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martes, 8 de enero de 2013

Fotografía de naturaleza, espíritu y cuerpo

Gramática lacustre

por Salva Solé

Invitado a colaborar en este blog por José Biedma, quien aprecia en más de lo que valen mis talentos, voy a aportar aquí mi visión personal sobre el tema de la relación entre el espíritu y el cuerpo desde una de las vertientes más básicas de mi vivencia; la fotografía de naturaleza.

Si bien la fotografía - cuando no es forense ni industrial - como expresión esencialmente estética deriva en línea directa del espíritu, también es hija del cuerpo. Ya no sólo porque, como para todo, necesitemos un cuerpo con ojos que vean, cerebro que reflexione y manos que obren, sino porque, en la fotografía de naturaleza, el cuerpo trabaja, sufre y goza lo suyo. Para empezar, el cuerpo regresa al entorno natural que le dio origen. No, no voy a obviar que el entorno urbano le es natural al hombre que lo ha creado pero, como en tantos otros casos (¿tantos otros caos?) el hombre parió un invento al que sucumbe, un invento que no controla, un invento que se le impone y casi, casi se le opone. No obstante, ahora una gran proporción de la humanidad es urbanita, y se halla más o menos adaptada a ese ecosistema cuyo defecto, seamos justos, no radica en su artificialidad sino en su insostenibilidad, su cualidad estresante y despersonalizada. Artificial también lo es este texto y no por ello debería causar perjuicio a nadie.

Tormenta sobre Ko Phida (Tailandia)

Nací, crecí y vivo en Barcelona pero, cuando salgo al campo, cuando camino hasta la orilla del mar o por las laderas de los valles, mi cuerpo siente un placer que no encuentra a menudo en la ciudad. Quizás fue ese el impulso primordial que me atrajo hacia la naturaleza y que me llevó, ya en la primera adolescencia, a frecuentarla y retratarla. Pero ese placer físico es sólo un pálido fantasma comparado con el gozo que, a base de años de entrañable contacto con el medio natural, experimenta mi espíritu. Gracias a ese poderoso estímulo, nunca me importó agotarme, herirme, mojarme, congelarme o cocerme. Y es que, tras treinta y tres años (desde los 14), de excursiones, vivacs y caminatas, incluso las incomodidades físicas parecen formar parte - al menos para mí - del gozo de estar allí donde más y mejor me encuentro. Esa peculiaridad mía a veces ha sido confundida, desde el sentir ajeno, con algún tipo de masoquismo. Pero mi cuerpo tiene claro que no extrae placer del dolor sino que lo siente a pesar de él; la sensación de íntimo contacto con la naturaleza trasciende el concepto de comodidad del mismo modo que el amor trasciende el concepto de dinero (o debería trascenderlo).

Espumas a alta velocidad (Costa da Morte, Galicia)

Esa corporalidad está en armonía con un fuerte sentimiento espiritual de pertenencia -de pertenecer a la naturaleza, no de que ella me pertenezca - y, desde bien temprano, ambas percepciones desembocaron en una búsqueda de su plasmación estética. Por eso siento la fotografía de naturaleza como una experiencia integral que, para mis necesidades, suple holgadamente los beneficios de una vocación religiosa que nunca llegué a echar de menos. Y es que le encuentro paralelismos a ambos fenómenos; hace unos años articulé los propósitos de lo que di en llamar “apostolado estético” y que podríamos resumir en una alegría tan grande ante la belleza del mundo que ayuda a superar los humanos horrores y se desborda hacia el prójimo para compartir la maravilla.

Juego

Tras una juvenil etapa toscamente mística que me llevó a vivaquear en la nieve, escalar en solitario las crestas de los Pirineos y otras locuras a las que creo deber, al menos en parte, mi actual salud mental, entré en una edad más lírica (o menos épica) y me volqué hacia la ornitología. Esa especialización no es objeto de este ensayito pero debo aclarar que gracias a ella he recorrido parte de nuestro planeta y he visto belleza suficiente como para que, aunque ahora mismo me muera, mi vida quede justificada. Al menos - claro está- desde mi sentir.
Helada (Saldes)
De todo ello surge mi obra como fotógrafo de naturaleza; esa es la base espiritual y corporal que sustenta mi ansia por captar y expresar la belleza, una necesidad que se extiende hacia todo lo bello y no se restringe al ámbito natural (su núcleo) sino que se expande a cualquier detalle que pueda hallar, incluso entre la basura. Para quien sienta curiosidad, vistas las pocas muestras que aquí caben, le dirijo a mi galería personal en FotoRed, la web donde actualmente voy dando forma a una selección temática de mi obra;


En mi experiencia de la fotografía de naturaleza, espíritu y cuerpo colaboran para hacer posible una búsqueda estética que no deja de evolucionar y ramificarse y que, rechazando los concursos y otras perversiones mediáticas, encuentra por igual alegría y propósito en transmitirse hacia las almas sensibles y - más aún - hacia las sensibilizables; aquellas que, a pesar de los imperativos de nuestros tóxicos modos de vida, intuyen que existe algo más que la noria del trabajo cotidiano y los placeres automáticos que nos venden como alivio al mismo. Con el cuerpo atrapado en rutinas embrutecedoras y la mente aturdida por el cinismo, la indiferencia y/o el temor, son muchos los espíritus que anhelan una armonía que se sospecha posible, una visión de la realidad donde quepa el asombro, la serenidad y un amor amplio (el agape o amor universal) que otorgue sentido a la existencia. Tengo claro que uno de los caminos que llevan hacia ese sentir es la percepción estética de nuestro mundo. Y la fotografía, junto a otras nobles artes, bien puede servir de vehículo en esa dirección.

Agradecimiento (Zumaia, Euskadi)

Puesto que, para mí, la naturaleza no es creación de nadie sino consecuencia de sí misma, dicho agape no desemboca en un descubrimiento de Dios, pero comprendo y hasta simpatizo con quienes no pueden evitar sentir que tanta belleza habla - casi directamente - de la divinidad. Dios o no Dios, ahí está la filigrana infinita, fractal y alucinante del hielo al borde del arroyo o los trazos que la hierba refleja al atardecer en un lago de los Pirineos; eso llena mi espíritu y mueve mi cuerpo - que ya no tiene veinte añitos - como pocos otros estímulos. Si me he de poner filosófico diré que quizás no exista menos verdad en la percepción de la belleza física de un paisaje que en sus causas primigenias, sean estas divinas o no (se me difuminan las diferencias).


Con estas pocas líneas espero haber compartido aquello que yo entiendo como un trinomio particular formado por cuerpo, espíritu y estética de la naturaleza. No sé si un texto tan falto de referencias eruditas satisfará a quien me lea, pues no deja de ser la descripción de una vivencia tan íntima como estrictamente personal de la cual no puedo extraer conclusiones universales. En cualquier caso, posiblemente más acertadas que mis palabras, os dejo mis fotos.   

Gramática pelárgica (Tarragona)