El amor está sobreapreciado. Es un abradacabra para las cancioncillas pegadizas, las hembras estrechas y los varones ingenuos, tipo festival de eurovisión. Deberíamos de ponernos de acuerdo sobre qué sea el amor antes de entregarnos a esa acracia amatoria propuesta por San Agustín: “ama y haz lo que quieras”.
-Me querrás mucho, vale, pero tú no harás conmigo lo que te dé la gana. O dirás que me querrás, pero “obras son amores y no buenas razones”. O mejor: “no me quieras tanto, pero colabora, ¡tío! (¡tía!)”
Cierta literatura pedagógica se empeña hoy en distinguir el “querer” del “amar”, con el argumento de que el “querer” implicaría deseo de dominio o posesión, mientras que el “amar” sería más desprendido y generoso… Pero, por mucho que nos empeñemos, la conjugación española de “amar” suena bastante cursi; y, por otra parte, es inocente creer que el amor no entrañe algún tipo de dependencia o sometimiento. No puede haber verdadero amor sin virtudes tan olvidadas como la humildad, la piedad o la compasión. Ya lo dijo el poeta (Cernuda): no conozco más libertad que la de estar preso en el corazón del otro (parafraseo). Pero ir de humildes, por una vida repleta de narcisos soberbios, es sumamente arriesgado. Así que la humildad, hoy, tendría que conjugarse con el disimulo gracianesco.
Dejarse querer está chupado, pero querer de verdad es otra cosa. Amar puede ser fácil, pero conseguir ser amado por quien amamos, y en la forma que nos gusta ser amados, es un milagro. Querer a una mascota es una cosa, querer a una persona fea, enferma, tarada o inútil, es otra. Afines pero distintos… El otro siempre tiene algo de infierno, siempre molesta a veces. Su presencia es querida, pero fastidiosa. Su ausencia es dolorosa, pero me deja libre.
Apego, cariño, afecto, admiración, confianza, complicidad, placer, interés, ilusión, imaginación, memoria, deseo, confidencia, confesión, conversación, belleza, compasión, vivencias compartidas… ¿en qué proporción se mezclan en la coctelera del “amor” todas estas acciones y afectos? Muchas veces, como pasa en la amistad, lo que la provoca (la simpatía) se confunde con la cosa misma, donde la cosa misma es una construcción moral, técnica, y por supuesto artística, una construcción cultural que requiere tiempo y habilidad. El amor es la obra de arte que fabricamos con el material de una fuerza tan salvaje como ciega.
La amistad, como el amor, requieren los delicados cuidados de una planta de interior: temperatura, luz, agua y abono, todo en su justa medida. El amor puede ser extenuante, agobiante, perverso. Y su contrario, el odio, puede estar más que justificado, pues existen personas y actitudes odiosas. De hecho, el odio tiene una mala prensa que no se merece. Para empezar, puede ser un pegamento tan eficaz como el amor en las relaciones humanas, aunque más triste…
Hay amores que matan y otros que enferman. Malas querencias inducidas por el oscuro interés de los genes; antes se decía: malas pasiones de la carne. “La carne” sabe lo que le conviene a ella, no a mí. Y a ella lo que le va es reproducirse. Yo amo el tabaco, pero parece que mis bronquios no. El espíritu puede estar tan equivocado como la carne necia. Por eso, las más tontas, fieles a la carne, acaban preñadas antes de tiempo, y, muchas veces, por quien menos lo merece. ¿Les equivocó el instinto? El instinto está preso de atavismos inútiles. O no tan inútiles: los pueblos más ignorantes se reproducen más y mejor que los pueblos cultos. Corolario: el vigor amatorio parece ser inversamente proporcional al grado de refinamiento civilizatorio. Los pueblos jóvenes ven eclipse de los deseos de la carne donde en realidad puede haber solo desprecio. Ser la preferida del canalla podía dar juego en un mundo de leones de diente de sable, pero se vuelve bastante inservible en el universo de las redes sociales, de donde el chuleta-de-a-peseta queda excluido por alcohólico. Cuanto más pesan las entrañas, menos la cabeza, aunque no todas nuestras decisiones merezcan ser racionales. Nada verdaderamente creativo e inteligente procede de la mera razón.
