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Este es Kuper |
El autor escribe desde la posición del que observa desde fuera: Kuper era en Oxford un
"outsider", alguien que no pertenecía al ecosistema de la clase alta educada en colegios privados, era un hijo de sudafricanos de clase media de colegio público, que había nacido en Uganda y vivido en Holanda. La mirada del o
utsider ha dado tanto juego en literatura: prácticamente en todas las novelas de campus hay uno que nos cuenta la historia: desde las mellizas O'Sullivan en Santa Clara, pasando por el nuevo de "
El club de los poetas muertos", el pobre de "
The secret history" y la mítica Mariona Calleja en
Banderley, hasta el más reciente, Oliver de
"Saltburn" -que justamente también está ambientado en Oxford, pero esta vez en los 90.
De los 17 Primeros Ministros que ha tenido el Reino Unido desde 1940, 13 fueron a Oxford. De las excepciones, hay tres que no fueron a la universidad (Winston Churchill, James Callaghan y John Major) y Gordon Brown fue a Edimburgo. Casi todos los 13 estudiaron una carrera llamada PPE (Política, Filosofía y Económicas) - si existen carreras separadas de cada una de estas tres disciplinas, lo de esta licenciatura es patinar por la superficie-, y muchos de ellos fueron miembros de un grupo llamado la "Oxford Union", la sociedad de debate de la uni, de la que hablaremos luego. Keir Starmer, nuestro flamante primer ministro, llegó a Oxford en 1985 después de haber estudiado derecho en Leeds para hacer un curso de postgrado de Derecho Civil. Kuper lo describe como “genuinamente clase trabajadora, guapo, carismático y bastante de izquierdas”. Será el cuarto que no hizo su grado en Oxford.
No deja de ser curioso que vaya a publicar este divague de libro justo hoy, el día histórico en el que les vamos a dar la patada a esa casta de tories en las Elecciones Generales. No ha sido planeado, empecé el libro antes de que se anunciaran. Mi plan inicial no era celebrar, sino resumir el análisis del autor sobre la clase dominante de este país, y para ello habrá que entender un poco de dónde venían (o sea, la historia), habrá que ver lo que era la cultura de Oxford cuando ellos se estaban formando (seguramente no lo que el divagante piensa, “una buenísima universidad”) y lo que es ahora. Si no hubiera tenido este divague de libro tan a mano, probablemente habría escrito uno mirando al futuro, no al pasado, como ha hecho la gran Zadie Smith hoy en el Guardian:
“Here comes the sun”, lo ha titulado. Ojalá salga el sol metafórico, aunque sea, en esta isla; llevamos demasiados años bajo las nubes. Ahí vamos.
~~UN POCO DE HISTORIA~~
A las grandes guerras del Siglo XX también fueron los alumnos de Oxford: en la Primera Guerra Mundial murieron siete ex-presidentes de la Oxford Union. De 1940 a 1963, los Primeros Ministros que tuvo el Reino Unido habían todos luchado en la Primera Guerra Mundial. Uno de mis libros favoritos de los últimos años,
“El domingo de las madres” de Graham Swift, narra la inmensa tristeza que se respira en las casas de la clase alta en el periodo de entreguerras donde “las habitaciones de los chicos se han quedado como las dejaron”, pero están todos muertos. Tres ex-presidentes de la Oxford Union cayeron posteriormente en la Segunda Guerra Mundial.
La clase alta se vio muy afectada, como se puede ver, por las guerras. No es casualidad que la era en la que los Primeros Ministros eran veteranos de la guerra coincidió con la época de la socialdemocracia británica. De 1945 a 1979 se dieron “aquellos maravillosos años”: en 1945 Clement Attlee, ganó las elecciones por goleada para los laboristas y formó el primer gobierno de estos en mayoría, hasta 1951. Ya hemos hablado mucho en este blog de avances sociales de esos años, incluyendo la
creación del NHS (Seguridad Social) y el Welfare State (Estado del Bienestar), la independencia de la India, nacionalización de múltiples industrias y keynesianismo (aprobado por tanto laboristas como conservadores!), entre otros.
