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domingo, 26 de junio de 2022

Ph. GUILLEMANT , DEL TRANSHUMANISMO AL DESPERTAR DE LA CONCIENCIA

"Todo lo que no surge en la conciencia regresa en forma de destino". Carl Gustav Jung.


Tras Noosfera y el pensamiento de Teilhard de Chardin y Vernadski, un nuevo libro se hace eco particularmente de este concepto y el surgimiento de una conciencia colectiva.
El autor, Philippe Guillemant, es físico, investigador del CNRS y ha trabajado muchos años en el campo de la Inteligencia Artificial. También ha recibido varios premios por su trabajo.


Es pues una mente aguda familiarizada con el método científico, pero que no prescinde del alma y de la intuición para realizar sus investigaciones y desarrollar su trabajo.

domingo, 30 de mayo de 2021

EL PILOTO AUTOMÁTICO

 En septiembre de 1909, cinco hombres llegaron a Worcester cerca de Boston en la costa este de los Estados Unidos para conquistar el Nuevo Mundo con una idea. El jefe era un tal doctor Freud de Viena. Diez años antes, este neurólogo había presentado un nuevo tipo de tratamiento para la histeria en su libro La interpretación de los sueños

La obra contenía una visión escandalosa de la psique humana: según Freud, hay un tremendo estruendo debajo de la superficie de la conciencia. Los impulsos profundamente arraigados, especialmente la energía sexual o la libido, son laboriosamente controlados por los principios aprendidos de la moralidad y buscan una salida en el desliz de la lengua, los sueños y las neurosis. Son disfraces, sublimaciones, como lo llamó Freud, del inconsciente.

sábado, 11 de mayo de 2019

EL SAPO Y EL CIEMPIÉS (ACCIÓN Y PENSAMIENTO)



Sapo corredor

Pensar consciente


El pensamiento no es más que un sentir que ha devenido simpar mecanismo de adaptación, mas peligrosamente independiente y relativamente libre, gracias a Memoria e Imaginación esas hermanas siamesas que nos liberan del espacio-tiempo que habitamos y somos físicamente. 

Es muy probable que el pensar consciente naciese del dolor o se iniciase con la frustración, como un recogerse de la acción fracasada en forma de actividad mental, como un resentimiento. El hombre primitivo que no pudo cruzar la fuerte corriente del arroyo por temor a ahogarse, tuvo que pensar en tender sobre él un tronco que hiciera de puente. No cabe duda que ese pensar consciente dio al ser humano una versatilidad nueva, dominadora, pues le permitió combinar las experiencias recordadas, lo que vio hacer a un compañero ante el peligroso torrente acuático, con los proyectos y planes imaginados, la ampliación por ejemplo de su territorio de caza.

martes, 18 de diciembre de 2018

CIENCIA, SABIDURÍA E ILUSIONES FILOSÓFICAS


(En torno a Jean Piaget)


Jean Piaget, famoso sobre todo como psicólogo y experto en epistemología genética[1], reconoce que su primitiva vocación fue la filosofía, pero que apostató de ella atraído por el método científico y desengañado por lo que denuncia: la soberbia de la filosofía cuando pretende rectificar a la ciencia, actitud equivocada que él critica como una ilusión narcisista y una traición a su propio espíritu de búsqueda. Cita para ello la autoridad de Jaspers:

“La esencia de la filosofía es la búsqueda de la verdad y no su posesión (el subrayado es de Piaget), incluso cuando se traiciona a sí misma, lo que a menudo ocurre, hasta degenerar en dogmatismo, en un saber puesto en fórmulas… hacer filosofía es caminar”.
 
Su libro Sabiduría e ilusiones de la filosofía[2] es un alegato en defensa del método científico en las investigaciones sobre las cosas del espíritu. Piaget no pretende atacar a la filosofía como tal, sino sus extralimitaciones. La filosofía constituye una “sabiduría” (sophía, sagesse) imprescindible para los seres racionales. Su función principal es coordinar las diversas actividades del hombre. Pero la filosofía no puede ni debe aspirar a alcanzar un saber objetivo. Ni mucho menos a corregir a la ciencia, saber metódica y laboriosamente probado.

