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Mengs. 'Noli me tangere' |
“Existo todo entero, contenido en los costados de mis músculos,
esparcido en las márgenes compactas de los huesos. Alma soy que sobre la piel
se extiende, y allí con dichosa complacencia se reconoce”
Las palabras son, claras, de un poeta bastante premiado, compañero de lides filosóficas y autor de más de una docena de libros. Me refiero a Miguel Florián.
Acabo de leer Este es
mi cuerpo, un librillo de menos de ochenta páginas, preciosa y
cuidadosamente ilustrado por Rafaela Gómez, entregado a la imprenta en el primogénito
mes del 2012, “cuando la crisis se hizo horizonte y profecías apocalípticas anublaban
nos”, como dice en su colofón no sé si el poeta o el editor, editor
concienzudo, este de Alegoría, excelente prologuista, Carlos Rodríguez Estacio.
Al libro no se le puede encontrar una errata, aunque sí algún lapso galicismo, cual
gracioso resbalón menor.
El libro plantea interesantes cuestiones bajo una
perspectiva sensual, entusiasta, metafórica, poética, desde una problemàtica próxima a las inquietudes
inaugurales de este blog. Y es que no somos dos cosas, sino una sola compleja y
misteriosa. “Nadie sabe lo que puede un cuerpo” –repite Miguel, la frase de
Spinoza, a modo de dedicatoria. Al cuerpo simbólico de Jesús se refiere Florián. Noli
me tangere! ¿Por qué ese cuerpo, ya resucitado, ya transfigurado, que escapa de
la muerte, no quiere ser tocado? Ese mismo cuerpo ha propuesto ser comido por
sus discípulos… “toma esta carne mía para endulzar tu boca; desciende hasta el
centro oscuro de la pulpa, y conoce allí el regusto amargo de la almendra”. Cianuro
contienen las almendras amargas y tóxicos letales los cuerpos. Sí, Jesús imaginó
un tiempo en donde la carne y el espíritu se conciliaran, pero ¡ay! Nos cuesta
menos creer en la reencarnación de los órfico-pitagóricos o de los gurús indostánicos,
que en la resurrección de la carne…
Pero “los cuerpos sueñan, y al soñar edifican esa ilusión que
llamamos vigilia”. Definitivamente, Descartes era un genio, pero se equivocaba.
No somos dos cosas, sólo una enigmática y complicada. El cuerpo no es una prisión,
sino una cifra de los espacios y los tiempos. Y –como escribe Miguel- el alma es un cuerpo que
se sabe. Sin embargo, sólo parecemos enterarnos de que somos cuerpo cuando
caemos enfermos. Entonces nos damos cuenta de que dentro del cuerpo nos acechan
los peores males. Entonces, ¿sòlo soy cuerpo? Eso me angustia. Y es que la vida nos sujeta a axiomas insobornables a la
voluntad. La sexualidad no es un mero accidente. Puede que el ideal andrógino,
exceso del espíritu, demasía de la razón, nos acabe por convertir en seres abúlicos,
híbridos y enfermos.
La llamada de la carne, ¿no es el canto de las Sirenas?, ¿hijas de las Musas?, ¿siniestra representación de la fertilidad? Letárgico vaivén
de la lascivia. Lo bello, incluso si es sublime, nos seduce y enajena, nos
perturba y saca de quicio. ¿Por qué Orfeo no pudo resistirse y volvió
su mirada hacia Eurídice contraviniendo el dictado de los dioses? No pudo resistirse a la nostalgia del amor y a la belleza. Tal vez no se
fiara de ellos; los dioses griegos compartìan la malicia de los humanos. Tal vez fuese
un cobarde y no tuvo el arrojo de morir, tal vez –como refiere Pausanias- creyó
que el alma de Eurídice le seguía, pero al volverse comprobó que no era cierto.
Ella no quiso volver a ser carne.
Y es que serlo es un latazo, ¡la carne me hace perder tanto
tiempo! Cada vez más tiempo: lavarla, alimentarla, cuidarla, descargarla,
taparla, vestirla, adornarla… En este punto son imprescindibles las enseñanzas
de Diotima, la belleza de los cuerpos apunta más allá de sí misma. Sirve como trampolìn. ¿O no anhelamos la inmortalidad? Ansia de eternidad es el amor. La cualidad
capital del erotismo –escribe Miguel-: “la determinación, la imperiosa urgencia
por alcanzar un fin que nos trascienda, que nos coloque más allá de nosotros
mismos”. Más allá del tacto, el gusto y el olfato, los sentidos noèticos: sólo los ojos y el oído, simetría, ritmo, armonía de las formas, consonancia de las estructuras. La emotividad universal de la música. Los ojos, “emisarios de la conciencia, heraldos
del espíritu” nos elevan hacia esa belleza que dura siempre, y no tiene las horas contadas como
las rosas de Ronsard. Para que la pasión no muera jamás, hay que situar la hoja
de una espada entre Isolda y Tristán, para que el deseo no muera en su satisfacción
y perviva en su tensión desesperada.
