El mismo Sócrates platónico definió la Filosofía como "principal cuidado de la mente", como una 'therapeia psyches', es decir, tal que una terapia psíquica. No extrañe que María del Mar Cruz, filósofa, psicóloga, filóloga y coach profesional, nacida en Barcelona pero establecida en Bruselas, en su libro Derecho a soñar (2024) use los recursos de la tradición filosófica, incluida la oriental, en su propuesta de coaching. "Coach" es para la autora el entrenador especialista en hacernos ver nuestros puntos débiles, pero, sobre todo, en hacernos conscientes de nuestras fortalezas, nuestra brillantez y unicidad. El coach vive empeñado en que veas tus posibilidades de crecimiento personal y te concentres en ellas, en su crecimiento e implementación práctica.
Descubrir talentos y genio propio (o geniecillo) requiere perspicacia y concentración; ¡sobre todo, atenta concentración! Uno de los problemas más acuciantes hoy, especialmente en educación, es el de la atención o, para ser exactos, el de la desatención. Todos hablan, nadie escucha, todos buscan ser atendidos, pero nadie atiende, ni siquiera se oye el run-run íntimo de lo que sucede en el Interior de uno mismo, "la mejor brújula, la voz interior". "Tenderos" habían antes que atendían en los pequeños negocios familiares. La atención personal al cliente era lo importante. La persona de la caja del supermercado cumple su protocolo: "¿quiere usted bolsa?", "¿tiene tique de descuento?"... Pronto será una máquina quien nos cobre. Nosotros mismos trabajeremos por ello; todo el gasto será nuestro.
El déficit de atención (TDAH), o -diríamos mejor- de desatención, es plaga de alboroto y fracaso en las escuelas. Antes que Daniel Goleman, ya William James enfatizó la importancia de la atención, de la capacidad de su concentración. Afirmó que para fortalecerla hacen falta: buen juicio, carácter y voluntad. Y sin embargo, ¡de la formación de la voluntad, de la forja del carácter, de la educación y maduración reflexiva del buen juicio maduro (Gracián le llamó "sindéresis") ni se habla en los panfletos psicodemagógicos que han servido de protocolo a las infinitas e infértiles reformas educativas que marean a maestros y profesores, condenados a servir en una burocracia cada vez más obscura, estéril y repleta de consignas ideológicas! Sus jerigonzas ni aluden a la importancia de la disciplina o a la del respeto a la autoridad del que sabe. Desprecian contenidos y tradiciones venerables. Sólo se habla de juego, sólo se juega a hablar y a escribir y a entender, cada vez menos y peor; se impone la "gamificación" y la externa motivación, es decir, se tiende a la conversión de la lección del maestro en espectáculo payasesco. Las obligaciones se cargan en los generosos hombros del maestro, reducido a animador sociocultural. El gusto del alumno es el único criterio de lo justo y ya no se habla de la capacidad de automotivación. Y no otra cosa, sino autonomía verdadera, capacidad de decisión y ejecución, es la voluntad, pues sólo puede quien quiere esforzarse por un logro deseable. "El verdadero rumbo de la vida está fijado desde dentro", escribe Stephan Zweig, autor preferido por María del Mar, que es especialista en su obra.
El mandamiento de Píndaro: "llega a ser el que eres", que cita con reverencia Mar, admite corrección, porque lo que busco es devenir lo que no soy todavía, deseo (re)apropiarme de toda ausencia y complemento. Hazte dios en la medida de tus fuerzas -pidió el platónico-. Divinicémonos, ¡pero, porfa, sin megalomanías ni narcisismos! Además, como reconoce la autora de Derecho a soñar, uno no es jamás solo uno, sino varios y apócrifos, aunque sea sano y de recibo que mande y ordene un Yo estable, un ego ejecutivo de carácter fuerte y nobles sentimientos.
El libro de María del Mar Cruz usa acreditadas perspectivas de intelectuales, de psicólogos o de emprendedores de éxito con un propósito eminentemente práctico. Primum vivere, deinde philosophari! Vale. Sin embargo, es claro que si aplicamos a rajatabla este principio que nos impone vivir antes que filosofar o filosofar después de haber vivido, aplazaríamos el hacer filosofía (algo inevitable, por cierto) para después de haber dejado de vivir. No sabemos qué nos espera más allá de la vida, si es que nos espera algo y no más bien nada. Tal vez la filosofía pueda concebirse como un "ejercicio de preparación para la muerte" (melete thanatou) como insinuó Sócrates en el Fedón, aceptando razonablemente, "estoicamente" diríamos avant la lettre, su ejecución con cicuta e inminente muerte, pero también es útil la reflexión filosofica para sacar partido al vivir, aquí y ahora. Es cierto, admitámoslo, que por racionalizar o explicar científicamente la vida nos perdemos a veces el disfrutarla, el sentirnos vivir. Y el bien vivir (el eu-zeîn de los clásicos), la vida digna y alegre, más que ciencia o técnica, es arte jovial.
