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domingo, 29 de octubre de 2017

CIENCIA Y CULTURA

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La palabra "Cultura" (con mayúsculas), como cultivo interior de la persona, tiene una larga tradición que arranca de Cicerón. Entendido el cultivo del espíritu como emancipación y crecimiento personal tiene algo, si no todo, de secularización racionalista e ilustrada de la gracia cristiana (fe, esperanza y caridad).

Pero la cultura secular en su lucha contra la superstición, el dogmatismo y la ignorancia, se opuso justamente y contrastó con el culto religioso y los rituales vacíos, mas luego la cultura (con minúsculas) como concepto antropológico vino a significar una memoria social diversa y un elenco inmenso de herramientas aptas para la adaptación y la ampliación de las aptitudes naturales de los humanos, y entre esas herramientas ocupan un lugar genuino y muy resistente: mitos, religiones, ideologías, rituales, creencias trascendentes, fantásticas creencias, y todos los proyetos y sueños de los hombres.

En Die Formen des Wissens und die Bildung, Max Scheler hace un encomio de la ciencia occidental, expresando más bien un desiderátum, un ideal: la gran antorcha encendida por la ciencia pitagórica de la naturaleza se convirtió en nuestro solar europeo en una inmensa llama que ha acabado iluminando al mundo entero... Si Scheler pensó esta expresión como una metáfora, el control de la energía eléctrica y su uso civil la ha convertido en una realidad. Ningún romanticismo, ni cristianismo, ni hinduismo, ni orientalismo, ni nacionalismo, ningún irracionalismo la debería apagar.

Sin embargo, también debemos reconocer que esta llama no ilumina por sí misma el núcleo de nuestra alma, ni la energía eléctrica aporta por sí misma demasiado a esa luz cuyo ardor silencioso tiembla en el sagrario íntimo de la persona espiritual, alentando en cada hombre, ni calla a ese demonio socrático que nos obliga a examinarnos a nosotros mismos y a buscar la excelencia moral.

Aun en la hipótesis de una realización perfecta de la ciencia positiva, el humano podría sufrir absolutamente vacío como ser espiritual, incluso caer en un estado de barbarie más destructivo que los que atribuimos irreflexivamente a los llamados pueblos llamados bárbaros o "primitivos".

La tecnología y los saberes prácticos, útiles para la realización de los fines propios del ser viviente deben también servir al desarrollo de lo que hay de más profundo en el hombre: su persona.              
Escribe Scheler:

«La idea "humanista" de la cultura -aquélla de la que Goethe fue en Alemania la más alta encarnación- debe subordinarse a la idea de un saber de salvación y servirlo como a su fin supremo. Porque todo saber en definitiva tiene por objeto y por fin la Divinidad.»
Entiéndase por Divinidad lo que se quiera, mientras no mande matar, maltratar, robar o mentir(se). El Soberano Bien es en la tradición humanista e ilustrada un ideal humano, demasiado humano, de justicia, unidad, verdad y belleza.

Todo el saber científico y tecnológico, valioso en sí mismo, separado y divorciado del saber sacro y culto, de los ideales humanizadores y humanistas,  puede constituir, en efecto, la muerte para la persona humana o su desesperación; y podría volverse -y se volvió de hecho poco después de que Scheler (1874-1928) escribiera ese texto- el instrumento más eficaz de una nueva e inédita barbarie con el desastre de la guerra mundial y los grandes genocidios perpetrados por el nihilismo del XX, precisamente por las naciones más avanzadas tecnológicamente. 

viernes, 10 de junio de 2016

Los Cuadernos negros de Heidegger y su leyenda negra


"Filosofía: el apasionamiento del preguntar extremo en la sobriedad del decir 
que se pliega a lo dicho"
Martín Heidegger (Cuadernos negros)

Desde hace poco tiempo se han comenzado a publicar los textos, hasta ahora inéditos, de Heidegger titulados Cuadernos negros. Se trata de una extensa serie de anotaciones que el filósofo hizo entre los años  1931 y 1976.  Lo publicado hasta ahora comprende textos datados en los años que van desde 1931 hasta 1938.  

Los cuadernos se llaman “negros” a causa de que los textos que los componen estaban agrupados originalmente en cuadernos de tapas negras. Pero más allá de esa contingencia,  lo de “negros” parece ser un ominoso signo anticipatorio de la leyenda negra que se está construyendo alrededor del filósofo a partir de la publicación de los mismos.

lunes, 21 de octubre de 2013

De la tentación totalitaria al nihilismo disolvente

Acabo de terminar de leer el libro de J. F. Revel 'La tentación totalitaria'. Si bien sabe un poco 'anticuado', debido a que refleja preocupaciones y problemas anteriores a la caída del muro del Berlín, es un trabajo interesante y plantea cuestiones que llaman a la reflexión más allá de la coyuntura histórica en que fue escrito.

En su intento por limitar y desmentir las sugestiones de la izquierda de su tiempo, una izquierda que se negaba a reconocer las funestas consecuencias prácticas del marxismo que la historia había puesto de manifiesto, Revel plantea en cierto momento algo que nos parece particularmente interesante: que las críticas de la izquierda al 'establishment' parecen estar animadas y guiadas por un pathos y un patrón de pensamiento de tipo religioso.

