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viernes, 30 de mayo de 2014

EJERCICIOS ESPIRITUALES CON FOUCAULT Y SENECA



En febrero de 1983 Foucault publicaba « “L’écriture de soi”, Corps ecrit, n. 5 : L’Autoportrait »
Hemos leído gracias a Luis Roca en el blog sobre los llamados ejercicios espirituales de Pierre Hadot y de Foucault.

Me quedaba la duda sobre el significado concreto de esos ejercicios ¿en qué consistía ejercitarse espiritualmente fuera de un contexto religioso promovido en especial por san Ignacio de Loyola? Gracias a estos dos autores citados descubro que la “gimnasia” espiritual es una práctica bastante antigua que encontramos en pensadores paleocristianos y también en filósofos paganos como Séneca.

lunes, 7 de octubre de 2013

LA FILOSOFIA COMO ARTE DE VIDA : EL ESTOICISMO DE MARCO AURELIO según PIERRE HADOT


 



Escrito por Luis Roca Jusmet

En el imaginario cinematográfico de mi generación, Marco Aurelio era el gran actor inglés Alec Guinnes, uno de los protagonistas de La caída del Imperio Romano. En el imaginario de nuestros jóvenes es otro gran actor, igualmente inglés, Richard Harris, en Gladiator. Siempre la misma imagen, la del emperador-sabio que sucumbe frente al hijo perverso. Marco Aurelio es, para Erasmo de Rotterdam en su Elogio de la locura, el ejemplo del desastre al que conduce el filósofo-rey de Platón. No sabemos si hay que entender irónicamente o literalmente el elogio a la sirazón de uno de los precursores de la racionalidad moderna y como hay que interpretar este juicio sobre Marco Aurelio. El lúcido y amargo Cioran, finalmente, nos dice en uno de sus aforismos que prefiere el escepticismo de un Emperador ( Marco Aurelio) que las propuestas de un soñador ( Nietzsche). Muchos han sido los análisis del que quizás fue el único Emperador-filósofo: Marco Aurelio. Nos llega con este libro un estudio sobre sus meditaciones, en el contexto de la época y del escritor, que serán dificilmente no ya superadas sino tan siquiera igualadas. El autor, uno de los grandes filósofos franceses del último tercio del seiglo XX: Pierre Hadot.
Pierre Hadot nació en 1922 y murió en 1920. Es un estudioso excepcional de la filosofía antigua que ha defendido que hay que entenderla no como un discurso sino como una forma de vida. La teoría se justifica por una práctica. Hay que saber pensar para poder pensar bien. Hay que saber actuar para poder actuar bien. La palabra que Hadot consieraba más adecuada para esta comprensión de la filosofía era la de ejercicio espiritual. Sin connotaciones religiosas, ni tan solo espiritualistas, la filosofía se entiende así como una transformación interna profunda y global, no solo como un ejercicio intelectual. En este sentido hubo una proximidad en su última etapa con Michel Foucault, cuya prematura muerte impidió un debate que sin lugar a dudas hubiera sido apasionante y fecundo.
Se acaba de traducir uno de los mejores libros de Pierre Hadot, el que dedicó a Marco Aurelio y tituló La ciudadela interior (magnífico título, por cierto).

miércoles, 28 de agosto de 2013

Ejercicios Espirituales de Pierre Hadot y Goethe

Autora: Ana Azanza 

PIERRE HADOT, No te olvides de vivir. Goethe y la tradición de los ejercicios espirituales. 2010

Pequeño gran libro. Apenas 150 páginas sin las notas ni la bibliografía. Hadot (1922-2010), profesor en el colegio de Francia es mencionado con admiración por Onfray, Foucault, Ferry, Luis Roca… y más filósofos que se dedican a hacer de la filosofía un saber pertinente hoy reconocen el valor de los escritos de Pierre Hadot. En este libro recoge sus escritos sobre Goethe.

