Nadar me divierte bastante últimamente, y el hecho de ir a la piscina también. Es curiosa esa intimidad súbita con desconocidos, todos allí medio en pelotas haciendo estiramientos y exhibiéndonos con esos gorritos tan antilujuria. En la piscina no hay término medio: o un tío te pone brutísima o se te quitan los instintos heterosexuales. Ves maravillas de la naturaleza y aberraciones de la especie. Últimamente voy a la misma hora que el equipo juvenil de natación. Son diez o doce adolescentes fuertes como limones que nadan rapidísimo, y me encanta ver sus piernas levantando espuma y sus brazos hundiéndose veloces y precisos en el agua.
Cuando termino tarde, coincido en la ducha con las adolescentes nadadoras. Son en general feíllas pero bellas, con sus cuerpos altos y fuertes y sus espaldas anchas. Yo, que siempre he sido de las blanditas y me estoy dando al deporte a la vejez, admiro sus músculos potentes de guerreras del agua. Al mismo tiempo, me pone de los nervios que griten en la ducha mientras yo intento encontrar algo parecido al relax después de darme la paliza.
Ayer estaban especialmente expansivas. Yo intentaba sentir la calma mientras me ponía mascarilla de miel y karité y dejaba caer el agua ardiendo sobre mis hombros maltratados, y ellas hablaban a gritos de una esquina a otra de un tal Óscar que no les comentaba en el Tuenti. Cuando entramos al vestuario seguían con la historia de Óscar, y entonces una de ellas dijo que había una canción que le recordaba un montón a él. Sacó su smartphone con funda rosa y puso a toda pastilla a Álex Ubago, más concretamente "Me muero por conocerte".
La ostia, gente. Eso es de cuando yo tenía dieciséis, es decir: de hace diez añazos. Para estas chavalas será hasta antiguo, como cuando yo a su edad escuchaba Sergio Dalma. El primer disco de Álex Ubago me recuerda a cuando representé Jesucristo Superstar en el colegio y estaba superenamorada de mi amigo José Luis, que hacía de Pilatos y pasaba de mí. Se enrolló con otra chica de la obra, Alejandra, una preciosidad de ojos verdes y pelo rizado, y yo suspiraba mirando a las estrellas mientras ellos se daban el lote en el jardín de su casa. Luego él la dejo de forma dramática y ella empezó a odiarme porque pensaba que había sido mi culpa; como si yo pudiera hacer algo para influir en la testaruda cabeza de mi amigo José Luis.
Así que pienso en Álex Ubago y lo que recuerdo es a mí y a José Luis en el jardín de su urbanización, sentados juntos en un banco una noche de verano. Habíamos montado algún tipo de fiesta con la gente del teatro en la pérgola comunitaria y nos escabullimos con un porro y un par de vasos de calimocho a charlar de literatura y viajes, de un futuro próximo en el que él se iría a estudiar a Madrid y yo me quedaría terminando el bachillerato y añorándole en silencio.
Entonces empieza a sonar Álex Ubago a lo lejos, más concretamente "Me muero por conocerte", y yo le digo:
- Esta canción me recuerda a ti, no sé por qué -. Aunque claro que sé por qué: porque la canción describe exactamente lo que yo siento, cómo quiero saber lo que él piensa, cómo me muero por quererle y darle todo el amor de mi corazón exagerado.
Él me mira con intensidad, sonríe bajo sus rizos y sus gafillas de intelectual aficionado y contesta:
- A mí Álex Ubago me recuerda a Alejandra.
La segunda peor frase que me ha dicho un tío. Ya os contaré la primera en un post que me quede menos largo y disperso que éste.
Ahora tengo veintiséis años, estoy en el vestuario de una piscina en Cádiz y sólo me doy cuenta a ratos de lo lejísimos que me queda la adolescencia. No ya la edad, que no es más que un número, sino ese morir de amor y desesperación silenciosa, y escuchar a Álex Ubago, y aguantar como una capulla el tirón en los bancos de un parque mientras piensas que, si lo deseas con la suficiente intensidad, el chico que tienes al lado girará la cabeza y te verá de verdad de una vez por todas.
Las nadadoras ponen la misma canción en bucle y la cantan a gritos. Se hacen fotos con el móvil y luego dicen "sácame otra, que se me ve mucha barriga", sin saber que nunca tendrán tan poca barriga como ahora. Mientras yo me peino despacio y me echo crema en los codos, ellas salen por el pasillo en dirección a los secadores, con el móvil todavía sonando, pisando fuerte con sus gemelos de atleta. Yo canto bajito, porque me sé la canción entera, y recuerdo aquellos días dulces de teatro, amores platónicos, canciones ñoñas y barbacoas en la pérgola. Mola la adolescencia y esa turbia intensidad siempre inconclusa.
Y después de este bonito momento interpersonal, patrocinado por Nabaiji (la marca de natación del Decathlon), esta niña se va a dormir para ver si el viernes llega antes.