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11 mayo 2023

"Spin off" de Serial, por Anna Petons (divagantes que no me merezco)

Anteayer terminé mi primera revisión de Serial -y las que quedan. Me ha costado casi nueve meses, un embarazo prematuro. Cuando le di a "Fin", a finales de Junio 2022 no sabía el dolor que me iba a causar -vale, no tanto como el susodicho embarazo- volver a releerlo. No imaginaba cuánto iba a odiarlo, sobre todo el principio, cuánto tendría que cambiar, siempre con el 10% de poda de Stephen King en la cabeza -no he tenido valor de cortar tanto-, cómo iba a sufrir con la maldita puntuación -sobre todo la de diálogo- y las malditas acotaciones. A final del verano escribí así muy alegremente que zarpaba este barco de la revisión (en verano no lo toqué, estaba con crónicas de viaje) y luego no le dediqué mi cuerpo y alma escritora, porque seguía con el blog. 

Mientras tanto, algunos incautos aceptaron leerlo y me han dado feedback. No se lo puedo agradecer lo suficiente porque pedir esto era mucho pedir. Como la mayor parte no me leen aquí, no sabrán que les guardo para siempre un super-espacio en mi corazón. Ahí están Santi Gascón (mi mentor literario, no le quedaba otra), Litros (el Joven pero Consagrado Autor Navarro), Butini (el caro precio que pagó por pasar unos días en casa el verano pasado), Pilar (ese momento cuando tu suegra pide clarificación sobre la escena de follaje en la Heath), Desi (mi colega de andaduras radiofónicas y la mejor voz de las ondas piratas de Vetusta), Sul (paciente editor de mi terrorífico spanglish: no se dice entusiástico sino entusiasta), Mónica (mi lovely friend, que busca en el blog para encontrar qué libro regalarme) y Matt (el pobre al que una IA ha traducido al inglés, sigue en ello).  Nota: tampoco quiero olvidar a los valientes dos o tres que lo leían en el blog, como Vi, Andandos, Fashion, Peda y l@s que quedaron en camino, a quienes entiendo perfectamente. 

Y luego está Anna (a la que en casa llamamos Anna Petons) que pertenece a los dos grupos: se enganchó al accidentado Serial "en tiempo real" y luego se lo leyó. Cuando quedé con ella en Barcelona el año pasado, me iba comentando cosas y yo alucinaba: los personajes que más le gustaban (Derek, ja, que a mí también -ya le dije que es uno de los que existió), lo que no quedaba plausible (un tío como Jack y va Mariona y pasa?), los títulos y cosas así. Anna tiene una corona de laureles que ríete la de Kate en la coronación.

Con Anna compartimos muchas cosas, y una es la pasión por viajar. Ella cada año hace un viaje con su hermana y a finales de abril fueron a... Serial!! Realmente a York, pero también recorrieron parte de los escenarios de Serial y me fue enviando fotos. Como en la oscuridad escribe (a ratos me manda sus docs de word, está en esa fase), la puse en un apuro: esos días tenía que escribirlos "para que no se le olvidaran". En realidad fue una encerrona porque una vez que me lo envió, lo siguiente fue pedirle que me dejara colgarlo aquí. Así que aquí está, y todas las fotos son suyas, aparte de las de dentro del hospital que las podéis ver todas aquí. Yo no conocía este asylum (aunque he conocido otros), pero no hay ninguno que, por dentro, describa tan bien lo que es Banderley. Casualidades (acaso estas existen?), Anna se alojó en un hotel al lado de este hospital que fue cerrado hace dos años, y se ha cerrado el círculo. Gracias Anna, por descubrirmelo!

No tengo ni idea lo que será de Serial ("dejarlo reposar" fue algo que me aconsejó Elena Rius por Navidades y tenía toda la razón: ahora le toca volver al congelador otros buenos meses) pero hasta ahora, aparte de pasármelo muy bien escribiéndolo, ha estado todo muy chulo por gente como la de arriba. Y por Anna. 

Muchas gracias darling por tu apoyo y por habernos escrito lo de abajo. Petons!!!

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Tienes que venir a verme. Tienes que venir a verme. Tienes que venir a verme. 

Esta es mi amiga, la incansable Mariona Calleja, la persona más pesada insistente de este planeta que un buen día se armó con un petate y un billete de ida y se largó (o se internó?) en un hospital psiquiátrico en mitad de la nada británica, allá por donde las Bronte y Bram Stoker hicieron de las suyas. Sí, he dicho Bram Stoker.

No es que Mariona estuviera loca, o no loca así, es que Mariona es médica y le dio por especializarse en psiquiatría. Y de entre todos los lugares en los que podría haber hecho su especialización, decidió ir a especializarse a Banderley, un hospital del que solo ver la foto ya me entraron ganas de salir corriendo.

¿Mariona, tú estás segura de esto? 

Tú no lo entiendes, tiene que ser aquí. 

Y lo decía con tanta convicción y con ese brillo de ilusión y anticipación en los ojos que al final terminó por convencerme que bueno, quizás sí, quizás tenía que ser allí.

Al principio me escribía mucho. Mariona es, además de psiquiatra, medio escritora y en sus cartas me desgranaba todos los detalles de su vida en aquel lugar: cómo fue su llegada, la sensación de soledad al principio, como era su casa, como era su jefe, como eran sus compañeros de casa, quienes sus amigos… Confieso que a veces sentía ciertos pellizcos de envidia por aquella experiencia de vida que se estaba marcando pero básicamente porque se había ligado un tipo mitad negro mitad asiático (mitad negro mitad asiático!) que la hacía ver visiones y le enviaba cintas con canciones. O sea.

Sin embargo, hacía ya un tiempo que la empecé a sentir extraña, como preocupada. Tanto es así que ni mencionaba a aquel tipo mitad negro mitad asiático que la hacía ver visiones y le enviaba cintas con canciones. Quería darme a entender que tenía mucho trabajo, que el volumen de cosas que tenía que estudia era inasumible… pero en su última carta, me soltó: ‘aquí pasa algo raro. No te lo puedo contar por carta. Tienes que venir a verme, tienes que venir a verme, tienes que venir a verme. Aquí no puedo hablar con nadie, todos miran para otro lado’. Joder Mariona, ya te vale.

Y yo, que soy de las que van, me pillé el primer vuelo y me planté en Manchester. El cómo llegaría a Banderley y daría con Mariona vendría después. De momento, aquí estaba. Mariona había conseguido que sintiera una curiosidad infinita por todo aquello y además, estaba preocupada por mi amiga. ¿Qué le pasaba a Mariona?

