Mosaico de esqueleto de Pompeya |
De aquellos por quienes sentimos afecto y con quienes
colaboramos en las faenas de la vida, a veces en la memoria sólo nos quedan las
sombras de unos cuantos gestos. Un mohín, una sonrisa, un encogimiento de
hombros, expresiones de ese espejo del alma que fue su cara en movimiento, el modo de andar,
el timbre de su voz, la gesticulación de sus manos, el temblor de su carcajada,
la sensación tibia de un beso, de un abrazo, de un apretón de manos… El regusto
que deja una conversación amable presidida por una afinidad electiva… La
filosofía y su enseñanza.
Antonio Gerardo García González también se ganó la vida como
profesor de filosofía. Coincidimos en el Instituto “Andrés Segovia” de
Villacarrillo, allá por los años ochenta del siglo pasado. Buen mozo, alto,
bien parecido, afable, modesto, abierto a la verdad, dispuesto siempre a
aprender, a entender a los demás… Supe de sus fáusticos amores con Margarita, amores comprometidos. Y tras mi traslado a Úbeda, la pareja nos visitó algunas veces. Por
entonces, Antonio ya sería director del Instituto de bachillerato de Santisteban del Puerto (Jaén), donde los esposos pusieron casa y tuvieron hijos. Supe de aquella casa atacada por las termitas, como nuestros cuerpos por la enfermedad, batalla perdida.