Tras años de austeridad de la posguerra, la prosperidad económica llegó en los 50, aunque el UK ya no era una potencia mundial. Analicemos esto último: el ligero cambio de puntuación e imperativo cambia el significado del himno patriótico “Rule Britannia”. De “Rule Britannia, Britannia rule the waves!” [inicialmente exhortando a los británicos a mandar sobre las olas-qué bonito-, sobre el imperio], a “Rule Britannia, Britannia ruleS the waves” [afirmación: de hecho, mandaban]. Pues entonces estaban de vuelta al casillero de salida, ya no mandaban sobre las olas, y eso no molaba. Oxford incitó a sus alumnos a preocuparse por el pasado, a asumir que hay ciertas instituciones y costumbres que son intocables. Dice Kuper que esto llevó a algunos de sus alumnos a crear fantasías atemporales como “Alicia en el el país de las maravillas”, “El hobbit”, “Narnia” y… el Brexit (de esto hablaremos luego).
El Primer Ministro conservador Ted Heath había estado en el Desembarco de Normandía y concluyó que “no se podía permitir que los europeos volvieran a matarse entre ellos”. Fue el que en 1973 hizo posible que este país entrase en la entonces Comunidad Económica Europea (CEE).
En 1979, “
la desigualdad salarial alcanzó el punto más bajo de la historia”. Pero también en ese año llegó Margaret Thatcher (
ding dong the witch…) al poder, y empezó por celebrar de nuevo el privilegio y el acento adecuado, restableciendo las desigualdades. Hasta finales de los 80, Thatcher no se quejó de la CEE: había obtenido el reembolso que quería y aquí preocupaban otros temas, como la huelga de la minería, el apartheid etc. Pero cuando se empezó a hablar de la moneda única, Thatcher se volvió euroescéptica.
Incentivados por Thatcher, en los 80 las clases altas estaban empezando a recuperar un poco de la confianza que habían perdido desde la Segunda Guerra Mundial con toda esa revolución social. Durante el divague veremos cómo la combinación de thatcherismo y Oxford dio lugar a este interesante tipo humano que lleva dirigiendo el país casi 15 largos años.
En 1992, con John Major como Primer Ministro, se aprobó el Tratado de Maastricht y ahí empezaron a preocuparse por aquello de no poder ejercer el autogobierno, el ser una provincia más del imperio europeo, cuando ellos habían sido siempre el centro de su imperio: iban a ser la aldea gala de resistencia. Además, con los sindicatos y la URSS vencidos, la derecha británica necesitaba un nuevo enemigo. El evidente era la CEE.
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Running out of ideas... |
~~OXFORD EN LOS 80~~
Acceder a Oxford
Cuenta Kuper que en su época, las buenas notas en A levels (~selectividad) no eran suficientes: para entrar en Oxford tenías que pasar ese ritual tan británico que es la entrevista personal. Allí se buscaba gente que “pudiera hablar desinformada de cualquier tema y que fuera ingeniosa y divertida luego en las tutorías”.
¿A alguien le viene a la cabeza un tal Boris Johnson? Ah claro, porque otra faceta que te daba puntos era ser alt@, rubi@ y de colegio privado. Pongo la @ pero las mujeres eran entonces solo el 30%. Los coles privados dedicaban tres meses solo para prepararte para la entrevista y, si aún así no lo conseguías, siempre estaba el telefonazo de papi (esto lo dijo el director de un cole privado en Westminster; si en este divague hago bromas o exageraciones, lo avisaré, todo el resto es factual).
En esa preparación, sabían que el lenguaje corporal de la entrevista lo era todo: los chicos de la escuela privada se sentaban como si fueran los dueños del mundo, como sus abuelos y padres con el whisky en la mano en el club, mientras que los de las "grammar schools", en la punta de la silla, como a punto de salir corriendo. Eso nunca da puntos.
De dónde venían los alumnos
Ah, las “
grammar schools”: algún alumno venía de aquí. Era un tipo de cole público que existía aquí hasta que se los prohibió, en el que se seleccionaba alumnos en base a sus méritos académicos (Keir Starmer fue a una). De este sistema selectivo salían los pocos de la escuela pública que nutrían a la muy selectiva Oxford. Pero era muy difícil competir con los de la privada -aparte de las obvias, veremos las razones más abajo-, en particular con el principal productor de futuros oxonians (como llaman a los alumnos de Oxford), Eton, el famoso colegio de chicos, aquel en el que los chavales van de chaqué por las calles. Esos colegios que poseen
"38.000 acres de terreno", para deporte, claro. No hay más preguntas.