Ejercicios espirituales hay muchos no sólo los de san Ignacio ni los del budismo. En este caso y apoyado en una larga tradición occidental laica de ejercicios, Goethe enseña la concentración en el instante presente, vivir intensamente el ahora, corrigiendo el sentido vulgar que se le ha dado a la máxima de Horacio “Carpe diem”. “Carpe diem” no es un consejo de vividor, es por el contrario una toma de conciencia de la vanidad de los deseos superfluos y sin límite. Una toma de conciencia de la inminencia de la muerte, de la unicidad de la vida, de la unicidad del instante. Acoger cada instante como si fuera el primero y también como si fuera el último, en ello se ejercitaban los epicúreos de la Antigüedad.

En la pluma de Goethe, con su diálogo de enamorados Fausto y Helena personifican por una parte el hombre moderno en su esfuerzo por el progreso y por otra la belleza antigua en su presencia apaciguadora. La antigua y noble Helena revela el esplendor del Ser. Goethe reprochó a los románticos, sus contemporáneos, que despreciaban lo real, lo cotidiano. Llevados de nostalgia corren tras el ideal del pasado o del futuro inaccesibles.

¿Cómo superar lo vulgar, lo banal, lo rutinario?

Tomando conciencia del valor del presente.
Respondiendo a las exigencias del deber, como hacían los estoicos antiguos, sabedores de que la serenidad del alma se alcanza cuando somos uno con el logos cósmico. Pierre Hadot recoge los mejores textos de epicúreos, estoicos y de Goethe que van en la línea de valorar el ahora.

Otro ejercicio físico y filosófico al que se han entregado diversos sabios es la subida de la montaña. A la mirada desde lo alto y al viaje cósmico dedica Hadot el segundo capítulo. Tenemos el ejemplo de Petrarca que en 1336 subió al Mont Ventoux, hoy más conocido por ser una de las míticas subidas del Tour de Francia, donde un ciclista se dejó la vida. 
Subida al Mont Ventoux en el Tour de 2013






O la ascensión del Etna del emperador Adriano y del filósofo Lucrecio. La mirada desde lo alto tiene una profunda significación filosófica atestiguada por los textos de los mejores pensadores, desde Platón hasta Pascal, Voltaire y el propio Goethe. He aquí una muestra que trae Pierre Hadot de un ensayo del escritor alemán de 1784:

“Sentado en la cumbre alta y yerma, abarcando con la vista una amplia región, puedo decirme: aquí te encuentras directamente sobre un fondo que llega hasta los puntos más profundos de la tierra, ninguna capa más reciente, ningunos escombros acumulados y traídos por el agua se han depositado entre tí y el fondo firme del mudo principio (…) En este momento cuando las fuerzas profundas de la tierra, atractivas y energéticas, en cierto modo obran directamente sobre mí, cuando las influencias del cielo fluyen más cerca de mí, entonces me siento elevado a superiores consideraciones de la naturaleza (…)”


Lo más extraordinario de nuestra época con relación al ejercicio filosófico de las alturas es que el hombre ha visto realizarse los viajes cósmicos con los que soñaban los antiguos. Como el de Dédalo e Icaro. En 1987 tuvo lugar en París un coloquio titulado “Fronteras y conquista espacial. La filosofía a prueba”. Y el mismo año salió una compilación de estudios: “El Espaciopiteco. Hacia una mutación del hombre en el espacio.”

Ni Goethe ni otros sabios podían imaginar la experiencia de la liberación de la gravidez terrestre, “el cambio de comportamiento corporal, el hecho de encontrarse en un medio donde no hay ni arriba ni abajo, el hecho de descubrirse flotando en el universo como la Tierra misma, como un astro entre los astros del cosmos.”

Las reflexiones de los cosmonautas a la vista de la tierra desde el espacio son de lo más iluminador del libro. Desde allí, no hay fronteras, a la vez que experimentan la nostalgia del viento y del olor de la Tierra, ella es nuestra Madre sin duda. Y proponen que los políticos deberían darse paseos espaciales. El universo es inteligencia, armonía, amor dice Pierre Hadot inspirado por los astronautas y por los filósofos griegos.
 



