Hará cosa de un año se narraron aquí los días de visita familiar a un destino playero del Levante de cuyo nombre no quiero acordarme. El divague se titulaba "Vacaciones playeras: instrucciones de uso" : acabo de leerlo y ya estoy cansada; esos días pasaron muchas cosas. Sin embargo, este año en esa misma visita casi no ocurrió nada, por lo menos los días que estuve allí sola con mis padres y mi hija, hasta que llegaron Roc y sus padres los Jekes. Espero que se valore que no pase nada no es fácil, hay que currárselo: si una se despista, puede de repente encontrarse enmedio de una cena con los vecinos de arriba, un festival o incluso un supermercado. Pero tranquis, una tiene tablas (aunque al super tuve que ir de sherpa). Y claro, que no pase nada debería ser también un impedimento para escribir sobre esos días, pero esto se llama "divagando" por algo. Ahí vamos.
Medusas, medusas
La única actividad -por llamarla de alguna manera, en realidad me refiero a "salir de los metros cuadrados de la piscina de la comunidad"- de estos días consistía en caminar 200 metros a la playa a las ocho de la mañana a ver peces. Dejar en la orilla las chanclas, las gafas de sol, el sombrero y un pequeño pareo que me ato a la cintura, colocarme las gafas de bucear y nadar hacia dentro. Al rato hay una parte en la que a la roca le sale "un precipicio" y ahí viven un montón de peces. Entonces giro noventa grados y nado en paralelo a la pared, encontrando peces enormes, chiquititos, algunos plateados, otros grupos negros, alguno de múltiples colores. Hay muy poca gente a esta hora y me encanta.
Pero, oh, uno de los días, descubro una cosa rarísima bastante grande de color rojizo: ¿una bolsa de naranjas con pequeños mejillones dentro? En un nanosegundo, la región alerta de mi cerebro a tope (alarmas, luces rojas): ¿es eso una medusa? Argh! Cuando lo pienso ahora, es cómico, porque me pongo a nadar en la otra dirección como si fuera un tiburón (atención a la situación de "una medusa persiguiéndome").
Este es el primer incidente "medusa" y aunque (spoiler alert) este verano no me ha picado ninguna (el año pasado, dos), han sido una amenaza constante. En el pasado no pensaba en medusas cuando me metía al agua y este es uno de los componentes que han contribuido a mi sensación (tan de primer mundo) de "ya no hay donde ir" (bueno, tal vez al Mar del Norte, con sus 14 grados).
Motivaciones para llamar a tu hijo Domingo
Al volver a casa, me hacía fuerte en una hamaca en un rincón de la piscina donde daba la sombra toda la mañana. Ahí estaba el portero -que se llama nada menos que Domingo: por qué?- pasando la manguera, que seguro no entendía nada: esta guiri se planta aquí a las diez a la sombra con su libro. Guiri de la peor clase porque habla castellano perfectamente y aún así lleva sombrero, gafas de sol y cuando entra al edificio parece la mujer invisible. Ah, que no he contado que cuando llegué aún estuve covid + durante unos días, así que había que sumar a la ecuación la mascarilla en interiores. La imagen que me devolvía el espejo del ascensor era dantesca.
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Hacia el sur, empezando a Richard Ford |
Mis conversaciones con Domingo eran breves por mi motto de la semana "dejadme en paz", pero podrían haber dado para una serie. Domingo (necesito repetir su nombre) debe tener como 40, no es muy alto, juerguista de festivales y habla muy deprisa, como cuando pones los audios a 1.5, tal vez dos (siempre pensé que JAL o Mini lo imitarían bien). Dicen que los ricos hablan despacio porque tienen tanta sensación de privilegio ("entitlement"), que creen que todo el mundo tiene tiempo para escuchar todo lo interesante que tienen que decir. Los pobres, sin embargo, somos más de hablar rápido porque tenemos menos posibilidades en la vida, tenemos que meter nuestro mensaje en el poco hueco que nos queda. Una variante del "no quiero molestar" de Bryce Echenique. Pues bien, Domingo debe ser MUY pobre, aunque su status de whatsapp me revela que, como viene siendo ya una triste moda, posiblemente sea votante de la derecha. Y la razón por la que tengo su teléfono es la están pensado: un día llegaba un paquete y nosequé, pero podría haber sido otra. Un día me pregunta "por el que falta aquí" (aka El Peda) y yo, "que no ha podido venir, que si trabajo, que si fémur roto, que si la tía Sisebuta". Domingo, recogiendo la manguera dictamina: "Pues ya sabes, hay que aprovechar". Y yo, un ja-ja y un "totalmente", sin tener muy claro qué sugiere. Como diría Richard Ford (libro que estoy leyendo), "qué maravilla es el misterio". Todos los males vienen de querer aclarar las cosas.