Nuestra autora sirve devota, como mi chacha Elvira, no al Cristo ni a la santísima Trinidad, sino al también venerable Apolo, que mandaba en Delfos que nos conociéramos a nosotros mismos. La mirada interior, la reflexión, la meditación, esa metaconciencia (mindfulness) que nos permite saber qué sentimos, ayuda también a comunicar mejor con la totalidad de la que formamos parte. (Digo "conciencia plena" o "metaconciencia" y me acusan de pedante. Pero digo "mindfulness" y una legión de papanatas me admirará mientras ereccionan sus antenas). Conocernos, sí, vale, debemos estudiarnos a nosotros mismos para mejorarnos, para descubrir nuestros talentos, para recrearnos en tareas que nos emocionen positivamente, que plenifiquen nuestra existencia real, dando valor a lo cotidiano y poniendo el acento en valores como la perseverancia, la ligereza, la sencillez (no simpleza), el humor, la gratitud, o en la debida admiración por aquellos que merecen servirnos como modelo para madurar y hallar alegría en cuanto hacemos. No obstante, el otro mandamiento de Apolo era "todo con medida", incluso la atención a lo que hacemos, vemos, sentimos y pensamos debe tener su tasa, que no debe sumirnos en el emsimismamiento bobalicón... En uno de sus pecios, escribe Sánchez-Ferlosio una filfa: "(AntiSócrates): 'Conócete a ti mismo'; ¡sí, hombre, como si no tuviera otra cosa en qué pensar!". Lo que uno puede conocer de uno mismo en cada momento es una fotografía, imágenes desfiguradas o transfiguradas de recuerdos, pero la película de la vida es dinámica: cambiamos, nos deterioramos o mejoramos, decaemos o progresamos.
Concentrarse en pequeños logros diarios nos da ánimos y fuerza ante la adversidad –dice María del Mar, citando a Víktor Frankl-. El optimismo triunfa y -con Leibniz- la autora prefiere pensar que este es el mejor de los mundos posibles, lo cual significa también que cualquier otro sería peor. El optimista confía en el futuro, aunque este repose en la rodilla de los dioses. El genial educador José Antonio Marina llamó la atención sobre la "anemia del proyectar" en la juventud actual, porque no hace planes y se entrega al carpe diem de un hedonismo grosero: "¡comamos, bebamos y yoguemos que mañana moriremos!"; un "presentismo" que no sacrifica placeres actuales por la consecución de mayores logros futuros. María del Mar cita a Marina para insistir en la importancia de proponernos en la vida metas asequibles de realización personal. Y cada persona es un mundo, por lo que cada quisque, "especie única" como diría Unamuno, ha de descubrir tanto sus aptitudes como sus limitaciones particulares, entendiendo al mismo tiempo que las dificultades y desafíos estimulan nuestra superación.
Todos tenemos defectos. Ama también tu caos, tus singularidades, dice María del Mar, tus manías... ¡Vale! Puede que Michel Foucault, buzo de experiencias abismales, tenga razón y cada sociedad defina su especie particular de locura. Y puede que una pizca de locura, cum mica salis, nos convenga y siente bien, como sienta bien el aderezo a la carne o la canela a la leche. Pero eso significa también que formas de vida hoy convencionales o normalizadas se verán pasado mañana como demenciales e insensatas.
Reconoce la autora deuda con la tradición filosófica del Amor-fati. Como estoica, o nietzscheana en esto, María del Mar asume el AMOR-FATI no sólo como aceptación de la fortuna personal ("divina providencia" llamó el cristianismo a este fatum o hado), sino igualmente como amor al destino propio. Se trata de vivir lo que eres, y estés, COMO SI lo hubieras elegido. (Y ojo, porque en español no es lo mismo "ser delicado" que "estar delicado". La vida puede entenderse como un continuo camino de entrenamiento (coaching) y cada cual, aun con la ayuda de un entrenador o la orientación de un tutor o maestro, debe extenderse y aplicarse sus propias recetas. Necesitamos buenos modelos porque somos monos de imitación, el futuro tiene raíces muy antiguas y lo que no es tradición es plagio.
Tiene razón Mar: seamos agradecidos. Agradezcamos como Chavela Vargas lo que la vida nos da en lugar de andar ansiosos y resentidos por lo que nos falta o roba. Y antes de llorar por ausencias, pensemos si tantas presencias de cachivaches y complementos nos son necesarias. San Francisco, santo ecologista, puede servirnos de modelo de renuncia, más sostenible que el consumismo compulsivo al que nos entregamos inconscientes: "Cada día necesito menos cosas, y las que necesito las necesito muy poco", escribió el de Asís. Renunciar puede resultar liberador. Pobreza ascética, voluntaria, digna.
Lamenta con motivo la autora que los libros de autoayuda nos digan cómo ser felices, pero no cómo hacernos mejores personas. ¿En qué momento hemos empezado a asociar la bondad con la bobería y la debilidad? Mas seamos realistas. Bondad y felicidad, virtud y alegría, sólo se identifican en un mundo perfectamente justo. El del más allá, el de la fe en el Soberano Bien. Platón situó la Idea de lo Perfecto, con ser el género supremo y principio de todo, más allá de la existencia. Y, sin embargo, es útil y debido seguir confiando o soñando con la fuerza y poder mejorador de la bondad. Entrenémonos en la atención a lo justo, en la concentración en lo verdadero, hermoso y bueno. Derecho a soñar, porque, a fin de cuentos "sin sueños no hay ideales y sin ideales no hay progreso".