Una vez en Manchester lo más fácil para ir acercándome a Mariona era tomar un tren hasta York. Allí intentaría contactarla para avisarla que estaba allí. Igual en el hotel me dejaban enviar un mail, era un buen hotel así que seguro tendrían ese servicio. Otra cosa es que Mariona pudiera llegar a leerlo, caso de que pudiera o atinara a pasarse por la sala de ordenadores.

El tren de Manchester a York fue eterno. Era un Transpennine Express y el conductor se afanaba en recordárnoslo por megafonía cada cinco minutos. Tenía de Express lo que yo de lagarterana. Yo creo que si hubiera ido caminando, hubiera llegado antes. Me tocó un asiento de esos con mesita y a mi lado tenía una chica que no paraba de mirar el reloj y resoplar ‘oh, my god’ -pobre, qué tarde llegaba- y delante de mí un adolescente que se sentó, abrió su mochila y saco una caja en la que había unas bolas de algo comestible y un bote de tres litros de kétchup – muy useful cuando una se va de viaje, lleve siempre a mano un bote de ketchup y si es de tres litros mejor. Después, en otra estación de las trescientas en las que paró (express service, me parto) entró otro teenager que aún no había puesto el culo en el asiento ya se había dormido.

Después de dos hora y media llegamos a York. La estación era enorme y estaba cerca de mi hotel, al que llegué con un hambre atroz. El Churchill Hotel era precioso. Tenía que traer a Mariona si lograba encontrarla. Era una antigua Manor inglesa decorada con muy buen gusto y con un garden en el que me senté y me zampé un plato de fries y una pint de cerveza que me sentó como los ángeles. Pero tenía que solucionar lo del mail así que, una vez repuesta, me dirigí al amabilísimo recepcionista -también medio adolescente, ya sabía su madre que trabajaba ahí?- que deshaciéndose en sonrisas me acompañó a una sala y me señaló un ordenador: help yourself. 

Después de los correspondientes pitidos conseguí conectarme:

From: information@thechurchillhotelyork.com
Sent: Thursday, 27 th april de 1990 15:32
To: mcalleja@york.ac.uk
Subject: Sorpresa!

Hola, lóker.

Aunque bueno, no sé muy bien quién es ahora la lóker: agárrate fuerte: estoy en York. Te lo juro. Pero es que cómo te iba a dejar sola después de la última carta?? No sé muy bien como encontrarte así que espero que puedas leer este mail. Los del hotel fueron muy amables al dejarme usar su sala de ordenadores. También intenté localizar el teléfono de Banderley pero no ha habido forma. Así que apunta, este sábado voy a estar en Whitby. Quedamos en eso de los huesos de la ballena que dicen que hay? A las 12.00? No se me ocurre otro punto de encuentro que no signifique subir los quinientos mil escalones a la abadía esa. Luego me llevas tú si nos encontramos.

Estoy deseando verte y preocupada por ti a partes iguales así que más te vale aparecer.

Anna.

Ps. Si lees este mail contéstame: yo intentaré ir entrando para ver si tengo noticias tuyas. Please.

Ps2. Esto es lo que pasa cuando me dices más de tres veces que vaya. Que voy.

Misión cumplida. Ahora había que cruzar los dedos.

Subí a la habitación, me abrigué más – esta gente va a su bola, pase lo que pase en el resto del mundo, ellos tienen 7 grados y lluvia o amenaza de. Da lo mismo que estemos en abril como en diciembre- salí a la calle. A ver qué era eso de York. No había dado dos pasos cuando a mi izquierda se abrió un paisaje espectacular: un parque de un verde infinito que terminaba con un precioso edificio georgiano color ladrillo. Qué era aquello? Una escuela? Sería una boarding school como las de Torres de Malory? El recuerdo de aquellas novelas de mi infancia me hizo sonreír. Decidí seguir hacia la ciudad y dejar aquel parque y aquel edificio para otro momento. 

Crucé el arco de la muralla- que resulta que York tiene una preciosa city wall romana que la rodea por casi cuatro kilómetros! – y empecé a caminar por las callejuelas del old town y enseguida apareció ante mí la imponente Minster, una impresionante catedral gótica que parece encajada en el entramado de pequeñas callejuelas y que te saluda grandiosa y te deja sin aliento. Qué barbaridad. Si a eso añadimos el sonido de una flauta travesera por la que alguien soplaba ‘With or without you’ el resultado no podía ser más perfecto. Menuda preciosidad. Seguí caminado cada vez más maravillada por aquella ciudad. Las callecitas eran como de cuento pero sin parecer un decorado – cosa que pasa a veces en este tipo de ciudades, tipo Duvrovnik por ejemplp, que parecen un poco Port Aventura. Pero esta ciudad no. Esta ciudad, con sus tiendas, sus interminables pubs – fine ales and good food- es una ciudad de verdad, que palpita y vive a pesar de los turistas y los mirones como yo.

Eso sí, a las 7 de la tarde York era una ciudad fantasma. No había nadie por la calle, lo que me dejó con el privilegio de poder pasear por los Shambles prácticamente sola. Qué callejuela tan bonita, si dejamos a parte que tan idílico entorno había sido la parte trasera de las carnicerías en la edad media, de donde colgaban los cerdos y las vacas y corrían ríos de sangre en lo que hoy veíamos como una perfecta calle empedrada. Y lo que debía ser el olor. Oh, el olor.

Decía que crucé los Shambles y acabé en un fabuloso restaurante: Pairings. Decorado al más puro estilo ‘bistro’ tenía unos camareros amabilísimos y simpatiquísimos que me sugirieron para cenar jamón ibérico, cecina de León y queso manchego. Hombre no me jodas William, que soy española. Tráeme un pastel de carne de ese que tenéis que parece morcón o un yorkshire pudding! Al final me zampé un surtido de quesos ingleses excepcional (está bien, alguno francés se coló) paired (de ahí el nombre del restaurante) con un buen vino sudafricano (otra vez, el rioja lo dejamos) y un poco de chutney y quince. Qué delicioso.

Después de la cena, y seguramente por el efecto del vino, vi clarísimo que estaba donde debía a estar, que iba a ser facilísimo encontrarme con Mariona y que había tenido la mejor idea de mi vida con ese viaje incierto que me había sacado de la manga apenas una semana antes. 

Al día siguiente era viernes y hasta el sábado no iba a encontrarme con Mariona. Después de
desayunar volví a pedir a la recepcionista (ahora una chica, al de ayer su madre seguro que lo castigó) si me dejaba usar la sala de ordenadores para comprobar con frustración que no había ni una palabra de Mariona. Bueno, era temprano aún, eso no me iba a desanimar.