Casualmente, el otro día caí en un trozo de una
entrevista que dió Paul McCartney a Julia Otero en 1989 en el que ella le preguntaba por qué, con la pasta que tenía, llevaba a sus hijos a la escuela pública. Y Paul: "
La escuela privada en Inglaterra produce un tipo de gente diferente, de clase alta y a mí eso no me gusta. Me gusta la gente normal, yo vengo de gente normal, trabajadora y no quería que mis hijos vinieran a decirme, hola papi" (y pone un acento pijo). Me encanta esta anécdota, pero tal vez a Paul uno de sus nietos, hijo de Stella, le diga “hola granpapi” con ese acento pijo [tal vez Stella haya llevado a su hijo con la nariz tapada, como yo, al mismo cole que va Mini].
Oxford o no dar palo al agua
Cuando Kuper llegó a la universidad, se dio cuenta que estaba mal visto estudiar mucho. Ya escribió Marías en “
Todas las almas” eso de que “
Oxford, sin ninguna duda, es una de las ciudades del mundo donde menos trabajo se hace”. Graham Greene escribió que “
estaba borracho de la mañana a la noche, solo necesitaba estar sobrio una hora a la semana cuando se reunía con su tutor” y
Stephen Hawkins que “
estudiar era lo peor, el signo de ser un hombre gris; o eras brillante por naturaleza o había que aceptar tus limitaciones y tener un grado cuarta clase”. Lo que se venía a hacer a Oxford era otra cosa: relaciones. Crecer, beber, hacer deporte, hacer amigos, tal vez echarte novia.
Con ese enloquecido “programa de festejos”, no daba la vida para estudiar, claro. Pero no importaba: los tutores valoraban más la capacidad de producir un ensayo con prisas la noche de antes (Kuper que es periodista del Financial Times dice esas noches le prepararon precisamente para ese trabajo), poder defender un argumento en el que no se creía necesariamente, echar faroles en las tutorías y hace exhibición de aquello tan británico como es el “wit” y el “charm” (el ingenio y el encanto).
Y no es que no importara, es que si habías estudiado, te miraban mal. ?Alguien recuerda la escena de “Saltburn”, cuando el chico pobre dice que se ha leído todos los libros de la lista del verano y se le ríen? Claro que había empollones, gente seria a la que interesaban la complejidad y los matices, pero no era lo normal.
En el primer grupo, el de los faroleros vagos de la improvisación, tenemos como ejemplo claro a
Boris Johnson, que combina “nature” (nació con ese tipo de personalidad) más “nurture” (Eton, Oxford). Estudió Clásicas y fue periodista de los que escribían sin mucho conocimiento (le echaron un par de veces por mentir), y luego político de los que hablaban sin saber nada. En sus antípodas, en el segundo grupo, el empollón que tenía muchas mejores notas, Dominique
Cummings (el que movía los hilos de las marionetas) que además de tener los datos era consciente de sus limitaciones: “
no se me da la retórica”. Hay gente que es mejor escribiendo que hablando, y es bueno conocerse a una misma.
Lo de las ciencias
Aunque el libro está lleno de perlas, aquí va lo que más me ha impactado: las ciencias era algo que no se estimulaba en los toffs (aprendan esta palabra, la versión británica del pijo). La idea era que los científicos “se quedaran en la sala de máquinas” haciendo sus cosas mientras que los retóricos “llevaran el barco” [este desprecio por la ciencia me recuerda el nacional unamuniano “que inventen otros!”... aún estamos pagando esa ideología en España]. Lo de Oxford era especializarse en producir tres tipos de profesionales: los políticos y funcionarios que administrarían el estado, los abogados y economistas que servirían a la economía y los periodistas que contarían la historia, que narrarían el espectáculo a las masas.
Esto quiere decir que la mayoría de estos licenciados en PPE (recordemos, Politics Philosophy Economy) habían dejado de estudiar matemáticas o ciencias a los 16, lo que quedó más que claro cuando llegó el covid y no sabían leer una gráfica. Nota: el 95% de los Miembros de Parlamento (MPs) que habían estudiado PPE votaron “Remain” (quedarse) en el referéndum del Brexit, incluyendo a David Cameron, Liz Truss, los Millibands, Jeremy Hunt… entre el 5% que votaron “Leave” (si me queréis, irse!) estuvieron Rishi Sunak y Rupert Murdoch (quién iba a decir que en sus tiempos en Oxford tenía un busto de Lenin en su cuarto y fue miembro del Partido Laborista de la uni). En contraste con los de PPE, los tories brexiteros habían estudiado clásicas (6 de los 8 clasicistas de la cámara votaron “Leave”).
