A lo largo de la vida, el tamaño de nuestras camas se va agrandando.
Empiezas con el moisés, sigues con la cuna, pasas a una cama pequeña.
Durante muchos, muchos años, la medida de 90x190 es tu única opción. Observas con intriga las películas americanas donde los adolescentes tienen cama de matrimonio; en España, a lo más que puedes aspirar es a una cama-nido que sacan cuando se queda a dormir una amiga.
En la universidad sigues con cama de noventa: ya vivas en residencia, colegio mayor o piso compartido, lo normal es que te tengas que apañar con eso. Ahí empiezan o aumentan en intensidad y frecuencia los escarceos amorosos, así que te toca limitarte a posturas muy concretas y, sobre todo, jugar al tetris a la hora de dormir. Lo bueno es que todavía la edad no ha deteriorado tu sueño y caes como un tronco aunque tengas un sobaco en la cara y una pierna por encima de la tuya.
Puede que tus colegas y tú deis con un piso compartido en el que hay una cama de matrimonio. En ese caso, hay dos opciones: o bien el que tiene pareja fija suplica un poco y se la queda, o lo echáis a suertes y el ganador de repente tiene el deber de honrar La Cama (con mayúsculas) con una sucesión de amantes. Si, por lo que sea, el curso no se da como esperabas y acabas durmiendo solo, no puedes evitar sentirte un poco culpable por el desperdicio.
Igual eres de esas personas que por alguna razón ha dormido en lo que J. llamaba «la cama del soltero afortunado»: esa que era más grande que la individual, pero más pequeña que la doble. Alguno de mis amigos la tenía y resultaba la mar de desconcertante.
Evolucionas, te mudas a tu propio piso con o sin pareja y, por fin, llegas a ello: la cama de matrimonio. A partir de cierta edad en la vida, ya no hay vuelta atrás: tengas o no pareja, dormir en un colchón individual es señal de un patetismo insoportable. El de matrimonio te hace sentir de repente mega-adulto. Si estás solo, porque de repente se abre la interesante opción de poder invitar a dormir contigo a quien tú quieras y echar un polvo en la posición que te dé la gana. Si vives con tu pareja, al principio os sentís un poco impostores porque hasta ahora los que se metían en la cama de matrimonio eran tus padres y eh, ¡tú todavía eres súper joven!
Pasan los años y la cama de matrimonio se va ensanchando. Para empezar, ya casi ninguna casa tiene la de 1'35 en la que dormían nuestros abuelos. Esas eran para parejas de toda la vida que aguantan carros y carretas, y si estás incómodo, pues te aguantas, que para eso te has casado. Pero en nuestra generación de príncipes y princesas del guisante, si el piso amueblado que acabas de alquilar tiene un colchón de menos de 1'50, lo cambias en cuanto te lo puedes permitir.
Luego, a medida que pasa el tiempo uno empieza a roncar, la otra tiene un insomnio de campeonato, de repente descubres que necesitas una superficie más dura o más blanda para tu dolor de espalda y te preguntas si no ha llegado el momento de invertir en salud. Con suerte, tienes dinero, así que puedes permitirte un somier gigante partido por la mitad y un colchón con distinta dureza en cada lado. Compras sábanas especiales para tu macro-cama. Das un beso de buenas noches a tu codurmiente y después os vais cada uno a un extremo como náufragos.
Yo ahora tengo una de esas macro-camas porque es la que estaba en nuestro apartamento. Estoy rematadamente en contra de ella. Pablo no lo entiende porque dice que siempre puedo acercarme si quiero, pero a mí me gusta dormir cerca del borde y al final muchas noches me levanto a hacer pis y luego ruedo hasta su extremo para comprobar que sigue conmigo.
Mientras mayor es la cama, mayor eres tú.
Quién pudiera recuperar esos sueños profundos y ahítos en una cama de noventa compartida.
Yo estoy en contra de las camas en las que duermes a kilómetros de tu pareja. Claro que, ahora mismo, se interpone un bebé entre mi pareja y yo y da igual la dimensión de la cama :-/
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