domingo, 6 de septiembre de 2015

IDENTIDAD Y SOCIEDAD



David Precht (1965) se ha convertido en uno de los filósofos más populares de Alemania, con sus libros ya traducidos a 26 idiomas “¿Quién soy yo?” (2015), “Amor, un sentimiento desordenado” (2011), “El arte de no ser egoísta” (2014). Con el primero de los libros mencionados pretendía explicar la filosofía a los más pequeños, y consiguió escribir una obra superventas. Precht que estudió germanística y filosofía nació y creció en un hogar alemán “multicultural”, con hermanos adoptados de otros continentes. Su tesis versó precisamente sobre la obra de Musil “Der Mensch ohne Eingeschaften” y sus implicaciones filosóficas. Hoy sigue siendo conocido por dirigir un programa mensual en la televisión alemana que consiste en una entrevista “a fondo”, un verdadero cara a cara, con filósofos, escritores, pensadores y autores de todos los ámbitos.

domingo, 17 de noviembre de 2013

DE LA INVESTIGACION DEL CEREBRO A LA MEDITACIÓN

Entrevista traducida por Ana Azanza

"Congregados los sentidos, surge el alma" 

Bioy Casares



¿Cómo hace nuestro cerebro para crear la imagen de uno mismo?

El físico Christof Koch (1956) investiga el origen de nuestra conciencia.
Nuestro cerebro está formado por kilo y medio de agua, proteína y grasa. ¿Cómo es posible que de esa tambaleante masa puedan salir todas nuestras vivencias? Los pensadores más optimistas se asustan ante la pregunta. Christof Koch sin embargo afirma que el enigma de la conciencia se puede descifrar. Causan sensación sus experimentos con los que ha descubierto las células del cerebro que reconocen a las estrellas de Hollywood.
El millonario Paul Allen de Microsoft ha invertido una fortuna en el  Allen Institute for Brain Science en Seattle, dirigido por Christof Koch. Es vegetariano, porque dice que incluso en los gusanos se puede reconocer huellas de la conciencia.
ZEITmagazin: Señor Koch,¿podemos a la vez hablar y disfrutar conscientemente de la comida?
Christof Koch: Probablemente no. La conciencia requiere normalmente atención. Y por lo general sólo se puede estar atento a una sola cosa. Cualquier otra cosa la enmascara. Si está usted en una conversación muy animada, aunque las papilas gustativas de su lengua se exciten, notará poco el sabor de la comida.
ZEITmagazin: La atención es por tanto un filtro. ¿Qué es la conciencia?

viernes, 27 de septiembre de 2013

HUMANISMO FRENTE A ROBOTISMO

Traducción Ana Azanza

El robotismo es una enfermedad social


David Gelernter, profesor de "computer Science" en Yale University, habla en este artículo en favor de un resucitado humanismo y en contra del robotismo anhelado por muchos jóvenes que sueñan con ser robots.

¿Por qué los investigadores del cerebro tienen tanto miedo de la subjetividad? Porque nos ven como un perro con Iphone.

Se acerca una crisis intelectual, la ciencia  y la filosofía del espíritu amenazan a la cultura occidental con lo contrario del humanismo: llamémoslo Robotismo. Si Protágoras dijo que el hombre es la medida de todas las cosas, ellos dicen que el ordenador es la medida de todos los hombres.
Robert Downey Jr.




La ciencia tiene cada vez menos sitio para los individuos humanos y su subjetividad. Pero sólo podemos ver el mundo desde nuestro propio espíritu. Vemos un mundo en el que hay bien y mal, fealdad y belleza, justicia e injusticia, un mundo de deberes morales. No sólo vemos el mundo también lo sentimos. No somos puras máquinas amontonadoras de información, somos seres conscientes. Nuestra vivencia consciente (aunque sólo sea accesible para nosotros) es tan real como el árbol ahí fuera ante la ventana o los fotones que inciden en nuestra piel.
Si la ciencia quiere ocuparse de toda la realidad y no sólo de una parte, no puede limitarse a la realidad objetiva, tiene que tener en cuenta también la realidad subjetiva.

domingo, 31 de marzo de 2013

¿Invención cerebral del yo?


 
Rodolfo R. LLinás
En defensa del monismo

Roberto R. Llinás ha sido director del Departamento de Fisiología y Neurociencia de la Universidad de Nueva York y es miembro de prestigiosas academias científicas de todo el mundo. Su libro El cerebro y el mito del yo es una excelente obra de divulgación científica con prólogo de Gabriel García Márquez.

