Aunque cada tanto paso por aquí para leerlos, hacía tiempo -más de un año- que no escribía un post. Sigo viviendo en Osaka, una ciudad que, a pesar de sus reducidas dimensiones y la superpoblación, está tan armónicamente distribuida que no se siente el agobio típico de una gran ciudad. El idioma es mi principal dificultad, aunque lentamente hago progresos. Por cierto se trata de una lengua tan distinta a nuestros idiomas latinos, incluso a toda la familia indo aria, que no tienes punto de apoyo posible en casi ningún aspecto. A lo cual hay que agregarle la escritura, que está considerada una de las más complejas del mundo, sino la más, y es un fiel reflejo del espíritu japonés: su notable propensión y aptitud para asimilar lo ajeno y transformarlo imprimiéndole características netamente japonesas.
Pues bien, dentro de ese espíritu japonés de asimilación y transformación hay que incluir también su filosofía. En mi último post, no sin arrogancia pero sobre todo por ignorancia, una ignorancia compartida por muchos (consuelo de tontos…), dije que a los japoneses el filosofar "no les sale del todo bien". Al decir eso no sólo me faltaba información sino que sin darme cuenta me hice cargo del prejuicio -elevado por Heidegger a la categoría de un dogma- de que la filosofía es occidental, y más propiamente europea. Así que en este post quiero hacer una suerte de desagravio a los pensadores japoneses, que por cierto merecen ser leídos y ocupar su lugar dentro del concierto universal del filosofar. De todos modos seré muy breve y general porque el tema da para mucho.
No hay filosofía en Japón si por filosofía se entiende, como sucede muchas veces, la historia de la filosofía. Pero si llamamos filosofía al quehacer filosófico como tal, debemos decir que los japoneses se han sumado al mismo desde comienzos del siglo XX y han perseverado en ello hasta hoy. Y tal como corresponde al espíritu que mencionaba arriba, han hecho de ese quehacer algo propio. Es decir algo que refleja su propio modo de experimentar y comprender la vida. Hablando muy rápido puede decirse que la filosofía japonesa es la filosofía europea reabsorbida en un suelo budista.
Así, muchas de las categorías conceptuales y grandes tópicos del filosofar europeo se reinterpretan de modo peculiar bajo la luz de nociones budistas como vacío (ku), lugar (basho), etc. Y además permeando toda la reflexión se encuentra siempre una intuición de la totalidad. Un japonés no puede concebir, al menos no como lo hace el occidental, un sujeto subsistente del cual se predican cosas, ni un comienzo y final absolutos, ni muchas otras ideas que los occidentales heredan de Europa, y que ésta a su vez hereda del extraño maridaje entre las culturas griega y semítica. Para el japonés el sujeto y sus predicados son intercambiables, y el comienzo y el final también. Pues la totalidad, el único sujeto real de toda predicación, está siempre presente
en las partes. No es casual que los filósofos japoneses muestren cierta predilección por Hegel o por Bergson, salvando las distancias entre ellos, pues son pensadores en los cuales la conciencia de la totalidad está más presente que en otros.
Por otro lado, el pensar japonés no se disocia nunca de la intuición. No hay nada parecido al racionalismo puro y duro de algunos occidentales, pues, por herencia budista, para ellos la especulación nunca descansa enteramente en sí misma: camina siempre sobre un evasivo suelo que la trasciende. Por eso no es casual tampoco que valoren especialmente a figuras como Nicolás de Cusa o Schelling, otra vez salvando las distancias, pues son autores en los cuales la especulación sabe ceder ante la intuición pura, donde el conocimiento como saber cede ante saber del “no saber”, la docta ignorancia.
Para darle un poco de cuerpo a estas generalidades digamos que en el concierto filosófico japonés se destacan: por un lado, la escuela de Kyoto, con su fundador Nishida, y sus más notables exponentes, por ejemplo Nishitani. Por otro lado, un pensador que no se deja encerrar en el molde ninguna escuela, el inmenso Toshihiko Izutsu.
La escuela de Kyoto es expresión de una interiorización y reelaboración japonesa de la filosofía europea. Y como tal lleva la huella del momento en que se produce la apertura de Japón hacia el mundo filosófico: el siglo XX y el ascenso del nihilismo. En cierto sentido puede decirse que la escuela de Kyoto es la respuesta japonesa al nihilismo europeo. Una respuesta superadora, pues no se queda encerrada en el clisé de la "anti metafísica" ni tampoco pretende volver a ninguna positividad, sino que absorbe el nihilismo contra el fondo del pensamiento budista y lo reinterpreta.
