Ana Azanza
Günther Anders, seudónimo de Günther Stern, (1902-1992) es
conocido por haber sido el primer marido de Hannah Arendt, estuvieron casados
de 1929 a
1937. El matrimonio se rompió cuando la filósofa conoció al que sería su
segundo y definitivo marido Heinrich Blücher, se casaron en 1940, antes de su
exilio en Estados Unidos.
Günther Anders se doctoró con Husserl, realizó trabajos
filosóficos, periodísticos y literarios en París y Berlín. Entre 1936 y 1950
vivió en Estados Unidos alternando los trabajos manuales con su obra escrita. A
partir de esa experiencia dará forma a
su obra principal “La obsolescencia del hombre”. En 1950 se instala en
Viena. Visita Hiroshima y mantiene una intensa correspondencia con el piloto norteamericano
que lanzó las bombas atómicas. Fue un comprometido activista antinuclear y
anti-guerra del Vietnam.
“La obsolescencia del hombre” libro editado a principios de
los años 50, lleva por subtítulo “sobre el alma en la época de la segunda
revolución industrial”. Ya entonces hablaba en los congresos a los que asistía
del “analfabetismo postliterario” y del “actual diluvio global de imágenes”.
Hace más de 60 años, cuando la televisión todavía no había llegado a nuestro
país, Günther Anders era consciente de cómo este medio invita al hombre a
quedarse con la boca abierta ante imágenes del mundo, a la participación
aparente en todo el mundo y tanto más generosamente cuanto menos se le ofrece
al individuo la posibilidad de comprender los contextos y menos se le admite en
la toma de decisiones importantes. Denunciaba la "iconomanía" que nos entontece.
En el libro citado trata pormenorizadamente de la amenaza de
las máquinas para todos y cada una, todos los países y todas las clases
sociales se ven afectados por el riesgo de la aniquilación del ser humano por
parte de sus propios productos. Evidentemente la posibilidad de la extinción
nuclear de la humanidad en aquellos momentos estaba en su punto culminante.
A la amenaza nuclear se han añadido hoy otros peligros. Por
no decir que la avalancha de las imágenes no comprendidas se ha acrecentado y
llega todavía a más seres humanos que hace 60 años.
Anders se defiende de los filósofos que opinan que no es
serio de ocuparse de algo tan poco metafísico como la televisión y de los que
le acusan de haber exagerado la nota. Hay fenómenos que quedarían sin
identificar si no se pusiera la lupa o el microscopio sobre ellos. La tesis
principal del libro es que frente a ese nuevo mundo de la segunda revolución
industrial, el alma humana no está actualizada. Llama “desnivel prometeico” al hecho de la a-sincronía del
hombre con respecto a sus productos. Desniveles hay muchos: entre actuar y
sentir, entre hacer y representar, entre conocimiento y conciencia, entre
aparato producido y cuerpo del hombre.
Como actriz que se transforma a sí misma la mujer, y el
hombre como actor, disfruta de menos libertad que como constructora de accesorios para su
mundo histórico. Haría falta una “Crítica de los límites del ser humano” en
general, su fantasía, su sentir, su responsabilidad…no basta especular sobre
nuestra finitud.
El libro se divide en tres partes:
- “Sobre la vergüenza prometeica”, expresión que significa la vergüenza ante las cosas producidas que lleva a preguntar al Prometeo actual ¿Quién soy yo?
- “El mundo como fantasma y matriz”, capítulo en el que filosofa sobre radio y televisión.
- “Sobre la bomba y las raíces de nuestra ceguera del Apocalipsis”
Hay que señalar la lucidez y adelantamiento a su tiempo que
muestra en especial en la segunda parte. Es valiosa la crítica que hace de las
emisiones televisivas es demoledora, “puesto que estamos abastecidos no nos
ponemos en camino”, “los acontecimientos vienen a nosotros no nosotros a
ellos”, “la radio y la pantalla se
convierten en mesa familiar negativa, la familia se convierte en público en
miniatura”, “el consumo de masas tiene lugar hoy de manera solitaria. Cada
consumidor es un trabajador doméstico no pagado al servicio de la formación del
hombre-masa”, “los aparatos nos quitan el habla, por eso nos transforman en
menores de edad y subordinados”. “las emisiones eliminan la diferencia entre
cosa y noticia, son juicios camuflados”.
Pero lo que más me ha llamado la atención es el anexo donde
pergeña la necesidad de una historia de los sentimientos. “La historia de los
estilos y morales es una cadena ininterrumpida de empresas, en que la humanidad
ha intentado compensar su carácter indeterminado mediante obligaciones que se
ha impuesto a sí misma, determinarse siempre de nuevo social y
psicológicamente, hacer algo nuevo desde sí misma.”
La dote del hombre consiste en su sociabilidad genérica, un
cheque en blanco que debe rellenar suplementariamente para funcionar. Lo que el
hombre produce como sociedad concreta es “no natural” y en comparación con lo
“genérico” contingente. En cada sociedad producida hay violencia contra los
perdedores de la misma, y violencia contra la naturalidad del hombre como tal.