Me pasé el día pateando la ciudad, que cada vez me gustaba más y más. Me mudaría aquí con los ojos cerrados sin pensármelo ni una vez. Entré en la Minster (17 pounds entrar en la Minster! Estamos locos??) que si por fuera era espectacular por dentro directamente te dejaba sin habla. 205 años dice que tardaron en construirla. Madre mía. ¿Cómo debía ser aquello? ¿y el que dirigía aquella bestialidad? ¿cómo se lo ocurría? Tú ahora esculpe un dragón aquí, tú una rosa allí, tú aquí caras de santos y tú aquí caras de reyes. Y así doscientos años. Y los que se deberían morir aplastados por las piedras o precipitados desde las alturas mientras colocaban un arco? En fin. Si me dieran a escoger un deseo de esos imposibles, sin duda sería viajar en el tiempo para poder ver por un agujero todo aquello.

Después de la Minster llegué paseando tranquilamente hasta el Museo de York y la Clifford Tower, lo único que queda de un castillo normando construido allí en el año 1000. Allí, toda regia, en lo alto de un torreón, parecía saludarte en una suerte de reverencia que te provocaba su propia inclinación, una especie de torre de pisa medieval imponente y espectacular. Aunque después la imagen se desdibujaba cuando una aprende que allí hubo una gran matanza de judíos en el siglo XII, en uno de los peores pogromos de la Inglaterra medieval, en la que después de atrincherarse durante semanas y ser asediados por la  muchedumbre, decidieron suicidarse colectivamente: 150 personas en total, hombres, mujeres y niños. 

Con la intención de comer en el Shambles market volví para el centro de la ciudad pero no me gustó. Fue, en realidad, la única decepción de la ciudad. Así que terminé en Ye Olde Starre Inne, el primer pub con licencia como tal ahora no sé si de Inglaterra, de York o del mundo. Whatever.

Comida rica y buena cerveza y a abordar la muralla que absolutamente me fascinó. Las vistas a una ciudad limpia y bonita, con unas edificaciones espectaculares y unos jardines aún más espectaculares. Y el Dean park, con la casa ahí del diácono de la catedral o como quiera que se llame esa figura. Una impresionante mansión de ladrillo rojo con unos jardines impecablemente cuidados y relucientes. Qué humilde el diácono.

Alice, guía de fantasmas de York
A eso de las 8 había quedado con Lucy. Digo Alice. Mariona, en sus cartas, me hablaba de Lucy, una chica de Whitby (Mariona, lee mi mail y ve a Whitby, por favor) que se dedicaba a hacer tours de Drácula con su perro Vlad. Así que me llamó la atención el tour de Alice (o Mad Alice, nombre artístico) que también apareció con una perrita llamada Vilma, una Schnawzer mini de color negro a la que colocó una lucecita en el lomo en cuanto se hizo de noche para evitar que la atropellaran. Era una monada. El tour con Alice fue interesantísimo. Nos contó historias de fantasmas y de asesinatos, nos habló de Guy Fawkes, de Dick Turpin y de Margareth Clitherow esta última asesinada por ser católica y a la que le han hecho una casa/shrine en los Shambles, con la salvedad que en lugar de hacérsela en el número 14 que es donde vivía, el English Trust se equivocó y la han hecho en el 16. Shit happens, I guess. E ineptos, que los hay en todas partes.

Como el tour se terminó tardísimo – nótese la ironía - a las 9, es imposible encontrar nada donde me quisieran dar de comer, así que me compré un sandwich en Mark’s & Spencer Food y me lo comí tranquilamente en mi habitación con una bolsa Hoola Hoops y una coca-cola.

Al día siguiente era sábado e iba a ver a Mariona. Por favor.

Por fin era sábado. Me levanté muy temprano. Llegar hasta Mariona no iba a ser fácil y tenía que estar en Withby a las 12. Antes de desayunar volví a hablar con la recepcionista que ya era casi mi mejor amiga, y me dejó volver a entrar a mirar el mail. Nada. Desayuné en un estado de total pesimismo pero cuando salí a la calle me animé. Al menos no llovía y no hacía mucho frío. Los invariables 7 grados, para bien y para mal.

Hutton-le-hole
Tomé un bus delante de la Minster que me llevó hasta Hutton-le-Hole, un pueblecito en mitad de los Moors que parecía sacado de un cuento. Tiene su río – aunque quizás llamarle río es demasiado ambicioso, dejémoslo en stream – y su iglesia y su cabina telefónica! Paseé un poco, me tomé una taza de té en lo que antes había sido la escuela y ahora era una tea house y me tomé el siguiente bus que cruzó todos los Moors (y las hermanas Bronte?), esos páramos infinitos (ayúdame a mirar!) que me dejó en Whitby. Estaba nerviosa. Muy nerviosa. Y tenía el mal presentimiento de que Mariona no iba a estar.

Whitby estaba abarrotada de gente. Gente rarísima, vestida rarísima. De qué iba aquello? Al poco rato me enteré: era una convención de góticos. En serio? Cómo se suponía que iba a encontrar a Mariona entre tanta gente? Cuando por fin conseguí llegar al Whalebone Arch, faltaban 10 minutos para las doce y no había ni rastro de Mariona. Sólo conseguí  animarme con la vista que se presentó ante mis ojos de la impresionante abadía que apareció al otro lado de la bahía. Mariona, bonita, aparece por favor.

Pero pasaron los minutos y Mariona no apareció. Solo cientos y cientos de personas vestidas con atuendos de lo más variopintos y que si no hubiera sido por lo preocupada que estaba, me hubieran hecho hasta gracia. Eran casi las dos y finalmente entendí que Mariona no iba a venir. No había podido leer el mail? No había podido llegar? Tenía guardia? Le había pasado algo??

Conveción de góticos 1




Sin ganas de mucho, no me pude resistir a subir los infinitos escalones hasta la abadía,  apartando góticos de diversas formas y tamaños hasta que, sin aliento, conseguí llegar. A mi izquierda, el cementerio de Saint Mary me heló la sangre. ¿Dónde estaba Mariona?



Mi ánimo estaba por el suelo así que prácticamente hui de Whitby y de sus góticos y me tomé el tren hacia York. York y aquel hotel era lo más parecido a mi casa. Allí seguro que me tranquilizaría y sería capaz de pensar en lo que debía hacer a continuación.

