Hoy he tenido un simulacro de sesión con un paciente del practicum. Es un hombre de 45 años diagnosticado de un trastorno ansiógeno-afectivo (que, si os digo la verdad, no sé muy bien lo que es. Ansiedad y tristeza, creo).
Ha empezado la sesión con un “Estoy fatal”. Después hemos estado indagando en su “estoy fatal”, que se traduce en “me siento fatal”. “Estoy triste, apático, irritable. La vida no me ilusiona. No puedo soportar la rutina. Sé lo que voy a hacer mañana, y pasado mañana, y al otro, y eso me desespera”.
Anda, y yo, pienso. Tócate los pies.
Nuestro paciente está casado, con una hija pequeña y en paro, y dice que su entorno no le entiende y no le deja hacer lo que él quiere hacer realmente: crear. Escribir. Toma, si yo también quiero escribir, pero alguien tiene que hacer la colada mientras. No creo que ni siquiera los escritores profesionales pasen todos sus días en un frenesí de gozosa creación.
Mi compañera de practicum le decía: “¿Por qué te sientes mal? ¿Qué puedes hacer hoy para sentirte bien? ¿Escribir? Pues escribe. Si tu mujer no lo considera útil, no le hagas caso. Es útil que te sientas bien”. Yo le decía: “Piensa en todo lo bueno que estás haciendo incluso aunque no te sientas bien. Piensa en lo bueno que es que hagas las camas”. Ella intentaba aleccionarle para que cambiara su estado de ánimo. Yo iba más en dirección de la aceptación y de la generosidad.
Me preocupa la idea de que los psicólogos estemos insinuando que sentirse mal es patológico. Sentirse mal a ratos es perfectamente normal, a no ser que seas Buda. Creo que la diferencia entre las personas que se consideran felices y las que no es que las segundas se asustan de su propio dolor. Consideran que es anormal y que no pueden ir a ningún sitio con él y se paralizan.
Me preocupa que los pacientes consideren que el psicólogo no sólo les va a quitar su tristeza (lo que, hasta cierto punto, es deseable cuando la tristeza es muy profunda e inmoviliza a la persona) sino que, además, va a convertir su vida en un superparque de atracciones mental donde cada minuto va a ser un nuevo y gratificante desafío.
Si como psicólogos no conseguimos transmitir que avanzar hacia lo que queremos exige cierto grado de incomodidad, y que todos, hasta los ricos y famosos, tienen que hacer a diario cosas que no les apetece hacer, vamos a tener enganchados a nuestra teta a clientes preocupadísimos porque hoy no se han levantado flipando en medio de un anuncio de Vivesoy.