Se critica a nuestra cultura diciendo que ha perdido todos
los “valores”, sin pensar que esta libertad
para la crítica es en sí misma un gran valor. Además, es falso en general
que una cultura pueda sostenerse careciendo de valores. Otra cosa es cómo se
jerarquizan éstos, si es bueno que la gente prefiera tener un coche carísimo a
un amigo leal y tiempo que dedicarle; o si es mejor pasar el tiempo viendo como
se insultan los famosos en la tele, antes que invertirlo en jugar con los hijos o en leer un buen libro.
Pasa lo mismo con los derechos humanos, todo el mundo está
de acuerdo con ellos hasta que unos entran en conflicto con otros, o mejor,
hasta que el ejercicio que hace el otro de su “derecho” nos fastidia.
¿Cuál es el límite de la libertad de expresión? Las leyes
europeas lo marcan. Perseguimos, multamos y condenamos a quienes ofenden a
homosexuales o minorías étnicas, a quien niega el holocausto o a quien desprecia
expresamente a las mujeres… Y no sólo porque la homofobia, la xenofobia o el
machismo sean contrarios a las buenas costumbres democráticas, sino porque es
falso que un homosexual, un negro o una mujer sean menos dignos por su
diferencia de inclinación sexual, su color de piel o la naturaleza de sus
gónadas. Y sin embargo, no multamos a quien niega la evolución de las especies
o la teoría del big bang. Y tampoco a quien publica chistes sobre la pederastia
de los curas (así, en general) o blasfema públicamente. Ofender a la Iglesia o
a la tradición cristiana ni siquiera es ya políticamente incorrecto.