En el tren me dormí y tuve unas horribles pesadillas en las que aparecían perros negros, crucifijos, mujeres con los labios muy oscuros y ballenas muertas. Me desperté ya en York, muy angustiada y con ganas de respirar aire fresco. De camino a mi hotel pasé otra vez por aquel parque con aquel edificio georgiano en el fondo. Pensé que un paseo me haría bien así que entré. No había apenas gente y la luz de la tarde le daba el tono justo para hacer que aquello pareciera una postal. A la izquierda del edificio había una pequeña iglesia tan bien colocada que hubiera podido ser perfectamente pintada por alguien. Y un poco más allá lo vi: pabellón de psiquiatría. Cómo? En serio estaba al lado de un hospital psiquiátrico? No me lo podía creer. Seguí caminando y me acerqué al edificio principal: Bootham Park Hospital rezaba el letrero. Era un hospital! Empujé la puerta que para mi sorpresa se abrió. Un escalofrío recorrió mi espalda: cuatro escalones, con una balaustrada grandilocuente llevaban a una puerta doble de madera con cristales mosaico de colores, entreabierta. El pasillo de baldosines en puzles granates, blancos, y azules. Se me puso la piel de gallina: era exactamente como Mariona me había descrito Banderley en una de sus cartas.

Foto de Richard Brigham
(Grandilocuencia victoriana)

Foto de Richard Brigham
(Los pasillos interminables con eco)


Foto de Richard Brigham
(Aquí transcurre el capítulo 48...LOL)




No sé de dónde salió, probablemente de la tensión y la incerteza de los días acumulados y de la preocupación por mi amiga, pero de pronto empecé a notar como las lágrimas rodaban por mis mejillas y empecé a sollozar muy fuerte. Lloré y lloré y me vacié del todo, mientras caminaba hacia mi hotel, incapaz de pensar en nada, sólo con ganas de darme una ducha caliente y meterme en la cama.

En cuanto entré en la recepción del hotel mi mejoramigarecepcionista me miró con preocupación? ‘are you allright??’. No podía hablar mucho así que asentí con la cabeza y me deslicé rápidamente hacia el pasillo. Pero ella insistió ‘you´d better cheer up, somebody is waiting for you in the garden’. ¿cómo? ¿quién me esperaba a mí en el garden?



Salí corriendo, muerta de curiosidad. Y ahí estaba. Mariona con una cerveza en la mano y una sonrisa en la boca:

- Lóker. Al final viniste a verme pero fui yo quien te encontró a ti.

~~Fin~~




13 septiembre 2022

Serial: Mirada (des)apasionada semanas después

En Septiembre de 2018 -hace 4 años- comencé a escribir ficción. No era la primera vez que lo hacía, he escrito unos cuantos relatos tanto en el blog como fuera de él, pero nunca me había planteado escribir "una novela". Y va entrecomillado porque me da pudor llamar así a “Serial” (tengo tentaciones de robarle el "nivola" a Unamuno, aunque por estas otras razones-él lo usó para distanciarse del estilo de novela imperante -realismo- a finales del siglo XIX). Al principio, en casa, se reían y es la forma como mejor he llevado esto: "cómo va tu novela", decían con retintín, o "no me puedo creer que hayamos venido a Yorkshire porque aquí performa la novela de la amá" (esta fue Mini en aquellas maravillosas vacaciones pandémicas que subimos a los páramos donde transcurre Serial).

Mi familia



Enmedio de todo, la pandemia
Ah sí, pandemia: esto es uno de los pequeños eventos que tuvieron lugar desde que empecé con esto. Crisis que se podía también ver como oportunidad: corría la primavera de 2020, cuando creíamos que íbamos a hacer todas esas cosas pendientes tipo ordenar fotos o volver a aquel instrumento. Pero nada, no ocurrió -tampoco el instrumento o el hornear (bien). Varias razones, pero una clara es que seguí escribiendo el blog (lo que pasaba tenía tal urgencia que no podía dejarlo de lado para contar una historia ambientada hace 25 años) e iba intercalando Serial. Tampoco ocurrió en la primavera de 2021. Por fin, a finales de la de 2022, el 27 de Junio en concreto, le di al último “publicar”. Casi 4 años y 130.000 palabras después (más de esto luego).
Ni una pandemia pudo acortar el proceso


Parones: pedir demasiado al lector
A veces hubo épocas de parón... creo que incluso una de varios meses. No fue nunca por bloqueo o similar, simplemente no me sentaba: la vida se imponía y no encontraba momento. Retomarlo tras los paréntesis largos era duro, yo misma no me acordaba y era mucho pedir que alguien lo hiciera, me hago cargo. Si siempre Serial tuvo menos lectores que las entradas del día-a-día del blog (que ya es decir), cada vez fue quedándose con menos. Esto me pareció del todo comprensible, pero yo no solo disfrutaba escribiendo, es que creía en esta historia - o mejor dicho, en esta no-historia, porque hasta el final no pasa mucho. Entonces pensaba que esos capítulos casi solo de "ideas" o pacientes puntuales tal vez se podrían leer como entradas independientes, porque la trama era lo de menos. Lo de más era mostrar un ambiente y que en él se propiciaran ideas: no me interesa la acción, aunque al final hubo bastante-para mi gusto.

Serial: Pura adrenalina


Las musas
Creo que ya he contado alguna vez qué me dio la idea de Serial: leí "The secret history" de Donna Tartt, una historia de estudiantes de clásicas en un campus universitario. Siempre me han gustado las "novelas de campus" como género- aquí hay una lista-, un grupo de gente que vive en una institución apartada de la sociedad -generalmente una universidad-, y lo que allí pasa. Pero esta era muy mejorable: demasiada acción y muy poco "mundo clásico". Para mí, hubiera mejorado si en lugar de describir el tiempo que pasaban subiendo y bajando a la cabina (era esa época) hubiera incluido largas conversaciones entre los estudiantes y algún profesor sobre literatura y filosofía de Grecia y Roma.  

Las obsesiones propias
Entonces surgió la idea: yo en una novela de otros querría leer sobre el mundo clásico, pero si yo pusiera a hablar a personajes míos, de qué temas hablarían? Dicen que todos llevamos al menos una novela /nivola dentro, y la mía tendríá personajes que hablan de la mente y del comportamiento, de literatura, de qué es naturaleza y qué es adquirido, de la experiencia de salir de tu casa a un país extranjero, del género humano, de qué significa la maldad, de cómo hemos de abrirnos paso las mujeres. Mis temas. 
Sus temas

El lugar: Banderley, otro personaje
Luego, dónde estarían mis personajes? En un sitio que me gustase, donde quisiera yo pasar muchas horas. Ese lugar podría ser Yorkshire, en concreto un edificio victoriano fantasmagórico al que podría llamar Banderley (homenaje espero obvio a Manderley), que sería un personaje más de la nivola. Había vuelto al principio: iba a ser una novela de campus -en la que el campus era un hospital enmedio de la nada. 



Escritura de mapa o de brújula?
Así que con esas mimbres, me lancé. Sin saber nada de lo que iba a ocurrir ni siquiera en el siguiente capítulo, sin conocer a la prota -ni saber al principio su nombre- ni que iba a evolucionar como lo hizo.  O sea, hice una "escritura de brújula", partiendo solo de las ideas de arriba, sin conocer la historia. 




