Mostrando entradas con la etiqueta Vampira. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Vampira. Mostrar todas las entradas

sábado, 5 de octubre de 2013

LAS MUSAS DE EDVARD MUNCH

Este año 2013 se celebra el 150 aniversario del nacimiento de Edvard Munch. Siempre se aprovechan estas efemérides para refrescarnos en la memoria a los homenajeados, las más de las veces con poco disimulados fines comerciales. Pero lo que me lleva a recordarlo aquí son más bien sus Musas, mujeres extraordinarias que marcaron su vida y su arte. Hemos oído hablar poco de ellas, porque fueron amores prohibidos que había que esconder, pero conocemos perfectamente sus bellos rostros, que podemos evocar en la Madonna, la Vampira o El Puente. Me gustaría que esta entrada nos permitiera conocer mejor a este artista mayúsculo y averiguar cómo puso en marcha su revolución introspectiva en la pintura, y cómo llegó a alcanzar un lugar clave en la historia de la cultura occidental, siempre apoyado o en conflicto con sus Musas. Sin ellas, no se entenderían sus grandes logros.  
1.     La Musa familiar
Edvard Munch, el más conocido de los pintores noruegos, nació el 12 de diciembre de 1863. Era el segundo hijo de los cinco que tuvieron Laura Bjolstad y Christian Munch. Esta familia fue un auténtico desastre de salud física y mental, y Edvard pagó con creces el peso de su herencia genética. Las escenas de enfermedad y muerte fueron una constante desde sus recuerdos más tempranos. La madre falleció a causa de tuberculosis cuando él tenía sólo cinco años, el día 29 de diciembre de 1868, con el árbol de navidad puesto en el salón de la casa. Su hermana favorita, Sophie, la mayor, moriría de la misma enfermedad con 15 años, y fue un suceso tan traumático para él que lo llegó a pintar en multitud de ocasiones a lo largo de cuatro decenios. Edvard tenía otra hermana pequeña que padecía esquizofrenia, y él mismo tuvo que soportar una niñez enfermiza. Hasta estuvo a punto de morir a los 13 años.
Su padre era un médico militar de clase media, emparentado con sacerdotes, profesores y artistas. “Mi padre pertenecía a una familia de poetas, con signos de genio pero también de degeneración”. Munch anotó igualmente: “Mi padre era temperamentalmente nervioso y obsesivamente religioso… hasta el punto de la insania. De él heredé las semillas de la locura”. Christian Munch, palabra que significa “monje”, tenía un apellido muy acorde con sus frecuentes arrebatos pietistas. Hizo de su vivienda una especie de monasterio urbano en Kristiana, la capital de Noruega, que fue rebautizada como Oslo en 1925. La familia era muy aficionada al espiritualismo, corriente que tuvo gran predicamento en América y Europa en la segunda mitad del siglo XIX. Tenían costumbre de leer en voz alta libros de literatura, lo mismo que historias de fantasmas. Ese ambiente ocultista en que Edvard creció hizo que tuviese siempre un enorme interés por los fenómenos sobrenaturales e intentó plasmar lo irracional en sus obras. Todo un desafío al realismo de corte burgués.
Karen Bjolstad
 Pero entre tanta oscuridad mental hubo una luz muy potente que consiguió atraer a Munch hacia la creatividad. Fue su tía Karen, que vino a vivir con la familia tras el fallecimiento de su hermana Laura y se hizo cargo de la casa con firmeza pero también con dulzura. Karen Bjolstad era una artista a su estilo doméstico. Hacía collages con musgo, paja y hojas, un género muy popular en aquella época, y los vendía en las tiendas de la ciudad. Embarcó a los niños en aquella pequeña industria, con la que redondeaba los ingresos del hogar. Así fue como Edvard aprendió a recortar siluetas en papel para crear aquellos paisajes vegetales, y dio sus primeros pasos con el dibujo. La tía Karen estaba muy orgullosa de su destreza y guardó cuidadosamente sus trabajos. Los más antiguos que se conservan los hizo con 12 años. Siempre fue su confidente y, en sus cartas, él le contaba con detalle todos sus éxitos.