Lo del latín
El latín implica mucho prestigio en este país porque solo un pequeño grupo de colegios privados lo enseña. Tal era su estatus que hasta 1960, haber estudiado latín era un requerimiento para entrar en Oxford.
Probablemente mi anécdota favorita de todo el libro es esta: Francis Crick, que no sabía latín, no fue aceptado por ello ni en Oxford ni en Cambridge, así que terminó en UCL (University College London). Y de ahí su carrera hasta el Nobel tras descubrir nada más y nada menos -con Watson- que la doble hélice del ADN. Me parto. Nota de menos risa: Watson, Crick y
Rosalind Franklin, que se debería también llevado el Nobel-en el enlace explico por qué.
Kuper dice que cuanto menos “útil” tu grado era, más chic se consideraba. Tiene mucha lógica: la gente que tiene la espalda cubierta puede permitirse estudiar algo de lo que luego no tendrá que vivir.
Más mitología: Retorno a Brideshead
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No olvidemos al osito de Sebastian |
Junto con el thatcherismo, algo más contribuyó a que la clase alta empezara a salir de sus madrigueras. En 1981 se estrenó la serie adaptación de la novela de 1945 de Evelyn Waugh
“Brideshead revisited” (“Retorno a Brideshead”), toda llena de nostalgia (esa palabra, de nuevo) por la época aristocrática británica. Como en las mejores ficciones, la protagonista es la mansión, que aquí es un símbolo de la amenaza existencial de la modernidad. La serie inspiró una nueva forma de cultura juvenil en esta isla, comparable al punk o la música indie, liderada por los toffs.
El “Bullingdon Club”
Así que ahí los tenemos, ya desatados. Si has visto alguna vez las imágenes de Cameron, Johnson y amiguitos de chaqué en unas escaleras en los 80, no la habrás olvidado: eran los miembros del Bullingdon Dining Club (Labour la quiso usar alguna vez en su campaña, para lo mismo que yo querría usar este divague).
Este grupo selecto de niños-bien-nivel-leyenda se reunían para cenas a lo grande que solían terminar con desfases varios, como destrozar el restaurante (total, ya pagaría luego papi), vandalizar la calle, humillar a las prostitutas que contrataban, bajar los pantalones a los “plebs” (así llamaban a los de “clase baja”), a los que luego daban dinero en compensación.
El lema del Bullingdon era “Las normas no aplican a nuestra clase” (con toda la razón porque de hecho, podían hacer todas esas burradas: aunque les arrestaran, les soltaban al día siguiente sin cargos). Johnson se avergonzó más adelante públicamente de haber pertenecido a este club - quién sabe si lo pensaba, o fue otra lavada de cara.
La “Oxford Union”
También perteneció Boris a la “Oxford Union”, una sociedad de debate fundada en 1823 que hasta 1963 no aceptó a mujeres, a la que Kuper llama “una House of Commons para niños”. Físicamente, como la real, parecía un club de gentlemen inglés: biblioteca, salas de escritura, bar, jardín y la sala de debates, con bustos de Primeros MInistros que habían sido miembros de la sociedad. El tono era de ironía y juego verbal (banter) y se prefería la retórica a entrar en el detalle de las leyes o el tema que fuera. Allí se oían también con los característicos “ayes” y “noes” de la House of Commons, la de los mayores. No quiero hacer listas, pero todos estuvieron allí: desde Theresa May hasta Netanyahu pasando por Benazir Bhutto y Viktor Orbán. Era el lugar donde “aprender el juego de la política”.
La Oxford Union estaba llena de conservadores, que había aprendido las reglas de cómo debatir en sus colegios privados (Point of Order! Point of Information!) y aunque había tradición de laboristas allí también, nunca fue tan central como para los tories (ni Clement Atlee ni Toni Blair se molestaron en ser parte). Pero en general, se cree que la retórica de los conservadores, salidos de estas sociedades de debate de Oxford, es mucho mejor que las de los laboristas, que lo que hacían era “torturarse en debates de post-marxismo en seminarios”.
Kuper concluye que toda esta panda son “habladores” (los mejores, como ha quedado claro), pero no “hacedores” (“talkers, not doers”). Por tanto, tras una campaña de Brexit llena de palabras que eran aire, se dieron cuenta que no habían hecho algo fundamental: leerse la letra pequeña. Y luego vino la pandemia, otro claro ejemplo del triunfo de la retórica versus los hechos o la experiencia: el cuarto desastre del Reino Unido en los últimos 20 años, tras Irak, la crisis financiera y el Brexit.