Me encanta escribir el blog pero esto era aún mejor - aunque más duro. Al no haber escrito nunca ficción de cierta extensión, lo que no sabía es lo que me iba a divertir no saber cómo iba a terminar el capítulo (en este caso, la entrada).  Que me sentaba al teclado sin saber qué, y partía de una imagen, o una canción, o una idea, y de repente, me salía todo de corrido. Por ejemplo, a veces estaba leyendo un ensayo o un artículo y aprendía cosas, y en lugar de hacer una entrada fría de blog, lo digería y convertía en una conversación entre dos personajes. 

¿Ha funcionado eso? No lo sé: para mí sí, porque he leído el ensayo y me apasiona el tema, pero no sé cómo funciona con los potenciales lectores para los que los neurotransmisores no sea su interés especial. También he tenido que cuidar con las dis-cronías, porque hay cosas que se saben hoy que a finales de los 90, no. 

De todas formas, tal vez no sea objetiva, pero lo que firmemente creo es que no hay otra disciplina más apasionante que el intentar entendernos y entender al otro, luego mientras escribía, tenía claro que a mucha gente eso le iba a interesar. No sé si lo he transmitido bien, pero espero que se haya sentido con la vehemencia que creo esto. Siempre he pensado que, en las manos de un@ gran escritor@, el potencial de Serial hubiera sido enorme.



El gran tema: la voz
No le di vueltas a encontrar una voz, eso sí que sabía que iba a ser la mía, la del blog, tal vez un poco más cuidada. A ratos con humor, a ratos intensa, a ratos didáctica. Iba a ser en primera persona porque me resultaba más fácil, aunque sabía que corría el riego de que se me identificara con la protagonista. Si Madame Bovary c'est moi, que decía aquel, era yo Mariona Calleja? Evidentemente, todo lo que le pasa a ella no me ha pasado a mí, pero su voz, sí, c'est moi. 

Cómo manejar el río de montaña loco que son mis ideas
Mi técnica para escribir es diferente de esos escritores que dicen que "no ponen la palabra adecuada hasta que la encuentran". Yo escribo la entrada super rápidamente, de corrido, sin tener en cuenta el estilo. Las ideas me vienen todas de repente, y las tengo que atrapar, que no se me escapen. Después de esa versión, la empiezo a trabajar, una y otra vez. Es terrible pero la versión final siempre tiene más palabras, porque se han extendido ideas como con tentáculos. Soy así, una rollera.

Habrá que ir terminando, que esta gente se querrá ir
Mientas escribía, iba pegando las entradas en un docu de word. Cuando llegué a las 80.000 palabras pensé que tal vez debería pensar en ir terminando (se aconseja que una primera novela debe tener entre 80 y 120 mil palabras). Entonces no estaba ni de lejos cerca del final porque, no olvidemos, tenía que "resolver un misterio", que había dejado sugerido por ahí y que ni yo misma sabía exactamente cual iba a ser. 



Entiendo ahora a los escritores que hacen trilogías o sagas, o cuyos personajes salen en varias de sus novelas porque yo podría haber seguido escribiendo sobre la vida en Banderley indefinidamente: simplemente integraba en la vida de ese grupo de personas -a los que cada vez iba conociendo más yo misma- cosas que me interesaban a mí, lo que yo escuchaba, leía o veía. 

A partir de ese momento, perdí la libertad del principio, en el que me ponía a escribir y a ver qué salía. Sé que es lo que dicen todos pero (atención, esto tiene un tortazo, pero es que fue así), entonces las historias se empezaron a cerrar casi ellas solas.  

También sentí cierta preocupación sobre la sensación de vacío que iba a tener al terminar: ya no iba a pasar más tiempo con esos personajes y en Banderley (esto me ha pasado alguna vez con libros leídos). 

La poda: ese dolorosísimo proceso
Serial tiene 129,000 palabras. Según Stephen King en "On writing", hay que quitarle 12.900 (10%). Ese es mi trabajo ahora, y me va a costar un dolor. No sé bien para qué. Y aquí enlazo con el futuro de Serial, que tampoco sé cual es. De momento, que lo tengo que leer del tirón, a ver si se sostiene. En esa lectura, tendré que "podar" y encarar algunos temas como los tiempos verbales que desde hace mucho sé he cambiado (de escribir en al pasado pasé sin darme cuenta al presente, y me gusta más). Dejar pasar un tiempo y luego... no sé. 

"Voluntarios"
Aparte del par de divagantes que han ido leyendo (os quiero), tengo a algunos amigos que "se ofrecieron". Dos de ellos no me han dicho nada. Otro es psicólogo y está leyendo una traducción informática al inglés (pobre): la parte "ensayo" de Serial es su profesión, luego no es un buen termómetro sobre si esa parte es aburrida para lector de fuera del ramo.  Hace poco empezó un amigo del Peda que tiene tres novelas publicadas y cuando llegan sus emails los abro con la emoción de una niña a la que le dan las notas. 

Serial: solo para iniciados?


Y al final... donde empieza todo
La sensación de vacío no llegó tal vez porque desde que le di a "publicar" al Serial 50, he tenido un largo verano de por medio con mucho que escribir. Pero antes de irme comencé esta entrada, para aclararme yo misma sobre qué era eso que me había ocupado tanto tiempo físico y mental. Hoy la termino, más de dos meses después sin haber llegado yo a una respuesta racional clara -como me gustan a mí las cosas. 

La respuesta -nada racional, pero muy clara- me encontró a mí una noche de agosto. Por la huelga de trenes tuvimos que coger un autobus desde el aeropuerto. Cuando llegamos a Londres me di cuenta de que el bus paraba allí, en Victoria Coach Station, el lugar donde llega Mariona Calleja al comienzo de Serial. Esta estación es también a la que llegué yo hace 25 años, y he pasado muchas veces sin ni siquiera considerarlo. Esa noche al ver el rótulo y salir por el pasillo hacia la calle descubrí que la idea de mí misma allí, recién llegada, nunca me causó -ni ahora tampoco, claro- ni una fracción de la emoción que me estaba provocando pensar en Mariona con sus maletas en Victoria Coach Station donde, como siempre, llovía. 

Victoria Coach Station: Aquí empezó todo


27 junio 2022

Serial 50. Fin de Serial

Ya no será

ya no

no viviremos juntos

no criaré a tu hijo

no coseré tu ropa

no te tendré de noche

no te besaré al irme

nunca sabrás quién fui

por qué me amaron otros.

No llegaré a saber

por qué ni cómo nunca

ni si era de verdad

lo que dijiste que era

ni quién fuiste

ni qué fui para ti

ni cómo hubiera sido

vivir juntos

querernos

esperarnos

estar.