Mas lo interesante es hacer de tripas corazón; y de corazón, espíritu. Cuando el deseo se sublima, su satisfacción gana. Aunque lo nuestro sea padecer eternamente insatisfechos. El amor muestra así su origen patológico, una unión casi imposible, la de Carencia e Ingenio. Nunca se reflexionará lo bastante sobre el hecho de que el amor exija cierta penuria, cierto paso por la escasez. El amor se pervierte o desaparece en medio de la opulencia. Su regocijo siempre acaba mal, en fraude para el individuo. Su fuerza será eterna, pero el individuo no. Ese ‘palpito dell’universo intero, misterioso, altero’ no sólo es la delicia, sino también la cruz del corazón (croce e delicia al cor), según la partitura de La Traviata.
¿Cómo se doma a un gigante?, ¿cómo se cabalga a un tigre?, ¿cómo enseñarle pulcritud a un cerdo? ¿No es la Locura el lazarillo del Amor?
De un modo u otro, el amor, si demasiado fuerte, extravía. Como la libertad, también ella un licor de alta graduación. Por razones pedagógicas, hay que mostrar a qué tipos tan extremos de degeneración mortal nos puede llevar el amor, a qué enfermedades de la carne y del espíritu, antes que ideales rousseaunianos (que tan poco tienen que ver con lo que fue la verdadera vida de Rousseau, por cierto).
He aquí un catálogo, bien resumido, de desvaríos eróticos:
1) Celopatías. Es natural no sólo querer lo que percibimos o estimamos como bueno, hermoso, atractivo, sino desear apropiárnoslo en exclusiva. Sin embargo, el celoso patológico es otra cosa; su paradigma, Otelo, ese moro de Venecia que mata a su inocente esposa, acusándola de una falsa infidelidad... Otelo no es una antigualla shakespearana u operística. Hoy abundan los nenes que intentan enjaular a sus novias, y algunas se dejan. Y culturas enteras, en que la mujer usa jaula portátil.
2) Por amor maníaco entendemos el excesivo deseo de agradar de quienes gastan todo su arsenal erótico en provocar, ellos o ellas: un gusto por la atracción desmesurado. Lo peor es que quien tanto gusta de atraer, no consigue retener.
3) Narcisismo morboso. Cada vez más frecuente en una sociedad dominada por los espejos mediáticos, que le devuelven al espectador un reflejo consolador o desproporcionado de sus prerrogativas. Ya sabemos cuál será el destino de Narciso… convertirse en el reflejo del espejo, ahogarse en el monitor, existir solo en la tele.
4) El síndrome de Catulo es propio de la criatura que no sabe amar sin odiar, ni odiar sin amar. Los extremos se tocan aquí más de la cuenta, se puede decir que chocan. Es difícil esperar tranquilidad y alegría de una relación así.
5) Por bovarismo (término procedente del famoso personaje de Flaubert, Madame Bovary) se entiende una exageración irracional de las virtudes del amado o la amada, más allá de toda sublimación razonable. La fantasía suplanta a la memoria.
6) La que padece el “síndrome de Wendy” ve a su amante como un hijo al que somete a cuidados agobiantes. Si bien es cierto que todas las formas de amor sexual remiten en su génesis al amor de madre, o materno filial, en este caso la madre no asume roles de hija y permuta el origen con la finalidad.
7) Luego estaría los del amor imposible y obsesivo, convertido en acosadores o vampiresas. Atracción fatal.
8) Los del “síndrome de Cyrano” no se atreven a declarar su amor y disfrutan a través de un tercero. Acaban de voyeurs o voyeuses.
9) Síndrome angelical. Llamo así al que padecen quienes tienen una idea tan pura del amor que sienten fobia por el cuerpo a cuerpo.
10) Quienes padecen amor fóbico persiguen y huyen, huyen y persiguen al amado o amada, porque temen patológicamente el rechazo.
11) Y por último, y sin pretender ser exhaustivos, estaríamos ante el amor disociado, lo que algunos psicólogos llaman el “síndrome de Agar y Sara”. La primera es la esposa santa y pura, que no merece sexo, y la segunda es la mujer seductora y sensual, que sólo merece sexo.