Me he terminado de leer un libro que no me ha gustado demasiado: La desaparición de Annie Thorne. El final decepciona aunque la trama enganche.
Además, no me gustan los libros en los que el protagonista ya sabe lo que pasó, pero se lo calla. ¿Por qué lo hace? ¿Por qué no lo cuenta y punto? Bueno, claro, porque es el protagonista de una novela y tienen que darte ganas de leer más. Me parece falso.
La cosa es que además del final deficiente, La desaparición de Annie Thorne tiene un problema: la autora nunca llega a la cuarta idea.
Por ejemplo, dice: «el hospital olía a desinfectante, café y sudor» (no es un ejemplo textual porque estoy acopladísima en el sofá y no tengo ganas de levantarme a buscar el Kindle). Si te preguntan «¿a qué huele un hospital?», esas son las tres primeras ideas que se te vienen a la cabeza. Las sueltas, pasas a lo siguiente y ya está: ahí tienes un tópico.
Lo dice Robert McKee en Story:
More often than not, inspiration is the first idea picked of the top of your head, and sitting on the top of your head is every film you’ve ever seen, every novel you’ve ever reed, offering clichés to pluck.
Si quieres ser buen escritor, sugiere McKee, haz una lista. Piensa en diez o doce escenas. Después selecciona.
Es una buena forma de escribir mejor. Haz listas y no te quedes en la tercera idea. Empieza, como mínimo, por la cuarta.
El hospital olía a desinfectante, café, sudor, a sopa, a los champús afrutados que llevan las residentes jóvenes, a la tela limpia de las sábanas, a lágrimas, a las patatas fritas con sabor a cebolla que eran lo último que quedaba en la máquina y que todo el mundo masticaba a mi alrededor.
El parque estaba abarrotado de niños, madres, jubilados sin nada que hacer, palomas que mendigaban las migas de los sandwiches, niñeras aburridas que les hacían ojitos a los padres divorciados.
Recordé nuestra adolescencia llena de acné, canciones melosas, donuts de chocolate, excursiones a una tienda de brujería cercana al Corte Inglés donde comprábamos material para hechizos caseros, fortuna mentolados, cartas larguísimas que escribíamos en clase y nos intercambiábamos en los recreos, unos cócteles azules dulzones que hacíamos mezclando champán y Blue Tropic.
Lo interesante siempre llega después de la cuarta idea.
¿Hola?
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