La idea en sí no era nueva cuando Revel la expuso. Pues, de hecho, Mircea Eliade, aunque en un contexto de reflexión distinto, ya había llamado la atención sobre el trasfondo de religiosidad de las ideologías seculares del siglo XX. Particularmente del nazismo y el marxismo, cuyo sesgo mesiánico es evidente.

Visto así, se comprende porqué las izquierdas presentan, a menudo, características típicas de una religión, y particularmente las del catolicismo romano. A saber: propensión a la condena moral, unilateralidad intelectual, voluntarismo salvífico (hacia los pobres, los marginados, las minorías, etc.), finalismo mesiánico en la interpretación de la historia, depreciación del individuo en favor de la comunidad, y sujeción a una autoridad infalible.

Ahora bien, esa crítica de izquierda ha mutado bastante desde Revel a hoy. Pues, en nuestra postmodernidad la crítica del 'sistema', y de todo lo que se le asocia, ya no remite tanto, ni siempre, a un proyecto social alternativo sino que se ha vuelto nihilista.

Es decir, la crítica hoy ya no apunta impugnar el sistema vigente en favor de un proyecto superador, sino que constituye una suerte de disolución ad infinitum de las bases de la realidad económica, social y cultural occidental.

Así, en lugar de la vieja y sabia fórmula alquímica 'Solve Coagula', nuestros críticos, debido a que su arte carece de una finalidad superior a su propio ejercicio, trabajan con puro solvente. Por lo mismo, rara vez logran extraer un poco de oro del opaco y pesado plomo de la realidad que critican.

Por supuesto, en esa crítica también encontramos algunas cosas interesantes, y sin duda genuinas dentro de su propio nivel hermenéutico. Lo que le reprochamos aquí no es el ejercicio de la crítica como tal sino la apasionada unilateralidad con que la misma se realiza.

Para volver a Revel, un punto de contacto entre la crítica nihilista, en cualquiera de sus variantes, y las izquierdas de ayer, es que ni la una ni las otras reparan nunca, al menos no con el detenimiento que el asunto requeriría, en que la misma sociedad que critican es la única conocida que no sólo acepta el disenso y la diversidad, sino que tolera e integra a sus propios detractores y críticos.

Para decirlo en forma brutal: un Foucault, un Vattimo, y los citamos sólo a título de ejemplo porque son muy conocidos, en la Cuba de Castro, como antes en la Rusia de Stalin, o en un estado teocrático de Medio Oriente, no sólo habrían sido perseguidos a causa de su homosexualidad sino que su trabajo intelectual se habría desarrollado, en el mejor de los casos, bajo censura.

Con esto no queremos implicar, de ningún modo, que esos críticos, o cualesquiera otros, deberían ser complacientes con el 'sistema'. De hecho nosotros también pensamos que dicho sistema es criticable en más de un aspecto; e incluso en algunos de ellos raya con lo abominable.

Lo único que decimos, y no es un dato menor, es que llama mucho la atención que esa crítica se ejerza de modo tan unilateral que no incluya nunca un análisis de cómo y porqué la sociedad que critican es, justamente, la única que hace posible su propia actividad crítica, propicia su circulación, y hasta, en muchos casos, le brinda reconocimiento y respeto.

Parece como si estos pensadores, y a pesar de que para todos ellos Hegel es un lugar de paso obligado, ignoraran la más básica de las lecciones del filósofo alemán: que en una contradicción viviente, la verdad no se encuentra nunca en un solo lado de la misma; y que, sensu stricto, lo único realmente falso es la fijación unilateral de sus posiciones.

Y es justamente esa fijación unilateral, esa demonización a ultranza y sin matices, lo que criticaba Revel en su tiempo a las izquierdas europeas, y que hoy percibimos bajo formas nuevas en gran parte de la crítica postmoderna al 'poder' y sus instituciones.

Por eso, y para volver al tema inicial, pensamos que esa crítica postmoderna también está asociada, como la izquierda de ayer, a un pathos moralista y religioso subyacente, aunque invertido en su dirección final. Ya que el pathos moral y religioso nihilista no se orienta a la trascendencia sino a la nada. Y nihilismo significa literalmente eso: ser partidario de la nada, nihilizar, hacer de todo nada.

'Il n’y a pas de hors-texte'. Es decir, no hay nada fuera del texto. Es una de las consignas del nihilismo contemporáneo en su modalidad 'decontructivista'.

De nuestra parte queremos hacer notar que las implicaciones de esa idea son, como mínimo, inquietantes. Pues, 'fuera' del texto se encuentra nada menos que la presencia viva del espíritu. Es decir aquello en virtud de lo cual un texto es un texto y no un montón de trazos ininteligibles y mudos.

Por eso queremos terminar este post evocando otra frase. Pero, cabe aclarar, apelando a su alcance más general y más allá de toda filiación religiosa. Nos referimos a aquella que dice: 'la letra mata, mas el espíritu vivifica'...