aparcamiento del campo del Sporting. Verídico. ¿No querías bucolismo y naturaleza, Marina? Hale, pues aquí te hayas, a las afueras de un estadio por donde pasan tres coches cada dos segundos. Yo habría buscado algo más apartado, pero Joaquín el asturiano me ha traído aquí, y cualquiera le dice que no a Joaquín. Es un profesor de educación física verborreico e hiperactivo que tiene todas las papeletas para ganarse el título al mayor personaje del SSHP, y mira que hay competencia. Lo confirmaré cuando haya pasado más tiempo con él.

Esta mañana he salido de Polientes después de desayunar. Al levantarme he pillado a Carlos haciéndome un dibujo de despedida como Couchsurfer. “Menos mal que te has despertado”, me ha dicho, “porque después del dibujo no sabía qué poner”. Salgo de la aldea en dirección a la costa cantábrica con la nostalgia renovada. Polientes ha sido una parada muy interesante: un curioso oasis friki en la Cantabria profunda.


El dibujito de Carlos. ¿No es genial?


A partir de Reinosa, el Norte parece haber dicho “aquí estoy yo” y lo ha llenado todo de niebla. Estoy encantada a pesar de no ver un carajo, y conduzco con música siniestra por la autovía de la costa. Paro al llegar a San Vicente de la Barquera porque lo veo muy bonito y porque me apetece comerme uno de los sobaos que, hoy ya por fin, he podido comprar en una tienda del pueblo.

La playa de San Vicente es pequeña y está casi vacía. Me acerco a la orilla sobao en mano a mirar a los surferos. Lo del surf me intriga. En una escala de deportes que me apetecen, donde el diez es escalar y el uno es el curling, el surf no creo que supere el tres. Por una parte tengo prejuicios hacia los surferos y surferas de largos y rubios cabellos que se pasean por la playa con su tabla y su neopreno, mirándonos a los demás por encima del hombro. Por otra parte los surferos dan como mucha lástima. Ahí de pie mirando las olas y esperando a que venga alguna buena. He estado un montón de rato en la playa y he visto coger tres olas a sendos surferos, verídico; todos los demás se han limitado a esperar. 

Bueno, ya vale, que en realidad tampoco tengo nada en contra del surf. Muy probablemente mis mayores problemas sean que soy a) friolera, b) torpe, c) friolera. El caso es que cuando me harto de mirar gente parada en medio del agua, me tumbo boca arriba a reflexionar sobre la playa norteña. Yo no sé si será la acústica, pero juro por Dios que hasta las olas hacen menos ruido que en el sur. Es todo como nostálgico, como si el verano ya hubiera pasado antes de terminar y tú estuvieras poniéndote morriñosa de antemano. Las conversaciones son sosegadas. La gente lee con las camisetas puestas en sus sillas caleteras, o como le llamen aquí a las sillas de playa (¿Concheras? Por La Concha. Es un chiste, lo juro).

Me levanto pronto, porque toda esta tristura de playa norteña me está dando pereza. Que soy de Cádiz y mucho se lo van a tener que currar en el ámbito marítimo para impresionarme. No tengo plan para trepar esta tarde, así que decido tirar para Cangas de Onís, un poco porque sí y otro poco porque me apetece acercarme a los Picos. Y cuando, efectivamente, veo asomar el macizo a mi izquierda, me sobrecoge como cada vez que lo he visto. Qué brutal. Es de estas bellezas que olvidas de una vez para otra. Conduzco hacia Cangas poseída por los doscientos cincuenta tonos de verde que tiene el campo. Pero-cómo-puede-esto-ser-tan-bonito, repito una y otra vez, atontada.

Almuerzo ensalada de garbanzos en un área de descanso cercana a Cangas mientras leo en mi Kindle. No tengo muy claro el plan de la tarde, así que decido tirar haciá Gijón y ya veré qué hago allí. Entonces me llega un whassapp de Pablo, otro contacto asturiano de escalada, que va a trepar cerca de Oviedo con su novia. Estoy a punto de decirle que no, que mejor lo dejamos, porque mientras llego a Oviedo y demás se me va a hacer muy tarde, pero luego recuerdo mi espíritu SSHP de decir sí a la vida y aceptar lo que me ofrece, y recuerdo también que tengo un montón de ganas de escalar, así que voy para allá.

Pablo y Jenna son una de estas parejas que te hacen pensar: vale, os habéis encontrado el uno al otro, menos mal, porque sois lindísimos de principio a fin los dos, así que hacedme el favor de no separaros nunca, seguid siendo así de lindos y demostrad que hay gente buena y criad a miles de chiquillos lindísimos. De verdad: Pablo y Jenna son amor incluso para los estándares del SSHP, que ya están altos. Hay muchas formas distintas de escalar con alguien, y ellos son compañeros capaces de hacerte sentir segura, confiada, relajada y con ganas. Trepamos un poco hasta que se va la luz mientras yo alucino con el paisaje y ellos insisten en que esto es lo más feo que me voy a encontrar en Asturias.
Volvemos a Gijón y tomamos algo en el paseo. De verdad que son lindos estos dos. Qué gente más simpatiquísima. Me han ofrecido volver a trepar el viernes y presentarme a sus colegas si no encuentro gente para escalar el sábado. Viva y bravo.

Cuando se marchan Pablo y Jenna llega Joaquín, que parece el conejito Duracell puesto de anfetas. Ya ha planificado el día de mañana, y sólo he sacado en claro que a) vamos a Cabrales, b) vendrá a despertarme a la furgo tempranito para que nos cunda el día y c) va a traer café. Joaquín es gracioso de verdad. No le entiendo un carajo con el acento asturiano, pero parece entusiasta.

Ahora me voy a dormir, confiando en que el parking del Sporting no sea digamos el punto de reunión entre los camellos y las putas de Gijón. Pero tranquilidad, que hay muchas furgos y caravanas por aquí cerca y confío razonablemente en no morir. De hecho, me preocupa bastante más trepar con Joaquín mañana que dormir aquí esta noche.

Hasta mañana, queridos lectores, y gracias por acompañarme de forma virtual en este viaje al que, por desgracia, ya le va quedando menos (muero de la pena).