Exhibicionismo siestil
Después de comer, cambio de localización porque el sol ha girado y la única zona de sombra es al otro lado, bajo las palmeras. A esa hora tampoco hay nadie porque "la-ola-de-calor". Yo tengo que bajarme porque no me queda otra: no quiero estar en casa con la mascarilla (nota: conseguí no transmitir el covid a nadie, que en un apartamento de dos habitaciones tiene su mérito). Además, mis padres duermen la siesta en la Antártida: todas las persianas abajo, y un frío de esos por los que en invierno pones la calefacción. En fin, que soy una sin-techo a las horas que Salud e Higiene recomienda estar dentro.
Pero eso sí, ese rato sin nadie -como pronto por la ma ñana- está genial (oh Señor, ¿qué será tener una piscina privada!?): me baño para refrescarme y me quedo frita en la hamaca, donde sueño cosas extrañas (¿bailo con Domingo a ritmo de Juan Manuel Soto en un festival?). Cuando me despierto a veces ya hay gente que me han debido encontrar en posición fetal, tal vez tapada, como si estuviera en mi camita. O sea: las antípodas de los elementos piscineros profesionales que toman vitamina D en decubito supino, tal vez prono, embadurnados de aceite y una cosa para cubrirse los párpados. A mí solo me falta el osito de peluche. Igual domir así en exteriores debería ser delito.
Dinamizadora reluctante
A partir de las cuatro, empiezan a bajar los sospechosos habituales de los que, según mi madre, me he hecho La Jefa (por lo menos desde su ventana). Vamos, que la piscina estaba de luto cuando me fui (mamá, ¿no será porque llovía?). De nuevo tiene mérito porque me he esforzado también en evitar toda relación social tanto 2.0 como vía el éter (luego hablaremos del drama del wifi): nadie más reacio a la dinamización grupal que yo.
Aún así, imposible no rendirse ante Willy, el holandés que baja con un taca-taca y su mujer. Willy debe tener como 80, vive allí todo el año y no habla castellano. Su inglés nos permite comunicarnos con aguna confusión divertida y mejor así porque algo en su discurso me hace intuir cierto vestigio del discurso de sus políticos tan "frugales". Tiene esa típica cara de todo holandés y es simpatiquísimo: quiere hablar todo el rato pero se da cuenta que tengo un libro entre manos y sospecha que tal vez, no sé, quiera leer.
Un rato más tarde baja un hombre argelino con su mujer que va en burkini. A esta gente la recuerdo del verano pasado cuando la Pool Police (unas mujeres que imponían la Ley-de-la-piscina) le llamaban la atención por meterse al agua vestida. A mí no me ilusiona que se meta con tanta tela, he de admitirlo, pero no le digo nada. Igual está más sucio el bañador-bermuda-larga de cualquier adolescente que el sayo de esta mujer.
Su marido -por supuesto, con cómodo bañador occidental- es un pesado integral que la ha tomado con Willy: se sientan a su lado y montan "un corrinche". Un día me encuentro -por falta de planificación- trágicamente enmedio de ellos dos y rápidamente me ofrezco a cambiarme. Willy el pobre no quiere, pero el argelino ya está moviendo hamacas. Ni por la munición para divagues me quedo yo ahí.
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El otro "Viejo de los Alpes" |
Luego están "los de arriba", una pareja de profes de secundaria de un lugar de la Mancha (y esto no es cliché, de cuyo nombre no puedo acordarme) que tienen dos hijas de la edad de Mini. Otros que solo quieren hablar y besar: los primeros días, cuando les digo que "tengo catarro" (da cierto palo dar la variante de la que estoy infectada) afirman "da igual, eso son los aires acondicionados". [Nota: la variante covid de agosto era la "Eris" pero he leído que ahora funciona la "Pirola" y no puedo expresar cuánto me gusta este nombre: para los vetústicos tiene grandes connotaciones porque "hacer pirola" es no ir a clase. Con el tiempo aprendí que cada zona de la piel-de-toro tiene su acepción: "borota" (Pamplona), "toros" (Soria), "campana" (viejuno), "pellas" (no sé dónde)]. Con estos vecinos hay que tener particular cuidado porque son muy fiesteros y tienen amigos y siempre están dispuestos a que te unas a sus festejos, restaurantes mexicanos y conciertos de Raphael. Pero "La vieja de los Alpes" se las sabe todas, especialmente avezada en esquivar, con grácil movimiento de cintura, esos avances.
