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domingo, 1 de noviembre de 2015

Metensomatosis

Mosaico de esqueleto de Pompeya

De aquellos por quienes sentimos afecto y con quienes colaboramos en las faenas de la vida, a veces en la memoria sólo nos quedan las sombras de unos cuantos gestos. Un mohín, una sonrisa, un encogimiento de hombros, expresiones de ese espejo del alma que fue su cara en movimiento, el modo de andar, el timbre de su voz, la gesticulación de sus manos, el temblor de su carcajada, la sensación tibia de un beso, de un abrazo, de un apretón de manos… El regusto que deja una conversación amable presidida por una afinidad electiva… La filosofía y su enseñanza.

Antonio Gerardo García González también se ganó la vida como profesor de filosofía. Coincidimos en el Instituto “Andrés Segovia” de Villacarrillo, allá por los años ochenta del siglo pasado. Buen mozo, alto, bien parecido, afable, modesto, abierto a la verdad, dispuesto siempre a aprender, a entender a los demás… Supe de sus fáusticos amores con Margarita, amores comprometidos. Y tras mi traslado a Úbeda, la pareja nos visitó algunas veces. Por entonces, Antonio ya sería director del Instituto de bachillerato de Santisteban del Puerto (Jaén), donde los esposos pusieron casa y tuvieron hijos. Supe de aquella casa atacada por las termitas, como nuestros cuerpos por la enfermedad, batalla perdida.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Tras las huellas de Orfeo

por Encarnación Lorenzo Hernández



Todos conocemos al mítico cantor tracio. Con su música era capaz de detener ríos y vientos o de hacer que las rocas y plantas lo siguieran. Hasta persuadió a los dioses del inframundo para que le devolvieran a su dulce esposa Eurídice, pero en un momento de inseguridad durante el camino de vuelta, la perdió para siempre.
Lo verdaderamente sorprendente de esta bonita y triste historia son sus incontables ramificaciones en los ámbitos de la filosofía, la religión y el arte, tejidas a lo largo de miles de años. No somos conscientes de ellas pero permanecen visibles, como capilares bajo la piel, si miramos con una mínima atención. Me propongo contaros una historia fascinante, que en ocasiones hasta provoca un cosquilleante vértigo, cuando se comprende cuán lejos podemos viajar hacia atrás en la historia sin abandonar el presente. A poco que profundices en ellos, algunos mitos se convierten en la auténtica máquina del tiempo.

El mito de Orfeo

Cuenta la leyenda que el insuperable arte de Orfeo con el canto y la lira lo debía a sus progenitores, el dios Apolo y la musa Calíope, inspiradora de los poetas. Su alegría se apagó con la muerte de Eurídice. Aconsejado por Apolo, se atrevió a descender al reino de los muertos a rescatarla. Para seguir la pista de la metamorfosis de algunas de nuestras ideas culturales clave, es preciso conocer un poco la geografía ultraterrena entre los griegos. En los poemas homéricos, las almas de todos los muertos permanecían confinadas en un territorio subterráneo, el Hades, donde eran terriblemente desgraciadas para siempre pero no se las concebía como inmortales. Alimentadas con sangre, podían desvelar secretos a los vivos: así logró Ulises averiguar, preguntando al espectro del adivino Tiresias, cómo regresar a su añorada Ítaca. Poco a poco se fue abriendo camino una diversificación de los espacios del Más Allá, pero siempre localizados bajo tierra: el tenebroso Tártaro, donde las terribles Furias vigilaban el Lugar de los Castigos; la Isla de los Bienaventurados, también conocida como los Campos Elíseos; y un insípido pedregal, los Campos Gamonales, por los que los espíritus vagaban eternamente aburridos. Con ello, el esquema va adquiriendo un sorprendente parecido de familia con la tripartición cristiana de cielo, infierno y purgatorio.
El Tártaro era el reino de Hades y Perséfone. Hasta él acompañaba Hermes a las almas, que primero debían cruzar la laguna Estigia en la barca de Caronte, pagándole con la moneda depositada en la boca del difunto. Al llegar a la otra orilla, se transformaban en sombras. El temible can Cerbero vigilaba con sus tres cabezas que no escapase de allí ningún espíritu ni tampoco penetraran seres mortales. No obstante, algunos héroes lo lograron: Ulises, Hércules y Orfeo; y creo que ésa podría ser una de las razones por las cuales a las comunidades helenizadas de la época de Jesús les resultó tan fácil comprender y aceptar su bajada a los infiernos y su triunfo sobre la muerte como Dios hecho hombre.