Para Llinás, la mente o “el estado mental” es producto de los procesos evolutivos que han tenido lugar en el cerebro de los organismos dotados de movimiento. Cree que Occidente debe superar ese dualismo que, desde los pitagóricos y modernamente con Descartes, supone o postula un “fantasma en la máquina”. La expresión del título, “el mito del yo”, alude precisamente a ese concepto –equivocado- de un yo separable de las funciones cerebrales. Mi cerebro y yo no somos dos cosas diferentes. La mente tiene una naturaleza neurobiológica, y no es una sustancia distinta del cerebro, sino que emerge de la sustancia física del sistema nervioso central. Lo que llamamos “yo” resulta una función de la estructura geométrica y del flujo de interconexión de las neuronas, donde juega un importantísimo papel la sincronía, o sea, el tiempo.

El hombre debe enfrentarse cara a cara con su verdadera naturaleza. No es necesariamente preferible creerse un fantástico ángel menor que un real animal extraordinario con una mente portentosa[1]. Desde la perspectiva monista, cerebro y mente son eventos inseparables. La mente, o el estado mental, constituye tan sólo uno de los grandes estados funcionales generados por el cerebro. Por su parte, los estados mentales conscientes -que como ya apuntó Hume son discontinuos- pertenecen a una clase de estados funcionales del cerebro en los que se generan imágenes cognitivas sensomotoras (cualias[2]), incluyendo la autoconciencia.

Naturalmente, hay estados mentales sin conciencia, como el estar dormido, drogado, anestesiado, en coma, o sufriendo una crisis epiléptica. El cerebro puede seguir funcionando sin conciencia y sin autoconciencias, sin preocupaciones, esperanzas o temores, en el olvido total. Sin embargo, soñar es también un estado cognoscitivo, aunque no respecto a la realidad externa, pues no está regulado por los sentidos.

martes, 5 de marzo de 2013

LA DÉCADA DE LA CONCIENCIA

Autora del post y traducción del artículo: Ana Azanza

Este artículo es un poco largo, pero me ha llamado mucho la atención, porque significa que las cuestiones centrales del blog interesan hoy a la industria global. No en España, ya veremos si salimos de esta y cómo. Pero desde nuestro rincón de barrio pobre con pretensiones, todavía nos puede quedar algo de "ocio" para interesarnos por esta "industria mundial de la conciencia".

viernes, 1 de marzo de 2013

Lágrima órfica

El 13 de julio de 2009, Angèle Lieby sintió que su dolor de cabeza estallaba en migraña, extraños picores, entumecimientos, trastorno del habla, insuficiencia respiratoria... Se le iba la vida. Un chequeo revela una anomalía en los glóbulos blancos. Los médicos la dejaron en coma terapéutico.

Entonces empezó la pesadilla. Angèle despertó del coma, pero nadie lo supo, no podía mover ningún miembro físico, aunque sí podía jugar con sus representaciones mentales. Como ella misma cuenta: estaba viva atrapada dentro del ataúd de su propio cuerpo. 

Los médicos la consideraron clínicamente muerta y la sometieron a torturas de todo tipo, mientras ella estaba consciente (esa consciencia, ¿no era ella?), con más de una decena de cables y sondas por todo el cuerpo, sintiéndolo todo, un dolor que describe como insoportable, irreal e indescriptible. Le llegaron a pellizcar los pezones para probar que no vivía, que no sentía, cuando sólo era incapaz de reaccionar... Y los médicos propusieron a los familiares la desconexión de las máquinas que alimentaban su cuerpo, aparentemente inerte...

Pero entonces, 25 de julio de 2009, Catty, su hija, tras suplicarle incesantemente que despertase, que volviese, que no se fuera, que sus nietas la necesitaban..., vio que su madre soltaba una lágrima y movía el dedo meñique izquierdo...

Angèle estaba paralizada por una extraña enfermedad: el síndrome de Bickerstaff, pero estaba viva. Poco a poco se fue recuperando y, al fin, en 2010, decidió contar su experiencia: Me salvó una lágrima, libro que se ha convertido en un "best seller" internacional.