Por eso un esquema de sociedad tiene éxito si conforma al hombre en su
totalidad, pero la conformación del hombre sólo es total si se modelan también
los sentimientos.
En la mayoría de los casos cuando un nuevo esquema de
sociedad ha empezado a imponerse el ser humano se ha intentado adaptar
sentimentalmente, para quien se ha adaptado lo contingente se convierte en
aparente naturaleza, en costumbre, lo a posteriori se convierte en a priori.
No siempre se puede abandonar a ese proceso de
acostumbramiento precisamente por el fenómeno del desnivel porque la
transformación del sentimiento avanza más lenta que la transformación del mundo.
Aparece así la necesidad de ayudar al sentir o de producir y expresar
sentimientos. Cuando el desnivel representa un riesgo político como lo fue en
1933 la propaganda nazi es más importante la producción de nuevos sentimientos.
Los nacionalsocialistas intentaron que las víctimas marcharan jubilosas al
matadero por el bien de la nación, incluso con entusiasmo. Esta campaña del
terror desatado al que los perseguidos deben someterse voluntariamente por el
bien común que “alguien” ha decretado me resulta familiar, no es privilegio de
los seguidores hitlerianos.
“La falta de una historia de los sentimientos, en analogía
con la historia de los hechos y la historia de las ideas, representa el mayor
desiderátum de la filosofía de la historia y la ciencia de la historia. A lo
sumo, esa historia existe en versiones involuntarias, por ejemplo, en forma de
historia de la religión o del arte. Ese vacío
tiene su causa en el prejuicio de que la vida sentimental es lo constante,
lo no histórico en la historia de la humanidad.”
Pero a lo largo de la historia también los sentimientos han
cambiado, sólo que de manera más lenta. La tesis del deísmo racionalista según
la cual las religiones universales sólo difieren en sus contenidos, pero que
todas son cuestión de fe, es decir han sentido igual, es increíble y demuestra
que el racionalismo es más cristiano de lo que parece: considera su propio
sentimiento históricamente acuñado como el sentimiento en general.
Cada religión es un sistema afectivo sui generis, cada fundamentación
de la religión ha sido una revolución en la historia sentimental de la
humanidad.
Cada artista ha sentido de manera diferente, Delacroix y
Parmeggiano, Berlioz y Palestrina, crearon obras totalmente diferentes y
sintieron de manera diferente, el mundo histórico respectivo al favor o en
contra del cual estos artistas crearon, les permitió diferentes sentimientos.
Günter Anders propone una ampliación intencional del volumen de comprensión de nuestro sentir. Lo
explica con el ejemplo de la música de Bruckner. Cuando suena la sinfonía de
Bruckner es un evento de tal amplitud que hace desaparecer el mundo cotidiano.
Abriéndonos a él, ese evento se adentra en nosotros, lo captamos, lo
concebimos, el alma es dilatada, adquiere una capacidad o una “cabida” o un
volumen o una amplitud que ella no se puede dar a sí misma.
Pero ¿qué quiere decir que no podemos darle esa capacidad al
alma? La música de Bruckner no deja de ser un producto humano, por lo que es
algo que hemos hecho también nosotros, los oyentes.
La dilatación del alma por
medio de la música significa que el alma concibe la música, sólo en la
medida en que la experimenta, experimenta su transformación en tamaño. La
relación no es entre un contenedor y su contenido, ¿es una relación entre un sujeto
y un objeto? ¿está la sinfonía enfrente como un ob-jeto normal?
El que escucha se encuentra “en” la música y la música “en”
él. En la esfera musical la confrontación sujeto-objeto pierde su sentido. Al
escuchar en verdad la música yo mujer oyente me hago idéntica a mi objeto y
éste conmigo.
Hacer música crea una situación en la que el “Prometeo
desconcertado” alcanza su producto. El ser humano nunca está más articulado que
cuando está en la “música”, pues su estado de ánimo es inseparable de las voces
y de la afinada coherencia del desarrollo objetivo de la pieza ejecutada. Quien
hace o escucha música acoge sus tensiones, su desarrollo, su espacio, el oyente
se convierte en el objeto.
Y a la música también le corresponden los caracteres que
normalmente atribuimos al sujeto: expresión, estado de ánimo. Sujeto y objeto
forman una unidad, lo mismo que en la danza o en la interpretación de un
instrumento.
Las obras musicales crean sentimientos, como las obras de
arte en general, no se limitan a la expresión de un sentimiento ya sentido.
Cada una tiene el suyo imposible de sentir si no hubiera sido creada esa
determinada pieza. Las situaciones en las que nos colocan las obras de arte son
también “obras de arte”.
Con este ejemplo musical queda explicado el tema de la
“historia de los sentimientos”, no estamos limitados a sentir de una vez para
siempre lo mismo. Los hombres y mujeres descubrimos siempre nuevos
sentimientos, algunos de los cuales superan la capacidad cotidiana del alma, porque
proponen un ejercicio de elasticidad “exagerado”.