En cierto sentido todos somos distintos y, por consiguiente,
todos somos, de algún modo explícito o secreto, anormales. Sin embargo, hay una especie de
límite o media estadística, culturalmente variable, que permite distinguir una
alteración física poco significativa, de una desviación monstruosa. La teratología es una especialidad
zoológica que estudia aquellos individuos naturales que no responden al
patrón normal o estándar estadístico de una especie y que la tradición popular llama “monstruos”.
El futuro hunde sus raíces en una historia natural (antropología) y en una historia del espíritu (psicología). En este blog reflexionamos sobre los vínculos y los desencuentros entre esos dos polos, en dirección a una anhelada armonía que unifique felizmente lo que somos. No sólo aquello de que estamos hechos, sino aquello a lo que aspiramos soñando y obrando.
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martes, 24 de marzo de 2020
martes, 25 de septiembre de 2018
PARADOJAS DEL MAL. INTERPRETACIÓN DE RICOEUR
Paul Ricoeur |
“Dios es todopoderoso;
Dios es absolutamente bueno;
sin
embargo, el mal existe”.
Esta contradicción ha sido históricamente un martillo pilón en las cabezas de los teólogos, fuesen estos fideístas o racionalistas, dogmáticos o tolerantes. ¿Por
qué? Porque sólo dos de estas proposiciones son compatibles. Nunca las tres
juntas.
Si Dios es todopoderoso, entonces no es absolutamente bueno
porque consiente el mal en el mundo. Luego, o no es todopoderoso, o no es
absolutamente bueno, porque es evidente que existe el mal, el crimen, el
atropello de derechos, el sufrimiento inútil, la catástrofe natural que se
lleva casas y vidas de ricos y pobres de justos e injustos… Y aún trata la naturaleza peor a los pobres. Aunque, como veremos más adelante,
también es posible negar la existencia del mal (o al menos una cierta
concepción limitada de lo malo), para poder admitir la verdad de las dos primeras
proposiciones.
domingo, 27 de octubre de 2013
La fuerza mágica de la muerte según Hegel
Si tuviera que decir en pocas líneas cuál es la concepción hegeliana de la muerte, diría lo siguiente:
Tener conciencia de la muerte no significa sólo tener la certeza de que vamos a morir, sino comprender que la muerte es constitutiva de nuestra conciencia.
Dicho de otro modo, tener conciencia de la muerte implica comprender que la muerte no es algo que nos espera al final del recorrido de la vida, sino que nos hace ser lo que somos.
Para mayor claridad consideremos lo siguiente:
A diferencia del animal, y por supuesto del vegetal y el mineral, los humanos no somos seres dados. Nuestra naturaleza no está definida de suyo. Ya que nuestra naturaleza se define, entre otras cosas, por nuestra apertura e inacabamiento.
Así, el hombre no es un ser natural; no es un ser dado; el hombre es un ser cuya naturaleza consiste, justamente, en llegar a ser. Llegar a ser lo que era, pero lo era no de manera inmediata, ya dada, sino como finalidad a realizar.
Y esa finalidad puede quedar truncada. Ya que el humano puede fracasar en ser; puede perderse a sí mismo. Los animales, en cambio, no fracasan ni se pierden a sí mismos. Los animales padecen, por supuesto, pero son siempre lo que son hasta que mueren y dejan de serlo. A los animales, como al hombre, al vivir les va la vida, lo que no es poco, pero a diferencia del hombre no deben llegar a ser lo que son, no les va el ser.
Eso, la posibilidad y necesidad de llegar a ser, es lo que expresan intuitivamente tanto el hombre común y mundano como el hombre religioso cuando dicen 'estamos aquí, en el mundo, para algo'.
Incluso en un nivel prosaico y cotidiano se pone en juego esa intuición. Por ejemplo en los padres que le dicen a su hijo adolescente (sabemos que los adolescentes suelen vivir en la inmediatez propia de su edad y su entorno) que debe prepararse para 'llegar a ser alguien' en la vida.
Tener conciencia de la muerte no significa sólo tener la certeza de que vamos a morir, sino comprender que la muerte es constitutiva de nuestra conciencia.
Dicho de otro modo, tener conciencia de la muerte implica comprender que la muerte no es algo que nos espera al final del recorrido de la vida, sino que nos hace ser lo que somos.
Para mayor claridad consideremos lo siguiente:
A diferencia del animal, y por supuesto del vegetal y el mineral, los humanos no somos seres dados. Nuestra naturaleza no está definida de suyo. Ya que nuestra naturaleza se define, entre otras cosas, por nuestra apertura e inacabamiento.
Así, el hombre no es un ser natural; no es un ser dado; el hombre es un ser cuya naturaleza consiste, justamente, en llegar a ser. Llegar a ser lo que era, pero lo era no de manera inmediata, ya dada, sino como finalidad a realizar.
Y esa finalidad puede quedar truncada. Ya que el humano puede fracasar en ser; puede perderse a sí mismo. Los animales, en cambio, no fracasan ni se pierden a sí mismos. Los animales padecen, por supuesto, pero son siempre lo que son hasta que mueren y dejan de serlo. A los animales, como al hombre, al vivir les va la vida, lo que no es poco, pero a diferencia del hombre no deben llegar a ser lo que son, no les va el ser.
Eso, la posibilidad y necesidad de llegar a ser, es lo que expresan intuitivamente tanto el hombre común y mundano como el hombre religioso cuando dicen 'estamos aquí, en el mundo, para algo'.
Incluso en un nivel prosaico y cotidiano se pone en juego esa intuición. Por ejemplo en los padres que le dicen a su hijo adolescente (sabemos que los adolescentes suelen vivir en la inmediatez propia de su edad y su entorno) que debe prepararse para 'llegar a ser alguien' en la vida.
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