Collage de Max Ernst, 1934 |
El psicoanálisis y el humanismo están condenados a llevarse mal. Lo mismo que la obscenidad y el decoro, el exhibicionismo y el pudor. Pío Baroja definió el psicoanálisis como "el cubismo de la medicina" y Virginia Woolf se burló de él en su novela Orlando. Pero la figura del guía espiritual, del gurú y su críptico, indescifrable, "divino" mensaje, oral o escrito, embrujan a los desolados y hasta suscitan un grado casi histérico de adulación y discipulazgo. El caso más sobresaliente es el de Lacan y su obscuro galimatías sobre hipotética jerigonza inconscia.
El psicoanálisis no se fía de aquello que eleva al hombre muy por encima de su condición animal: las intenciones del lenguaje. Desde su perspectiva, expresiones y textos han de abordarse por lo que no dicen, desde aquello a que aluden o insinúan (lo cual puede cambiar mucho según el intérprete), han de leerse o auscultarse con la mayor de las sospechas porque se prejuzga que su superficie es engañosa y que su significado auténtico está oculto y sólo puede ser desentrañado por un abogado del diablo o por un chamán titulado.
El psicoanálisis se inventó como indagación y terapia de la histérica y del neurótico, es decir, fue diseñado para el enfermo mental, y sin embargo ha resultado incalculable y poderoso su impacto y efecto sobre nuestra cultura, sobre el cine y las artes en general, sobre la comunicación social, las prácticas sexuales, el humor... A algunos les tienta pensar que en lugar de curarnos manías, el psicoanálisis nos ha enfermado de otras. Todos nos hemos convertido en psicoanalistas, detectores de lapsus, vigilantes de las traiciones del inconsciente, recelosos ante las imposiciones del Super-yo... Todos somos Edipo, y a ratos, tal vez, también Medea, Moisés o Electra. De Narciso, para qué vamos a hablar: se mira en todos los escaparates y acapara los Mass Media con su innegable gramur.
En uno de los breves y agudos ensayos de El beso de la finitud, Óscar Sánchez Vadillo muestra coraje al considerar a Freud un teratólogo del alma, que es lo mismo que decir un detective perseguidor de monstruosidades anímicas. Sin embargo, Sánchez Vadillo no cree que el alma humana sea necesariamente un laberinto repleto de minotauros y dioses trans, o un escenario de crímenes imaginarios. Lo cierto es que Freud fue amigo de ritos y mitos ancestrales, de secretos primitivos, un intelectual "gótico y esotérico" -le llama-, que oculta sus gustos pre-ilustrados bajo un barniz de positivismo cientifista.
Fue el doctor vienés experto en morbideces paleontológicas de la cámara obscura de la mente y, descendiendo la escabrosa escala vertical del lenguaje, se aventuró a penetrar buscando desentrañar las simbologías del delirio, de la alucinación o del sueño, para sondear en ellas los horrores atávicos -tanáticos más que eróticos, apunta Sánches Vadillo-, pues la idea de que las representaciones de los sueños sean verdaderos símbolos no deja de ser un postulado indemostrable, mucho más si presumimos la perversa y polimorfa condición asesina e incestuosa de nuestras pulsiones más hondas. Nuestras pobres almas apenas podrían contener los bestiales impulsos del cuerpo y para liberar a esas alimañas instintivas recurren al autoengaño, la iracundia o el sueño recurrente.
Coincido con Óscar en el dictamen: dada la condición de hebreo del doctor Freud, es presumible el fondo bíblico, vetero-testamentario, de esta peregrina y parcial interpretación del alma humana, cuyos fondos son tan insondables como Heráclito los pintara hace dos mil quinientos años. Arrastramos, según el Génesis, una culpa genuina: el asesinato del padre, un pecado original que cobra ahora un cariz sexual: el deseo de la madre, la nostalgia del útero. Óscar Sánchez no cree ni en esta culpa originaria ni en que la cultura ofrezca sólo malestares como jaula domesticadora y represiva. La cultura -diría Savater- es todo aquello que hacemos para conjurar la muerte. Es no sólo un recurso contra la necesidad, la angustia, el aburrimiento y los sufrimientos de la existencia, sino también un paliativo técnico, un consuelo proporcionado por el arte, la satisfacción de la curiosidad, la esperanza ofrecida por los grandes y pequeños relatos, la civilizada superación de la ferocidad y el egoísmo azaroso de los genes...