Ya no soy más que yo

para siempre y tú

ya

no serás para mí

más que tú. 

Ya no estás

en un día futuro

no sabré dónde vives

con quién

ni si te acuerdas.

No me abrazarás nunca

como esa noche

nunca.

No volveré a tocarte.

No te veré morir.


Cierro el cuaderno durante unos minutos, me abrazo a él, fijo los ojos en la claraboya. Está todo oscuro, pero ya me va bien: no quiero ver nada. Esta misma operación ocurre varias veces en la noche durante la lectura del cuaderno de Sylvia Lannister. Es historia personal, con poemas suyos intercalados, con poemas de otros: una amalgama que se resiste a definición. Es algo confesional, reivindicativo, explosivo. 


Conocía su pasión por la poesía, pero quién me iba a decir que se atrevía a saltar idiomas y décadas y continentes, océanos; quién me iba a decir que una inglesa de fin de siglo conocería a una uruguaya nacida en 1920 de la que yo nunca había oído hablar, Idea Vilariño. Este poema, copiado con su letra antigua, "Ya no", es tal vez el poema de amor más triste que yo haya leído nunca, igual que lo es, de entre todos los conciertos, el de chelo de Elgar de hace unas horas en la fiesta. Lannister, que lo incluye en un momento muy significativo de su cuaderno, explica que Vilariño se lo escribió a su amor, Juan Carlos Onetti, con el que tenía una relación muy complicada. En otro punto, habla de Charlotte Perkins Gilman, de cómo le impactó "The yellow wallpaper", relato de enfermedad mental y feminismo. Perkins Gilman, que desoyó la prescripción médica de "descansar en cama" para tratar la depresión postparto que la estaba matando. Y que logró salvarse dejando a su marido y abriendo ventanas a estímulos intelectuales - en su caso sufragismo y socialismo. Y luego, claro, estaba Plath, mucha Sylvia Plath en poemas completos, o fragmentos. Vilariño, Perkins Gilman, Plath: todas mujeres que sufrieron por sus parejas. 

Pero eso lo explica en otra parte del cuaderno, y ahora estoy asimilando el poema de Vilariño, que es como mirar el mar desde un acantilado de noche.  No me abrazarás nunca / como esa noche / nunca. "Ya no", el poema, está intercalado en uno de los muchos intentos de Sylvia de dejar lo que tenía con Steen. Son tantos momentos y tan claustrofóbicos, que a ratos me parece que me falta el aire. Y describe el desgarro como ya me imaginaba que sería capaz porque, alguien que se abre en canal en notas clínicas que puede leer casi cualquiera, en un cuaderno privado es capaz de todo


Sylvia empezó con este cuaderno en un punto de su relación con Steen, pero obviamente escribía antes: aparte de lo que compartía con el Grupo Bandersbury, escribía un diario, y poemas y relatos. Aquí hay alusiones a su vida pasada: el novio de hacía un tiempo, en Berkeley con una beca post-doc dando clases de literatura. Su obsesión por la poesía, desde que era pequeñita. Su amistad con Isabel Archer, con la que tal vez compartía el haber elegido este trabajo solo para adentrarse en el alma humana. El grupo Bandersbury, recuerdos y cierta añoranza brumosa. Todo esto, se vería pronto, solo estaba incluído como contexto de su situación actual.


En las primeras páginas, queda claro que Sylvia está confundida: hace un tiempo que su jefe y supervisor, el doctor Damien Steen -Dam, como a él se refiere- ha iniciado una aproximación extraña hacia ella. No parece tener un componente romántico ni sexual, solo un interés por compartir su gusto por poesía. Todo comienza en conversaciones en supervisión - si hace buen día, paseando por el bosque. Más tarde en poemas que él le deja en el correo interno, en el bolsillo del abrigo, en el buzón de su casa. Otras veces, él hace como que nada de esto ha ocurrido, o no le deja poemas en un tiempo. Todo lo que pasa despacio, pasa mejor y compartir poesía durante meses es un vicio en sí mismo. Poco a poco, lentamente, él no tiene ninguna prisa. Reforzadores Positivos Intermitentes, los más efectivos, dice el conductismo. Sylvia describe tan bien la emoción del momento de ver el trozo de papel doblado, su corazón a mil, y luego no poder dormir, no parar hasta memorizarlos, hacerlos suyos, poderlos recitar con la mirada perdida, disociada, en un punto del infinito.


Cuando ella le empieza a dejar poemas a él, se siente mal. No sabe por qué, pero cómo hablar de esto con su novio que, mientras ella en mitad de la noche le escribe un poema a Dam, está ajeno inspirando a una clase de estudiantes californianos a leer a TS Eliott. Pese a todo, continúa, en medio de problemas de conciencia, culpa, remordimiento, que dan mucho juego literario en su cuaderno. Escribe una mente en conflicto con ella misma, con su rol como novia, con las expectativas de la sociedad de una mujer en su circunstancia. Son entradas llenas de desazón y vértigo pero también de solo-se-vive-una-vez. Son todas las mentiras que la humanidad se ha dicho a sí misma en esas situaciones -no hay nada nuevo bajo el sol. Pero también todas las verdades: seguro que en el lecho de muerte, la gente debe dolerse por lo que no hizo, por el momento no vivido. 


Entonces fue la época en la que se empiezan a comunicar además a través de las notas clínicas: Sylvia cree que todo es referido a aquello que le está pasando y está presente en todo lugar.  En el hospital, nadie nota nada: él sigue flirteando con su harén de enfermeras cuando pasan planta- todas desesperadas por una gracia suya-, pero con ella el juego es diferente, menos evidente, más oscuro, y Sylvia se siente enloquecer de júbilo. En el grupo Bandersbury, alguien tal vez anota que si su poesía siempre había sido de alguna manera desgarrada, ahora ha cobrado la intensidad del que escribe con su sangre.


Cada vez menos se pasea su novio por sus duermevelas, probablemente en esos momentos una playa hasta arriba de cannabis y enrollándose con chicas con cintas en el pelo. Esa imagen en su cabeza, su novio besando a hippies, le parece inocente y casi tierna, nada que ver con su despeñarse por un barranco con este hombre con el que tiene una relación de poder, que le lleva más de 20 años, del que todas las enfermeras están enamoradas y al que espera su mujer en casa cada noche: ¿qué puede ir mal? Algo le dice a Sylvia no solo todo esto, sino además que Steen no es trigo limpio.


