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La motivación del público en bloque no es, de todas formas, la que describo. Gran parte de la peña lleva dos horas y media esperando para ver cómo se las arreglan para sacar el paso de la iglesia los portaleros, porque es muy estrecho y han de salir de rodillas y tal. Hay que gente se emociona con que pasos pasen (nunca mejor dicho) por angosturas. Es lo mismo en Sevilla, dice Fashion luego. Yo no recuerdo haber visto nunca un paso donde los portaleros estuvieran debajo, en una caja, sino siempre llevándolo al hombro. Por ese lado, estos de la Humillación y Amarguras me impresionan, porque en un punto paran, y luego un senior le da a una manivela y se ponen a andar, pasito a pasito, y con cuidado que hay una giro con escalón justo donde estamos nosotras. Esto conlleva airadas palabras del senior de traje que les grita a través de una tela como mosquitera por donde, supongo, respiran. Detrás del paso van más portaleros, con apariencia de rudos leñadores, como una toalla en la cabeza y-atención-parte son chicas muy jóvenes. No puedo entender bien su motivación, porque yo no creo que toda esta gente vaya a misa dominical: hay demasiados. Por lo que me dicen, quedan pocos clientes en las parroquias menores de 75.
La otra curiosidad personal de esta procesión es ver la reacción de Mini, que yo creo que no ha visto nunca una, aunque mi madre asegura lo contrario. Al principio creo que le da un poco de miedo (nada como el terror de Fashion hace décadas: "buaa, los capuchos!!"), pero luego se limita a comentar, en su hieratismo preadolescente que "no le gusta Dios", en especial el olor (recordemos el inefable "aquí huele a Yísus"). Pero lo principal que me llevo es ese barrio de lo viejo de Vetusta que casi no conozco y que está lleno de rincones interesantes, antiguos palacios reformados a los que les han dejado los casquetes de las balas de la Guerra de la Independencia, antiguos solares rehabilitados por la gente "esto no es un solar", y hasta un museo inmenso del origami que no tenía ni idea existiera en Vetusta.
El Jueves Santo sale La Piedad, que es la cofradía de la gentebien vetústica. Todo el mundo conoce al doctor tal o al empresario cual que está muy metido en esto de la penitencia y la caridad. Porque lo suyo empezó siendo caritativos con las mujeres que quedaron viudas en la Guerra Civil (de ambos bandos? me pregunto, ya que son tristísimas las historias de niños robados de esas madres que precisamente este tipo de gente no consideran apropiadas, y hace tan poco como un par de décadas estaban arrebatándoles bebés ginecólogos y monjas). Su causa con la mujeres desfavorecidas no les lleva a plantearse que, en pleno siglo dieciveinte (gracias Les Luthiers) todavía no permitan mujeres en la cofradía-aparte de las pobres Manolas que van al final, todas de negro, con su teja y blonda, y taconazos que sinceramente, me parecen más punición que los que van descalzos. Las Manolas siempre me han fascinado: yo hoy las veo y pienso en Cospedal o bien en votantes-del-PP, tanta perla, mucha perla.
Es todo tan friki, pero a mí me lleva a mi infancia, la noche aquella misteriosa que salíamos tan tarde a pasar miedo y, principalmente, a disfrutar de los tambores. Tienen en su página los redobles, así que si hay alguien ahí que le pongan la mitad que a mí, entren en el enlace. Mi favorito es Metro, aunque había uno del pasado que me gustaba más y no lo encuentro.
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Este año logramos un buen sitio en la Calle Alfonso, enfrente de un Doner Kebab. Las fotos son impagables, y comienzo a pensar en conceptos como "fusión", "mestizaje", los capirotes y el kebab, las virgen sufrientes y el moro. Es todo fantástico. Pero lo que me deja especialmente tarada-y aún, a más de una semana, intuyo que esa imagen no se va a borrar facilmente de mi retina-es la escena de los caballos. Así como las Manolas salen al final, muy al principio, osea, eones antes (hablamos de 1200 cofrades) desfilan unos 5 ó 6 a caballo. Hace tiempo que no veía a caballos tan limpios, tan bonitos, tan perfectos. Pacientes, con todo ese estruendo de tambores y de cuando en cuando trompetas apocalípticas por detrás, no se inmutan: ojalá uno se desbocara, piensa mi pequeño yo anarquista. Las botas de los jinetes brillan en la noche. Son el poderío, el porque-yo-lo-valgo. Arrepintámonos, hermanos, pero seguro que no saben bien porqué. Entonces, le veo: un hombre de unos 60 años, gordo, vestido de calle sin desaliño, pero sin pertenecer, se arrastra tras los caballos con unos utensilios recogiendo las potenciales heces. Su cara lo dice todo: hablábamos antes del "cristo de la humillación"? Qué tiene que ser para ese pobre hombre recorrer las calles de su ciudad recogiendo la mierda de los caballos que llevan los tan-arrepentidos jinetes? Señores hermanos, tan virtuosos que son: no podrían haber tenido la caridad de darle un capirote-aparte de los seguro pocos euros- a este pobre hombre, para tapar su vergüenza? O es que un "hermano" no debería ser visto en esta acción? No les da vergüenza a ustedes, fuerzas vivas de la ciudad?
Es de madrugada en Vetusta, las calles están hasta arriba, las terrazas de la zona vieja al completo. Voy de la mano de mi hija, con la que intento compartir-a su nivel-estos pensamientos, y convencida de que el mundo es una mentira y una mierda. Pero mira, Mini, qué maravilla puede también llegar a ser Vetusta de noche... y le enseñó este palacio.