Generación sin tragedia
Otra de las hipótesis de Kuper para explicar la última crisis, la de Brexit, es que esta panda de políticos fue la “generación sin tragedia”: Cameron, Johnson et al era la generación que más suerte había tenido por no haber vivido ningún drama generacional en un país que durante 300 años había evitado revoluciones, dictadores, hambrunas, guerras civiles, invasiones. Ellos además, eran los miembros más privilegiados de esta sociedad, que transformaron la muerte de algún antepasado en estas guerras en viejas glorias familiares y personales. Pero algunos querían su propio proyecto heroico… y este fue el Brexit, del que hoy no voy a escribir porque hay hasta
una etiqueta en el divlog.
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"Me preocupa que nos está llevando a la batalla una persona que lleva pajarita" |
~~EL FUTURO~~
¿Hay justificación para la educación de élite?
Visto donde estamos y a dónde nos ha llevado este grupo de toffs, hay que preguntarse: para qué los Oxford de turno? Kuper estudió también en universidades europeas -ni selectivas ni de élite, como sabemos los que venimos de la pública. Allí había muchos alumnos por clase (olvídate de las tutorías en asientos de cuero) y muchos estudiantes trabajando en bares por la noche, gente que le costaba 10 años terminar la carrera. Oxford era mejor que esas universidades, pero si te lo planteas, las sociedades de Holanda o Alemania eran más ricas, más justas y más igualitarias que la británica. En estos países los niños no tenían que estar siendo instruidos desde una escuela privada para saltar una valla a los 18. En esos países se saltan las vallas como adultos, en la vida laboral. De esta manera se evitan muchas de las injusticias británicas.
¿El futuro para Oxford?
Qui lo sá… de entrada Kuper afirma que ha cambiado: el proceso de admisión es más transparente, tienen algoritmos para entender los obstáculos que han tenido que superar los alumnos de la clase trabajadora, y muchos tutores no los excluirán solo porque se queden en blanco de terror en las entrevistas, teniendo más en cuenta los resultados que la familia y el acento. La mayor parte de los tutores ya no toleran las retóricas vacías de los de antes -de hecho, hay cierto examen de conciencia del rol que Oxford tuvo en el Brexit. Eso sí, no idealicemos, hoy Oxford se ha globalizado, está lleno de estudiantes extranjeros que traen muy pasta -según bajas del tren está la escuela de negocios Said, que lleva el nombre del que lo pagó, un traficante de armas.
~~HOY~~
Sí, me ha quedado largo y aún así me he dejado muchísimos factores que explican cómo hemos llegado hasta aquí. Pero hoy es un día histórico, hoy en las Elecciones Generales se espera un “landslide” (victoria por goleada) del laborismo. Tal vez como la de mayo de 1997 con Tony Blair, y yo llegué a la isla justo un mes después. Cuando entró Cameron, en mayo de 2010 estaba muriéndome en un hospital (tal vez no tanto, pero no dejemos que la verdad empañe una buena historia). Unos meses antes había empezado este blog, y aquí he ido contando todos estos años de montaña rusa.
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Muchas cosas han pasado, muchas cosas son diferentes… pero un dato relevante para maniana es que a consecuencia de este gobierno y el Brexit al que nos llevaron, con la nariz tapada (la segunda vez que me tapo la nariz en este divague, lo sé, nobody’s perfect, ni siquiera Maléfica) me tuve que hacer el pasaporte británico, “azul como las olas del mar”, que decían los brexiteros. Pasaporte que me va a permitir, por primera vez, votar en las Generales, y contribuir a botarles a ellos.
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Mi casa: una zona libre de tories |
No me hacía falta leer este libro para saber que jamás apoyaré a una
“pequeña casta de tories de Oxford que tomaron -y destruyeron- el Reino Unido”, pero creo que "Chums" debería ser de obligada lectura para los británicos antes de ir a las urnas. Hasta los que votan por sus intereses antes que por los de la mayoría, deberían tras la lectura mostrarles el dedo anular, por pura dignidad.
No es que el poder corrompa, es que los que aspiran a él suelen ser en gran medida un cierto tipo de personas -como contamos
aquí. Pero si esas personas además nunca han caminado por el mundo real, los problemas se tornan aún más graves, y las consecuencias... las que hemos sufrido en esta islita, como decía José Donoso, con forma de conejo.