Pero sin viaje cósmico interior, el viaje interplanetario no serviría de mucho al político, seguiría llevando la mezquindad consigo. En cualquier caso esta parte del libro anima a hacerse con esas narraciones de los sentimientos vividos por los que han salido y han vuelto a la tierra queriéndola más.

En la última parte el libro “No te olvides de vivir” adquiere un acento nietzscheano. Ilustra el ejercicio espiritual de “sí a la vida y al mundo”, el consentimiento a la existencia. Las grandes leyes de la naturaleza nos dominan y sobrepasan. Pero son la alegría pura e irreflexiva del niño y el animal el símbolo del misterio del universo. Para ser hay que aceptar cambiar y morir. ¿Cómo superar la angustia que supone el hecho cierto de la muerte? ¿Cómo alcanzar esa conciencia serena de aceptación de la finitud? La belleza del arte es sólo un intento de ir más allá.

Hadot se plantea incluso los límites de estos Ejercicios espirituales. Quizás sólo sirvan para lectores, intelectuales, filósofos que no son ni serán la inmensa mayoría de la humanidad. Y acaba con una conclusión breve pero llena de sentido:

“Nosotros los intelectuales, vivimos en una burbuja como Homúnculo y deberíamos imitarlo rompiendo nuestro frasquito sobre el trono de Galatea. ¿No deberíamos como los estoicos reconocer que la acción al servicio del progreso forma parte de la vida filosófica?”


“No te olvides de vivir” es el complemento necesario de la otra máxima famosa “No te olvides de que has de morir”. 

martes, 5 de julio de 2011

Poco sufridos


La felicidad..., la alegría, el grado limitado pero real de la felicidad que podemos alcanzar en esta vida, no solo está asociado a la capacidad y la oportunidad de disfrute, sino también -tal vez sobre todo- a la capacidad para resistir y tolerar los inevitables sinsabores, desencuentros, pérdidas y problemas, o quizá, a la habilidad con que aprendamos y desarrollemos esos mecanismos de defensa que tan bien describió el psicoanálisis: represión, racionalización, sublimación, transferencia, desplazamiento...

Dicho en términos más morales, menos mecanicistas: para ser feliz hay que ser un persona sufrida. Pero somos nada sufridos, al menor síntoma de dolor, nos narcotizamos, buscamos un analgésico. Y nos quejamos más que un cantaor de flamenco, "¡ay!, ¡ay!". Sin embargo, aguantar sin quejarse permite conservar a los amigos; la gente se aleja de quien continuamente se queja, aun con razón. Uno huye del quejoso relator de achaques, del que no ve más que malintenciones y conspiraciones por doquier, del "querulante" que denuncia sin cesar los "delitos" de los demás pero no la idiotez propia.

Los estoicos hicieron de la tolerancia al sufrimiento una vocación filosófica. El filósofo galduriense Emilio López Medina sigue su senda. Acaba de publicar un libro de aforismos: El Dolor (Octaedro, 2011), del dolor en su más amplia acepción: infelicidad, decepción, fracaso, desilusión, desesperanza, hastío, desamparo, enfermedad...

Los estoicos sabían que para sufrir poco hay que ambicionar poco o -dicho a la inversa- conformarse con poco. Conformarse con los placeres más simples formaba parte de la refinada estrategia hedonista, epicúrea, a fin de cuentas, como dijo Oscar Wilde, los placeres sencillos son el último refugio de los seres complicados. A la naturaleza no se la puede doblegar, ni engañar, aunque se la pueda instrumentalizar, así que solo nos queda conformarnos con su terrorífico dominio, con su fascismo inclemente. Esta noción de la conformidad con lo inevitable, en última instancia, con la muerte, se abarraganó con la noción cristiana de resignación durante el fin del mundo antiguo. Conformidad, resignación, mortificación, prácticas de fortalecimiento de la voluntad, virtudes olvidadas, hábitos mentales saludables de los que el consumismo nos ha desarraigado, porque el que se conforma con lo que es y tiene, no gasta, no despilfarra. La austeridad, la sobriedad nos hacen ahorrativos, ¡pero nos ahorran muchísimos sinsabores y dolores de cabeza!

