Alguien me pidió hace un tiempo que comprobara cuántos de estos propósitos había cumplido. En lugar de eso, voy a hablaros de mi casa tal y como es, sin compararla con ninguna casa ideal. Porque las casas ideales, como las personas ideales, no existen.
Mi casa es fabulosa de principio a fin. Es pequeña, pero yo también, así que nos entendemos. El salón está pintado en burdeos y verde, que cualquiera diría que vaya horror de combinación de colores. Pues qué va: quedan de puta madre, porque mi casa es cien por cien luminosa y ni los colores más oscuros del mundo consiguen apagarla. Por el balcón se ven tejados blancos gaditanos, sucios de humedad y de viento, y como delante no tiene ningún edificio le da el sol toda la tarde. Por eso en verano es un hornito, pero a mí no me importa, porque enciendo el aire acondicionado y me abstraigo o, mejor aún, agarro la silla de playa y me voy a tirarme al sol a Cortadura.
Lo que más me gusta de mi casa, 1: el sofá. Ya hablé de él en el post de las siestas. Es el sofá perfecto, porque tiene chaise longue para leer, y cuando te echas la siesta en la parte no chaiselonguera puedes extender la almohada por la parte chaise longue y no se cae al suelo. Es blandito y amplio, y como soy pequeña quepo estirada de sobra. Y no hay nada como siestear en el sofá sabiendo que nadie va a interrumpirte.
La cocina es un armario. Verídico. Se abre y se cierra y es diminuta. Tiene dos fuegos, un fregadero de un seno (jijiji ha dicho seno), una mininevera y una mesita auxiliar que parece una tabla de planchar. Lo bueno es que desde que hago paleodieta ya no cocino tanto y mis hábitos están más bien simplificados (fríete algo y aliña algo), así que con mi cocina-armario me basta y sobra. Además, tiene el modo negación: cuando no quiero asimilar que tengo platos sucios desde ayer, cierro el armario y hala: ya no hay cocina. Y yo puedo dormir la siesta en mi sofá chaiselonguero.
Además de la mininevera, que lleno de botellas de agua para que no me falte agua fresquita en verano, también tengo una nevera grande con frigopoesía pegada. El paraíso es no tener que compartir la nevera con nadie, que lo sepáis.
Luego está la despensa, que se organiza por estratos. En los estratos más oscuros tenemos aquello que estaba aquí antes de que yo llegara, y que no tengo claro lo que es. Recipientes extraños, insecticidas contra insectos desconocidos, botes de pintura burdeos y verde. Luego están los estratos de comida no-paleo y comida regalada por el Carrefour cuando le dio por regalar comida y la chica de la caja me obligaba a llevármela. Si alguien quiere un kilo de galletas María, por favor, que se ponga en contacto conmigo. Mi despensa es uno de esos lugares de mi casa que siempre digo que ordenaré y nunca ordeno. Como el altillo de mi armario, por ejemplo.
El baño es pequeñito, lo cual está bien porque se limpia en un plis. Cada dos meses o así me da la neura de que tengo demasiados potingues acumulados y tiro la mitad. Aun así, no me resisto a comprar porquerías nuevas en el Carrefour cada vez que voy, y acabo con los cajones llenos de guarradas que no uso nunca, tipo keratina y exfoliantes para la cara que no puedo ni oler. En la ducha tengo un surtido de geles que voy alternando según el estado de ánimo. Si me siento ni fu ni fa, pues un gel super soso de Sanex y un champú chungo Pantene, ambos transparentes. Son sosos hasta en el color. Que estoy depresiva y/o muy animada, pues un gel de Lush que huele a jazmín como si te hubieras revolcado en una biznaga gigante, un champú que es como lavarse con zumo de naranja y mola mil, o un exfoliante de vainilla que rasca mucho pero huele genial.
El dormitorio está pintado de un celeste un poco intensito, para mi gusto. Hace poco que le compré sábanas de adulta a la cama, muy suaves y con rayas de color pastel. Mi cama es lo segundo que más me gusta de mi casa. Es sencillamente perfecta. Está completamente firme, no le suenan los muelles y es gigante y toda para mí. Me permite hacer la X y cambiar saludablemente de posición toda la noche. Mi cuarto es como el cuarto de los niños de los Simpson después de que Sherry Bobbins limpie: si respiras, todos los trastos que tengo guardados en sitios semiocultos saltarán y devorarán el poco espacio que quede libre.
Me olvidaba de la terraza. En ella está el tendedero, que siempre tiene ropa porque soy una floja y odio recogerla, y mis tres plantas, que después de pasar un glorioso invierno bajo la lluvia ahora se mueren de inanición porque me olvido de regarlas. Son una albahaca, una hierbabuena y un geranio (puedo comerme dos de tres, es un buen porcentaje). Me gustaría ser una persona capaz de cuidar las plantas, pero no lo soy, qué le vamos a hacer. Puedo fantasear con que algún día tendré un huerto, pero teniendo en cuenta que soy la única persona del planeta que fue capaz de matar de sed un cactus, no creo que eso suceda nunca.
Me encanta mi casa. Me encanta y me encanta, y a veces cuando me voy a trabajar le doy besitos y le digo que volveré pronto, que no se preocupe. La cuido poco, en el sentido de que la desordeno mucho y limpio lo justo, pero creo que ella me comprende, a mí y a mi atolondramiento perpetuo. Siempre está dispuesta a poner la cocina en modo negación y acogerme en el sofá, o a que haga un hueco en la mesa del salón, coloque el portátil entre un montón de objetos raros y me ponga a escribir.
Para terminar, he seleccionado algunas fotos que hice en mi casa cuando estaba aprendiendo a manejar la reflex. No son gran cosa como fotos en sí, pero espero que al menos os hagáis una idea.
Mi sofá el día que me puse reyes a mí misma.
Frigopoesía.
A veces compro flores. En verano no, porque se pochan.
Haciendo el monguer en el sofá con las exposiciones largas. Creo que una de las Marinas soy yo y la otra es mi ego monstruoso.
Mañanas de paleodesayuno y Anatomía de Grey en el portátil.
El interior de la cocina armario. La taza de la vaca es mi favorita.
Secando calcetines y leyendo a Harold Brodkey.
Mis plantas, esplendorosas cuando el cielo se encargaba de regarlas por mí.
Una de mis estanterías. Juro que el libro de Shopaholic no es mío.
Cielos de Cádiz desde mi ventana.
Recuerdo cuando soñaba con tener mi casita durante la carrera. Con no tener que aguantar fiestas Erasmus, con no encontrarme la lavadora ocupada cuando reunía el valor para poner una, con que el Húngaro no me robara los huevos cuando yo no miraba. Con escribir en el salón sin que me interrumpiera nadie y dormir la siesta en el sofá ídem. A veces echo de menos vivir con gente, pero en general estoy estupendamente bien aquí. Los sueños se van cumpliendo poco a poco, que lo sepáis.
PD: En realidad, he cumplido bastantes propósitos.
PD2: Este post es largo y con fotos porque el de mañana va a ser muy corto. Avisados estáis.