Estoy en el aparcamiento del campo del Sporting. Verídico. ¿No querías bucolismo y naturaleza, Marina?
Hale, pues aquí te hayas, a las afueras de un estadio por donde
pasan tres coches cada dos segundos. Yo habría buscado algo más
apartado, pero Joaquín el asturiano me ha traído aquí, y cualquiera le dice que
no a Joaquín. Es un profesor de educación física verborreico e hiperactivo que tiene
todas las papeletas para ganarse el título al mayor personaje del
SSHP, y mira que hay competencia. Lo confirmaré cuando haya pasado
más tiempo con él.
Esta mañana he salido de Polientes
después de desayunar. Al levantarme he pillado a Carlos haciéndome
un dibujo de despedida como Couchsurfer. “Menos mal que te has
despertado”, me ha dicho, “porque después del dibujo no sabía
qué poner”. Salgo de la aldea en dirección a la costa cantábrica
con la nostalgia renovada. Polientes ha sido una parada muy interesante: un curioso oasis friki en la Cantabria profunda.
El dibujito de Carlos. ¿No es genial?
A partir de Reinosa, el Norte parece
haber dicho “aquí estoy yo” y lo ha llenado todo de niebla.
Estoy encantada a pesar de no ver un carajo, y conduzco con música
siniestra por la autovía de la costa. Paro al llegar a San Vicente
de la Barquera porque lo veo muy bonito y porque me apetece comerme
uno de los sobaos que, hoy ya por fin, he podido comprar en una
tienda del pueblo.
La playa de San Vicente es pequeña y
está casi vacía. Me acerco a la orilla sobao en mano a mirar a los
surferos. Lo del surf me intriga. En una escala de deportes que me
apetecen, donde el diez es escalar y el uno es el curling, el surf no
creo que supere el tres. Por una parte tengo prejuicios hacia los
surferos y surferas de largos y rubios cabellos que se pasean por la
playa con su tabla y su neopreno, mirándonos a los demás por encima
del hombro. Por otra parte los surferos dan como mucha lástima. Ahí
de pie mirando las olas y esperando a que venga alguna buena. He
estado un montón de rato en la playa y he visto coger tres olas a
sendos surferos, verídico; todos los demás se han limitado a
esperar.
Bueno, ya vale, que en realidad
tampoco tengo nada en contra del surf. Muy probablemente mis mayores
problemas sean que soy a) friolera, b) torpe, c) friolera. El caso es
que cuando me harto de mirar gente parada en medio del agua, me tumbo
boca arriba a reflexionar sobre la playa norteña. Yo no sé si será
la acústica, pero juro por Dios que hasta las olas hacen menos ruido
que en el sur. Es todo como nostálgico, como si el verano ya hubiera
pasado antes de terminar y tú estuvieras poniéndote morriñosa de
antemano. Las conversaciones son sosegadas. La gente lee con las
camisetas puestas en sus sillas caleteras, o como le llamen aquí a
las sillas de playa (¿Concheras? Por La Concha. Es un chiste, lo
juro).
Me levanto pronto, porque toda esta
tristura de playa norteña me está dando pereza. Que soy de Cádiz y
mucho se lo van a tener que currar en el ámbito marítimo para impresionarme. No
tengo plan para trepar esta tarde, así que decido tirar para Cangas
de Onís, un poco porque sí y otro poco porque me apetece acercarme
a los Picos. Y cuando, efectivamente, veo asomar el macizo a mi
izquierda, me sobrecoge como cada vez que lo he visto. Qué brutal.
Es de estas bellezas que olvidas de una vez para otra. Conduzco hacia Cangas poseída por
los doscientos cincuenta tonos de verde que tiene el campo.
Pero-cómo-puede-esto-ser-tan-bonito, repito una y otra vez,
atontada.
Almuerzo ensalada de garbanzos en un
área de descanso cercana a Cangas mientras leo en mi Kindle. No
tengo muy claro el plan de la tarde, así que decido tirar haciá
Gijón y ya veré qué hago allí. Entonces me llega un whassapp de
Pablo, otro contacto asturiano de escalada, que va a trepar cerca de
Oviedo con su novia. Estoy a punto de decirle que no, que mejor lo
dejamos, porque mientras llego a Oviedo y demás se me va a hacer muy
tarde, pero luego recuerdo mi espíritu SSHP de decir sí a la vida y
aceptar lo que me ofrece, y recuerdo también que tengo un montón de
ganas de escalar, así que voy para allá.
Pablo y Jenna son una de estas parejas
que te hacen pensar: vale, os habéis encontrado el uno al otro,
menos mal, porque sois lindísimos de principio a fin los dos, así
que hacedme el favor de no separaros nunca, seguid siendo así de
lindos y demostrad que hay gente buena y criad a miles de chiquillos
lindísimos. De verdad: Pablo y Jenna son amor incluso para los
estándares del SSHP, que ya están altos. Hay muchas formas
distintas de escalar con alguien, y ellos son compañeros capaces de
hacerte sentir segura, confiada, relajada y con ganas. Trepamos un
poco hasta que se va la luz mientras yo alucino con el paisaje y
ellos insisten en que esto es lo más feo que me voy a encontrar en
Asturias.
Volvemos a Gijón y tomamos algo en el
paseo. De verdad que son lindos estos dos. Qué gente más
simpatiquísima. Me han ofrecido volver a trepar el viernes y
presentarme a sus colegas si no encuentro gente para escalar el
sábado. Viva y bravo.
Cuando se marchan Pablo y Jenna llega
Joaquín, que parece el conejito Duracell puesto de anfetas. Ya ha
planificado el día de mañana, y sólo he sacado en claro que a)
vamos a Cabrales, b) vendrá a despertarme a la furgo tempranito para
que nos cunda el día y c) va a traer café. Joaquín es gracioso de
verdad. No le entiendo un carajo con el acento asturiano, pero parece
entusiasta.
Ahora me voy a dormir, confiando en
que el parking del Sporting no sea digamos el punto de reunión entre
los camellos y las putas de Gijón. Pero tranquilidad, que hay muchas
furgos y caravanas por aquí cerca y confío razonablemente en no
morir. De hecho, me preocupa bastante más trepar con Joaquín mañana
que dormir aquí esta noche.
Hasta mañana, queridos lectores, y
gracias por acompañarme de forma virtual en este viaje al que, por
desgracia, ya le va quedando menos (muero de la pena).