Al final me quedo en Granada, y no me preguntéis por qué, si ni yo misma lo tengo muy claro.
He tardado más de lo que esperaba en encontrar piso. Concretamente, he estado cuatro días y he visto trece pisos. Trece, la virgen. Si no fuera por la terrible ansiedad que me provocaba no tener NI IDEA de dónde iba a vivir este curso, podría decirse que lo he pasado bien. Ver pisos es curioso: por unos minutos, rozas tangencialmente la vida de otra gente y te preguntas qué pasaría si dijeras que sí, que te gusta el piso, que te lo quedas . Esa cama podría ser tu cama, en esa estantería podrías meter tus muebles, en esa pared colgarías tus posters. Luego te vas y ya no sabes qué posibilidades escondía ese piso, o esa gente, porque tienes que escoger uno y no puedes vivir en todos a la vez.
Cosas que he aprendido en la búsqueda de piso:
- Si en el cartel pone "a 10 minutos del centro", es que está lejos.
- Si pone "a 10 minutos de la parada de autobuses", es que está a tomar por culo.
- Si anuncia como alicientes cosas como "lavadora" o "televisión", es un cuchitril.
- Mientras más de buen rollo vaya el anuncio (dibujitos, chistes etc), más sucios serán sus inquilinos.
- Si no ponen el precio, es porque no es su mayor atractivo.
En estos días, he tenido experiencias bastante religiosas con la fauna granadina de los pisos de alquiler. Como una señora que tenía ella una habitación en la que pretendía quedarse algunos fines de semana y en vacaciones. A ver, señora, eso no es una circunstancia to aislada to sin importancia, es conditio sine qua non, pero al revés, es decir: condición que invalida el resto del piso, aunque sea el palacio de Buckingham a 50 euros/mes. No me puedo creer que alguien vaya a alquilárselo; de hecho, la señora me da casi penita. Probablemente termine colándoselo a Erasmus que no entiendan bien dónde se meten.
Hoy he visitado también un piso donde vivía un escritor-fotógrafo-afinador de pianos, que lo tenía todo lleno de libros, instrumentos musicales y ruedas de bicicleta. Que era tremendamente bohemio es cierto, pero de momento no me veo tan desesperada como para vivir con una tuba incrustada en la oreja.
Al final he encontrado un piso en un sitio muy bueno, en pleno centro, con una habitación luminosa, grande y en razonable buen estado. Y con calefacción, gracias a Dios, que no quiero pasar un invierno como el del año pasado, que me iba al Mercadona nada más que para entrar en calor.
Y lo mejor de buscar piso es que parece que la decisión de irme a Granada ya no tiene vuelta de hoja y, como diría Homer, "eso es bueno".