Gilles Deleuze

Casualmente, al enterarme de esta noticia, estaba estudiando unas lecciones de Gilles Deleuze sobre Kant (Marzo-Abril 1978). En la tercera, el filósofo francés parte de la interpretación del Cogito cartesiano...
"He aquí que lo que soy está determinado por la determinación "yo pienso"; está determinado como la existencia de una sustancia pensante. A Descartes se le dice que todo eso es muy bonito, pero que no nos prueba que no es el cuerpo quien piensa en nosotros. Un materialista de la época le dice eso. Y Descartes responde, desde que se le hace la objeción, él es muy insolente, dice, usted no ha comprendido nada, yo nunca he pretendido que no es el cuerpo quien piensa en nosotros. Dice exactamente esto: 'lo que pretendo es que el conocimiento que tengo de mi pensamiento no puede depender de cosas que aún no son conocidas'. En otros términos, no se trata de saber si es o no el cuerpo quien piensa en nosotros, se trata de constatar que, en la perspectiva del recorrido cartesiano, la conciencia que tengo de mi pensamiento no puede depender de cosas que aún no son conocidas, a saber, el cuerpo, puesto que la duda lo arrastra también bajo ella".
Me ha acordado de Angèle, la conciencia que tenía de su propia impotencia, de su sufrimiento, de lo que oía y sentía, su sensibilidad íntima, el yo que pensaba en lo que le estaban haciendo, que sufría por su impotencia, no tenía nada que ver con la insuficiencia de mielina en las células del sistema nervioso central que al parecer produce este tipo extraño de parálisis física, ni con la enfermedad cuya base nerviosa desconocía del todo. Pero ella sabía lo que le estaba sucediendo, incluso lo que estaban haciendo con un cuerpo que ya no parecía ser suyo. Sencillamente, tenía un cuerpo que no acataba las órdenes de su yo ejecutivo, una receptividad sensible que carecía de espontaneidad reactiva, y por encima de todo eso, una voluntad de vivir que peleaba por recuperar el movimiento físico y su control.

Llamadle voluntad racionalconatus o espíritu. Lo cierto es que sopla donde quiere. Puede que en una lágrima...


domingo, 17 de febrero de 2013

Fusión de almas



Un cerebro humano –que no sea el de un neurólogo- no se preocupa de sus componentes físicos diminutos, esos miles de tipos de neuronas de los que apenas conocemos bien tres o cuatro, ni de cómo funcionan según extrañas fórmulas matemáticas. De un cerebro normal emerge, según sus predisposiciones y en un ambiente social propicio, y no sin conflictos y pugnas entre complejos emocionales y cognitivos alternativos, un gestor al que llamamos "yo". Ese yo que decide ver una serie televisiva, maneja un todoterreno, cría peces tropicales, paga la tarifa telefónica y eléctrica, se casa, decide tener hijos… Si trata de elaborar una explicación verosímil de su conducta, entonces el papel protagonista no correrá a cargo del hipocampo, ni de la amígdala cerebral, ni del cerebelo o la corteza, las glías o cualquier otra estructura física viscosa y ciega, sino que el protagonismo se lo atribuirá a un oscuro ente invisible llamado “yo”, "mente" o "alma", ayudado por otros misteriosos actores llamados “ideales”, “recuerdos”, “conceptos”, “creencias”, “intenciones, “amistad”, “empatía”, “lealtad”, etc. El yo tiene toda la razón. Cuando sufro un dolor de espalda agudo por causa de la protrusión de una vértebra cervical, no es el tálamo el que se duele, soy yo el que sufre y se lamenta y se tiende y decide ir al médico o tomar medicamentos. Por cierto que fue Descartes quien en  1664 describió lo que hasta la fecha aún se conoce como "vía del dolor." Ilustró cómo “partículas de fuego”, viajan al cerebro, y comparó la sensación de dolor con el sonido de una campana.

El yo no está hecho sólo de sensaciones placenteras y dolorosas más o menos reales, sino también de fantasías, como los cuentos que él mismo se cuenta acerca de su pasado y de su futuro. Es el más imprescindible de los mitos. Éstos lo constituyen más fundamentalmente que cualquier otra cosa, como su personal estructura narrativa.

Pues bien, en ese etéreo mundo, ajeno del todo a la neurología, el cerebro ha cedido casi por completo la autoridad al alma, cuyo gestor es eso "yo". Digo “casi” porque es evidente que el cerebro, y el sistema nervioso y endocrino en general, siguen siendo causa irresponsable de la actividad involuntaria (representaciones oníricas, delirios, ilusiones, alucinaciones), de los reflejos, la actividad “vegetativa” y de las reacciones emocionales inmediatas. Pero es el yo el que se percibe a sí mismo como motor e impulsor de la actividad anímica, de la fuerza y otras virtudes del carácter, de la energía del alma.