Pero le da igual: cuando se deja de pensar con claridad, como ocurre por definición en todo enamoramiento, ese estado de enajenación mental transitoria, todo esto da igual. Lo que te dice tu sentido común o te diría tu madre, tu hermana, tu amiga, las feministas de la primera, la segunda, la cuarta puta ola, todo da igual. Así que ella se lanza y se lo dice, porque “esto que tenemos, nadie, en ningún sitio, jamás lo tuvo” y no se puede dejar pasar. Pero él responde con el "The dark end of the street", que yo ya me sé de memoria de tanto escucharla. Y Sylvia copia parte de la letra en su cuaderno, y lo rodea: siento como le duele cada vez que va por encima de las letras: “Hiding in shadows where we don't belong”.  No, Sylvia,  no puede ser, es lo que ya sabías antes de comenzar, cuando estabas en el borde del trampolín antes de saltar. De qué te sorprendes ahora, tonta, más que tonta, en qué estabas pensando idiota.


Todo da igual, porque cuando empieza el sexo -cuidadosamente pautado por él- es la repetición magnificada de todos los sentimientos anteriores. Si antes era la culpa, el anhelo, la desesperación de la ausencia, ahora es el terror de que se acabe aquello algún día. Porque lo que pasa con Dam -Sylvia me persuade de que llamarlo sexo es banal- no tiene que ver con nada que ella hubiera tenido antes con su novio, con previas relaciones, con rollos de una noche. Aquellos encuentros pasan a ser una especie de estado de gracia, son meterse morfina, entrar en trance, perder la orientación y el sentido.


Pero otras veces, cada vez más, son tocar fondo y no poder ni querer salir de ahí, en esa sima oscura y densa que no es normal, ni conduce a nada más que a sí misma, regodeo de lo abisal. La adicción mental se vuelve física y Sylvia describe lo que más bien parece una no-vida alternada por momentos de luz tan intensa que ciega, y que la deja deslumbrada hasta la siguiente dosis. Sabe que no controla nada, pero que quiere seguir sin control -esto es de primero de adicciones. Pero cada día más que el anterior, Sylvia termina derrotada, queriéndose ir a su casa, a la cama, al útero materno y no salir jamás. Todo está en juego: el respeto por sí misma, su salud, su vida. Porque cada día se siente más baja, más detestable, más mierda,  


Pero un día -y aquí aún tenía fuerzas para coger un libro- releer el primer capítulo de la Señora Dalloway -"en el triunfo y el tintineo y el extraño rugir agudo de algún avión en lo alto estaba lo que ella amaba: la vida; Londres; este momento de junio. Porque era a mediados de junio. La guerra había terminado"- le da la fuerza. Y coge impulso, y empuja desde el fondo con los pies. "Ya no", el poema de Vilariño marca el punto de inflexión. Y a punto está de salir. Pero él no quiere, y no se lo permite.

A partir de "Ya no", Dam cambia de táctica y comienza el sitio de Sylvia. Además, peligrosamente, lo sabe todo de mujeres atormentadas: es su trabajo. Ella no engaña: ya físicamente Sylvia es una delicada ninfa de los ríos, pero él sabe de su sensibilidad especial por lo que escribe y cómo lo escribe, y sabe de su vulnerabilidad en esos momentos. Dam es incansable, pero no lo parece, lo hace muy bien. Pretende lo que no es - nuestro único amor arrebatado, nuestra pasión particular- y ella, sin poder ya pensar ni explicar nada, solo mostrar una aquiescencia como drogada, en la que deja gradualmente de ir con sus amigos a tomar algo a Serotonina, o bajar a Whitby, y en su lugar contarle cada paso del fin de semana, que él lo lea todo, lo sepa todo. Su poder, su control: sin necesidad de utilizar ninguna fuerza física. 

En las siguientes semanas, debe ser evidente para cualquiera que sepa mirar que ha perdido mucho peso, que tiene ojeras marcadas, y lo que en el principio atribuyen sus amigos de Bandersbury a su intensidad poética -casi mística- queda claro para mí, que estoy leyendo esto unos años después, que son los pródromos de una depresión clínica de caballo. Pero en un hospital psiquiátrico nadie lo sabe ver. Deberían haberse preocupado cuando Sylvia deja el grupo de escritura, deberían haber averiguado de qué iba aquello: una expresión más del control coercitivo que ejercía sobre ella Dam, Damien, el maldito doctor Steen.

Sylvia escribe poemas desesperados en esa época, poemas sobre zorros agonizando atrapados en cepos que no acaban de morir, de grietas negras en el hielo en la periferia de un glaciar, de uñas que se clavan y dientes que muerden y ojos vacíos.  A medida que avanzan las páginas, es sobrecogedor cómo la enfermedad la tiene agarrada desde dentro, cómo no piensa con mínima lógica, cómo todo son círculos de los que no puede salir sola, ni siquiera haciendo aquello que la ha salvado tantas veces y que es su mayor pasión en la vida: escribir. 

Cuando empieza a describir ideas de suicidio son solo vaguedades: "tal vez no merece la pena estar aquí". Poco a poco, comienzan a cobrar cuerpo, y se intercalan con lo que me parece palpable es abuso emocional. El sexo es cada vez más en sus términos, los de él, usado tanto como castigo como premio -de una manera que a ratos apoya su lógica -inaceptable, vista de lejos- y otras veces aleatoria y por ello más desoncertante y desestabilizante. Lo único que sabe Sylvia ahora es que se está volviendo loca, y que no hay salida. Las ideas ocasionales de suicidio han evolucionado a frecuentes, y de ideas a planes potenciales, y de ahí, a empezar a robar pastillas de la planta, por si se ve desesperada. Como si no lo estuviera ya. Sola, desnuda, acurrucada en la esquina de un almacén abandonado, así es como se describe y esa imagen me hace cerrar el cuaderno y llorar desconsoladamente. Por ella, y por mí: porque sé que esa imagen nunca saldrá ya de mi cabeza y me acompañará siempre. 


Después de un rato en el que me parece que todo esto es demasiado por sobrellevar, algo cambia. La misma imagen me da ahora a mí, replicando un momento de Sylvia, impulso para empujarme: tengo que compartir esto. Abro de nuevo el cuaderno y paso páginas rápido, leyendo aleatoriamente frases, trozos de poemas, y escucho su inflexión de voz: ahora que conozco la historia, me puedo parar en la forma de contarla y me doy cuenta que todo el cuaderno es lo que se llama literatura. Pero aparte de esto y de que mueve y conmueve, es además un arma. Y no solo para hacer justicia -alguien tiene que parar a Steen-, sino para que muchos lo lean y se encuentren, o tal vez para que otros estén alerta para el futuro. Pero sobre todo, por ella, porque no puedo dejar que un talento así se quede enterrada en unos túneles, una vaga memoria de un grupo que escribía: su lugar está ahí fuera,en las librerías, en las bibliotecas y en el corazón de la gente a la que va a tocar con su magia, como lo ha hecho con nosotros.  