No obstante, ese principio de sabiduría, el de que la felicidad se halla en comer pan cuando se tiene hambre y beber agua cuando se tiene sed, el de que la alegría se encuentra en las pequeñas cosas, le parece a nuestro amigo Emilio L. Medina de lo más antipedagógico: porque si los jóvenes lo comprendieran y asumieran, "toda ambición, todo afán de superación y progreso desaparecerían ab ovo". Solo los viejos y los enfermos deben conformarse con poco, huyendo del dolor y del sufrimiento.

El estoicismo mismo es una filosofía crepuscular, una lírica más que una épica, la escenificación de una tragedia más que un drama real. Una filosofía para ancianos, no para jóvenes. Los jóvenes no se entregarían a una ética analgésica, indolora, grosera o refinadamente hedonista, no renegarían como lo hacen de todo esfuerzo, de todo compromiso, si se enamoraran de una causa justa, si percibieran como valioso algo más grande que ellos mismos, algo por lo que luchar. La juventud siempre ha estado dispuesta a sufrir, incluso a entregar la vida, por una ilusión sublime, por una pasión ideal. Pero el desencanto, la desilusión, el desengaño, sólo parecen dejar lugar a ese misil contra la línea flotación del ideal que es el sarcasmo, expresión retórica de la desilusión. Desdichadamente, también la desilusión contra la "clase" política se expresa, negativamente, en  sarcasmos, más que en propuestas positivas.

Emilio cita a Gide: conquistar la alegría vale más que abandonarse a la tristeza. Pero comenta que lo malo es que el abandono es más fácil (y a veces más dulce) que la esforzada conquista. La pasividad -tan frecuente en muchos escolares como una especie de disrupción- resulta de un abandonarse para no dolerse, de una huida del sufrimiento, por pequeño que éste sea: un suspenso en un ejercicio, una burla del compañero por un lapsus en la lectura...

Se les tendría que haber habituado al sufrimiento, al menos a ciertos sufrimientos. Antes se nos enseñaba a ser sufridos, a resignarnos, a aguantar firmes la frustración y el dolor... Si llorábamos por una leve herida, "¡ten cuidado, por ahí se te saldrán las tripas!". Aprendiamos a aguantarnos y eso nos hacía fuertes. Si al menor dolor, se les da un calmante, ¿cómo se conformarán con el dolor crónico en que la vida deviene? Una vida que se les ha disfrazado edulcorada, como un inmenso parque de atracciones, el cual no es sino evasión, paréntesis, escape de la vida. Se les ahorran pequeñas molestias, se les lleva en coche al colegio para que no les llueva, se les arropa demasiado...

Al contrario que Emilio, no creo que la felicidad se dé en ese estado transitorio de descuido ante la vida, de desatención ante ella. Tal vez yo siga siendo demasiado vitalista, pero creo que la felicidad auténtica tiene que ver con el logro de metas muy reales, con ese alivio glorioso después del sufrimiento, como el abrazo tras el parto, como el gozo que experimentan los argonautas de Apolonio cuando, tras durísimos trabajos, ven por fin relucir, flamante, el vellocino.

El "racionalista" Descartes, que dedicó su última gran obra a las pasiones del alma, lo supo: la felicidad depende, sobre todo, del modo en que equilibremos y armonicemos el juego completo de nuestros sentimientos. Sin embargo, ese juego no es solo un solitario que juguemos con naipes propios, porque nuestra vida se desarrolla en un complejo entramado social en el que siempre debemos sacrificar una baza para ganar otras.