Necesidades básicas no cubiertas: Wifi
Del verano pasado rescatemos también al "ángel del infierno" argentino. Es otro residente de todo el año y también simpatiquísimo. Tiene una Harley y un día viene todo disfrazado tras su paseo matinal: Che, menos hablar y más invitarme a una vuelta. Le hace gracia que me baje a la piscina con un vaso de plástico donde llevo té frío y mi status de indigente digital.
Porque mis padres tiran de datos, luego no han contratado ningún paquete de wifi para hacer más soportable esta distopía. Eso sí, me presentan a su vecina que es una jubilada de Madrid muy estilosa que se pasa todo el día en la playa. Su hijo Néstor, que vive en Tampa, EE.UU., es que el maneja esto de la informática, y le aconseja por teléfono, en riguroso directo, que no nos dé la contraseña porque tiene "poca velicidad" contratada: "yo solo lo tengo para ver el tenis". Le agradezco de todas maneras pero no será tan fácil huir: como todos en este edificio, quiere hablar. Me cuenta que va bastante a América a ver a Néstor pero que "volar ya no es como antes, que las azafatas te ayudaban" (entra un flashback de esas azafatas de los 70, todas ex-modelos profesionales, con gorrito y guantes, que asistían a los señoros ejecutivos a reclinar su asiento, y que te traían Bloody Marys a discreción: cierto, those were the days, desde que las clases populares tienen acceso a estas cosas, todo ha decaído, se ñora vecina). También me habla de su Audi deportivo automático "que no sé el número, pero mis hijos dicen que no me pega nada". A Fashion le pregunta cuando llega "en cuántos idiomas hablan a Roc", porque su ex era americano y tal).
Cuando ya casi he tirado la toalla del Wifi, Domingo me rescata: le pide la contra al café de al lado. Como da el sol casi todo el día en la esquinita a la que llega, solo puedo de vez en cuando, bajar lo que sea contra-reloj, tirarme al agua y volver bajo la palmera. Es la triste vida de la emigrante sin datos. Y pensar que hay gente que paga por una detox digital.
No a los "days-out"
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No se enganien: esta foto no fue fácil |
Por fin doy negativa en covid y puede venir Roc. En estos días con gente juvenil y dinámica, se me obliga a salir de mi agujero en busca de "playas mejores" (not really), helados de yogur, compras de regalos, compras de tartas y otros horrores. Claro que ninguno tan mayúculo como "el day-out" que se dice en inglés (dudo si traducirlo como excursión, es más bien una "visita turística"). Cuando viajas, aunque vayas independiente, siempre hay esos sitios a los que hay que ir con una "excursión turística". Hasta en el pueblo más remoto de Bolivia o Turquía tienen montado un chiringuito, por no hablar de los "parque naturales" sudafricanos y demás. Nos sentimos mal porque no podemos ya ser aventureros -de incluso antes de que las azafatas buenorras te llevaran daikiris- á la Paul Bowles, cuando solo viajaabn los ricos y podías ser tú el único en la cascada de ensueño. Porque sí, la visita aquí fue instigada por Mini y al cauce de un río lleno de cataratas de ensueño, pero debido a la masificación fueron más bien cataratas de malsueño. Corolario: si se puede, hay que evitar estos días. Nunca mais.
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Abajo había hordas |
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Aquí se colaron un par |
FinaleEntonar un mea culpa por lo gruñón del divague: creo que no me picaron las medusas porque ellas huían de mí. El último día no hubo tiempo para despedidas porque se puso a granizar y además no solo tocaba empacar para el día siguiente, sino rezar lo que se supiera para que todo entrase en el Mini de los Jekes. Los pobres tuvieron que comprar una caja de esas que se ponen en la baca (aún se llama así?) para acomodar nuestro equipaje y, por supuesto, el de Roc, que me río yo de la Reina de Inglaterra. Al día siguiente había que levantarse de noche para embarcarnos desde Dénia a otro destino Mediterráneo, pero eso lo contaremos mañana, comenzando con un "como decíamos ayer... granizaba".