Ahora, por ejemplo, estoy en Cádiz, en el piso de Soraya, mi R pequeña (es decir: una de las que empezó la residencia después de mí). Ella se ha ido a un curso en Madrid y me ha dejado las llaves de su fantástico piso en el centro: pintado de azul, con techos altos, cocina americana y miles de libros. Podría ser mi casa. Me he acordado de cuando vivía sola en la Viña y he pensado, como siempre que pienso en este tema, que debía haber aprovechado más aquel tiempo, haberlo saboreado mejor, porque ahora es probable que, si todo va bien, no vuelva a vivir sola nunca.
Por supuesto, es una trampa de la mente. Disfruté muchísimo aquellos dos años. Si releéis mis entradas de aquella época, se ve con mucha claridad. Y al mismo tiempo, tenía muchas ganas de encontrar a Pablo. Supongo que a posteriori es fácil pensar que no has disfrutado lo bastante de algo, que tenías que haber permanecido despierta por las noches pensando en lo fantástico que era poder ordenar las especias a tu manera.
Aquí, sentada en la mesa de Soraya, tengo ganas de escribir. Y el tema es el del título: la diferencia entre la veintena y la treintena. Apenas tengo un año de experiencia en la treintena, y algo me dice que tener 31 no es lo mismo que tener 39, pero ¿para qué está la blogosfera, si no es para escribir larguísimos textos sobre cosas sobre las que tampoco sabes tanto?
Asi que vamos allá.
Encuentro dos diferencias fundamentales, dos, entre los veinte y los treinta.
La primera es que a los veinte el coste de oportunidad de tu tiempo es muy relativo. Hay por ahí una tipa que escribe libros sobre cómo es importante tomar buenas decisiones en tu veintena, porque el tiempo se acaba y tictactictac. Sin embargo, no hay ninguna decisión que tomar en la veintena y que no tenga ningún tipo de arreglo en la siguiente década. A no ser que te amputes un brazo o algo por el estilo.
Puedes cambiar de carrera, de trabajo y de pareja. Puedes no pensar ni cinco minutos en si vas a reproducirte o no. Puedes vivir donde quieras, alquilar siempre y no comprarte un coche. Es una década muy liviana.
El primer shock de los treinta es que estos años tienen consecuencias más importantes para ti, al menos si eres mujer. Tienes que tomar decisiones sentimentales y reproductivas que podrían no tener vuelta atrás.
Lo importante no es lo que decidas. Yo creo que pueden llevarse vidas buenas en casi todas las circunstancias. Lo importante es que te das cuenta de que no eres inmortal y empiezas a tener la sensación de que las puertas se van cerrando frente a ti.
Es como ir a un buffet y empezar a picotear aquí y allá, saboreando los platos, sin demasiado interés... y cuando vas a servirte de nuevo, porque todavía tienes hambre, darte cuenta de que ya han empezado a retirar la comida y nadie te ha avisado.
Ya no tienes todo el tiempo del mundo. Ya no eres libre e inmortal. Tictactictac.
La segunda diferencia fundamental entre los veinte y los treinta es la perspectiva. Con un poco de suerte, para cuando llegas a los treinta ya has vivido una o varias de estas experiencias:
- Ideas que considerabas inamovibles han cambiado.
- Te has dado cuenta de que sentirte vieja a los 23 era estúpido.
- Has odiado a gente a la que antes amabas, y viceversa.
- Te has sentido indiferente sobre personas y actividades que al principio te importaban muchísimo.
- Te has dado cuenta de que no sabías nada sobre algo y antes pensabas que sí.
Eso está muy bien, porque durante la treintena puedes utilizar esa perspectiva para tu beneficio. Puedes elegir sentirte joven aquí y ahora, porque sabes que te quedan muchos lugares desde donde mirarte y darte cuenta de que realmente eres joven.
Puedes aferrarte menos a las ideas y a las personas, y abrirte a la perspectiva de que tus opiniones cambien.
Puedes sentir que no sabes nada sobre algo, y es mucho más agradable de lo que parece.
Así que las dos diferencias fundamentales que he notado entre los 20 y los 30 son la falta de sensación de inmortalidad y la perspectiva. Creo que ambos cambios son buenos. Si consigues sacudirte de encima la melancolía de "el tiempo pasa y algún día estaré muerta", te es posible disfrutar más del presente que, al fin y al cabo, es lo único que tenemos todos.
Otras diferencias, menos importantes pero también curiosas, son:
- Dejas de ser la más joven de cualquier sitio. Ya no eres precoz en prácticamente nada. De hecho, es fácil empezar a sentir que te estás quedando atrás. Pero es ilusorio: ¿atrás de quién? ¿En qué carrera te crees que te has metido?
- Tus amigos empiezan a casarse y tener hijos. Hasta los más hippies y alternativos están buscando maneras de vivir más o menos dentro de la norma. Quizá sea porque la norma no está tan mal. Probablemente tiene sentido vivir tus veinte sabiendo que en algún momento de tus treinta vas a desear lo que tienen todos los demás (¡ojalá alguien me hubiera dado este consejo antes!).
- Tu percepción de la edad de los demás cambia. Los de veintitantos te parecen jovencísimos. Los de cuarenta te parecen "casi de tu edad". Con suerte, tienes amigos de muchas edades.
- Todo te la suda más. Eso es fantástico. Hace unos días le decía a Pablo que estoy empezando a convertirme en la típica vieja impertinente que dice lo que se le pasa por la cabeza. ¡A los 31! Tengo la esperanza de que esto solo vaya en aumento.
- Dejas de tomar a tu cuerpo por sentado. Te duelen algunas articulaciones. Ya no haces deporte para estar mona, sino para prevenir achaques (por otra parte, creo que escribí algo muy parecido cuando tenía 25 y empecé a nadar. Quizá siempre he tenido 30 en mi corazón. O 50).
- Te das cuenta de que miras a chicos que ya son demasiado jóvenes para ti o están demasiado buenos para ti. Esto es genérico: todos sabemos que existen Demi Moore y Madonna y que todo es ponerse. Y en realidad, yo no tengo ningún interés en buscarme un toyboy, gracias. Pero es curioso ponerte en los ojos del chico y saber que para él eres casi una señora.
- En la misma línea: ves que la gente te trata como a alguien mayor, y que tú te sientes más o menos igual. En mi cabeza, tengo exactamente el mismo aspecto que cuando entraba en la facultad hace ya casi (gasp) diez años. Pero cuando veo a los estudiantes en Granada me doy cuenta de que NO, definitivamente ya no tengo ese aspecto.
Los treinta es esa etapa en la que puedes seguir sintiéndote joven, siempre y cuando no te compares con jóvenes de verdad.
En general, mi balance es bueno. Y estoy convencida de que mientras más años cumpla, más a gusto me voy a sentir en mi piel. Solo tienes que aprender a vivir con las pérdidas, porque cada vez van a ser más y mayores hasta la Pérdida Definitiva (AKA La Muerte), y concentrarte en lo que tienes delante.
Porque no es verdad que las puertas se cierran, y nadie se ha llevado la comida. Las puertas se siguen abriendo, siempre y cuando cruces las que tienes enfrente con decisión.