Dicho sea de paso, la palabra japonesa “vacío” (ku), utilizada en la tradición budista para aludir a la verdadera naturaleza de todos los fenómenos, se refiere en el habla ordinaria al “lugar vacante”. Y en su uso filosófico alude a la
posibilidad indeterminada que subyace a todo lo determinado. Por eso su asimilación a la “nada” del nihilismo europeo, es inapropiada. Decir de un lugar vacío que es
nada no es lo mismo que decir que es la
posibilidad de algo. El "vacío" de la filosofía japonesa es fecundo, y está dotado de una
energeia, por lo cual no puede ser asimilado a una mera nada.
Por otro lado, está el inclasificable, y para mí mucho más interesante que la escuela de Kyoto, aunque esto es muy personal, Toshihiko Izutsu. Un autor sumamente prolífico del cual probablemente no sabríamos nada los occidentales si no fuera porque realizó un interesante trabajo sobre Ibn Arabí, que llegó a ser un "clásico" dentro de los estudios sobre el sabio de Murcia. Hablar de Izutsu me llena de entusiasmo, y por eso corro el riesgo de extralimitarme, así que sólo diré algunas cosas generales, y espero pronto terminar, y publicar en algún lado, un trabajo sobre él que tengo comenzado.
Para decir qué es la obra de Izutsu podemos empezar por decir que no es lo que habitualmente se cree que es: no es la obra de un islamólogo. Pues si bien fue pionero en el estudio del Islam en Japón, y es uno de los autores referentes sobre el tema en el mundo, su trabajo no se reduce de ningún modo al estudio del Islam como "objeto” de estudio. Más bien ese "objeto" fue para él el soporte, uno entre otros, de una reflexión orientada por una búsqueda interior más allá de cualquier temática particular: la íntima aunque paradójica relación entre Trascendencia y Palabra.
No por nada el propio Izutsu llamaba a su actividad "filosofía del lenguaje". Aunque esa denominación debería ser tomada, en su caso, en un sentido muy distinto al que tiene en los estudios seculares del mismo nombre. Más bien, si nos empeñamos en ponerle una etiqueta, habría que llamar a su actividad "metafísica del lenguaje". Y sus estudios sobre el Islam deben ser comprendidos, a mi juicio, dentro de ese horizonte. Una metafísica del lenguaje es una pregunta por la dimensión metafísica del lenguaje, una interrogación sobre la relación entre el Principio último y la palabra.
Izutsu estudió alrededor de treinta lenguas y se dice que dominaba al menos diez de ellas. A los veintitrés años tradujo a Eliot, pocos años después escribía sobre la historia del Islam y sobre gramática árabe, siendo todavía joven hizo la primera traducción del Corán al japonés, a lo largo de su vida estudió a Ibn Arabí, Mulla Sadra, Hamadani y otros sabios de la gnosis islámica, y escribió sobre ellos. Pero también estudió el taoísmo, el confucianismo, el budismo, el Vedanta, y escribió sobre ellos. Así como sobre literatura rusa, lengua china e indostánica, y muchos otros temas.
Se trataba, por cierto, de una mente que no puede encerrarse en ningún campo de especialización. Pues donde hay una especialización quien comanda es el tema, el campo de estudio. Mientras que en Izutsu, como en todo metafísico, el tema es sólo el lugar y soporte de una interrogación que apunta más allá de todo tema. Izutsu quería elucidar, y articular en un discurso coherente hasta donde fuera posible, el misterioso nudo entre lo Absoluto inefable y la Palabra en tanto sin ella no habría cosmos ni sentido. En esas aguas orillaba este notable autor.
En fin, la contribución de ambos, la escuela de Kyoto e Izutsu, a la cultura filosófica mundial es digna de respeto. Espero que este post, aunque demasiado general, sirva como reparación de mi "injusticia” con los pensadores japoneses. Y ha sido un gusto para mí, por cierto, volver a compartir con Uds. -José, Ana, Encarna, Luis y los otros- en éste estupendo blog.
Nota posterior: al mes de publicado este post pude terminar el trabajo sobre Izutsu al que hice referencia aquí arriba. Me permito citarlo por si a alguien le interesa:
Palabra y Trascendencia en Toshihiko Izutsu