Sylvia, estabas esperando a que alguien como yo, un día, pudiera encontrar tu cuaderno. Con tremenda ambivalencia, eso sí, porque tengo claro que la razón por la que tú misma no dejaste este cuaderno más visible fue por vergüenza. Como si esto hubiera sido culpa tuya. Como si, aparte de tu bondad e ingenuidad, hubieras tenido algo que ver. Pero aquí estoy yo, para intentar por todos los medios publicar este cuaderno, que será tu libro. Lo sé, Steen, tengo mucho que perder, pero por algo tan enorme como esto merece la pena arriesgar a quedarme sin carroza. 


De repente, un ruido abajo rompe el silencio absoluto de las horas que llevo aquí leyendo. Hay un forcejeo: están intentando abrir la escalera del desván. No hay cerrojo para echar desde arriba y no hay posibilidad de esconderme aquí. Estiran y la escalera ha ido para abajo. Y entonces, la cabeza de Sister Harding, seguida del señor Foster: nunca me había alegrado tanto de ver a alguien. Harding me abraza, y yo a ella, y las dos estamos llorando. Es como si ella supiera, como si ella hubiera sabido desde hace años, en primera persona, lo que yo acabo de descubrir.



El señor Foster era el único que sabía que existía el desván y que yo subía aquí, igual que Harding fue la única que se dio cuenta de que yo me había ido de la fiesta: forman un buen equipo. Cuando por fin bajamos, al final de la escalera están mis amigos: Sandip, Marla, Will, Yolanda, Richard, Isabel, Duncan, Morgana. Todos pálidos, las lentejuelas mate, como una compañía de titiriteros baratos -dónde quedó el grupo teatral algo venido a menos de hace unas horas. Me abrazan, me hacen una melé, y al separarnos sabemos que tenemos que hablar.


Y así es como amanece -y eso es decir mucho en diciembre en Yorkshire- ese domingo, todos alrededor de la chimenea en los sofás amarillos, yo voy contando mi historia, y ellos van recordando todos los momentos, todos los suspiros, todos los cambios de tema. Del terror grupal por lo que había pasado, del miedo de hablarlo, o contárselo a una nueva. De la culpa con Sylvia: por no haberlo reconocido, por haber mirado para otro lado, por haberle fallado. En una esquina, muy callada, está Sister Harding. Cuando al final se pone a hablar, se instala una nube oscura sobre nosotros: poco había cambiado la manera de operar de Steen en todos estos años. Hace muchos, Harding fue enfermera en la planta de perinatal pero, aunque con cicatrices, logró escapar. Tal vez era más fuerte, tal vez más cobarde, tal vez con otras prioridades, tal vez no tenía otra opción, pero decidió no perder su carroza. A cambio se le cerró el corazón, se le hizo de hielo, se transformó en la Sister Harding de mi primera noche, severísima bajo las gárgolas iluminadas. Este mecanismo de defensa le fue bien durante mucho tiempo: convencerse que lo que le había hecho Steen era algo suyo, privado y como tal lo tenía que manejar. No tenía nada que hacer frente a uno de los médicos más carismáticos de Banderley: quién se creía que era ella, una enfermera de pueblo arribista que seguro lo había instigado. Los años pasaron, los laureles, los hijos, los viajes se sucedieron para Steen; ella se quedó anclada como enfermera jefa de la planta de Cook. Su mente bloqueó lo que pasaba con la hilera de residentes y enfermeras que rotaban en la planta de Steen, hasta que llegó Sylvia. Entonces los fantasmas empezaron a aparecer cada noche, aunque seguía igual: no lo podía hacer sola. La culpa, la rabia y el dolor iban a destruirla, pero la vergüenza era viscosa y enorme. Así que esperó y esperó, igual que esperaba el cuaderno de Sylvia, ambos enterrados, a que érase una vez, de un país muy lejano llegara alguien, curiosa y audaz, a la que dejaría pistas en forma de regalo de Navidad. Quién lo iba a decir, aquella persona era ese ratoncito asustado de hace un año: yo.



Es 23 de diciembre, en el aeropuerto de Manchester: vuelvo a casa por Navidad. Encuentro una cabina y marco el número de Wences:


-No sabes la de cosas que tengo que contarte, Wen, pero no tengo más que un minuto para despedirme.


-Mi niña! ¡Te vas a casa! Tu familia no te va a conocer!! Ah, y lo primero: felicidades por pasar tu examen!!! A la primera!!!!


-¿Cómo lo sabes? ¡La carta llegó ayer! - le digo


-Tengo mis informantes, que obviamente no son tú -dice- ¿Cuándo echas la solicitud para la plaza en mi hospital? Ya les he hablado de ti...


-Yo que sé Wen, tengo que pensar mi vida, han pasado muchas cosas...


-¿En el manicomio? ¿En serio? Va a tener que ser una buena historia para rellenar estas Navidades de guardia… las primeras que paso fuera de casa - y termina pretendiendo una voz llena de pánico.


-Ay qué llorica eres, te llamaré desde allá… una cosa, escucha: ¿no tenías una amiga en una editorial?


-Sí, Joanna, muy amiga nuestra...


-En enero, ¿me podrías poner en contacto? Tengo una cosa que quiero publicar- le digo, tengo el cuaderno de Sylvia conmigo - Esto se corta! Love you!


-Love you too, Mariona, vuelve pronto... 


Y sí: se corta. Pobre, como yo el año pasado: trabajando en Navidades y además con las nevadas y los regalos misteriosos y la soledad de Banderley. Localizo el buzón de todo aeropuerto: siempre me han parecido muy literarios, cuántas novelas podrían empezar así - la prota echa una carta y vuela. Llevo un montón de felicitaciones -que son en realidad agradecimientos-  que he ido escribiendo en el tren - en esto ya me han hecho británica. Las voy cerrando y echando de una en una. Mark, gracias a ti descubrí el misterio, cómo va ese brazo. Yolanda, Marla, Morgana, gracias por la amistad, y tienes el kogai encima de la mesilla. Sandip, gracias por retar a mi paladar y mi paciencia. Isabel, gracias por las Bronte y por haber querido a Sylvia.  Will, siempre te deberé a Plath. Sister Harding: gracias por la valentía, por cuidarme y rescatarme. Doctor Cook, gracias por Hobbes, Rousseau, los yanomamis y los intentos por que sea una psiquiatra integral. Jack, gracias por el soul, el blues, James Carr (encontraré la otra canción en vacaciones, ya verás)- y - dudo si escribir esto -, por Hampstead Heath. 

Llaman a embarcar. Miro por los ventanales y, al igual que aquella tarde hará más de un año en Victoria Coach Station: por supuesto, llueve.



~~FIN~~