Tal vez ese actor protagonista no sea más que una representación, una “persona”, un actor,  una imagen compleja nacida de una pasión anónima, una manera compacta, holística, de autorreferencia de millones de entes infinitesimales y de billones de invisibles transacciones químicas que cada segundo tienen lugar entre ellos. Puede también que ese yo no sea más que un teatro o un extraño bucle de autorrepresentación (Hofstadter), como un espejo borgiano en el que se refleja una figura de otro espejo hasta el infinito, una imagen fractal resultado de una presión evolutiva que forzó a ciertos cerebros muy grandes a hacer una evaluación cada vez más compleja y multinivel del entorno hasta que, al cabo de millones, incluso de miles de millones de años, el repertorio de categorías para las que esos cerebros disponían de respuesta se hizo tan rico que el sistema, como una cámara de vídeo, fue capaz de apuntar hacia sí mismo. Y ese diminuto destello de autorrepresentación resultó a la postre el germen de la conciencia, del “yo”, de ese gran motor en y de nuestros cuerpos, que se arroga con razón la responsabilidad última de su causalidad.

Físicamente, es cierto, soy un cuerpo, pero metafísicamente -también es cierto- tengo un cuerpo, y puedo quitarlo de en medio de un golpe y acabar con todo su dolor con sólo precipitarlo desde un quinto piso, porque a , ese “yo” me parece, con todo motivo, el responsable último de todas mis decisiones y de todos mis actos. Si se trata de una ilusión, resulta no obstante tremendamente eficaz y posee una increíble capacidad de supervivencia. Si no fuese así, mi amiga no apreciaría para nada el regalo que le hago por su cumpleaños. Queda naturalmente por explicar quien es ese  (self) al que le parece que ese yo es el responsable de su vida anímica. A este respecto, Paul Ricoeur ha dicho cosas importantes en su Sí mismo como otro, a las que otro día me referiré, si el cuerpo aguanta.

Desde el punto de vista metafísico (o “mentalista”, que dirían los Damasio) ignoro por completo la física impersonal de esas microentidades que dibujó Ramón y Cajal y hacen funcionar el cerebro, pero se trata de una distorsión soprendentemente fiable y totalmente imprescindible (Hofstadter, Yo soy un bucle extraño, 13). De hecho, el “yo” de un físico de partículas o de un neurólogo no está menos arraigado que el de un novelista, un jornalero o un albañil. Nuestros conocimientos de física no pueden contrarrestar la larga experiencia acrisolada en la cultura y en el lenguaje. Así pues, los conceptos del “yo”, del alma o del espíritu, por su incomparable eficiencia, resultan un recurso explicativo indispensable y no un mero apoyo que pueda ser abandonado cuando tengamos los suficientes conocimientos científicos.

La idea de un yo aislado, individual, sí que me parece que debe ser desechada. En primer lugar porque me percibo a mí mismo a través del efecto que produzco en otros. Me alimento de la conversación; “amistad”, “amor” son algunos de los nombres románticos que puedo darle a esta interminable dialéctica de las almas. Córtese el intercambio de símbolos y se verá con qué rapidez el yo se deshace en la soledad y la locura (no conozco mejor descripción de este fenómeno que la que hizo el novelista francés Michel Tournier en Viernes o los limbos del pacífico). Se crea el yo, desde la segunda infancia y sobre todo en la adolescencia, bajo la atenta mirada de los demás. El reclamo de la atención ajena es por eso el “hambre” del alma, su apetito principal. O como dice Hofstadter, “mi autosímbolo va creciendo a partir de un vacío inicial”.


Dicho autosímbolo adquiere enseguida –antes de lo que suponía Jean Piaget- una capacidad de representación universal o una “universalidad representacional” gracias al uso de símbolos. Se trata de un poder tan extraordinario como misterioso: la capacidad para formar patrones que pueden ser percibidos como representación de algo, real o ideal, recordado o percibido, imaginado o soñado, pasado, presente o futuro, exterior o interior, patrones que tienen la misma forma o estructura de lo representado (isomorfismo). Esa facultad nos permite importar ideas y eventos sin haberlos tenido que experimentar.

Digan lo que digan los “animalistas”, existe un abismo insalvable entre mi perro y yo, entre los humanos y el resto de las especies. Eso que nos sitúa a parte, como seres limítrofes, que diría el desaparecido (in corpore que no in animo) Eugenio Trías, es naturalmente el alma, porque el repertorio de símbolos disponible se ha hecho en mí ilimitadamente extensible. Es el infinito a que apelaba Descartes para demostrar la existencia de Dios. Los sistemas que superan ese umbral de Gödel-Turing tienen la capacidad de modelar dentro de sí mismos a otros seres y de refinar esos modelos a lo largo del tiempo e incluso de inventar seres imaginarios sacándoselos de la manga, entre ellos, el ideal de sí mismos. Y no es necesario que sean novelistas para ello. Una vez superado este umbral, los seres con conciencia adquieren una insaciable ansia de conocer la interioridad de otros seres universales y por eso leen novelas, ven películas, se apuntan a redes sociales, se meten en la cabeza de otras personas, fagocitan las experiencias de sus semejantes.

