Puede que la sonrisa sea la distancia más corta entre dos personas. Pero la risa es otra cosa... En ciertos ambientes, el filósofo puede resultar ridículo... Legendario ridículo el que hizo Tales delante de la criada, o el que tal vez hiciera Sócrates ante el tribunal que le juzgaba.
En un diálogo de Platón (Gorgias),
Calicles le reprocha a Sócrates que la filosofía sea cosa de risa si se practica fuera de tiempo. Le reconoce –eso sí- cierto valor
educativo, “y no es desdoro filosofar mientras se es joven; pero, si cuando uno
es ya hombre de edad aún filosofa, el hecho resulta ridículo, Sócrates, y yo
experimento la misma impresión ante los que filosofan que ante los que
pronuncian mal y juguetean” (485ª).
Esta risa -un tanto irritada- del libertino, del desenfrenado, delante de quien, como
Sócrates, dedica su talento a la búsqueda de la verdad y la virtud, y no a la procura de utilidades y placeres, tiene muy poco que ver con la risa benevolente de la
que nos habla Aristóteles.
El Estagirita entiende por ridículo lo feo estético y lo feo moral: lo
anómalo, irregular, torpe, absurdo… El humor cómico surge, según Aristóteles,
de una forma de engaño y desconcierto ante lo que nos coge desprevenidos y no
daña. Lo ridículo puede así definirse como defecto o deformidad que no produce
dolor o daño a los demás.
En su Ética a Nicómaco, Aristóteles relaciona la risa con
las virtudes y el juego. Como el juego, el humor como diversión tiene su
recompensa en el placer que nos causa la actividad misma, igual que la virtud y
la felicidad. Pero no podemos estar divirtiéndonos siempre, pues la seriedad, y no la comicidad, es
la virtud rectora de la vida. Los que se exceden en lo que hace reír son
considerados por Aristóteles bufones vulgares, siendo así que la mayoría de los
hombres se complacen con las bromas y burlas más de lo debido, molestando a
otras personas. Tal chocarrería es tan extremosa como la del áspero e
intratable que no se ríe nunca, que carece por completo de sentido del humor. “El que es gracioso y distinguido se
comportará, pues, como si él fuera su propia ley. Tal es el término medio, ya
se lo defina por su tacto o por su viveza de ingenio” (Ética a Nicómaco, IV,
8).
Aunque la vida requiera seriedad, ¡y la economía no digamos!, más tal vez que la filosofía, el poseer sentido del humor también me parece a mí cosa existencialmente seria. Nunca he despreciado a la protagonista de aquella copla, quien se casó con un enano por hartarse de reír, ¡ole ahí! Mejor enano y gracioso, que alto, guapo y singracia.
Hobbes, de otro modo que Aristóteles, desarrolló una teoría
de la risa como superiorioridad frente al defecto del prójimo, una teoría de la risa malevolente. "Hiena de risa" -podríamos decir-, sin caer en solecismo. "El hombre es para el hombre como un lobo, ¡y como una hiena!". No debe extrañar que Hobbes pensase así, teniendo en cuenta la baja consideración que le merecían los instintos generales e innatos del pueblo llano, y del humano en general.
El
estado de humor que provoca risa sería un sentimiento de superioridad, a sudden
glory, una vanidad súbita causada por un acto propio con el que uno se complace, o por “cierta deformidad en otro, con relación a la cual uno se siente
súbitamente superior” (Leviathan, I, 7ª). La risa es así "el humo" de la soberbia, que mira por encima del hombro las debilidades e impericias de los
demás, que se jacta riente –como Calicles frente a Sócrates- con afán de dominio, de
las propias “virtudes” y habilidades conducentes al éxito.
Según Hobbes, la risa adopta cuatro situaciones. 1) Se ríen
los hombres deseosos de aplauso con las cosas que hacen bien; 2) con sus propios
chistes; 3) de las debilidades de los demás; y 4) de las gracias cuyo ingenio
consiste en un elegante descubrir y representar en nuestras mentes algún
absurdo ajeno.
¡Menos mal que nos queda esta cuarta instancia, para reír sin vergüenza, e impunemente! Aunque, y contra Hobbes, creo que es perfectamente posible reírse también del absurdo de sí mismo. En esto, el pueblo andaluz ha resultado maestro.
Bibliografía
Platón. Diálogos,
II, Gredos, Madrid 1983.
José Luis Suárez Rodríguez. Filosofía y humor. El guiño de la lechuza. Apis, Madrid 1988.