Algunas series populares americanas explotan esta tensión: colegas o amigos que se adoran pero que ni se tocan ni se besan. Eso sí, se miran
mucho en ese monitor que nos sustrae los sentidos de la proximidad: olfato,
gusto, tacto. Esa exaltación de la vista y del oído nos regatea un contacto más
genuino, pero también más peligroso: esa sensualidad inocente de la infancia,
abierta a un contacto que se hará distancia, burbuja de territorialidad
desconfiada. ¿No será la pornografía un nuevo puritanismo que morigera el poder
transgresor del erotismo, que nos desexualiza para reducirnos a mera anatomía?
Ciertamente, no debemos confundir el culto al cuerpo con el
culto al look, con la idolatría de su
imagen. Esas modelos anoréxicas no dicen nada, igual podrían ser máquinas o
ciborgs. “Ver, pero no tocar” –llevan en sus trapos las etiquetas de los objetos
de museo. ¡Pero necesitamos tocar y que nos toquen para no sentirnos solos! En una sociedad hipersexualizada, todo contacto se imputa sospechoso.
Tienen razón quienes dicen que Eros fue el más antiguo de
los dioses. En el erotismo –nos recuerda Florián- encontramos la curiosidad, la
invitación al descubrimiento (al desnudamiento de la carne) que es propio también
de la
admiración filosófica. A fin de cuentas, la reverencia es también una
muestra de amor, en su especie de devoción o de respeto.
Arriesga Miguel Florián en hipérbole –como todos los poetas-
cuando escribe que el tacto es un sentido femenino, y que tal vez eso sea así
porque lo femenino es el substrato de la especie. No estoy seguro de que –estadísticamente
al menos- el tacto (la prensión fina) sea el sentido más desarrollado en la
mujer. Creo que las mujeres son también, en general, finas olfateadoras, y que
no es casual que algunos de los enólogos más célebres en la actualidad sean mujeres. Que la vista sea un sentido masculino –sobre todo en la atracción sexual-
no deja de ser un tópico muy discutible…, o que para el varón la caricia sólo cuente o como “un acto
inoportuno o un mero hipódromo de la actividad genital”. También es discutible
que la mujer sea menos púdica que el varón o más pródiga en mostrarse… ¡ça depend del genio del gallo o de la
gallina!
Miguel explora las analogías entre el hambre y el deseo
sexual (también llamado, no por casualidad, “apetito”). Muchas metáforas de requiebro
y aproximación erótica denuncian esta originaria identidad de lo que Spinoza llamó
conatus: ese deseo de seguir siendo, de perdurar en sí o en otro. El componente gástrico de la conducta amorosa. La lascivia se
lleva bien con la glotonería.
Me ha sorprendido la afirmación de que de esta primacía de
lo metabólico arranque el pensamiento de Anaxàgoras, la tesis de la panspermia, de que “en todo hay semillas
de todo”… Si los seres se devoran y transforman unos en otros es preciso que en
cada uno de ellos permanezca algún rastro del resto. Trágica es nuestra condición,
pues siempre vivimos de la muerte ajena. Si respetásemos la vida de otros seres
hasta sus últimas consecuencias, sucumbiríamos de hambre. Como saben esos seres
hipersensibles y neurasténicos, asustadizos y paranoicos, todo contacto es un asalto.
Sì, podemos cantar con Cernuda: es verdad que puede que algún día yo sea todas
las cosas que amo: el aire, el agua, las plantas, el adolescente…; lo peor, que
en ellas me disolveré, que en ellas solo se hallarán mis ruinas.
“Como un naufragio hacia dentro nos morimos” (Neruda)
Nacemos delicados, crecemos desequilibrados, maduramos ya
enfermos. Si te levantas después de los cuarenta y no te duele nada, estás muerto. Ahora me doy cuenta –ya cincuentón- de cuánta verdad hay en la noción
negativa de felicidad del maestro Epicuro: la felicidad es que no me duela
nada, ausencia de sufrimiento. Habrá que reconocer –escribe Floriàn en referencia a Jaspers- que el estado
de salud es excepcional. Puede que la salud sea tan incompatible con la lógica efímera
de la vida, como la razón lo es con las pasiones, o sea, con nuestros
padecimientos. Menos mal que el cuerpo no puede pensar su nada. Menos mal que
sufriendo aún se siente viviendo. Aguda espina dorada... Menos mal que en esa afirmación del ser
encuentra el cuerpo su destino, incluso en su acabose.
Hay por debajo del querer del Yo algo mucho grande: “secreta
intención de la naturaleza”, le llamó Kant; “ardid de la razón, espíritu del
mundo”, dijo Hegel; “historia del Ser”, insistió Heidegger. Nuestro cuerpo no
es más que una marioneta de los dioses, supuso rotundo Platón. Esa oscura
fuerza es también la physis de nuestro cuerpo, que gusta ocultarse, tanto en
sus momentos creativos, como en sus momentos autodestructivos.
“No hay diques entre la carne y el espíritu porque son
manifestaciones del mismo ser”
Pero si la carne se hace eco de nuestra vida fracasada, en
el síntoma neurótico, también el espíritu se aflige con los desengaños de la
carne. Su decadencia nos desanima. Lo que hemos olvidado no es el sentido del
cuerpo, está muy clara la gusanera en la que se disolverá, sino el sentido del espíritu
que en el cuerpo sopla, cuando quiere y donde quiere. ¿El cosmos debe regresar
al caos de donde surgió? ¿Y por qué no este caos de la naturaleza corporal, al cosmos espiritual del que procede?