En defensa del
monismo
Roberto R. Llinás ha sido director del Departamento de
Fisiología y Neurociencia de la Universidad de Nueva York y es miembro de
prestigiosas academias científicas de todo el mundo. Su libro El cerebro y el mito del yo es una
excelente obra de divulgación científica con prólogo de Gabriel García Márquez.
Para Llinás, la mente o “el estado mental” es producto de
los procesos evolutivos que han tenido lugar en el cerebro de los organismos
dotados de movimiento. Cree que Occidente debe superar ese dualismo que, desde
los pitagóricos y modernamente con Descartes, supone o postula un “fantasma en
la máquina”. La expresión del título, “el mito del yo”, alude precisamente a ese
concepto –equivocado- de un yo separable de las funciones cerebrales. Mi
cerebro y yo no somos dos cosas
diferentes. La mente tiene una naturaleza neurobiológica, y no es una sustancia
distinta del cerebro, sino que emerge de la sustancia física del sistema
nervioso central. Lo que llamamos “yo” resulta una función de la estructura
geométrica y del flujo de interconexión de las neuronas, donde juega un importantísimo
papel la sincronía, o sea, el tiempo.
El hombre debe enfrentarse cara a cara con su verdadera
naturaleza. No es necesariamente preferible creerse un fantástico ángel menor
que un real animal extraordinario con una mente portentosa[1].
Desde la perspectiva monista, cerebro y mente son eventos inseparables. La
mente, o el estado mental, constituye
tan sólo uno de los grandes estados funcionales generados por el cerebro. Por
su parte, los estados mentales conscientes
-que como ya apuntó Hume son discontinuos- pertenecen a una clase de estados
funcionales del cerebro en los que se generan imágenes cognitivas sensomotoras
(cualias[2]),
incluyendo la autoconciencia.
Naturalmente, hay estados mentales sin conciencia, como el
estar dormido, drogado, anestesiado, en coma, o sufriendo una crisis epiléptica.
El cerebro puede seguir funcionando sin conciencia y sin autoconciencias, sin
preocupaciones, esperanzas o temores, en el olvido total. Sin embargo, soñar es también un estado cognoscitivo,
aunque no respecto a la realidad externa, pues no está regulado por los
sentidos.