“El ansia casi insaciable de absorber experiencias ajenas que crea la universalidad representacional se encuentra apenas a un paso de la empatía, en mi opinión, la más admirable virtud de la humanidad. ‘Ser’ otra persona de una manera profunda no consiste sólo en ver intelectualmente el mundo como ella y sentirse unido a los lugares y momentos que la modelaron; consiste en mucho más. Supone adoptar sus valores, asumir sus deseos, vivir sus esperanzas, sentir sus anhelos, compartir sus sueños, estremecerse con sus temores, formar parte de su vida, fundirse con su alma” (Hofstadter, op. cit. 17).

Somos nudos en una trama compleja de relaciones sociales en la que los muertos -cuyas almas siguen vivas en sus cuadros, partituras o escritos- también cuentan. La cultura no es más que un vasto diálogo con esas almas muertas a la vez que con las vivas e incluso con las que imaginamos que vivirán. La idea de una "economía sostenible", por ejemplo, no nace sino de ese tener en cuenta las almas de los que han de venir. 

Si mantengo conversaciones francas e íntimas con otros seres humanos la interpenetración de nuestros respectivos mundos se hace tan grande que nuestros puntos de vista empiezan a fundirse. Mi alma se extiende por el alma de otra persona, habito su cabeza, me contagio de sus creencias y prejuicios. En diversos grados, los seres humanos vivimos dentro de otros seres humanos, sin tecnología neurológica alguna. “La interpenetración de almas es una consecuencia inevitable del hecho de que nuestros cerebros sean máquinas representacionales universales”. Este es para Hofstadter el verdadero significado de la palabra “empatía”. La capacidad de hacer nuestra, parcialmente, la interioridad y conciencia de otros seres es lo que marca la diferencia entre la magnanimidad de las almas grandes (con mucha consciencia) y la pusilanimidad de las criaturas con alma pequeña o del todo desalmadas. El sentido de la moral marca la consciencia de un ser.

"Un cerebro = un alma = un yo" es una ecuación demasiado simplista. 

Primero, porque en ciertas almas hay varios "yoes" disponibles. Jung hablaría de varios complejos emocionales (y cognitivos) pugnando por la hegemonía. El más fuerte triunfa, pero puede ser derribado por otros en los fenómenos de conversión o discutido permanentemente por un rival (personalidades esquizofrénicas o bipolares). 

Segundo, porque toda persona vive parcialmente en el cerebro de otra(s). Es un mito (en el mal sentido) la existencia de fronteras herméticas entre almas. Las almas de los muertos perviven en las memorias de los vivos, al menos durante un par de generaciones. Ese yo cartesiano autosuficiente y adánico es la ilusión de un "self" mucho más dependiente de lo que Descartes suponía (incluida la su dependencia de la tradición escolástica, por supuesto, 'si fallor, sum' que dijo San Agustín).

Tercero, porque un yo puede compartir varios cuerpos, no sólo trascendiéndose en un generoso "nosotros", sino incluso manteniendo la individualidad permeable de un yo. Se trata del fenómeno que describe Hofstadter como entrelazamiento. Mediante el lenguaje, no sólo puedo darme órdenes a mí mismo, sino que puedo convertir a otros cuerpos en extensiones flexibles del propio, como saben todos los sargentos y publicistas del mundo. Mi yo no está sólo conectado a mi cuerpo, sino también al cuerpo de otras personas. Las almas se entrelazan y fusionan. Cabe incluso imaginar que dos o más cuerpos compartan un único yo. Hofstadter cita el caso de las gemelas Chaplin, Greta y Frida. Parecen actuar como si fueran una, colaboran cuando hablan, una empieza y otra acaba la palabra o la frase, o hablando a la vez, con un desfase apenas perceptible. Las personas que las han tratado sugieren que la táctica más natural es considerarlas como una única persona.


El fenómeno de la fusión de almas no es raro en las parejas bien avenidas que viven juntas durante decenas de años. Sus almas son como dos gotas de agua que se funden en una sola, en un alma de nivel más alto, donde uno más uno es igual a uno. Por eso, a veces, si una fallece, la que queda no es capaz de suturar la herida y arrastra hasta la tumba el hueco doloroso que dejó la otra, ahora aparentemente inerte.