Para Sánchez Vadillo no hay más sueño latente que el manifiesto, ni otro manifiesto que el latente. Los sueños son su propia interpretación y no precisan de brujos intermediarios a sueldo. La visión freudiana de un instinto salvaje, acallado o reprimido por el Super-Yo, por las normas y la cultura, le parece a Óscar Sánchez una descripción ridícula, pueril, del comportamiento humano. Digo yo que no somos ángeles cabalgando jabalíes o panteras y estoy de acuerdo en que no se puede hacer ciencia positiva con los sueños, muchos de los cuales, tal vez, no sean sino desechos de la Memoria, madre de las Musas.
No obstante, es muy verosímil que la producción espontánea de imágenes oníricas durante las fases de movimientos oculares rápidos (fases REM) o de sueño profundo (sueño con sueños) cumpla una importante función purificadora en la mente humana, enfatizada por Segismundo Freud, una función esencial para la profilaxis psíquica del organismo. Soñar es necesario. Nos es imprescindible. Impedir que el sujeto sueñe se ha usado como instrumento de tortura o lavado de cerebro; a los pocos días de interrumpir sus sueños, el torturado delira... La hipótesis freudiana explica dicha función de los sueños como una liberación de pulsiones y afectos reprimidos, no sólo de deseos sexuales, sino también de pasiones como el odio o el terror. El "Ello" (el conjunto de las pulsiones inconscientes) evitaría así la angustia del "Yo" ( de la consciencia) ante la censura del "Super-Yó" (ideal inconsciente del "yo": una especie de moral primitiva), el cual actúa durante la actividad consciente de la mente. Esto quiere decir que el inconsciente ("Ello") busca a través del sueño una satisfacción imaginaria para sus deseos frustrados, una purificación (catarsis). Tal vez por eso, ciertos pintores han mostrado en sus obras predilección estética por la exploración de las pulsiones más obscuras del inconsciente humano a través de la representación de imágenes oníricas, "surrealistas". Con su alegato a favor de la locura, verbigracia, Dalí quería hacer, de pacientes infelices, monarcas que vuelven del exilio neurótico-racional al delirio personal.El sueño es un arte poético involuntario. Puede que su poesía esté basada en el simbolismo de las imágenes, más que en el sentido de las palabras; de ahí la inutilidad ociosa -y costosa- de querer hacer hablar al inconsciente. Freud ensayó una hermenéutica, una lógica de la interpretación de los sueños, probablemente en vano. El arte o la pretensión poética de interpretar los sueños es tan antiguo como la humanidad. El profeta Daniel interpretaba los sueños del rey persa Nabucodonosor, y Artemidoro de Daldis (siglo II) fue el Freud de la Antigüedad, su manual de interpretación de los sueños es el más antiguo que se conserva y sin duda fue conocido por el doctor vienés. Si bien Artemidoro destacaba la importancia del símbolo onírico, era consciente de su valor relativo y dependiente de quien lo sueñe. Sueños tuneados, personalizados.
"El nuevo arte de la lectura de signos, apenas perceptibles, de contextos tanto íntimos como públicos de sentido integró las ocurrencias, tics, desviaciones y actos fallidos más privados en supuestos significativos subversivamente ampliados. En tanto que esa revisión trazó nuevamente las fronteras entre sentido y no-sentido, seriedad y no-seriedad, proporcionó al espacio cultural una conformación decididamente diferente. Ahora lo no-significativo podía saldar viejas cuentas con lo significativo. Desde entonces los sueños ya no son espumas; señalan, en todo caso, un espumar endógeno de los sistemas psíquicos y suscitan la formulación de hipótesis sobre las leyes a las que están sujetos el desarrollo de síntomas y la efervescencia de imágenes interiores"
Sloterdijk. Esferas III, Espumas, Prólogo: "Interpretación de la espuma".
La iconología tradicional representa al sueño como a un león dormido (entre los griegos), un joven coronado de amapolas adormideras (romanos), por un lagarto o un lirón, también como a un mancebo dormido sobre un cuerno de la abundancia del que salen vapores y figuras oníricas... ¡Sueño de una sombra es el hombre! Pero si llega la gloria, regalo de los dioses, hay luz brillante entre los hombres, y amable existencia, cantó Píndaro.
No despiertes a la serpiente / hasta que sepa el camino a seguir... (P. B. Shelley) Un gran comentario, tan grande que no sé si el viejo Psicoanálisis lo merece ya...
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