MIGUEL FLORIÁN
Los Arqueólogos, de G. Chirico |
Memoria y conciencia
El
hombre es un animal que recuerda en exceso aseguró Nietzsche -¡él
que hiciera suya la desmesura del eterno retorno de lo idéntico…!
La memoria, de agigantarse, nos detiene en el pasado, disipándose
el presente hasta reducirse a un simulacro de lo vivido. La
hipertrofia del recuerdo conduce al entumecimiento, a una
quietud que aproxima el alma a la rigidez de la piedra. La evocación
fiel y precisa amenaza el libre desenvolvimiento del devenir. Pero si
ese exceso de memoria resulta nocivo lo es asimismo su defecto,
porque el ser humano se constituye de olvido, y de recuerdo.
La
capacidad de retener información no sólo es humana: cuanto existe,
existe porque recuerda. El astro que, monótono, se sostiene en su
órbita, las partículas imperceptibles que armoniosamente se ordenan
en el cristal; todo parece someterse a un principio estructurador que
se asienta en la repetición. El zigoto porta ya, ínsito, toda la
información oportuna para el desarrollo espacioso de unas
estructuras innatas que, al desplegarse, conformarán el animal
adulto. La morfogénesis humana se somete a un proceso
semejante. Es sorprendente -y terrible- darse cuenta de cómo en
la naturaleza se dispersan principios organizativos, principios
germinales (los spermata
de Anaxágoras, los eîdos
platónicos) que, a modo de moldes intangibles confieren orden y
forma a la materia amorfa.