¿Quiénes
fueron las Sibilas? Esas fascinantes mujeres vivieron en la Antigüedad y fueron
reverenciadas por su capacidad para entrar en contacto con el más allá y
vaticinar el futuro. Jugaron un papel decisivo para la política de ciudades e
imperios, y cayeron en el descrédito y el olvido con el cristianismo. Los datos
históricos que conservamos acerca de ellas son escasos y confusos. Su imagen
está rodeada de mitos y leyendas extraordinarios, que nos hablan de una cosmovisión
muy distinta a la nuestra. Intentaremos comprender por qué llegaron a ser tan
importantes en el mundo antiguo. En un recorrido histórico, veremos cómo la
figura de la sibila resurgió en la Edad Media como profetisa cristianizada, con
un maravilloso canto que hoy está siendo recuperado como patrimonio de la
humanidad, y examinaremos el auge y transformación de su imagen en el
Renacimiento, como una expresión cualificada del eterno femenino del que
hablaron Goethe y Nietzsche. Al final del viaje podremos disfrutar con un bonito
montaje audiovisual, que espero que ilustre adecuadamente esas metamorfosis.
1. La Sibila en Grecia
Una de las
primeras referencias escritas a la Sibila de Delfos la encontramos en Heráclito
(544-484 a .C.)
pero la figura se remonta a un pasado mucho más remoto. “Sibylla” quiere decir
profetisa o mujer sabia, y era el nombre que recibían quienes se dedicaban al
oráculo más prestigioso de la antigüedad. Los griegos consideraban a Delfos el
“ómphalos”, el ombligo del mundo. En un paraje de singular belleza, al pie del majestuoso monte
Parnaso, el dios Apolo se reunía con las Musas, en un bosquecillo de laurel, su
planta emblemática, a cantar, danzar y recitar poesía con su lira. Pero antes
de convertirse en esta idílica Arcadia, el lugar fue escenario de un cruento
sacrificio que otorgó al dios solar sus poderes de adivinación. En un tiempo
remoto esa mágica montaña fue sede del culto arcaico a la diosa madre minoico-micénica y,
después, morada de la diosa Gea (Tierra) y la gran serpiente Pyto, poseedora de
la sabiduría. Para apoderarse de ella, en un combate que prefigura el de San
Jorge contra el dragón, Apolo mató a la Serpiente, se purificó en la fuente
Castalia y enterró las cenizas del mítico animal en un sarcófago bajo el “ómphalos”
de piedra, que marcaba el kilómetro cero para los griegos. Sobre él se erigió
un santuario excavado en la roca, donde la sibila o “pitia” (de ahí la palabra
“pitonisa”) actuaba como intermediaria entre los hombres y el dios.